Contaminar y deforestar, los riesgos de expandir la palma de aceite
Contaminar y deforestar, los riesgos de expandir la palma de aceite
Un análisis del Maga concluye que en el país hay 664,000 hectáreas de zonas potenciales para la expansión del cultivo de palma de aceite —casi el triple de lo actual—. De esta área, el 15 % es ocupada por bosques que serían deforestados, y otro 15 %, por cultivos de granos básicos que, según un estudio, proveen el triple de beneficios sociales en términos de empleos y salarios por unidad de energía consumida en su producción.
Cindy Celedón recuerda que hasta hace 25 años su comunidad tenía una relación especial con los bosques, ríos y las distintas especies que habitaban el territorio. Pero todo cambió cuando llegaron los cultivos de palma de aceite, hace dos décadas.
«Al entrar la palma, deforestó cuanto árbol había. Arrasó con ceibas, conacastes blancos, conacastes negros, palos guarumos y toda clase de árbol nativo que había en nuestra región», cuenta.
Vive en la comunidad rural Conrado de la Cruz, situada cerca de las playas del Pacífico, a una hora del casco urbano de Santo Domingo Suchitepéquez. Conforme se expandió el monocultivo, no solo se talaron árboles, sino también se fueron secando los ríos y lagunas, asegura.
«Antes, en el tiempo de verano, íbamos a la orilla del río a bañarnos y a pescar. (Pero) este 2023 ya se secó una laguna que mide una caballería de largo a causa del agua que extrae la palma, porque la palma se riega día y noche», protesta.
La comunidad se conecta al casco urbano por una carretera de 33 kilómetros de terracería, actualmente rodeada por cultivos de palma, hule y caña de azúcar que se alzan hasta casi abrazarse y obstruir el paso de la luz solar.
La experiencia de Celedón es muy parecida a la de otras comunidades en distintas zonas del país donde este monocultivo destinado a la producción de aceite se ha llegado a asentar. Se trata de una receta que, en voz de comunitarios, incluye deforestación de bosques, contaminación de ríos y abusos laborales en las fincas de siembra.
Como contraparte de estas denuncias, los palmicultores presumen inyecciones a la economía nacional equivalentes a 1.6 % del PIB, creación de 30,103 empleos directos e inversiones en las comunidades donde operan.
Actualmente, la palma ocupa poco más de 180,614 hectáreas a nivel nacional, con siembras en el sur (San Marcos, Quetzaltenango, Retalhuleu, Suchitepéquez y Escuintla), nororiente (Izabal y Alta Verapaz) y norte (sur de Petén, norte de Alta Verapaz y nororiente de Quiché).
Sin embargo, según el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (Maga) existe el triple de extensión de suelos cuyas características son propicias para expandir este monocultivo. Pero, ¿qué beneficio tendría para el país triplicar las hectáreas cultivadas con palma de aceite? ¿Cuál será el costo ambiental?
Un cultivo en expansión
La palma comenzó a expandirse en el territorio nacional a comienzos de siglo. De contar con 51,000 hectáreas de cultivos en 2003, pasó a triplicar su cobertura hasta llegar a las más de 183,000 hectáreas en 2020, según el Mapa de Cobertura Vegetal y Uso de la Tierra que elaboró el Maga ese año.
El aceite que se produce con este cultivo es exportado y utilizado para la elaboración de mantequillas, aderezos, productos de limpieza dental, cremas corporales, desodorantes, cosméticos y cereales, entre otros.
El pasado 1 de marzo, el presidente de la Gremial de Palmicultores de Guatemala (Grepalma), José Santiago Molina, dijo a Prensa Libre que existían estudios del Maga que arrojaban la oportunidad de expandir el cultivo hasta 800 mil hectáreas y que, de lograrse esa expansión, la contribución al producto interno bruto (PIB) «sería mucho mayor».
Molina se refería a un mapa que elaboró la Dirección de Información Geográfica, Estratégica y Gestión de Riesgos del Maga de áreas aptas para la palma de aceite. Este análisis concluye que hay 667,638 hectáreas de suelo a nivel nacional cuyas características son propicias para la siembra de este monocultivo.
