Llevo varias semanas pensando en las palabras y nosotros. Cuánto de nosotros está en este ejercicio cotidiano y tremendamente sofisticado del habla, de la escritura, del canto. Cuánto de nuestras vidas se decanta tecla a tecla, sonido a sonido, imagen a imagen. Mi cita favorita de la escritura es sin duda del bellísimo Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes “Saber que no se escribe para el otro, saber que esas cosas que voy a escribir no me harán jamás amar por quien amo, saber que la escritura no compensa nada, no sublima nada, que es precisamente ahí donde no estás: tal es el comienzo de la escritura”. Y es el plural el que me hace escribir este texto, es ese nosotros y el hecho de sentir cuánto debió de pasar previo a este instante, en términos de desarrollo de lenguaje, para escribir la palabra "lenguaje" y que nos pusiéramos todos de acuerdo en sentir el mismo asombro, lo que sucedió para escribir la palabra "amor" la palabra "noche" y saber que tienen más que ver con la piel de este segundo que con los diccionarios. El plural.
Hace varias semanas me distancié de las redes sociales, pasé 8 años conectado al twitter, por ejemplo, y aquello me llevó a conocer personas maravillosas que jamás hubiera conocido, nos acercó entre viejos conocidos, entre nuevos viejos amigotes, afortunado de mí he recibido memorables y poéticos momentos desde aquel reino de las palabras, los ciento y pico caracteres de muchos años han sido uno de los libros en el que más he disfrutado participar. Y sin embargo, he echado de menos aquello del tiempo que guardan las palabras: es impresionante la cantidad de texto que generamos en este presente alucinante que vivimos, ya ni hace falta buscar la fuente que confirma que, efectivamente, es el momento más letrado de la historia de la humanidad, y no, no quiero hablar del vacío de ese contenido, o de la interpretación ideológica de sus victorias y fracasos, quiero hablar del tiempo nada más, quiero hablar del cuidado nada más, hablar de ese pequeño gesto de las palabras en nuestros cuerpos: sentarnos a escribirle a alguien, a escribir con alguien.
No temo equivocarme si digo que la poca correspondencia que surge en términos íntimos entre nosotros se limita a cartas aclaratorias, a cartas de despedida en el mejor de los casos, el clásico "ya no hablamos más pero le mandé un mail hace unos días". Y todo bien con eso, muchas veces las cartas están más cerca de una ceremonia que de una conversación, porque al fin, eso es lo que son, la ceremonia de honra del que escribe al que lee.
Con frecuencia vuelvo a esta columna del sensei Llorca (http://www.plazapublica.com.gt/content/palabras-de-poder-si-las-cabras-h...) hablando "sobre considerar" al otro
"Porque eso de considerar es importante, es abarcar al otro dentro de la propia mente y tomar en cuenta todas sus dimensiones. Su pasado y su presente (su ya estuvo y su aún no vino), sus defectos y sus virtudes, todo." Decía el máster.
Y considerar es también corresponder, siento. Y corresponder es el principio de la escritura, aquel acto de buena voluntad para comunicarnos (Lacan creo que es este), pero más allá, la necesidad de tocarnos en la distancia, la urgencia de saber cómo estás a la vez que la urgencia de saber que me importás, que sé de vos o que trato de saberlo. Y si bien el whatsapp hace lo suyo, el skype hace lo suyo, el mismo facebook y tus cuarenta mil fotos de instagram nos cuentan de vos, hace falta sentarse a escribir, y no sé muy bien por qué haga falta hacerlo, pero es urgente, aunque tenga razón Barthes que sea ahí justo donde no estás. Y quizá esa sea la importancia, sentarse a escribir, tomar el tiempo para dedicarte una palabras organizadas, sentidas, sonreídas, llorosas, mocosas, da igual, sentarnos uno a escribir, otro a leer, y luego el otro a escribir, mientras el otro espera y espera y luego lee, aquello habla de la humanidad como solo algunos dibujos en la arena saben hacerlo. Quizás unas palabras sean el mejor regalo que nos podemos dar en estos últimos días del año, pero bueno, a mí también me vendría bien un reloj.
supongo que este post entonces debería terminar
con amor,
Julio
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