Mi propósito es visibilizar uno de los síntomas de un Estado excluyente que en los últimos meses se ha hecho más ostensible a causa de que, todo desastre local o mundial, pone a ojos vistas las miserias y las venturas humanas. Nosotros, los guatemaltecos, estamos saliendo del túnel pandémico en que nos metió la COVID-19, pero las mezquindades de nuestros líderes y gobernantes continuaron y continúan a la orden del día.
Pretendo entonces poner sobre la mesa uno de los síntomas explicados en la entradilla. Se trata del intento perverso de invisibilizar nuestra historia. De suyo, la que se cuenta en los programas educativos está muy alejada de la verdad, pero ahora no hay uno sino varios frentes de ataque que alcanzan no solo a la historia oficial y oficiosa sino también, a los resultados de investigaciones que científicos sociales, serios y muy bien fundamentados, han puesto ante los ojos de los pueblos de América Latina (principalmente) y del mundo entero.
Con relación a la historia oficial y oficiosa, a manera de ejemplo, transcribo un párrafo del artículo 200 años después la historia nos hace dudar si debemos festejar publicado en Plaza Pública el 14 de septiembre 2021. La autoría corresponde a Juan Pablo Gramajo. Textualmente reza: «Los pueblos indígenas protagonizaron rebeliones no conectadas con el proceso independentista urbano. La más conocida es el alzamiento k’iche’ de Totonicapán en 1820. Las posturas indígenas también se fortalecieron por las Cortes de Cádiz, que abolieron el tributo cuyo cobro era uno de los motivos de lucha. De hecho, Atanasio Tzul y Lucas Aguilar asumieron el poder en nombre de Fernando VII, cuyo retrato colgaron en el salón del cabildo. No era un movimiento para desligarse de España, sino contra el sistema de las élites locales».
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Pues, son esas élites locales —contra las que se rebeló Atanasio Tzul— las que siguen gobernando. Unos y otros (liberales y conservadores, amigos y muy unidos cuando les conviene) han conformado a lo largo de doscientos años no solo uno sino varios pactos de corruptos, tan inicuos que se han mordido la cola entre ellos (como está sucediendo durante este proceso electoral). Conste, uno de sus logros en común fue hacerse del poder económico y político para conformar partidos que lleven a sus agentes a los puestos de elección popular y, en consecuencia, manejar leyes y funcionarios a su sabor y antojo. El resultado ha sido nefasto: una caterva de fantoches gobernando a favor de ellos y haciendo quedar al pueblo y al Estado cada día más endeudados y en un constante ridículo (nacional e internacional) a causa de sus desatinos. Pero, de esos líos históricos, ¿se cuenta o se comenta en las aulas de las instituciones educativas públicas y privadas? La respuesta está demás, todos sabemos que es un rotundo NO.
Así que, ese país, el que esquilma su historia, no es el que deseamos.
Más allá de esa historia no contada (como debiera de ser), han aparecido movimientos hipervalorando algunas posturas que pretenden difuminar figuras como la de Bartolomé de las Casas y la de nuestro líder q’eqchi’ Aj Pop O’ Batz. Parece insólito, pero se han colado hasta en las sacristías para contraponer, 500 años después, a dominicos y franciscanos. ¿Cuál es el propósito si consideramos las coyunturas actuales? No dudo, para nada, que los procesos de evangelización y colonización deben seguirse estudiando de la manera más objetiva posible. El quid radica en cuándo, por quiénes y cómo. Porque, como bien dijo un cómico personaje de narconovela: «A mí no me engañás chaleco que yo te conocí con mangas».
Hay otros influjos muy locales como el de exaltar las otras colonizaciones en algunas regiones del país. A decir verdad, no son trascendentes. A veces da la impresión de que unos no saben lo que están haciendo y los que sí conocen ya no saben qué hacer (porque nacieron sin raíz ni rumbo). No han impactado en la población. Sin embargo, allí están aplaudiendo lo advenedizo y soslayando lo propio y, de cierta manera, confunden a la población menos estudiada. Su postura me recuerda esos influjos de los cuales el académico Carlos Guzmán-Böckler (abogado y sociólogo guatemalteco) explicó durante una conferencia aquí en Cobán, a finales de los años 90 del siglo pasado. Dijo de manera contundente: «Al guatemalteco no le gusta verse en el espejo».
Para finalizar, de la historia reciente ni hablar. ¿Se conoce de los acuerdos de paz que no se han cumplido? ¿Se ha reflexionado acerca de nuestra memoria con relación a derechos humanos, Estado y nación durante el conflicto armado interno? ¿Se conoce el origen de cada partido político que está contendiendo en estas elecciones? ¿Se sabe de la historia de vida de cada candidato? Y con relación a la transparencia en el manejo de la cosa pública durante la pandemia, ¿sabemos el final del affaire de las vacunas rusas?
Si las respuestas a las preguntas de este último párrafo también implican un rotundo NO, reitero, demás está decir que este no es el país que queremos.
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