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Dalton: Correspondencia clandestina (1973-1975)

Según esta correspondencia, Dalton habría entrado a El Salvador no el 24 de diciembre, como se asegura en varios textos, sino desde principios del mes. Quizá este sería un detalle sin importancia si no fuera porque evidencia la falta de confiabilidad que merecen aquellos que estuvieron con Dalton en la clandestinidad y fueron parte de la trama que culminó con su asesinato.
Los preparativos de esas coartadas, sin embargo, no sirvieron de nada: Dalton regresa de México a El Salvador a incorporarse a su trabajo clandestino sin que el viaje de las «señoras madres» María y Carmen se haya producido. Algo, que no está registrado en las cartas, ha fallado.
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Dalton: Correspondencia clandestina (1973-1975)

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Publicamos la primera parte de un ensayo del escritor Horacio Castellanos Moya sobre la correspondencia entre el poeta salvadoreño Roque Dalton y su ex cónyuge Aída Cañas en los años finales de la vida del poeta. La investigación para este ensayo –que consta de cuatro partes– ha sido realizada gracias al apoyo de la Old Gold Fellowship de la Universidad de Iowa y a la colaboración de los herederos del poeta.

Las cartas las encontré por casualidad en los archivos de la familia Dalton. Yo había viajado desde Iowa City hasta San Salvador con un objetivo preciso: Juan José y Jorge, los hijos y herederos del poeta Roque Dalton, me habían autorizado a revisar los archivos de la familia en los que yo esperaba encontrar la primera versión y los cuadernos de notas del último capítulo de la novela Pobrecito poeta que era yo (Educa, Costa Rica, octubre de 1976), publicada dieciséis meses después de que el poeta fuera asesinado por sus compañeros guerrilleros en San Salvador acusado de traición. El último capítulo de la novela, titulado «José. La luz del túnel», relata los cincuenta y un días de cautiverio de Dalton en manos del ejército salvadoreño, que lo secuestró como parte de una vasta operación lanzada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense en septiembre y octubre de 1964 para desactivar y, de ser posible, reclutar las redes del espionaje cubano en varios países centroamericanos, México y República Dominicana. Dalton relata los interrogatorios a los que fue sometido por un agente de inteligencia estadounidense, quien le proponía convertirse en doble agente y que, ante la negativa del poeta a colaborar, le advirtió que no tendría una muerte heroica sino la de un traidor, tal como sucedió once años más tarde. El poeta tuvo la suerte de poder escapar de ese secuestro por circunstancias fortuitas, narradas en la novela. Mi propósito era encontrar el manuscrito original de ese capítulo[1] para compararlo con la versión final publicada en el libro y con los cables desclasificados de la CIA de ese periodo[2]. No tuve suerte: encontré versiones originales de los demás capítulos de la novela[3], pero no de ese último. En vez de ello, además de hacerme una idea de la dimensión de los archivos conservados por la familia Dalton, descubrí la carpeta con las cartas.

Los poetas Heberto Padilla y Roque Dalton en La Habana.

Era una carpeta muy delgada, sin ningún distintivo, título o marca. En su interior había dieciséis cartas: algunas de ellas eran originales y otras copias en papel carbón, deterioradas por el tiempo. Las primeras tres, firmadas por Roque, estaban destinadas a su ex esposa Aída Cañas, a su madre María García, y a Frank, el nuevo compañero de Aída; aunque carecían de lugar de remisión, estaban fechadas en 1973 (24 de junio, 18 de agosto y 20 de octubre, respectivamente) y por lo tanto pertenecían al periodo (de abril a diciembre de 1973) en que Dalton había hecho creer que residía en Vietnam. A esa altura yo ya sabía que el tal viaje al país del sudeste asiático había sido una estratagema, y que en verdad en esos meses él nunca salió de Cuba, sino que permaneció confinado quién sabe en qué casa de seguridad o campo de entrenamiento[4], en espera de la luz verde para su ingreso clandestino a El Salvador a incorporarse en la guerrilla. La estratagema fue de tal envergadura que su compañera cubana de entonces (la actriz y directora teatral Miriam Lazcano), y sus amigos escritores y editores estaban convencidos de que Dalton se encontraba en Vietnam, y hasta el mismo Julio Cortázar se refiere en su necrológica sobre Dalton «a la última carta que recibí de él, fechada en Hanoi el 15 de agosto de 1973, pero llegada a mis manos muchísimo después por razones que nunca sabré»[5]. Leí las tres cartas, pues, con mucho interés y comprobé que la única que estaba en «la humedad del secreto» era su ex esposa Aída, en tanto que a los otros dos corresponsales les decía que estaba del otro lado del mundo.

Pero fueron las siguientes trece cartas las que causaron mi azoro: nueve eran dirigidas a Ana y firmadas por Miguel; las otras cuatro eran respuestas de Ana a Miguel. Y estaban fechadas entre diciembre de 1973 y enero de 1975, ¡el periodo en que Dalton vivió como combatiente clandestino en El Salvador!