De estos suelos, 105,146 hectáreas (15.7 %) son ocupadas actualmente por bosque latifoliado que se tendría que deforestar si se piensa expandir la palma, y otras 97,290 hectáreas (14.5 %) son utilizadas actualmente para el cultivo de maíz y frijol. A diferencia de la palma, cuyo aceite es exportado y consumido en mercados en el extranjero, el cultivo de granos básicos es considerada una agricultura de subsistencia puesto que está orientada a satisfacer las necesidades básicas de familias campesinas y sus comunidades.
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El Maga aclaró que esta información se destina a usuarios internos y externos, pero «no se ha tenido acercamiento con la gremial de palmicultores para promover la expansión del cultivo a nivel nacional».
Si bien no son las 800,000 hectáreas que refirió Molina, una expansión de esta magnitud implicaría triplicar el área de cultivo actual, concentrándose principalmente en Alta Verapaz, Quiché y Escuintla.
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Grepalma no aclaró si existe un plan de expansión para el monocultivo. Por correo electrónico, se limitó a decir a Plaza Pública que «desde 2020, el cultivo de palma se ha mantenido en 180,614 hectáreas, que representan el 1.6% del territorio nacional».
Además, se jactó de que «la palmicultura sostenible en Guatemala sigue estrictos estándares para nuevas plantaciones y renovaciones, garantizando que no se afecten bosques primarios ni áreas con altas reservas de carbono».
Pero esto último lo ponen en entredicho distintos estudios que midieron el impacto de esta industria en la última década.
El costo
Con las poco más de 180,000 hectáreas de cultivo, Grepalma presume a Guatemala como el sexto país productor a nivel mundial de aceite de palma y el segundo en Latinoamérica.
Solo en el último año, la industria generó cerca del millón de toneladas métricas de aceite crudo.
Grepalma insiste que tiene un compromiso gremial que «implica cumplir con la legislación nacional vigente y con estrictos estándares internacionales que prohíben la conversión de bosques primarios y áreas de alta biodiversidad».
Pero la historia demuestra lo contrario. Solo entre 2010 y 2020 fueron deforestadas 15,187 hectáreas de bosque a nivel nacional que luego fueron convertidas en suelo con cultivos de palma, según evidenció el informe «Análisis de la dinámica de expansión del cultivo de palma africana (Elaeis guineensis) en Guatemala para el período 2010-2020», del Instituto de Investigación en Ciencias Naturales y Tecnología (Iarna) de la Universidad Rafael Landívar.
[PDF: Descarga aquí el informe Análisis de la dinámica de expansión de cultivo de palma africana en Guatemala para el periodo 2010-2020]
Otras 7,208 hectáreas deforestadas eran vegetación arbustiva natural o guamil. Y en su mayoría, el suelo de las plantaciones establecidas en esta década era previamente ocupado por pastos.
«Yo tengo una foto cuando la palma deforestó una finca que se llama El Conacaste. Se llamaba así porque había mucho palo de conacaste, pero ahora ya no. (Antes) se miraba verde, se miraban los pájaros cantando entre los árboles. Había pájaros, bosques, fauna, pero con la llegada de la palma nos quitaron todo», relata Celedón, cuya comunidad se ubica en las tierras fértiles de la Costa Sur que la palma y otros monocultivos han aprovechado.
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Claudia Gordillo, investigadora del Iarna, explica que la pérdida de bosques genera múltiples consecuencias, como la alteración del ciclo del agua, la muerte de distintas especies que habitan en los bosques y el incremento de temperaturas.
«(Con la pérdida de bosques) hay una alteración en el ciclo del carbono. Los bosques tienen un papel principal porque captan el dióxido de carbono que hay en la atmósfera que es producido por la industria, y lo devuelven después hacia la atmósfera en forma de oxígeno. Sirven como si fueran unos pulmones», dice Gordillo.
De ahí se explica, por ejemplo, que en comunidades ubicadas en las Tierras Bajas del Norte, donde se concentran las plantaciones de palma, se experimentaron temperaturas de hasta 42 grados el pasado verano, con sensaciones térmicas de hasta 45 grados.
