Voy a disparar a quemarropa: este año cumplo treinta y cinco. Lo cual significa que hace veinte años tenía quince, era 1994, se jugaba la copa del mundo, me echaban de un colegio de curas por atentar contra todo el sistema educativo, se levantaban los zapatistas, expulsan a Maradona del mundial, matan a Tupac, se iba Kurt Cobain y oh por Zeus, nacieron Justin Bieber y Dakota Fanning.
Estoy a la mitad de una década que me dejará en los cuarenta. Vaya. Cuando cumplí treinta lo celebré modestamente en un bar donde conocí una mujer maravillosa que moría de HIV. Era lo mío: ir de bares, celebrando lo que fuera. Cuando cumpla cuarenta creo que lo celebraré en un café.
Fui uno de esos muchachos problema. Pobre mi madre. Crecí con rabia. Aún la conservo pero si algo aprendí en este tiempo es a canalizarla mejor. Hace más de un año me uní a la aventura de correr medias maratones. Eso ayudó.
Vivo en la época en la que debería disfrutar de todo lo que responsablemente construí en mi juventud. Pero como hubo tal ortodoxia, aquí estoy, apenas llegando a la orilla de algo.
Durante mis veinte estuve la mitad del tiempo casado y la otra en la universidad. Tuve un hijo cuando tenía veintisiete años, eso, exactamente cuando todos los rockeros se suicidan.
Viví una época donde mis actividades sociales se reducían a piñatas. Salí de ahí y volví a los bares. Salí de los bares y me encontré disfrutando de mi casa. Eso: tengo una casa y es mi nuevo refugio.
Ahora que lo pienso, me parece que todo lo que he construido es sentimental. Tengo un hijo genial, una novia fantástica, un grupo de amigos que me nutren, y una estupenda relación con mi familia. Y mi casa, tengo esta casa donde ahora escribo con total comodidad.
No tenía idea de cómo sería esta edad. El cine y la TV te venden a diario los años más jóvenes, cuando decides la universidad, el amor y todo parece al filo. Te venden la edad de los cuarentones o mayores, que tienen poder, mucho poder. Pero de estas edades intermedias, poco o casi nada.
Quizá sea porque los treintañeros vamos poco al cine. La mayoría ve películas en el DVD después de que se duermen los niños. Eso es todo.
Estas son las estepas de la vida, y en el escampado me di cuenta que pasé la mitad de mi vida destruyendo cosas. Que llegó la hora de hacer algo distinto, que es tiempo de construir. Aunque lo que haga se lo lleve el viento, qué más da.
Todo lo que logre se irá en el río del olvido, pero no seré yo quien lo siga sacrificando antes de tiempo.
El secreto de cualquier edad es abrazarla y fluir con ella. Ya no soy el punketo que se condena a la marginación. Eso ya fue.
No me llevo con la gente a la que no le gusta crecer, me parecen idólatras de Peter Pan, el ícono del conservador: temerosos de que las cosas cambien, de que se mueran. ¡Todas las cosas cambian y se mueren!
¡Los Peter Pan odian al mundo por ser el mundo! Yo lo abrazo como es: en mi viaje aprendí que es hermoso y salvaje al mismo tiempo, que no todo es horror ni belleza. Que hay ternura en las bestias, que a pesar de la sangre hay días de luz.
Cada vez me aburren más las satisfacciones momentáneas y disfruto del trabajo de crear y comprometerse con uno mismo y su obra. Sea eso escribir una novela o construir un hogar.
Estoy dispuesto a embarcarme en viajes largos y ya no en paseos cortos que terminan en buques en llamas a la orilla de una isla. Ya no soy prisionero de mi cliché.
Escribo esto como una revelación que me contiene. Como una especie de aullido que nace porque no encuentra eco en ningún lugar.
Esta es la estepa treintañera donde ya vi morir amigos, irse generaciones, desaparecer eras en mi barrio, asistir a los funerales de todos los amigos de mi abuelo, ver cómo el olvido toma las partes de la ciudad donde fui feliz o miserable.
Es una declaración de guerra. Es mi forma de apuntar para el olvido que el mundo jamás ardió con los fuegos que provoqué, sino que era yo quien estaba en llamas y se reducía a cenizas una y otra vez.
Es una declaración de paz conmigo mismo. Es mi forma de abrazar el tiempo y entregarme con él, sabiendo que yo también voy a caer en las aguas del olvido.
Que está bien, que todo cambia, que así es, que el equipaje siempre debe ser ligero y que el mundo conmigo o sin mí es un lugar hermoso.
Es mi forma de decir que he atravesado la sangre y la gloria y en mí no quedan rastros de indignación.
Somos animales y cada vez que alguien se comporta usando la lógica y la ética, desafía todas las leyes naturales de las bestias y eso nos hace un milagro maravilloso. Uno que no dejo ni un segundo de disfrutar.
Ésta es mi mejor mañana treintañeros, desde las estepas donde brindo por ustedes y el futuro, que siempre será mejor.
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