Carlitos asiste a tutorías en la biblioteca de nuestra comunidad. Con nueve años y de origen q'eqchi’, su familia vive en condiciones de pobreza. Es un niño amoroso, inteligente, chispudo y conversador. Cuando me encuentra por ahí, me dice: «La quiero mucho, seño colochita». Un día, conversando, me reveló un suceso que motiva este relato.
«Yo vivía en los Estados [Unidos] y tenía dos papás gringos. Ellos eran canches y bien grandotes. Me querían mucho. Todo me daban: juguetes, comida, ...
Carlitos asiste a tutorías en la biblioteca de nuestra comunidad. Con nueve años y de origen q'eqchi’, su familia vive en condiciones de pobreza. Es un niño amoroso, inteligente, chispudo y conversador. Cuando me encuentra por ahí, me dice: «La quiero mucho, seño colochita». Un día, conversando, me reveló un suceso que motiva este relato.
«Yo vivía en los Estados [Unidos] y tenía dos papás gringos. Ellos eran canches y bien grandotes. Me querían mucho. Todo me daban: juguetes, comida, ropa. Yo vivía contento con ellos. Un día me trajieron [sic] de regreso a Guate. Un licenciado me llegó a traer para que yo viniera a vivir con mi mamá. Dice mi mamá que me robaron cuando nací, pero que ella no se cansó de buscarme. Aunque no tenía pisto, ella trabajaba donde podía para juntar y poder buscarme, hasta que me halló».
Carlitos se negó a asistir a un viaje que había ganado como reconocimiento especial por su desempeño en un programa de lectura. Dijo que tenía miedo de que lo separaran nuevamente de su madre. La situación me movió a hablar con su mamá, pensando que probablemente fuera ella quien, con sobrada razón, no consintiera el viaje. Esto respondió ella:
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«Cuando yo quedé embarazada, su papá me dejó y mis papás tenían tanta pobreza. Yo, aunque ellos no me reprocharon nada, sabía que no había comida para todos. Busqué trabajo en Cobán, pero nadie me daba porque estaba yo en estado [es decir, embarazada]. Después de unos días me recibió una doña. Como yo no conocía, me llevó a una casa donde no tenía oficio ni quehacer. Para que mi niño naciera bien, me decía. No pude venir [a casa] en ese tiempo. Me llevaba al doctor. Carlitos nació en el hospital nacional. Cuando nos dieron salida, me llegó a traer, pero mucho se tardaron en arreglar la papelería. Me dijo que iba a enviar un taxi por mí y se fue. Al salir, el taxista me ayudó y me entregó una receta de una medicina que él dijo que le mandaron a mi nene, pero yo no lo miraba enfermo. El taxista estacionó en una calle, me dio dinero para comprar la medicina y, como estaba lloviendo, me dijo que dejara al bebé en el taxi. Entré a la farmacia. Cuando salí, ya no estaban. Yo no sabía ni dónde quedaba la casa. En mi desesperación, no sabía qué hacer. Como era patojita, no podía hablar de tanto llanto. Lo busqué. Pregunté cómo hacer porque no sé leer. No descansé. Puse una denuncia. Primero pagué licenciado, pero después, con los datos que sabía, me dijeron que podían agarrar a la señora. Un día la señora me llamó y me dijo que al nene lo tenían hospitalizado porque estaba grave. [Me pidió] que le firmara unos documentos para operarlo. Los detectives dijeron que me hiciera como que le creía. Cuando me llevó los papeles, la agarraron. Tardé siete años en que me lo regresaran. Desde que lo recuperé, él no me quiere dejar. Es el más amoroso de mis hijos, el que más está pendiente de mí. El llora mucho en las noches porque dice que siente lástima por sus papás gringos, y yo solo lo abrazo y lloro con él».
En efecto, Carlitos dice que sus papás gringos seguramente están tristes y que le dan lástima porque que él no se quiere regresar. «Yo siento en mi corazón que mi mero lugar es con mi mamá y mis abuelos que no conocía, aunque no tenga tantos juguetes».
Las adopciones irregulares destruyen familias. Rompen lazos afectivos importantes para el desarrollo psicológico de los pequeños. La justicia de nuestro país no es accesible para las personas más vulnerables. El sistema está corrompido al punto de que encontramos jueces, altos funcionarios y aspirantes a la presidencia enrollados en el tema de las adopciones irregulares que permanecen en la impunidad. En esta temporada de tanto descaro político, el peor daño que podemos hacerle a la sociedad es querer ver con ligereza estos actos perniciosos arguyendo una mejor calidad de vida para los niños.
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