El no como posibilidad de autonomía y sanación
El no como posibilidad de autonomía y sanación
Hay varios caminos para sanar y para recuperar nuestra autonomía. Uno de ellos es explorando cómo aprendimos y vivimos la sexualidad, y cómo podemos entrenar el no. Esta es una reflexión de nosotras para nosotras, para compartir elementos de conversaciones y procesos, invitándonos a que juntas enfrentemos las violencias que se nos vienen encima.
Poder definir y buscar un mundo en el cual todas podamos florecer. Audre Lorde
Escribimos como feministas urbanas, mestizas y militantes críticas y con nuestros afectos y contradicciones. Sobre todo, desde una urgencia por seguir encontrándonos a nosotras mismas y entre nosotras.
En algún momento teníamos miedo –sí, las cuatro– de escribir esto y ser juzgadas, canceladas y pasar de haber sido «malas mujeres» a «malas feministas». Más allá del miedo no nos queremos quedar en silencio. Entendemos que levantar la voz es una de las bases de la epistemología feminista.
Las denunciantes han roto silencios sobre agresiones y agresores. Ha sido muy importante y está marcando la lucha de las mujeres en toda nuestra diversidad. Este artículo no es sobre los agresores ni es para ellos. No por quitarles su responsabilidad histórica sino porque no queremos que estén en el centro de nuestra discusión.
Decidimos escribir enfocándonos en nosotras y en nuestras posibilidades. No queremos validar agresores y agresiones, ni darles argumentos para justificarse. Estas reflexiones son para que sigamos platicando entre nosotras, porque esto es algo que sólo a nosotras nos corresponde hablar.
Escribimos juntas porque llevamos mucho tiempo hablando de esto, de diferentes sucesos y mismas fracturas. Sabemos que un artículo se queda corto y hasta puede no entenderse totalmente, pero queremos seguir encontrándonos para platicar, disentir y construir la confianza para hablar de estos temas tan densos. Tratamos de reconocer que no todo es blanco o negro o en extremos polarizados, sino que hay diversidad de posturas.
Creemos en la transformación desde la organización horizontal, antipatriarcal, antirracista y anticlasista como base para generar cambios para todas las personas, para repeler de nuestros territorios el despojo de las tierras, de los cuerpos y de nuestros conocimientos.
Durante el siglo XX las mujeres irrumpieron masivamente en las calles. Esta acción pública se considera uno de los hechos más importantes y trascendentes de América Latina. La transformación seguirá siendo posible gracias a los caminos que han abierto diferentes personas y específicamente mujeres racializadas organizadas, sindicalistas, trabajadoras sexuales, de casa particular, del magisterio, de industrias y excombatientes, entre muchas otras.
Ellas, quienes han usado los espacios públicos para luchar, son las precursoras de algunas herramientas como agarrar una lata, pintar una pared, escribir columnas de opinión, hacer poemas, canciones, obras de teatro, crear medios independientes de comunicación, hacer una empapelada, colgar mantas, gritar consignas, tapar calles y avenidas, organizar marchas y batucadas.
Son formas organizativas que hemos heredado y que son vigentes. A muchas les ha costado cárcel, persecución, difamación, burla, exclusión y hasta la vida. Estas herramientas, estas figuras organizativas, son nuestra historia y deben serlo o estaremos destinadas a recomenzar. Sin la irrupción pública de esas mujeres organizadas durante las dictaduras militares, no podríamos hacerlo con la fuerza con que también lo hacemos ahora.
Quienes luchamos y exigimos vidas dignas tenemos la responsabilidad histórica de saber de dónde venimos, porque nadie inventó el agua azucarada. Continuamos las luchas de quienes nos antecedieron, creamos las propias y habrá quienes sigan el trabajo que hacemos, cada quién en su momento histórico. Como dijeron las mujeres zapatistas, «cada quien de acuerdo a sus tiempos, rumbos y modos».
Si no somos conscientes de esto, no continuaremos ninguna lucha, ni quienes nos descienden lo harán con la nuestra. Debemos encontrar maneras más prácticas e incluyentes para transmitir y recibir nuestra historia, reconociendo que el extravío de la memoria no sólo les sucede a las personas jóvenes, sino nos puede pasar a todes, y que muchas la hemos perdido.
Por eso nombramos la memoria como una maestra que todos los días nos da lecciones, y no como un cúmulo de hechos pasados. Nos muestra posibilidades y también heridas que existen, aunque no nos gusten. Es desde ahí que escribimos, cargadas de memoria de la posibilidad[1] porque se trazaron muchas formas para la emancipación colectiva. Con gratitud reconocemos que en la diversidad hay muchísima fuerza. Nuestras diferentes formas de lucha son las que deben mantenernos juntas y no al contrario.