 

La historia que se ha venido contando hasta ahora es la siguiente: Dalton habría ingresado clandestinamente a El Salvador el 24 de diciembre de 1973, por el aeropuerto de Ilopango, con un pasaporte falso a nombre de Julio Delfos Marín (o «Dreyfus», según otra versión, que ve en ese apellido una premonición de lo que a su portador le acontecería), y con su rostro modificado por una cirugía facial que le habría hecho en Cuba el mismo equipo médico que alteró el rostro del Ché Guevara antes de su aventura boliviana[6]. Esa historia dice que Dalton se incorporó al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en calidad de asesor de su dirección, que permaneció 15 meses en El Salvador (desde su ingreso en diciembre hasta su asesinato el 10 de mayo de 1975), que participó en pocas acciones armadas[7], sus contribuciones fueron más en el ámbito político e ideológico y que fue precisamente por una discusión política que sus propios camaradas lo asesinaron bajo la acusación primero, de ser agente cubano, y luego, de ser agente de la CIA. Esa es la historia que se ha venido contando. La correspondencia entre Miguel (Roque) y Ana (Aída) aporta, empero, nuevas aristas y meandros a lo que se conoce de ese periodo de la vida del poeta.

 

«Querida Ana: Bueno, aquí te va mi primer saludo desde la nueva casa. Todos estamos bien y las cosas mejor de las (sic) que esperaba. Ya estoy trabajando a pesar de mi salud, creo que con atender al médico todo irá bien. He pensado mucho en Uds. y deseo estén de lo mejor. Diles a Rafaelito, Jaimito y Julito que los recuerdo mucho y que espero que sigan bien portados y estudiosos. A Mónica reitérale mi cariño…». Esto dice la primera carta enviada por Miguel, escrita a máquina y fechada el 11 de diciembre de 1973. Seis días más tarde, en una carta manuscrita, dice: «Querida Ana: Te escribo para enviarte un par de recordatorios que se me quedaron en el tintero. Primero es que cuando te escriba las menciones y cosas para mi amiga será para “Mónica”…».

Según esta correspondencia, Dalton habría entrado a El Salvador no el 24 de diciembre, como se asegura en varios textos, sino desde principios del mes. Quizá este sería un detalle sin importancia si no fuera porque evidencia la falta de confiabilidad que merecen aquellos que estuvieron con Dalton en la clandestinidad y fueron parte de la trama que culminó con su asesinato[8].

Aída Cañas.

Las trece cartas están escritas en clave, pero no con una criptografía especializada. En su tercera carta, del 28 de diciembre de 1973, refiriéndose a sus primeras impresiones sobre el trabajo del ERP, Miguel le dice a Ana: «Puedo darte la seguridad de que se trata de un negocio serio, de gente responsable. Me he dado cuenta de que la empresa, aunque no es millonaria, tiene solvencia moral y económica y vale la pena invertir en ella esfuerzo, dinero y confianza, ya que los trabajadores y ejecutivos que en ella trabajan no son irresponsables y engañadores, que no le andan ofreciendo empleo a cualquiera. Las ganancias vendrán luego y hay que ver el porvenir con esperanza. Los seguros de vida y los demás son ramas delicadas, pero con una casa de experiencia y sobre todo de principios morales vale la pena hacer el esfuerzo».

No se necesita ser muy sagaz para entender lo que Dalton le cuenta aquí a Aída, quien permanece todo ese tiempo en La Habana a cargo de sus tres hijos. La clave es la mínima que debe utilizar un combatiente clandestino en su correspondencia (el uso de seudónimos y el enmascaramiento de situaciones, básicamente) cuando ésta no pasará por las oficinas del correo sino que será entregada en mano. Unas cartas de Dalton le llegaron a Aída a La Habana a través de militantes del ERP que visitaban la isla; otras seguramente gracias a operadores de inteligencia cubanos que las traían desde México.

Los seudónimos utilizados por Dalton parecen haber sido escogidos al azar, sin ninguna connotación especial. Si él es Miguel y Aída Ana, los tres hijos adolescentes de ambos son Rafaelito (Roque Antonio), Jaimito (Juan José) y Julito (Jorge); la compañera que Dalton dejó en La Habana, Miriam Lezcano, es Mónica. Cuando menciona a su madre –María, tan importante en la vida del poeta, como se verá más adelante– se refiere a «mi señora». Otros personajes, como los editores del poeta en Costa Rica, México y Cuba, apenas son enmascarados. Y cuando menciona a su entorno político lo llama por el seudónimo que cada quien utilizaba en ese período.

La primera carta: 11 de diciembre de 1973. © Archivo familia Dalton.

Para un revolucionario el paso a la clandestinidad tiene matices de iniciación, tanto por la renuncia a la vieja vida como por la aventura desconocida a la que se entra. Se trata de convertirse en otra persona, de desprenderse del pasado, de aquello que lo pueda hacer reconocible a los ojos del enemigo: debe cambiar de nombre, apariencia, costumbres, rutinas y en especial la forma de asumirse a sí mismo. Ya no es quien antes era sino uno nuevo, inventado.

Dalton parece haber cumplido con este ritual. Lo que había sido quedaba en Cuba: el poeta bohemio, el polemista radical, el borracho provocador, el mujeriego, el escritor torrencial. Ahora se convirtió en otro, en el compañero Julio, quien debía asumir los valores y la vida rigurosa de un combatiente clandestino, una vida que habría consistido en pasar buena parte del tiempo encerrado, asistir a reuniones con cuadros de suma confianza, escribir documentos, y participar en entrenamientos y cursos políticos –una rutina bastante aburrida para alguien con el talante de Dalton. En su caso, ciertamente, cada salida a la calle implicaba una aventura, una segregación de adrenalina, porque no le cabían dudas de que si el ejército lo detectaba, difícilmente saldría con vida. Sin embargo, la poesía que escribió en ese periodo (publicada póstumamente bajo el título de Poemas clandestinos y firmada por cuatro heterónimos) carece de anécdotas personales, tan comunes en su obra anterior, y hasta donde se sabe, tampoco escribió ningún texto narrativo en esos meses, como si hubiese querido evitar la menor posibilidad de ser reconocido en un escrito que cayese en manos de sus enemigos.

