Cuando Julio Solórzano Foppa, hijo de Alaíde, mencionó que esta orquesta y este coro estaban compuestos no solo por personas talentosas, sino que eran un órgano reivindicativo de los derechos de las mujeres contra la violencia sexual, se me hizo un torbellino donde se juntó lo que ha vivido el país las últimas semanas, que simbólicamente han develado toda una historia de exclusión.
Dentro del discurso de Julio hubo un epicentro: cuando dijo que recordaba a las mujeres de la guerra y a su madre desaparecida, pero que ahora recordaba también a Sepur Zarco. Entonces la gente comenzó a aplaudir y aplaudir y luego se levantó, y muchos —no todos—ovacionaron de pie a las mujeres de Sepur Zarco. La ovación duró tanto que provocó que el presidente Jimmy Morales, en primera fila, también se levantara.
Porque la condena de Sepur Zarco es parte de lo que viene cocinándose en esta lucha femenina que puedo decir que es como una pequeña primavera en marzo, si lo quieren ver así, como parte de la conmemoración del Día de la Mujer, el próximo 8.
Ese juicio fue tan relevante, pues mostró que las mujeres tienen una vida más difícil incluso en los momentos difíciles. Una vez leí sobre la cantidad de alemanas que fueron violadas por los soldados aliados tras la segunda guerra mundial. La mujer vista cual botín o florero, como dicen cuando quieren desprestigiar por su belleza a alguien que acompaña a un poderoso.
Pero, además del juicio, esta semana se vivió en el Congreso la guerra por la #ParidadYa. Las mujeres subieron al segundo nivel del hemiciclo y desde allí gritaron contra Linares Beltranena cuando argüía que la libertad no contemplaba cuotas para elegir, como si en verdad ambos sexos tuvieran las mismas oportunidades. Y fue una batalla que no se pudo ganar. En dos sesiones los diputados y algunas diputadas no quisieron apoyar una reforma por la igualdad de participación femenina, una medida común en la mayoría de países latinoamericanos (tampoco es que se pretenda algo extraordinario).
Sin embargo, para algunos en este pueblón anticuado y reacio a modernizarse es una medida casi terrorista. Detrás está el pensamiento del macho cabrío que cree que no habrá mujeres capaces de llenar el 50 % de candidaturas para el Congreso (como si los diputados que hemos tenido toda la vida no hubieran sido lo más nefasto de este país). Y hacen mil llamamientos en contra de la posibilidad de una paridad. Sumado a esto, lo meramente convencional. La mayoría de congresistas son hombres. Y si se aprueba la reforma, una buena cantidad quedarían sin la posibilidad de reelegirse. Sería una forma de depurar el Legislativo fácilmente, y a eso sí que le temen.
Porque ha habido avances innegables. Que mundialmente se sepa que se condenaron a dos militares por ser cómplices de una violación masiva como parte de una política dentro de una guerra en un país tan doble cara como el nuestro es casi un milagro. Y que luego se esté luchando —con serias posibilidades— de obtener cuotas para los cargos en el Congreso es porque hay voces, como la de Alaíde, que van resonando después de tantas décadas de recitarle poemas al silencio agudo del terror, de gritarle a una estructura fabricada para desaparecer a las luciérnagas, que ahora cantan, en el Teatro Nacional cantan, y en el Congreso cantan, y en los tribunales también cantan, y no hay quien las pueda callar.
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