Sexualidad como control
Para hablar de agresiones sexuales creemos que es necesario comprender cómo se ha construido la sexualidad patriarcal. Para resolver un problema, hay que entenderlo de la mejor manera posible, así tendremos más recursos para contribuir a erradicarlo.
Esto no significa que la responsabilidad de resolverlo sea nuestra, ni que cuando hemos sido violentadas es nuestra culpa. Quiere decir que la posibilidad de transformación la tomamos en nuestras manos. No se la relegamos a los hombres, quienes en la mayoría de casos son los agresores.
La sexualidad es un espacio de vulnerabilidad y control del cuerpo de las mujeres y cuerpos feminizados. Las sociedades hacen de la sexualidad un lugar de punición, control y clasificación de los cuerpos, desde asesinar a las mujeres que alzan la voz exigiendo sus derechos, acosar en las calles como forma de mantenernos en casa, hasta controlar qué cuerpos son los más deseables o estéticos. Esta lógica nos vulnera. Por eso, se vuelve arma de guerra, como en los casos de genocidio en Guatemala en los que el abuso y violencia sexual fueron formas de controlar a las mujeres.
La sexualidad es una construcción social y un régimen sobre los cuerpos y comportamientos de las mujeres. En primera instancia, creemos que es casi un instinto o un deseo incontrolable y animal, pero estos aprendizajes son parte de este régimen sexual.
Una de las formas de control usada para fiscalizar el deseo y la sexualidad es la erotización de la dominación, un concepto elaborado por Riane Eisler[2]. La erotización de la dominación significa encontrar sexualmente apetecible y deseable un encuentro en el que somos sometidas. Este es un aprendizaje sobre el placer que tenemos las mujeres y los hombres. Las sociedades basadas en distintas formas de control y dominación han aprendido este tipo de forma de relacionarse.
Este aprendizaje tan íntimo hace que el control del cuerpo de las mujeres sea posible y efectivo. Con él se incorpora fielmente la heterosexualidad, cuyo principal denominador es la demostración de poder que mantiene la masculinidad hegemónica y las relaciones de dominación, así como el racismo y el clasismo. Las agresiones que calificamos como sexuales son desde la demostración de poder y no desde la sexualidad. Nada tienen que ver con la libido, el disfrute o la intimidad.
La sexualidad también está construida desde la ambigüedad que no nos permite ser transparentes al comunicarnos. Tiene códigos confusos y hasta contradictorios que a las mujeres nos ponen en desventaja. También hemos aprendido a comunicarnos así.
No poder decir no es parte de esta idea de aceptar el sometimiento como un elemento de la relación sexual. Es una normalización de las relaciones de poder. El no de las mujeres no sólo está condicionado por siglos de maltrato, aprendizajes del sacrificio, del silencio y del miedo, también porque nuestro valor radica en estar dispuestas, cooperar, aceptar, etc. También en que nuestro deseo sexual se inserta en esta lógica: que nos sometan es parte del placer aprendido.
Reconocer lo anterior es doloroso. Lleva mucho tiempo, es un ir y venir. No es un proceso lineal. Reconocerlo no quiere decir que pudimos haber evitado las violencias sobrevividas, como los abusos y los ataques, específicamente las agresiones sexuales.
Al contrario, esta reflexión nos da la posibilidad de ser más fuertes, de negarnos, de parar, de retractarnos, de irnos y decir no. Las denuncias públicas que han hecho algunas personas y agrupaciones feministas organizadas son una forma de decir no y sigue siendo un reto constante indagar en diversas formas para expresarlo y asumirlo.
El entrenamiento del no y la autonomía
Las mujeres hemos sido educadas entre muchas cosas, para el sí. De hecho, la obediencia es una cualidad que aprendemos de niñas. Recordamos haber oído de nosotras o de otras, e incluso haber dicho, «qué niña tan linda, es muy obediente».
Además, si revisamos la historia de nuestros territorios, la obediencia ha sido un mecanismo de sobrevivencia ante los despojos de las invasiones extranjeras. Tenemos ejemplos de la vida cotidiana, como el uso de la frase «¿qué manda?» para demostrar «buena educación».
Entonces, el aprendizaje del sí es patriarcal, adultocéntrico y colonial. Esta educación del sí ayuda a mantener un control sobre nuestras decisiones y hace confusa nuestra voluntad, retracción, acuerdo o consentimiento. El sí de las mujeres, tanto como el de otras personas que viven en condiciones de sujeción estructural, está condicionado, limitado o atrapado en un régimen que no tolera el no, porque el sí, le sirve para su sostenimiento y continuidad.