Las cartas de Miguel a Ana también carecen de anécdotas, pero revelan que esa metamorfosis exterior a la que se sometió Dalton, ese cambio en sus rutinas, apariencia y conducta, no lo liberó de las preocupaciones fundamentales que habían marcado su vida hasta ese momento, y que la seguirían marcando en la clandestinidad, ni de su particular forma de ser.

 

Dije que en enero de 2013 viajé a San Salvador con el propósito de buscar en el archivo de la familia Dalton el manuscrito del último capítulo de la única novela del poeta, que mi búsqueda fue infructuosa pero que en vez de ello encontré por casualidad el fólder con las cartas enviadas por Dalton a su ex esposa desde la clandestinidad. Lo que no dije es que, también por casualidad, Aída Cañas, quien aún vivía en La Habana, se encontraba de visita en la casa donde estaban guardados los archivos. Yo no sabía que ella estaría ahí, y me enteré la noche anterior gracias a uno de sus hijos. Por supuesto que yo tenía alguna información sobre ella y su historia con Dalton, pero solo la había visto en fotos. A la mañana siguiente, antes de encerrarme en la habitación donde se conservaban los archivos, Jorge me presentó a su madre, una mujer bastante bien conservada, que aparentaba menos de los setenta y nueve años que tenía. Fue gracias a ella, a las dos largas conversaciones de sobremesa que sostuvimos, que pude entender varios de los asuntos tratados en las cartas que acababa de descubrir y de los que ella había sido protagonista.

 

Aída y Roque se casaron el sábado 26 de julio de 1955; ella tenía veintidós años y él veinte. Se habían conocido en el barrio San Miguelito, en San Salvador, donde Roque creció y donde residía una tía abuela de Aída, a quien ésta visitaba con frecuencia. Tres meses después de la boda nació su primer hijo. Dalton estudiaba derecho en la Universidad de El Salvador; Aída se dedicaba a labores de ama de casa. Vivían en un apartamento en la parte trasera de la casa de la madre de Roque, María, ubicada en la esquina de la calle 5 de Noviembre y la Segunda Avenida Norte del mencionado barrio San Miguelito y donde ella tenía una tienda llamada La Royal. En los primeros días de junio de 1957, Dalton partió hacia Moscú para participar en el Festival de la Juventud y los Estudiantes; regresó en la tercera semana de octubre, cuatro meses y medio después, periodo en el que Aída sobrevivió, ya con dos niños, gracias a la ayuda de las familias de ambos. Unas semanas después de su regreso, antes de que terminara el año, el dirigente obrero Salvador Cayetano Carpio llegó al apartamento de San Miguelito a comunicarle oficialmente a Dalton que su solicitud de ingreso al Partido Comunista Salvadoreño (PCS) había sido aprobada; Aída les preparó un caldo de pollo para que celebraran. Pronto Dalton comenzaría a trabajar como periodista y también a sufrir las consecuencias de su vida de militante. Su primera estadía en la cárcel comienza el 16 de diciembre de 1959, cuando el gobierno militar lo acusó de desórdenes callejeros; un año más tarde, el 8 de octubre,  Dalton fue llevado de nuevo a la cárcel «reclamado por tribunales militares por delitos de rebelión y sedición»: se había escondido en una finca cerca de Zacatecoluca, propiedad de un familiar de Aída, donde los militares los capturaron a ambos: en la foto del periódico aparece Aída, con una expresión impasible en el rostro, junto a su marido[9]. A partir de ese periodo, la vida de Dalton estuvo marcada por persecuciones, cárceles, exilios en México y Cuba, expulsiones a los vecinos países centroamericanos, y los cincuenta y un días de secuestro que mencioné al principio; en tanto que la vida de Aída estuvo marcada por la zozobra en su apartamento vigilado por la policía, las visitas a autoridades judiciales y la presentación de habeas corpus para indagar por el destino de su marido, y la sobrevivencia con sus tres niños gracias al apoyo de  su familia y de María. Luego del secuestro y la huida a finales de 1964, Dalton pudo finalmente instalarse en Praga en mayo de 1965; Aída lo alcanzó con los chicos en agosto. Vivieron con cierta estabilidad un poco más de dos años en la capital checa, donde Dalton era representante del PCS ante la Revista Internacional. Pero el periplo no había terminado. A finales de 1967, la familia se instaló en Cuba, donde Aída se quedaría a vivir para siempre. A esta altura la relación con Dalton había tocado fondo: se divorciaron a mediados de 1972. Dalton comenzó una nueva relación con Miriam Lezcano y Aída con Manuel Terrero, quien es mencionado en las cartas como Frank o Francisco, un exmilitar dominicano que peleó contra la invasión de tropas estadounidenses a su país y luego se exilió en Cuba[10].

 

Pese al divorcio y a las nuevas relaciones sentimentales de ambos, Aída continuó siendo la mujer esencial en la vida de Dalton: la corresponsal, la confidente, la amiga, la secretaria y gestora de su obra, la única que en verdad sabía (aparte de sus jefes en las estructuras clandestinas) dónde él se encontraba, hasta que la noticia de su asesinato le explotó en las narices.

La segunda carta: 17 de diciembre de 1973. © Archivo familia Dalton.

