En 1957, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) canaliza su objetivo de promover la justicia social y lanza el Convenio 107, el cual, con conceptos como «integración progresiva» y «mejoramiento de condiciones de vida», plasmaba un marco conceptual al supuestamente inevitable desaparecimiento de las colectividades indígenas o tribales.
El desconocimiento sobre instituciones de autoridad ancestral y la falsa idea de una única ruta de desarrollo estaban intentando erradicar aquellas particularidades culturales que detenían el progreso.
Fue hasta en 1989, en conjunto con organizaciones de pueblos indígenas, cuando la OIT promovió el Convenio 169, sobre pueblos indígenas y tribales. Este se convertiría pronto en la máxima herramienta internacional para la defensa de los derechos indígenas.
«Esta corte es del criterio de que el Convenio 169 analizado no contradice lo dispuesto en la Constitución y es un instrumento jurídico internacional complementario que viene a desarrollar las disposiciones programáticas de los artículos 66, 67, 68 y 69 de esta, lo que no se opone, sino, por el contrario, tiende a consolidar el sistema de valores que proclama el texto constitucional», respondería la Corte de Constitucionalidad a la consulta sobre la pertinencia del acuerdo que hizo el Congreso en 1995.
El convenio fue firmado y ratificado. Entró en vigor en Guatemala en 1997.
En 1996, entre los acuerdos de paz, se firmó el Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas, en el cual el Gobierno de Guatemala se compromete a hacer lo necesario para construir un Estado que respete e integre a las comunidades y sus necesidades a las instituciones de aquel. Dicho acuerdo, el Convenio 169 y el apartado constitucional de comunidades indígenas conforman el marco jurídico-político de esta discusión.
El Estado moderno tiene una herencia directa de la cultura de conquista y de sometimiento de los reinos europeos de la Edad Media. Herencia que prefiere criterios ideológicos uniformes para facilitar el sometimiento colectivo, el cual busca a través de la imposición. Dicha intención de imponer es la causante de cientos de conflictos y de guerras en la historia humana moderna.
Hoy vemos con preocupación cómo la relación entre potencias como China, Rusia y Estados Unidos se tensa año tras año. La historia nos enseñó, con las guerras mundiales y con la guerra fría, hasta dónde puede llegar el nivel de escalada de los conflictos y lo dañino que esto resulta para la humanidad.
Es momento de que, como integrantes de una sociedad diversa, con al menos 24 culturas distintas en nuestro territorio, asumamos la construcción de un Estado diverso y abierto a las particularidades que puedan favorecer la relación entre personas. Es momento de iniciar la construcción de un Estado plurinacional, en el cual quepamos todos.
Nadie sabe aún cómo hacerlo, pero les propongo que empecemos con abrir la mente a la discusión. Quizá reconocer los sistemas de justicia comunitarios dentro de las instancias oficiales sea un buen primer paso.
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