De estar vivo, estaría tan disgustado y alarmado como muchos de sus conciudadanos al ver el nivel de desprecio del actual presidente estadounidense por los fundamentos del régimen republicano. A saber, el principio de separación de poderes y el de pesos y contrapesos que garantizan el orden constitucional y el Estado de derecho.
Luego de seis meses en el poder, los eventos políticos de la semana que termina en la capital del mundo nos dejan en un estado de estupor tal que a estas alturas el comportamiento de este ilusionista de la política ya ha superado cualquier guion de la serie House of Cards.
Además de las investigaciones sobre la injerencia de Rusia en las pasadas elecciones, que siguen involucrando a miembros de su familia en una dramática telenovela de conflictos de interés de nunca acabar, tres dimensiones esenciales de la gobernabilidad están en franco caos en la Casa Blanca: 1) las relaciones públicas, 2) la coordinación del gabinete y 3) legislación y políticas.
Por un lado, el conflictivo manejo de relaciones con la prensa se ha visto exacerbado con la salida por la puerta trasera del exsecretario de Prensa Sean Spicer y del exjefe de Gabinete Reince Priebus ante la explosiva llegada del nuevo director de comunicaciones, Anthony Scaramucci. De entrada, el exfinanciero ha amenazado con identificar y despedir a aquellos que filtran información privilegiada a la prensa. En realidad, parece que la razón por la cual quiere formar parte de la actual administración es para ahorrarle millones de dólares en impuestos a una de sus firmas. De ahí que sus primeras declaraciones vulgares y tóxicas lo tengan sin mucho cuidado, siempre y cuando le sea leal a su jefe y amigo, quien tiende a proyectar similar comportamiento.
Luego, es tal el gallinero en Washington que el improvisado mandatario ha tenido que relevar de su cargo al general retirado John Kelly (hasta hace unos días responsable del Departamento de Seguridad Territorial) para nombrarlo jefe de gabinete, en sustitución de Priebus, horas después de la llegada de Scaramucci. La experiencia de Kelly como jefe del Comando Sur, donde tuvo a su cargo lidiar con redes criminales y de narcotraficantes en Latinoamérica y el Caribe, debería ofrecer mayor estructura y disciplina a un personal que hasta ahora actúa sin ton ni son.
Finalmente, el presidente sigue fallando en su promesa de eliminar la actual política de salud pública sancionada durante la administración Obama. El mandatario ha sido incapaz de comprender la complejidad y magnitud del sistema de salud y asistencia social y lo que significaría para millones de estadounidenses vulnerables y de bajos ingresos perder su cobertura médica. Por ello, aunque se crea un experto en el arte de la negociación, todavía no ha logrado persuadir a los legisladores republicanos y a sus operadores políticos de sencillamente desmantelar una política sin una opción viable.
Ahora bien, el riesgo es que, ante el fracaso de emitir una nueva política sanitaria, la estrategia de coordinación de funciones de Kelly se revierta hacia un énfasis mayor en políticas de seguridad y antiinmigratorias, en lo cual ha sido un efectivo soldado.
Estoy segura de que, para los latinoamericanos en territorio yanqui, todo este delirio es como un déjà vu. Aun así observamos incrédulos el nivel de incompetencia, improvisación y oportunismo de quienes han asumido las riendas de la primera magistratura en este país. Digamos que un Jimmy Morales en Guatemala es el resultado natural de un sistema de partidos políticos anacrónico, que ha servido más bien como vehículo de influencia para las capas más pudientes (ahora embarradas en consorcios criminales), y no como intermediario legítimo de los intereses de sus ciudadanos. Pero ¿Estados Unidos?
Como dice Joseph Stiglitz, la democracia estadounidense se resquebraja también. Los síntomas son similares que en el resto de la región: pérdida de confianza ciudadana en las instituciones y un quehacer político cada vez más corrupto, cínico, desapegado a la opinión pública y proclive a alinearse con los intereses corporativos. Y yo añadiría el reposicionamiento de la supremacía blanca.
Bastante apartado de lo que soñaba Madison.
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