Nunca en la historia de la humanidad habían existido tantas personas que supieran leer y escribir. Sin embargo, grande es también el número de personas que no comprende lo leído. Por eso la importancia de eventos como la Filgua 2019, la Feria Internacional del Libro en Guatemala, un evento anual necesario en un país de pocos escritores y lectores. A veces, un poco en broma, dicen: «Hay más escritores que lectores». Hay dos ferias mundiales del libro importantes: la de Guadalajara, México, y la de Berlín, Alemania. Son para cosas distintas. La de Alemania es para editores, para grandes corporaciones editoriales. La de Guadalajara es para escritores y lectores, un centro de reunión de lectores con escritores. Encuentros entre lectores, como sucede en Guatemala con la Filgua. ¿Cómo se hace un lector? Desde luego, hay mil caminos. Grandes escritores cuentan que empezaron en bibliotecas de abuelos, por la diversidad y cantidad de libros, sobre todo en épocas en las que no había bibliotecas públicas. Este camino de libros disponibles no es para todos los lectores porque se requiere un guía, tutor, maestro, abuelo o padre que lo oriente. En mi caso, mi padre siempre tuvo bibliotecas, en plural, porque con los exilios políticos hubo que quemarlas, como en época de Carlos Castillo Armas. Luego, volver hacerlas en México, traerlas de regreso a Guatemala, y así sucesivamente en cada exilio. Mi padre fue un ser humano excepcional. De niño, en Cuilapa, Santa Rosa, no había muchas oportunidades de estudiar. Aprendió a leer y consiguió un diccionario, que cargaba todo el tiempo bajo el brazo, siendo un niño de ocho años. Sus amigos lo recuerdan con el diccionario y espetando palabras nuevas, que nadie entendía. Cuando fue maestro y padre, a nosotros, los hermanos, en la primaria quizá, nos asignaba lecturas de obras apropiadas, como las de Julio Verne. Era prohibido leer chistes o cómics, los cuales escondíamos bajo el colchón. Leíamos los chistes de El Imparcial. En primero básico, un profesor maya quiché, en el INVO de Quetzaltenango, me dio a leer un libro que me impactó toda la vida: Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán, de Stephens. Cuando inicié la carrera universitaria en México, leí desesperadamente lo que había que leer. Pero lo hacía a toda máquina, cumpliendo con lecturas de la época, sin entender cabalmente todo o nada. Así leí Cien caños de soledad, de Gabriel García Márquez, El lobo estepario, El capital (dos tomos), etc. Mario Vargas Llosa, Pablo Neruda, etc. Algunos autores cautivan. Otros adormecen. O quizá no está uno listo para ellos. Mi padre, un lector empedernido, fue mi gran guía. Me orientó sobre qué leer, cómo, en qué orden, la interpretación literaria, etc. De la misma manera lo hicieron profesores, amigos, novias, parejas, hermanos y tíos. La constelación de personas que han participado en la vida de lector de una persona es grande.
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Mi trabajo de profesor de licenciatura y luego de maestrías y doctorados, en México y en Guatemala, en universidades públicas y privadas, me permitió orientar a los estudiantes en cuanto a lecturas para toda la vida. Los que leyeron lo agradecen. Los que no leyeron aún no saben lo que se perdieron. Alan Bennett, en su libro Una lectora nada común, destaca que, después de años de lectura, de lector empedernido, el paso obligado es escribir. No es la regla: hay escritores que no son lectores y viceversa. Un producto de las lecturas es el enriquecimiento del lenguaje, de la expresión y de la narración. Mis estudiantes solían decirme, especialmente los de Agronomía, que yo hablaba difícil. Al preguntar por qué, me contestaban que no me entendían. ¿Qué era lo que no entendían? Palabras, frases, oraciones, uso de figuras literarias, pronunciación, etc. La mayoría de los profesores hablaban como ellos. Era más fácil hacer eso. Pero los estudiantes no veían la diferencia entre seguir en sus pueblos y venir a la universidad. Imaginen leer en otros idiomas. Cuando se aprende un segundo o tercer idioma, hay que practicarlos leyendo, viendo televisión en esos idiomas, viendo películas y, desde luego, viajando y hablando.
En el mundo de la lectura, las personas tienen dos caminos: a) convertirse en una especie en extinción o b) ser un lector empedernido. Desde luego, habrá miles de puntos intermedios.
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Dicen los escritores de renombre: «Cuando un libro no prende desde el principio, ¡déjalo!». Un libro debe atraer desde las primeras páginas. Por otro lado, escritores como Mario Vargas Llosa, Fernando Savater y otros indican que, al hacerse viejos, leen poco o nada. Se dedican a releer, especialmente aquellos libros marcados. Sobre marcar un libro existe una gran discusión. Unas personas quieren tenerlos inmaculados, sin un doblez, una raya, una marca, como nuevos, recién salidos de la librería. Por otro lado están los que dicen que los libros deben estrujarse, ensuciarse, marcarse, que incluso se les deben arrancar las páginas con las que uno no está de acuerdo, o llevar con uno esas páginas que lo han impresionado y le han cambiado la vida. No todos los libros poseen el mismo embrujo ni la misma cualidad. Cada quien ve en un libro fantasías que otro lector no alcanza a ver. Lo mejor de todo, experimentar en cabeza propia, no en ajena. ¡Bienvenida la Feria Internacional del Libro en Guatemala!
Me han sucedido anécdotas interesantes e inexplicables, como, por ejemplo, comprar dos o tres veces el mismo libro. Desde luego, los tengo en lugares diferentes. Eso me ha valido que los he leído todos y, lo peor del caso, que los he subrayado y marcado. No en los mismos lugares, afortunadamente. Un lector siempre compra libros de más esperando tener tiempo más adelante para leer las novedades, los libros faltantes, los recomendados, etc. A veces ese tiempo nunca llega y el lector se muere sin haber sacado la tarea. Pero así es la vida.
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