«Los bosques ayudan a regular las temperaturas y el clima porque tienen una importancia en el ciclo hidrológico. Cuando uno entra a un bosque se siente un clima diferente a cuando se está en la ciudad, donde no hay cobertura forestal, porque los bosques a través de la transpiración ayudan a regular el clima de un área y a que haya más precipitación», subraya.
Además de los bosques, existen investigaciones que buscan medir la calidad del agua en los ríos cercanos a plantaciones de palma. Otro estudio denominado «Protección y respeto del derecho humano al agua y defensa de derechos ambientales en las tierras bajas del norte (TBN) de Guatemala», del Iarna, hizo esta evaluación en ríos de Chisec, Raxruhá, Cobán y Fray Bartolomé de las Casas en el departamento de Alta Verapaz; Ixcán, en Quiché, y Sayaxché, en Petén.
[PDF: Descarga el Informe final de calidad de agua]
Tras los análisis, se concluyó que los ríos que atraviesan plantaciones de palma o están próximos a estas, tienen presencia de herbicidas como el glifosato, cuya exposición está asociada a enfermedades como el cáncer, enfermedades respiratorias, de la piel y podría provocar abortos espontáneos.
Aunque la investigación no detectó con precisión cuál es la causa de esta contaminación, se concluyó que los ríos cercanos a plantaciones de palma tienen peor calidad del agua que aquellos ubicados en territorios con bosque.
«A pesar de que se encontraron concentraciones bajas tanto de pesticidas como de glifosato, la sola presencia del pesticida da indicios de que en los cultivos aledaños a los ríos se están utilizando este tipo de compuestos que pueden ser dañinos para la salud de las personas», señala el estudio.
Granos básicos por monocultivos, un cambio desfavorable
Según datos de Grepalma, esa agroindustria generó 30,103 empleos directos y 150,600 empleos indirectos en 2023, además de aportes a la economía nacional de 12,661 millones de quetzales.
Sin embargo, aunque estos empleos se cuentan en miles, un estudio del Iarna denominado «Energía y emisiones de gases de efecto invernadero en América Latina: un estudio de caso de Guatemala hacia la justicia energética» concluyó que cultivos como el maíz y el frijol generan el triple de beneficios sociales, en términos de empleo y salarios por cada unidad de energía (una unidad de energía equivale a un terajulio, medida internacional para calcular la energía, el calor y el trabajo) que el país le asigna a su sistema de producción, en comparación con el monocultivo de la palma.
«En otras palabras, el país genera más del triple de beneficios sociales cuando utiliza sus recursos energéticos a lo largo de todas las cadenas de producción que se activan a nivel sistemático en la producción de frijol y maíz en comparación con la palma», explica Byron Gálvez, especialista en ecología política y uno de los autores del estudio.
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Este hallazgo cobra más relevancia si se considera que de las zonas potenciales para el cultivo de palma en los próximos años, hay casi 100,000 hectáreas que actualmente son cultivadas con granos básicos de maíz y frijol que podrían ser reemplazadas con este monocultivo.
De suceder este escenario, el país estaría mal invirtiendo sus recursos energéticos en industrias que generan pocos beneficios sociales, opina el especialista.
«Reemplazar los cultivos de frijol y maíz por palma africana no solo provocaría efectos negativos sobre la seguridad alimentaria del país e impactos ambientales en los territorios, sino que habría una reducción sustancial de empleos y salarios a lo largo de las cadenas de valor de estos cultivos, desperdiciando recursos energéticos para generar esos beneficios sociales concretos», sostiene.
Lo anterior «desmitifica las narrativas que justifican a los monocultivos, como la palma, que resaltan beneficios sociales en función de los salarios y empleos generados, y cambia la perspectiva paradigmática desde la cual se evalúa el rendimiento socioeconómico de un país. Aunque la economía del país crezca más por el cultivo de palma que con los de frijol y maíz, ese crecimiento no es indicativo de desarrollo o bienestar social», concluye Gálvez.
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