Tengo en la mente una película de Andrei Tarkovski, el cineasta ruso de los largometrajes en los que todo: el tiempo, la historia y las imágenes parecen extenderse como el territorio siberiano. Solo la escena que quiero recrear dura casi diez minutos. En ella nadie habla, todo lo que se escucha es el sonido del ambiente. Los pasos lentos, inseguros, de un hombre que camina, o mejor dicho, que intenta caminar por el suelo irregular de...
Tengo en la mente una película de Andrei Tarkovski, el cineasta ruso de los largometrajes en los que todo: el tiempo, la historia y las imágenes parecen extenderse como el territorio siberiano. Solo la escena que quiero recrear dura casi diez minutos. En ella nadie habla, todo lo que se escucha es el sonido del ambiente. Los pasos lentos, inseguros, de un hombre que camina, o mejor dicho, que intenta caminar por el suelo irregular de un tanque de piedra, de una alberca vacía. Lleva en sus manos una vela encendida. Camina lento en su esfuerzo para que el fuego no se apague, pero parece que algo dentro de sí también frena su ritmo. Trata de jugarle la vuelta al viento que amenaza. La cubre con su mano, intenta generar una pared con su abrigo. Y cada vez que el viento logra su cometido, el hombre regresa sobre sus pasos, con la lentitud del fracaso, hasta el inicio de su travesía para volver a encender la vela, para volver a empezar.
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La película se llama Nostalgia y una parte significativa de Guatemala lleva años siendo ese personaje cansado, enfermo quizá, que camina pero no avanza. Que suele regresar sobre sus pasos y sus pequeños logros para volver a encender la vela de su esperanza y emprender de nuevo el camino. Que defiende su fuego en contra de una clase política que sopla en conjunto para apagarlo, en contra de un sistema de justicia que se ha alineado en busca de impunidad, para el saqueo y la corrupción, y en busca de castigar a quienes los ponen en evidencia.
Afuera azota el viento, lleva años azotando. Yo misma reparo muchas veces en el peso que me genera este país sobre los hombros. Yo misma bajo los brazos y me rehúso a volver a encender mi vela y a seguir siendo parte de la esperanza colectiva, me rehúso a regresar sobre lo andado. Pero entiendo y me conmuevo con el esfuerzo de los que a pesar del cansancio continúan caminando, continúan luchando, y recuerdo la insistencia de quienes ya no están. Entonces la necesidad de actuar, de decir, de acompañar, de seguir, se ilumina bajo la temblorosa luz de los anhelos. Alguien, seguramente, en el futuro que quizá no conoceremos, será quien atestigüe el ideal de la justicia iluminado.
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