Las agitadas aguas de la realidad política y social de Guatemala están convulsas. Como ya es costumbre, nos vemos frente al mismo fantasma o ente rancio del que parece no podemos librarnos. Slavoj Žižek en su libro El coraje de la desesperanza, hace una lectura alrededor de los cambios que se están dando en el planeta, la mayoría de ellos, con un origen claro: cómo se administra la riqueza y los efectos en los cambios políticos y culturales que se derivan de esto.
Nuestro país no escapa de esta crisis global, llegando a un punto de ruptura muy complicado que tiene relación principalmente con lo que se entiende por valores y símbolos, sumado a la violenta mutilación de la conciencia de entablar reales formas de organización social. El problema no es ni siquiera el descaro del gobierno, los partidos políticos y las rancias élites oligarcas que buscan como sea mantener el poder, el problema profundo es precisamente esos cambios que tienen que ver con nosotras y nosotros desde nuestra parte más íntima hasta nuestra conexión con lo colectivo, con lo que creemos, lo que percibimos y lo que de verdad esperamos. En palabras de Diego Azurdia: ¿será la resistencia la representación de un problema insuperable?
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Žižek habla de entender este presente como una oportunidad para reconocer que efectivamente no hay solución, perdimos la batalla, es mejor aceptarlo y entenderlo desde el pesimismo más sincero para poder así, quizá, encontrar una oportunidad de pensar nuevos modelos sociales que puedan desembocar en revoluciones reales. Estamos cansados de muchas cosas: de la administración el Estado, de la desigualdad, de nosotras y nosotros mismos. El sistema nos ha ganado, el establishment guatemalteco no tendrá ninguna variación. ¿La historia nos estará dando una oportunidad para reinventarnos real y profundamente, lejos de mesianismos intelectuales o poses aburridas?
El momento es crítico, entendamos que la pelea se perdió. Sacar coraje de este momento para insistir en la defensa de la vida, la absoluta desesperanza ofrece la oportunidad de hacer nuevas maneras de convivir. Que la indignación se traduzca en soluciones o al menos, en energías para continuar.
De estos días me queda dando vueltas esta frase de George Orwell: «Todos despotricamos contra las distinciones de clase, pero muy pocos son los que desean abolirlas de verdad, aquí es cuando te topas con el importante hecho de que toda opinión revolucionaria, extrae su fuerza de la secreta convicción de que no se puede cambiar nada».
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