Pero dejemos que sea Dalton quien cuente los motivos y el significado de su divorcio de Aída, y que se lo cuente precisamente a María, su madre, en la carta enviada el 15 de agosto de 1973 desde Cuba, pero que él escribe como si estuviese en Vietnam: «Como le explicaba en una carta o en más de una carta, Aída y yo decidimos divorciarnos y lo hicimos hace ya más de un año, pero siempre conservando una cordial amistad, el cuidado mutuo por nuestros problemas y sobre todo la atención común con los niños. Creo que el divorcio fue mucho mejor para los dos y así lo piensa también Aída. El divorcio no se hizo por razones de enojo, por falta de respeto, o por falta de compañerismo, sino porque la relación se había agotado, una cosa que suele pasarle a la gente y que hay que saberla ver con franqueza y era peor forzar las cosas. Los niños ya grandes y formados con bastante seriedad por el ambiente en que han vivido en los últimos años lo entendieron todo muy bien, sin traumas ni nada por el estilo. Incluso antes de dar el paso legal, lo consultamos con ellos y ellos estuvieron de acuerdo. Además, por la forma en que vivimos, aquí en este caso no hay lo de la mujer abandonada a su suerte pues la sociedad tiene un lugar para toda persona honrada que trabaje. Yo no tengo absolutamente nada que reprochar a Aída, al contrario nunca podría pagarle los años de nuestra vida en común en que fue una compañera ejemplar y abnegada, la cual cualquier hombre honesto y serio podría buscar. Mucho de lo que pude hacer fue por su ayuda y lo que son los niños ahora, también se le debe en gran parte a su dedicación. Lo que pasa es que la vida es compleja y uno aprende a ver con otros ojos las cosas y tiene otros criterios respecto a las relaciones humanas y por ejemplo no le da ya carácter de tragedia a una situación que un divorcio mejoraría. En el caso de nosotros fue así y ya ha pasado el tiempo y todo el mundo contento. Aída, los niños y yo. Incluso Aída me ayuda en mis necesidades editoriales, hace trabajo de oficina cuando hay necesidad de copias de mis libros, etc. Y yo siempre, aunque esté como ahora lejos y viajando, me mantengo al tanto de ella y los niños y siento la misma responsabilidad que si siguiéramos casados. Al fin y al cabo ellos salieron de su tierra y de su familia para seguirme a mí y yo no sería capaz jamás de desentenderme de ellos».

Que un hombre como Dalton, a sus 38 años de edad, con tantas cárceles y exilios a sus espaldas, que se definía como revolucionario y en esos momentos estaba siendo adiestrado para meterse de cabeza en la guerra de guerrillas, estuviese preocupado por lo que su madre pensara de su divorcio, pudiese parecer a primera vista extraño, fuera de lugar; que alguien que estaba dejando atrás su viejo mundo para entrar en la aventura del «hombre nuevo» estuviese empeñado en convencer a su madre de las bondades de su divorcio podría parecer una estratagema destinada a distraer a sus enemigos militares en caso de que la carta cayese en sus manos. Pero no, no era una estratagema: María, su madre, fue para Dalton una de esas preocupaciones que lo siguieron siempre, pese a su cambio de vida.

 

Dalton fue hijo único e ilegítimo. Su madre, María García Medrano, era una enfermera salvadoreña; su padre, Winnall Agustín Dalton, era un estadounidense originario de Tucson, Arizona, que llegó a Centroamérica tras un riesgoso periplo a través de México, luego de que él y su hermano se birlaran los 25 mil dólares que Pancho Villa les habría dado para la compra de armas. Winall recaló en El Salvador, donde se casó con una rica terrateniente y enseguida se posicionó entre las familias más pudientes del país. Pero nunca perdió su temperamento fogoso: tras una escaramuza a tiros por un pleito de faldas con otro millonario, Benjamín Bloom, Winnall llegó herido de bala en la pierna al hospital, donde lo atendió la enfermera García Medrano. Hubo un amorío, quizá fugaz, entre el gringo rico y la enfermera pobre del que meses más tarde nació –a las 13:14 horas del 14 de mayo de 1935– Roque Antonio García. Y ese fue su nombre, con el que creció junto a su madre (y una empleada llamada Pille) en el barrio San Miguelito, con el que estudió la primaria y se graduó de bachiller, Roque Antonio García, hasta que su padre lo legitimó y adoptó el apellido paterno, cuando el muchacho tenía 17 años y se disponía a partir hacia Chile a estudiar Derecho. Su padre fue eso: una referencia, alguien con quien nunca compartió techo ni vida diaria, al que frecuentó poco, quien le pagó los mejores colegios y el viaje de estudios a Chile, pero que vivía en otro mundo con su familia legítima, el mundo de los ricos[11].

La tercera carta, del Día de los Inocentes de 1973. © Archivo familia Dalton.

El mundo de Roque era María.

Por eso no es de extrañar que la mayor parte de la correspondencia que se conserva de Dalton sea la que dirigió a su madre durante sus viajes y sus exilios (y que ella conservó como un preciado tesoro); por eso tampoco es de extrañar que en el último periodo de su vida, cuando se convirtió en el guerrillero clandestino, su madre permaneciera como una preocupación permanente: en cada una de las nueve cartas que Miguel le envía a Ana se refiere a María, y en específico al viaje que ésta se proponía hacer a La Habana para visitar a su hijo, su nuera y a sus nietos.