De modo que muchas veces nuestro sí está mediado y podemos dudar de él. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado en esta situación? No logramos reconocer si queríamos quedarnos o hacer tal cosa o no. Y lo hicimos con un sí entreverado, inseguro y corto. O bien decimos un no avergonzado, culposo y que parece un tal vez.
Además, «decir que no es insuficiente porque la voz de las mujeres no sólo no es audible, sino que carece de reconocimiento y de validez alguna para el agresor, que sólo entiende el lenguaje de sus pares». No aceptar el no es una clara muestra de que la violencia, el abuso y la explotación contra las mujeres está normalizada. Resulta impresionante que decir no sea insuficiente, pero también lo es que nos cueste decirlo. La imposibilidad de negarnos es un síntoma de un sistema de dominación.
Estamos conscientes de que la posibilidad de decir no es sin duda un privilegio, porque vivimos en una sociedad con sumas desigualdades. Es por todo esto, y porque el no ha sido ajeno a nuestra vivencia, que debe ser entrenado, desde los más pequeños hasta los definitivos. El entrenamiento del no es tan importante como hacer denuncias.
Nuestro no le pone límites a la obligatoriedad de los sí de la sociedad. Negarnos, retractarnos o retirarnos es una posibilidad de autonomía. En países sin grandes posibilidades de libertad y en sociedades donde la dependencia de las mujeres es un valor, la autonomía es lo más parecido a la libertad que podemos lograr. A mayor autonomía, mayor ampliación del no. Esto también significa cuidarnos para no depender de otres en relaciones de desigualdad.
Quedan algunas preguntas: ¿Cómo hacernos cargo de nuestras decisiones cuando están mediadas por una relación desigual de poder? ¿Cómo hacer de esta autonomía una posibilidad colectiva?
Lograr autonomía es nuestro trabajo y de nadie más. Ningún sistema, orden social, padre, patrón o marido nos la dará. Solo nosotras podemos asumir este proceso complejo, reconociendo que la sexualidad es un lugar de control, entrenando el no y atreviéndonos a sanar.
Encuentro entre nosotras, sanación y procesos a largo plazo
Muchas mujeres están en procesos constantes y permanentes de reunirse y sanar juntas. Parten de sus propias leyes e ideas de justicia. Actoras de Cambio es un referente importante de procesos autónomos de justicia en diferentes territorios. Empiezan escuchándose y reconociéndose entre mujeres para ser reparadas, recuperando el poder propio y el colectivo.
Muchas lo nombran como cambiar el lugar de la mirada, sin ver hacia el sistema judicial y no sólo hacia las heridas. Son mujeres valientes y sobrevivientes de violencia sexual durante la guerra y de otras violencias más recientes.
Todas podemos sanar desde una justicia definida por nosotras, haciendo nuestras leyes y procesos, ojalá colectivos, de resarcimiento. Y en esos procesos es vital hablarnos con amor entre nosotras, con ternura, con espacio para las diferencias y las preferencias de cómo hallar justicia y resarcimiento.
Nosotras cuatro, las que escribimos, cuando hablamos sobre esto muchas veces concluimos lo importante que es recuperarnos del enojo y del miedo. Sanar es un acto político y la forma en que decidimos hacerlo también lo es. Hemos decidido sanar cuidándonos a nosotras mismas y no desde el castigo. No invalidamos la rabia ni la indignación porque son necesarias para tener la energía que requiere sanar.
También entendemos la necesidad de denunciar y escrachar para alertar a otras. Es una forma de cuidarnos entre todas. Solo no queremos que la rabia nos consuma, nos quite la energía vital y nos anule las relaciones entre nosotras. Reconocemos el rumbo de cada una y las veredas colectivas.
Al mismo tiempo nos preguntamos cómo sería una forma de justicia que no signifique impunidad para los agresores, pero que tampoco desbarate nuestros procesos, confianzas y complicidades colectivas. Tenemos que seguir reflexionando juntas y encontrarnos para crear las respuestas.
Podemos sanar en los espacios íntimos y colectivos, recordando que lo íntimo modifica lo político y lo político lo íntimo. Para hacer esto juntas se requiere memoria, confianza, prácticas éticas y organización para llevar a cabo procesos largos y autónomos de justicia, resarcimiento y sanación. Probablemente no estamos ahí todavía, aunque sí tenemos condiciones para empezar a soñarlos y construirlos.
Lo que sí es seguro es que en algún momento tenemos que articularnos y organizarnos para seguir resistiendo y que no nos dobleguen las violencias que se nos vienen encima. No solo las agresiones o las violencias sexuales, sino todas las violencias que este sistema comete en nuestra contra. Los feminismos nos invitan a cuidar a otras y también a cuidarnos nosotras mismas. La invitación es a revisarnos y a reflexionar personal y colectivamente.
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