Pero también resulta difícil negar que existe una defensa oficiosa e irreflexiva del eje Velásquez-Aldana, que bien podría constituir una especie de campaña blanca, igual de peligrosa.
Ante la nada discreta campaña negra en contra de Velásquez se articuló rápidamente una campaña blanca a su favor, con todo y hashtags pegones. Y es que en Guatemala siempre sucede lo mismo, ¿no es cierto? Simplificamos temas de gran complejidad social a una guerra de buenos contra malos. Es nuestro código retórico nacional. Pasó, pasa y seguirá pasando con asuntos tan trascendentales como el malogrado proceso de paz o las reformas a la Constitución.
Si no estás a favor de (inserte causa aquí), estás a favor de (inserte horror aquí).
La receta va más o menos así: viva en el tercer mundo, reduzca temas complejos a su mínima expresión (sí versus no, idealmente), escoja estar entre los buenos o entre los malos (porque no hay otra opción), defienda su postura a muerte (porque es absoluta y no negociable), enójese con quien piense un poco o haga preguntas incómodas, cierre espacios de encuentro. Repita.
Pero nada resulta más impráctico y alejado de la realidad que reducirlo todo a clichés retóricos (populismo que le dicen) y a falsas dualidades de suma cero, ya que la realidad no es negra o blanca. Es rica, matizada, compleja, profunda, continua, flexible y, hoy en día, rápidamente cambiante.
Tanto la campaña negra premeditada desde el Cacif, la UFM, el MCN, el incorregible aparato militar y toda su escolta politiquera como las campañas blancas de las que hablamos hoy resultan igual de venenosas por ser igual de irreflexivas y reaccionarias. Por carecer de contenido crítico vital. Sin crítica hay acomodo, y es allí donde radica el peligro nuclear de las campañas blancas y de los activismos rápidos de copy-paste.
Es cierto que, visto a corto plazo, la única postura razonable parece ser la defensa del trabajo de la Cicig y de don Iván (algo parecido pasa con el tema del pluralismo jurídico). Sin embargo, mientras su lucha contra la corrupción y la impunidad parezca más una serie de parches selectivos y mediáticos en contra de la corrupción y la impunidad, no podemos callar. Exigir un trabajo más completo y coherente es deber de todos.
Cuando la comisión empiece a perseguir a las sectas oligárquicas sobre cuyos intereses se construyó la finca corrupta y disfuncional que llamamos país, tendrá mi apoyo pleno. Mientras tanto, dejemos de pedir tanto permiso y tanto perdón.
El problema central es pensar que la Cicig es financiada por «Gobiernos amigos» con el fin de limpiar el camino hacia «el desarrollo integral» de la guatemalteca y el guatemalteco, como decían algunos articulistas la semana pasada. Esto es una ilusión. Así como las mafias politiqueras y empresariales toman el Estado tradicional, igualmente los Estados Unidos (otra mafia, pero más ilustrada, elaborada y consolidada) toma a la Cicig y a los operadores políticos de extremocentrismo emergentes para avanzar sus intereses. Suyos. De ellos.
No olvidemos que el gobierno de turno de los Estados Unidos (y sus muchos tentáculos) ha sido el cooptador y corruptor par excellence de este orden global. Y si no se han visto señales de cambio en su modus operandi es porque les sigue funcionando la fórmula.
Los guatemaltecos y las guatemaltecas de honor y espíritu revolucionario debemos desmantelar todas las estructuras que nos paralizan por igual (ya sea porque nos saquean o porque dirigen nuestra incipiente democracia) y procurar refundar el Estado desde sus bases campesinas, indígenas, estudiantiles y de mujeres organizadas, en clave plurinacional.
Hablo de abordar la transformación de nuestra realidad haciendo uso de un pensamiento re-constituyente (volver a edificar y crear desde los cimientos), y no de uno re-formador (reacomodar lo que ya existe, mitología incluida).
De momento, yo entiendo a la Cicig como un mal necesario. Es decir, como de carácter eminentemente temporal, mientras nos habilitemos nosotros mismos a dirigir nuestro propio destino. No, yo no #ApoyoAIván, sino que apoyo los procesos de justicia y de saneamiento total del Estado. Por ahora la gran lucha demanda que apoyemos a la Cicig de forma profundamente crítica y moderada, sabiendo que algún día se tendrá que ir.
La Cicig no le debe dibujar la avenida a la ciudadanía, sino al revés.
Ni Iván es Dios ni Thelma es María ni la comisión es el cielo. No pretendo con estas letras colocar a los operadores de las campañas negras en el mismo plano ético de los agentes de las campañas blancas, pero sí al mismo nivel analítico. Lo digo y no pasa nada porque no digo una mentira.
En la medida en que el pensamiento crítico y sin agendas especiales siga siendo el gran ausente de las mesas de diálogo plurisocial, así también los discursos de cambio y de democracia quedarán en poco o nada. Haríamos bien en menos afiliarnos por reflejo y más pensar ante el surgimiento de problemas concretos.
Consideremos esto: si nos instruimos para no caer en la trampa de los extremos discursivos dignos de campañas (sea esta la narrativa hegemónica deshumanizadora o su antítesis, la corrección política entreguista), descubriremos un espacio de reflexión crítica, libre y objetiva. No muy extenso, pero sí esencial.
¿Valdrá la pena intentarlo?
Debemos pensar un poco más o moriremos. No hay tercera vía.
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