En la primera carta, del 11 de diciembre de 1973, apenas llegado a El Salvador, Dalton escribe: «Hemos estado examinando el asunto de las dos señoras y creo que no habrá problema. Creo que debes írselos planteando en la forma en que quedamos, pues así se ahorra tiempo y si al final surgiera un obstáculo insuperable, que no creo, pues se rectificaría. Lo único que será a fines de mes con la segunda gente que llegará que te haré saber la forma en que se debería tratar mi asunto con mi señora». Las dos señoras son María y Carmen, la madre de Aída, es decir, las abuelas de los niños. La «segunda gente» a la que se refiere es una militante del ERP que pronto viajaría a La Habana y con quien enviaría instrucciones para el viaje.

Seis días más tarde, el 17 de diciembre, en carta manuscrita, Miguel vuelve al tema: «Segundo es que si al final marcha el viaje de las señoras, que lo que deben hacer es, ya con la visa de ida y vuelta de los mexicanos, presentarse donde Ángel y decir que se trata de mi madre y mi suegra o mamá tuya, etc. Y ya. Los compañeros les colocarán la visa rápido». Y en la carta del 28 de diciembre, le insiste a Ana: «Te ruego le pongas particular empeño al caso de mi señora, sobre todo para saber si eso camina a la mayor brevedad, para saber a qué atenerme y ver que si la decisión sale en el sentido en que te mando a decir, podamos poner de nuestra parte». Y añade una postdata: «No sé si se lo dejé claro a mi prima pero por supuesto que lo de mi señora deberás comunicárselo a los patrones para que estén al tanto. Asimismo creo que quedó claro que los pasajes de buses a partir de la ciudad de México o sea lo que tenemos que pagar en dólares, nos lo proporcionarían ellos, como hicimos siempre. Si para el regreso hubiera dificultades hay que resolver frente a la realidad, si hay dinero o no, etc. Aunque en todo caso ya veremos cómo se resolvería si hay dificultades». La «prima» es la militante que ha viajado a La Habana, los «patrones» son sus enlaces cubanos y cuando habla de pasajes de buses debe entenderse boletos de avión.

María ya había visitado Cuba una vez. Lo más probable es que haya llegado para las navidades de 1968 –tenía casi cuatro años de no ver a su hijo, nuera y nietos, desde que estos partieron hacia el exilio en Praga en 1965­–, y que haya permanecido poco más de tres meses en la isla, hasta el 8 de abril de 1969, cuando regresó a El Salvador[12]. A mediados del año siguiente, María pudo encontrarse de nuevo con Aída y sus nietos: pero en esa ocasión estos viajaron desde La Habana a San Salvador gracias a un salvoconducto especial[13]; Dalton, por supuesto, no iba con ellos. Hacia diciembre de 1973, cuando este ingresó a la clandestinidad en San Salvador, hacía más de cuatro años que no se encontraba con su madre. ¿La buscaría, ahora que estaban en la misma ciudad, o se mantendría alejado por las estrictas normas de seguridad?

 

En la correspondencia entre Miguel y Ana hay un salto o un vacío: Miguel envía tres cartas en diciembre de 1973, pero la siguiente está fechada en San Salvador hasta el 22 de mayo de 1974 (al pie de la hoja está manuscrito entre paréntesis lo siguiente: «recibida el 13 de junio de 1974»). ¿Qué sucedió en esos casi cinco meses? ¿Hubo otras cartas que se extraviaron y nunca llegaron a su destinataria en La Habana? ¿O Dalton se dedicó a ganarse la calle como combatiente clandestino, metido de cabeza en el trabajo conspirativo, y decidió olvidarse por unos meses de su vieja vida? Pareciera que sucedió esto último, que el tiempo corrió de manera precipitada para quien vivía una nueva cotidianidad, pues en la misiva del 28 de diciembre le había dicho a Ana: «A la par te mando una cartita para Mónica»; y en la del 22 de mayo se refiere a ello: «Espero que habrás recibido carta anterior en que te adjuntaba también una nota para Mónica»[14].

 

Así comienza la carta del 22 de mayo:

            «Querida Ana:

           «Antes que nada un saludo para ti, para tu esposo y para los tres muchachos. Siempre se les recuerda con el mayor cariño. Y si se les escribe poco es por las circunstancias que comprenderán.

           «Yo estoy bien, trabajando mucho y ampliando las posibilidades de la empresa lo más posible.

           «Voy a puntualizarte los asuntos de mayor urgencia:

          «1.- Hablé con mi señora. Ella estaría dispuesta a hacer el viaje de todas maneras pero consideramos que lo mejor sería que fuera entre septiembre y octubre por razones de clima y más desahogo de huéspedes en esa. Lo más probable es que viajaría también la otra señora de tu familia y por ello se lograría una gestión para obviar las dificultades del regreso por la vía más cómoda».

Leer ese «hablé con mi señora» me cimbró. ¿Cómo habló con ella, personalmente o por teléfono? ¿Se atrevió a abordarla en la calle o llegó a la tienda La Royal haciéndose pasar por un cliente cualquiera, con su nuevo rostro y su nueva identidad, violando las más elementales normas de seguridad? ¿O la llamó desde un teléfono público haciéndole creer que la llamaba desde el extranjero? ¿No estaba el teléfono de María permanentemente intervenido por el régimen militar? Lo cierto es que habló con ella y que trataron el plan para una nueva visita de María a la Habana, en esta ocasión junto a la madre de Aída, Carmen.

El poeta y sus hijos: Juan José, Roque Antonio y Jorge, de izquierda a derecha.

