Es ingenuo creer que la modernización (política) del país puede darse sin modernizar el aparato productivo del país, a sus empresarios y lo que esperamos de la economía. No es posible una Guatemala moderna con la misma lógica económica del añil y de la cochinilla del siglo XIX. Necesitamos atacar nuestra mentalidad anticuada para comprender el desarrollo. Creemos que Guatemala es un país eminentemente agrícola o forestal; que en Guatemala solo se pueden producir bienes básicos porque somos buenos para eso, y no para lo industrial; y que podemos generar empleo agrícola fácilmente, por lo que debemos seguir impulsándolo. Es más, tan enraizada es esta visión que hasta estamos insistiendo en programas típicos de nación africana subdesarrollada.
Uno de estos programas es la propuesta de generar prosperidad con cabras. Tanto parece ser el convencimiento en esta nueva medicina milagrosa (silver bullet) para alcanzar el desarrollo que hasta la comunidad internacional se está poniendo de acuerdo con ciertos grupos del sector privado para impulsar una economía de cabras. Sin embargo, este tipo de proyectos lleva décadas en África y nadie habla del gran milagro económico de las cabras de Etiopía a pesar de los múltiples programas implementados (por ejemplo, este y este otro). Y es preocupante. ¿Será que nos hemos quedado sin ideas? ¿Será que estamos estancados en pensar solo en paliativos económicos y en depender del paternalismo colonialista?
Si queremos desarrollo, tenemos que pensar que la agenda económica en tiempos de la Cicig debe ir más allá de meter a ciertos empresarios en la cárcel y de buscar acuerdos con otros para que inviertan en cabras. España y Corea del Sur, por mencionar dos casos, metieron empresarios en la cárcel por problemas de corrupción y defraudación fiscal, pero supieron ver más allá: sabían que era necesario generar desarrollo económico, particularmente en exportaciones industriales, así que apoyaron dicho sector.
¿Qué implica esto para Guatemala? Pues que con malas carreteras tiene sentido insistir en producir y exportar café y mantener trabajadores analfabetos recogiendo la cosecha. Pero, si tuviéramos buenas carreteras y trenes, electricidad barata, buenos puertos y transporte marítimo barato, podría ser más rentable exportar vegetales y frutos frescos o procesados como alimentos enlatados o como comida congelada. Y así podríamos generar ganancias de contratar trabajadores con mayores niveles educativos. Ahora imaginen si tuviéramos inversiones claras y capacitación técnica y en investigación y desarrollo (R&D) en nanomateriales para apoyar a la industria de manufactura de productos electrónicos y textiles en el país.
Modernizar el sector empresarial pasa por crear estas nuevas condiciones de la economía para que los empresarios encuentren rentable ofrecer abundantes y mejores empleos. El rol del Gobierno es necesario porque muchas veces el sector empresarial no tiene la capacidad para realizar esas inversiones (o no le resultan rentables), que lo ayudarían a su propia modernización y a la del país (Allen, 2009; Gerschenkron, 1979). Por algo Árbenz apoyó la construcción de la hidroeléctrica Jurún Marinalá, de la carretera al Atlántico y del puerto Santo Tomás de Castilla. Más allá de la retórica de romper el monopolio estadounidense en infraestructura, estas inversiones venían a generar nuevas condiciones económicas que se necesitaban para generar una economía moderna. Por eso, si el cambio se quiere hacer perdurable, la agenda económica en tiempos de la Cicig necesita reconocer la necesidad de modernizar el aparato productivo del país: más fábricas de productos electrónicos y menos cabras.
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