Un espacio de convivencia. La oportunidad de conocer nuevos escritores y nuevas escritoras. La posibilidad de tener en un mismo recinto librerías y editoriales comerciales e independientes. Todo esto es y ha sido la Feria Internacional del Libro en Guatemala (Filgua) desde el año 2000, cuando Guatemala recién estaba empezando a salir de tantas décadas de oscurantismo, silencio y desconexión con el resto del planeta. Y para los que como yo crecimos en un país en el que las librerías y los eventos culturales iban muriendo poco a poco, una feria del libro de las dimensiones de Filgua era una especie de sueño.
Cierto. En Guatemala los libros todavía son un objeto de lujo, y la experiencia de muchos ha sido que el sistema educativo no necesariamente propicia el gusto por la lectura. Además, con índices de analfabetismo aún altos, una feria del libro podría pensarse como un evento innecesario y hasta banal. Pero nada más alejado de la verdad, ya que son precisamente este tipo de eventos los que van llenando los vacíos culturales y educativos con los que convivimos.
La población del país ya rebasa los 16 millones de habitantes. No obstante, el año pasado la asistencia a Filgua fue ligeramente superior a las 44 000 personas. Algunos podrían aludir al precio de entrada. Sin embargo, este es meramente simbólico. Además, ya adentro, todas las actividades son gratis. Y que no me digan que las actividades de Filgua están pensadas únicamente para un público experto porque eso no es cierto. Hay de todo y para todos. Por eso cada año nos echamos con mi familia el viaje ritual de Xela a la capital para asistir a Filgua, esperando que nuestro hijo crezca con lo que nosotros no crecimos: con la oportunidad de convivir entre libros, conversando con escritores y académicos cara a cara, participando en talleres diseñados para niños.
En los 20 años luego del fin del conflicto armado interno, los avances de la industria editorial en el país son significativos. Para los que crecimos estudiando con fotocopias porque simplemente no se podían conseguir libros, la producción editorial de estos últimos años ha sido un cambio, aunque en el país aún existe una gran necesidad de producción de conocimiento autónomo y de facilidades para que este se traduzca en libros. Los que se dedican a la producción y a la venta de libros saben muy bien que dedicarse a la industria del libro en Guatemala es un acto heroico. Sin embargo, siguen aportando a esa economía naranja tan invisibilizada en este país.
Según el BID, la economía naranja corresponde al conjunto de actividades que permiten que las ideas se transformen en bienes y servicios culturales, cuyo valor está determinado por su contenido de propiedad intelectual. Dicha industria genera miles de millones de dólares al año. La industria del libro es, entonces, un aporte a la dinámica económica del país, algo a lo que nuestros gobernantes tendrían que ponerle más atención.
En años anteriores Filgua les ha puesto especial interés a temáticas específicas como el medioambiente, la mujer, la niñez, los pueblos indígenas, etc. Este año, la feria estará dedicada al doctor Edelberto Torres-Rivas, como un reconocimiento a su labor como autor y editor de importantes obras sociológicas para Centroamérica, pero también como un recordatorio de la importancia que la literatura —académica o no— tiene en Guatemala para el desarrollo de una ciudadanía crítica y reflexiva.
Para este año, la Gremial de Editores se ha propuesto una meta de 65 000 asistentes a Filgua. Para un país de más de 16 millones de personas es una suma modesta, que se traduciría en 65 000 personas dispuestas a la reflexión crítica del país, en 65 000 personas abiertas al placer de la lectura, en 65 000 personas apoyando las industrias creativas del país. Pero aumentar la cantidad de asistentes no es la meta más importante. Esta edición de Filgua tendrá como tema central los objetivos de desarrollo sostenible, los cuales son impulsados por Naciones Unidas y que tienen como finalidad combatir la pobreza, la desigualdad y el cambio climático durante los próximos años. Y dentro de esta lucha —que debería ser de todos y desde todos los segmentos de la sociedad— la cultura es considerada base indispensable para el desarrollo integral del ser humano y para la superación de la pobreza y de la desigualdad. Una cultura entendida desde su diversidad, claro está. Así, Filgua 2016 se concibe a sí misma también como un espacio para la reflexión que podría llevar a los cambios de actitud y a las acciones concretas que este país tanto necesita.
Quetzaltenango, 2016
Más de este autor