En la siguiente carta, fechada el 10 de agosto, y que Aída no recibió sino hasta el 27 de noviembre, según la anotación manuscrita al pie de la misma, Miguel insiste en el tema: «Ahora voy a hablarte de lo referente al viaje de mi señora y su acompañante. La última noticia es que ya hablaron con el hermano de la acompañante[15] y éste prometió hacer todo cuanto esté a su alcance para que las dificultades se arreglen. Pero por lo que me dicen la cosa no marchará antes de Septiembre u Octubre. Es que la acompañante de mi señora ha estado considerando que eres tú la que tiene que avisarles que ya no hay problemas y que pueden ir. Yo le escribí a mi señora explicándole que el problema no está donde tú estás sino en la estación intermedia. Y esa carta mi señora se la enseñó al hermano de su acompañante y cree que ya entendieron cómo es la cosa (…) Ahora bien, deberás ir pensando en lo que habrá que hacer para tratar mis problemas con la acompañante. Se me ocurre que o le digas que yo esperé y como no llegaron nunca me fui de vuelta a mi trabajo o bien que mi señora me espere y la acompañante se regrese. Mi señora está muy bien y me estimula mucho, aunque de salud yo no la veo nada bien. Por cierto, quiero que le pidas a Chus de mi parte que si es posible les coloquen el ticket del bus desde el pueblo de Alberto y la Consuelo[16] hasta donde tú, como solíamos hacer, ya que el pisto no abunda y eso no les grava a ellos mucho (…) Mi señora por supuesto ya sabe cómo tratar con su acompañante mis problemas».

Si en mayo Miguel escribe que había hablado con su madre, en agosto dice que le ha escrito una carta, en la que le ha dado explicaciones sobre cómo resolver los problemas del próximo viaje a La Habana; también dice que doña María «está muy bien y lo estimula mucho», aunque enseguida aclara que «de salud yo no la veo nada bien». Los problemas a los que se refiere al final de la misiva se reducían a que Carmen, la madre de Aída, fuera a descubrir que Dalton estaba clandestino en El Salvador y se lo comentara a su hermano, el ex diputado del régimen militar.

 

La correspondencia entre Miguel y Ana da un vuelco a finales de agosto de 1974. Dalton ha salido de El Salvador por primera vez en nueve meses. La carta está fechada el 29 de agosto, escrita a mano, en tres hojas de papel membretado del Hotel Isabel (ubicado en la calle Isabel La Católica 63, en el centro de la Ciudad de México), con la agitación de quien acaba de salir a la luz luego de un encierro prolongado. Tras un efusivo saludo («Queridísima Ana: Queridísimos cipotes»), explica que está en México «por razones de trabajo», que «adelanta estas letras apresuradas para cosas urgentes», que pronto escribirá con largueza y que permanecerá en esa ciudad hasta el 15 de septiembre «y tal vez un poquito más». Pese a que la carta está suscrita por Miguel, Dalton se salta las convenciones de enmascaramiento y menciona sus libros y sus editores por sus nombres reales; también se refiere a «Jesús», el cubano que seguramente era el enlace con la embajada, gracias a quien la correspondencia correría por vía de la valija diplomática. Luego de pedir información sobre un problema entre Aída y militantes del ERP que llegaron a La Habana y sobre el estado de sus libros, Miguel retoma el tema del viaje a Cuba de su madre y de su ex suegra: «Con mi mamá quedamos en que yo te escribiría de aquí y que a tu vez tú le avisarías que yo ya regresé a La Habana. Ellas seguirán su trámite de viaje por México por las dudas. Si llegan la onda sería decirles que yo las esperé todo lo que pude y tuve que regresar a V.Nam. Te enviaré cartas para que se las entregues al llegar ella a La Habana y yo le escribiré desde aquí diciéndole que estoy en La Habana por unos días y que se apuren si quieren verme, etc. Sería bueno que hablaras por teléfono a tu mamá para ver cómo están las cosas y le dices que yo ya llegué allí o estoy por llegar (quizá mejor esto). Y así se entienden de una vez. Asimismo puedes pensar en la vía de Panamá. No sé cuando se iniciarán los vuelos, pero la cosa allí puede ser interesante. Avísame».

La primera carta desde México, recién llegado de El Salvador. © Archivo familia Dalton.

Lo primero que destaca es que Dalton ya se ha puesto de acuerdo con su madre sobre cómo tratar el hecho de que él no estará en La Habana cuando ambas señoras lleguen, pero lo que le preocupa es lo que pueda pensar Carmen, la madre de Aída, a quien le parecerá muy raro que su ex yerno no esté a la vista y que ni siquiera se le pueda contactar telefónicamente. Dalton teme que la cobertura de Vietnam colapse y Carmen termine sospechando que realmente se encuentra metido en la guerrilla salvadoreña, tal como sucedía.

En su carta de respuesta, fechada en septiembre, pero con el día tachado, Ana lo tranquiliza: «En cuanto a las recomendaciones que me haces para cuando vengan las señoras madres será así como me indicas, pienso llamarlas por teléfono la próxima semana para (que) viajen ya en el próximo mes o a fines de este. La vía Panamá todavía no se cuenta con ella, así es que todo se arreglaría por México, no te imaginas las inmensas ganas que tenemos de verlas a las dos. Ojalá todo les salga bien y podamos dentro de poco gozar de tan querida presencia».

Pero Dalton sigue preocupado, ansioso por los detalles que garanticen que su estratagema siga funcionando ante su ex suegra, tal como se desprende la segunda carta enviada desde México y fechada el 18 de septiembre: «Con respecto a los viajes de las señoras está bien lo que dices. De todas maneras hagamos de caso que yo he llegado a La Habana entre el 20 de septiembre y el 10 de octubre. Lo ideal sería que ellas llegaran después de esa fecha y le digan a tu mamá que yo me acabo de ir, etc. Yo escribiré hoy mismo a mi mamá anunciando que yo estaré ahí contigo a partir del 20 de septiembre. Si llamas por teléfono entre esas fechas di que yo ya estoy allí y que si no salgo al teléfono es porque estoy en mi nueva casa, con mi nueva mujer».

