El papa Pío XII expresó en una de sus críticas a la Iglesia: «No tengo miedo a la acción de los malos, sino al cansancio de los buenos». Fue en 1943 y se refería a la comodidad del silencio que muchos católicos habían adoptado ante la gran hecatombe de la Segunda Guerra Mundial.
En aquella época era comprensible semejante postura. El miedo signaba a los europeos, y la angustia de existencia era el pan de cada día. Pero en la Guatemala de hoy esa actitud de comodidad o de cobardía se está replicando en muchos líderes que hace unos pocos meses marchaban por las plazas pidiendo la destitución de Otto Pérez Molina y de Roxana Baldetti.
El miedo vale tanto como un hueso. Para fines prácticos, los dos hacen silencio. O, lo que es peor, hacen cambiar el pensamiento. Así de frágil es la condición humana.
¿Por qué argumento acerca de esa degradación? Las respuestas son muchas, pero, a tenor de tiempo y espacio, explicaré solamente tres.
Una corresponde al silencio que se ha guardado ante la aberrante aprobación de la Ley Emergente para la Conservación del Empleo. No hubo oposición casi en el pleno. Y se otorgó beneficios fiscales a las maquilas y a los centros de llamadas por una bicoca temporal de diez años. Y paralelamente, el presidente pidiendo al pueblo cumplir con el pago de sus impuestos. ¡Carajo! Ahora ya sabemos quiénes son los patrones de estos adefesios.
Otra es en relación con el caso Sepur Zarco. Ya en la fase final del juicio, el abogado defensor de uno de los encausados dijo: «Se pudo dar la práctica de la prostitución por parte de las mujeres q’eqchi’». ¡Sonamos! Sobre llovido, mojado para la dignidad de las ofendidas. Semejante declaración del abogado diríase que hasta es entendible, aunque inaceptable, ante la inquietud que le habría provocado la posibilidad de una condena para su defendido, como sucedió el viernes recién pasado. Pero más inaceptable es el silencio de los colectivos de mujeres y de líderes indígenas que ante tamaña declaración debieron haberse pronunciado. Empero, guardaron un vergonzoso silencio.
La tercera tiene qué ver con ciertos jimmyliebers de hace tan solo tres meses y que hoy juran hincados sobre maíz y con la mano sobre la Biblia que no votaron por él. ¡Terrible! ¿A qué le tienen miedo? En los casos anteriores se entrevé el interés y la angustia como basa, pero ¿en ellos?
La lógica de la chifladura está hundiendo más sus garras en nuestro país. En el intento de buscar soluciones prácticas y a corto plazo se está cayendo hasta en el supuesto de la culpa posible como razonamiento impúdico para justificar la pena de muerte. Y en la vorágine de esa enajenación, quienes así piensan no se han dado cuenta de que, en Guatemala, en muy pocas ocasiones se utiliza la prueba científica como medio de prueba en los tribunales. En tanto, el testimonio verdadero o falso es llevado con más frecuencia al estrado.
Y mientras muchos se cambian de ideología según la ocasión y el interés, esa patológica maquinación que denominamos nuestro régimen constitucional sigue haciendo de las suyas ante los ojos y el silencio de los buenos.
Hay mujeres y hombres honestos en Guatemala, pero la podredumbre que ha cooptado al Estado está impidiendo que las personas dignas asuman la responsabilidad de su conducción. ¿Seguiremos guardando silencio y sintiéndonos tan cansados como buenos?
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