En una sociedad que históricamente —al menos desde el siglo XVI— es mayoritariamente analfabeta, leer es no solo un privilegio, sino además una forma de marcar un estatus de superioridad. No es nada extraño este fenómeno si hablamos a escala mundial, pero, como siempre, el contexto local le da una impronta particular. En Guatemala esto significa desigualdad.
Por lo mismo, la palabra no significa ni vale lo mismo para todas las sociedades. En todas las sociedades donde ha existido la es...
En una sociedad que históricamente —al menos desde el siglo XVI— es mayoritariamente analfabeta, leer es no solo un privilegio, sino además una forma de marcar un estatus de superioridad. No es nada extraño este fenómeno si hablamos a escala mundial, pero, como siempre, el contexto local le da una impronta particular. En Guatemala esto significa desigualdad.
Por lo mismo, la palabra no significa ni vale lo mismo para todas las sociedades. En todas las sociedades donde ha existido la escritura, esta ha tenido una cierta aura de particularidad. De qué hablamos al afirmar lo anterior varía de contexto en contexto. En esta columna me enfoco brevemente en lo que sabemos sobre el papel de la escritura —o la palabra escrita— entre los mayas antiguos y, ¿por qué no?, en muchos contextos rituales de aquellos en el presente. Espero que sepan disculparme si algunas de mis reflexiones no están debidamente actualizadas: la epigrafía maya —la disciplina que se dedica a estudiar la escritura antigua de esta familia etnolingüística— avanza muy rápido en los últimos años.
Dejando de lado la historia del desciframiento de la escritura maya —relatado magistralmente por Michael Coe—, esta es una escritura básicamente logosilábica: compuesta de sílabas y de logogramas (elementos que representan conceptos completos) y que no necesariamente guardan relación directa con su contenido. Esta escritura se parece, en sus características estructurales, a aquellas del Lejano Oriente, como el chino mandarín o la japonesa. No es, como se afirmaba antes y todavía se repite en algunos círculos, que sea una escritura «menos compleja» que la alfabética. Simplemente es diferente, con su eficiencia y sus dificultades, como las de cualquier otra. Mesoamérica es una de las cinco regiones a nivel mundial donde se inventó la escritura. La maya se mantuvo en uso en la península yucateca hasta al menos el siglo XVIII, mientras que en el altiplano y en la costa pacífica maya parece haberse usado en el Clásico para después sustituirse por un sistema similar al del centro de México.
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Poseer una tradición escritural de tres mil años implica que su uso y su significado hayan ido de la mano con los elementos rituales de estas sociedades. «El rojo, el negro» era un difrasismo nahua para referirse al conocimiento. Asimismo, eran los colores de la escritura mesoamericana, particularmente la maya, cuya región se conocía del mismo modo. Los wuj (libros) eran artefactos con carácter sagrado tanto por lo que trataban como por contener la energía de los antepasados. Los no letrados tenían otros accesos a ellos: por la oralidad, por la iconografía (intercalada a veces con la escritura) o incluso por el lenguaje de señas, del cual hay evidencia en vasijas antiguas y en comunidades actuales, según Fox Tree.
El carácter ritual de la escritura era, a su vez, una prolongación del carácter ritual de la palabra. En las etnografías modernas del área es común encontrar referencias al respeto a la palabra y a saber medir lo que se dice, ya que las palabras en sí mismas tienen su propia potencia y sus propios alcances. Pitarch ha trabajado esto entre los tzeltales de Cancuc desde hace tiempo. Al igual que en el trabajo de los Colby con los ixiles, en el de aquel hay una referencia a los libros con el conocimiento, algo que también Tedlock documenta de los k’iche’ de Momostenango. Esta personeidad de la palabra escrita y hablada explica por qué en muchas comunidades se guardan libros ilegibles o se recitan frases antiguas aunque no se puedan leer o se desconozca su sentido: es porque son en sí mismas la fuerza-memoria de los antepasados y una forma de construir y reconstruir la realidad.
Conocer la valoración tradicional maya de la palabra escrita quizá sirva como una forma de eliminar ese fetiche individualista hacia los libros como vehículos de prestigio y nos ayude a comprender que existen otras formas menos autorreferenciales de acercarse al conocimiento de nuestros contemporáneos y de los antepasados.
¡Feliz Filgua 2019!
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