La última Navidad del poeta. © Archivo familia Dalton.

Los preparativos de esas coartadas, sin embargo, no sirvieron de nada: Dalton regresa de México a El Salvador a incorporarse a su trabajo clandestino sin que el viaje de las «señoras madres» María y Carmen se haya producido. Algo, que no está registrado en las cartas, ha fallado. Transcurren octubre, noviembre y la mayor parte de diciembre sin correspondencia y, por lo mismo, sin noticias del viaje. Dalton cumple un año de vivir clandestinamente en su país y, tal como se desprende de la siguiente carta, ha permanecido en comunicación con su madre. La misiva de Miguel está fechada el 23 de diciembre, aunque Ana la recibió hasta el 18 de enero –según el registro manuscrito a un costado–, y sobre el viaje de las señoras dice: «Salen el día 3 y tienen el proyecto de estar tres meses allí. Esto tiene para mí la dificultad que supones: tu señora verá raro mi problema. Creo que lo mejor es decir que yo estuve, no pude esperar más y me fui. Con mi señora he hablado esto y lo que haremos es escribirle, etc. Te envío la primera carta. En esto tú y los muchachos deberán tener los cuidados necesarios. Por un momento se dio la posibilidad de que yo cayera por allí mientras ellas estaban, pero por ahora eso se ha descartado, aunque si hay un chance se trataría de hacer y matar varios pájaros de un tiro. Difícil, por el trabajo intenso, pero a lo mejor. Mientras tanto hay que partir del hecho de que yo estuve y me fui y que no podré regresar en el tiempo en que ellas están, por razones de mi trabajo y que el plan sería que mi señora volviera un año después para vernos, etc. Deben de ver que no se vayan a desesperar y que si han decidido tres meses que en eso queden para no andar cambiando los planes. Se podría aprovechar para que mi señora se hiciera un buen chequeo, sobre todo del corazón y las vías respiratorias. Por favor se lo pides a Gui[17]».

La última carta enviada por Miguel que se conserva en los archivos de la familia Dalton está fechada el 5 de enero de 1975, dos días después de la supuesta partida de las señoras, y en ella el autor da por un hecho que Ana ha recibido la anterior misiva y por ello se limita a decir: «Ya te adelanté sobre el viaje de mi señora». Pero Aída no recibe la carta hasta el 18 de enero, como hemos visto, y responde tres días más tarde, con evidente preocupación, en la que será la última carta de la carpeta: «En cuanto a las señoras te diré que estoy tremendamente preocupada pues hasta la fecha no han aparecido, hace como diez días hablé por teléfono con la hermana de mi madrina y me dice que están trabadas con los trámites ».

María y Carmen llegaron finalmente a La Habana en los últimos días de enero, según me refirió Aída en una de las sobremesas. Ella y los tres chicos siguieron el guión según el cual su padre estaba en Vietnam. Hasta dónde lograron engañar a la abuela Carmen es algo que no le pregunté a Aída, pero Juan José Dalton me asegura que Carmen nunca sospechó de la estratagema y que no se enteró de que Dalton estaba en El Salvador sino hasta que se dio a conocer públicamente su asesinato; también reconfirma que su abuela María «sí vio a mi papá en la clandestinidad»[18]. Las ex consuegras permanecieron en Cuba con Aída y sus nietos un poco más de tres meses. Salieron hacia San Salvador a través de México en los primeros días de mayo, tal como se desprende de un recibo oficial del consulado mexicano en Cuba, fechado el 30 de abril y que dice: «Recibí de María García Medrano, autorizado por el Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, la cantidad de 100 pesos. Cuenta de aplicación: FM6. Concepto: Ley de impuesto de migración»[19]. No es una exageración afirmar que María llegó a San Salvador en momentos en que la conspiración para matar a Dalton estaba a punto de culminar; tampoco es una exageración suponer que ella llegó con la ilusión de que ese 10 de mayo, Día de la Madre, su único hijo la contactara, con la ilusión de poder hablar con él luego de tres meses de silencio (llamarla desde San Salvador a La Habana para Dalton hubiese sido mortal en sus condiciones). ¿Habrá sentido ella en su corazón que el silencio de su hijo ese 10 de mayo era el silencio de la muerte, que mientras ella esperaba su aparición, o su llamada, sus camaradas lo estaban ejecutando?

 

Este texto se publicó originalmente en Iowa Literaria y Plaza Pública lo reproduce con la autorización del autor.


[1] Dalton publicó el fragmento de una primera versión de ese capítulo, bajo el título «Una experiencia personal», en la revista Casa de las Américas No. 45, correspondiente a noviembre-diciembre de 1967.

[2] La versión más acabada de la operación contra Dalton está en el libro Castro’s Secrets: The CIA and Cuba’s Intelligence Machine de Brian Latell (MacMillan, NY, 2012, 105-112 pp.). La revista Letras Libres publicó posteriormente (octubre, 2012) un artículo de Charles Lane que tiene información similar, aunque menos contexto, que el capítulo de Latell.

[3] Una primera versión de la novela, sin ese capítulo, se encuentra en los archivos bajo el título Los poetas, fechada en 1964, firmada por Juan de la Lluvia, seudónimo con el que Dalton la envió a un certamen literario salvadoreño.

[4] El día en que Aída llevó a los tres hijos a despedirse de su padre porque este partiría hacia su aventura en El Salvador, el encuentro tuvo lugar en una calle de «Lawton, un municipio de la Ciudad de La Habana», según relata Juan José Dalton en su artículo «La última vez que vi a mi padre», revista Contrapunto, 11 de febrero de 2012. http://www.rdarchivo.net/la-ultima-vez-que-vi-a-mi-padre

[5] El texto de Cortázar, titulado “Una muerte monstruosa», fue publicado como apéndice de la primera edición de Pobrecito poeta que era yo.

[6] «Su nariz estaba transformada: se la habían enderezado y delineado, nada que ver con la nariz de bruja que tenía. También le habían hecho un trabajo en la dentadura y en la quijada; en las orejas y la frente (…) se veía más joven» y estaba «bastante cambiado y más delgado». Juan José Dalton, «La última vez que vi a mi padre».

[7] El «Balance histórico», documento mimeografiado del ERP, con fecha de 7 de julio de 1977, dice que Dalton «participó solamente en una operación militar como combatiente (toma de la radioemisora YSR en marzo de 1974)».

[8] La versión de que Dalton ingresó a El Salvador el 24 de diciembre de 1973 procede de Eduardo Sancho en su libro Crónica entre los espejos (Editorial Universidad Francisco Gaviria, El Salvador, 2002, p. 117). Aunque se presenta como defensor de Dalton, el rol que jugó Sancho en la conspiración que llevó al asesinato del escritor es confuso.

[9] El Departamento de Relaciones Públicas de Casa Presidencial publicó el 11 de octubre un campo pagado en los principales diarios del país en el que incluye tres fotos sobre la captura de Dalton; en una de ellas aparecen éste y Aída, sentados, y a sus espaldas, sus cuatro supuestos guardaespaldas (pobres peones de la finca).  

[10] Terrero estuvo en espera de ser admitido por el ERP para ir a pelear a El Salvador hasta la noticia del asesinato de Dalton. A principios de la guerra civil, ingresó como combatiente a Chalatenango con las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) «Farabundo Martí». Fue capturado durante una ofensiva del ejército gubernamental en octubre de 1982, junto a Juan José, el segundo hijo de Dalton. En esa misma ofensiva, Roque Antonio, el hijo mayor, murió en combate.

[11] Sobre los orígenes de Winnall Dalton existen dos textos fundamentales: la ponencia «Gringo Iracundo: Roque Dalton and His Father» de Roger Atwood, presentada en el Congreso del Latin American Studies Association (Lasa) en Brasil el 11-14 de junio 2009
(http://lasa.international.pitt.edu/larr/prot/fulltext/vol46no1/atwood_126-149_46-1.pdf); y «Dalton y Cía», el primer capítulo de una novela inconclusa del propio Dalton (Casa de las Américas No.232, julio-septiembre 2003).

[12] «Ya estoy de nuevo en esta. Llegué, gracias a Dios, muy bien, no tuve ningún contratiempo. Lo único que estoy lamentando es la pérdida de mi valija (…) Ya tengo seis días de estar aquí y me parece que ha sido un sueño que he estado con Uds.», dice la carta de María a Roque, fechada en San Salvador el 14 de abril de 1969. Archivo familia Dalton.

[13] «A mediados de 1970, con mi madre y mis hermanos, hicimos un viaje de La Habana a San Salvador, para visitar a nuestra familia. El entonces presidente Fidel Sánchez Hernández autorizó nuestro regreso y nos extendieron “pasaportes especiales” por gestiones de mi tío Alfredito Morales, quien era vicepresidente de la Asamblea Legislativa y era amigo personal del presidente Sánchez Hernández». En «Cuando conocí al asesino de mi padre», artículo de Juan José Dalton publicado en la revista Contrapunto, 16 de febrero de 2013.

[14] En el archivo de la familia Dalton, la última carta de Miguel a Mónica está fechada el 29 de diciembre de 1973.

[15] El mismo tío Alfredito Morales al que se refiere Juan José (ver cita 9).

[16] Alberto Domingo era un renombrado periodista mexicano que trabajaba para la revista Siempre; Consuelo era su hermana. E-mail de Jorge Dalton al autor.

[17] Guido –cuyo nombre aparece en varias cartas– era el oficial de inteligencia cubano encargado de atender a Dalton. «Se trata del oficial de inteligencia que se entrevistó con mi padre en México [septiembre de 1974], cuando mi padre ya estaba en El Salvador en el ERP, encuentro o encuentros (no sé si fue más de uno) que jamás hemos sabido de qué trataron y los motivos por los cuales se dieron. Encuentros que seguramente fueron a espaldas del ERP por cómo se dieron los hechos posteriormente. A Guido lo conozco desde niño y lo vi en la embajada de Cuba en Guatemala hace como diez años cuando era el cónsul y me reafirmo que: “Él era de las últimas personas que habló con Roque Dalton”, pero nunca ha pasado de esa frase. Tina Leish lo logró contactar en Cuba para el documental [Roque Dalton: Fusilemos la noche, 2013] y se negó a hablar y dijo que al único que le daría una entrevista y diría lo que sabe es a mi hermano Juanjo. Algo absurdo pero eso fue lo que dijo. Él vive aún y ya está retirado en Cuba». E-mail de Jorge Dalton al autor del 12 de febrero de 2013.

[18] E-mail de Juan José Dalton al autor, 17 de julio de 2013.

[19] Archivo Familia Dalton.

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