Muchas mujeres, no importa cuán privilegiadas, saben lo que significa guardar silencio por miedo o vergüenza, por conveniencia o porque es lo que se espera para no herir a otros. Quien conoce este silencio sabe lo que es no tener el valor de denunciar ciertas cosas, seguir la vida y ya. Cuando imagino lo que sufrieron las mujeres de Sepur Zarco me caen de golpe toneladas de vergüenza y miedo que no logro dimensionar y me asquea ese llamado a la conveniencia del olvido, de dejar atrás para no ...
Muchas mujeres, no importa cuán privilegiadas, saben lo que significa guardar silencio por miedo o vergüenza, por conveniencia o porque es lo que se espera para no herir a otros. Quien conoce este silencio sabe lo que es no tener el valor de denunciar ciertas cosas, seguir la vida y ya. Cuando imagino lo que sufrieron las mujeres de Sepur Zarco me caen de golpe toneladas de vergüenza y miedo que no logro dimensionar y me asquea ese llamado a la conveniencia del olvido, de dejar atrás para no polarizar o herir más al país.
Una mujer violada hoy en día probablemente callará. El temor al estigma, a revivir la experiencia y a ser victimizada de nuevo durante el proceso es un poderoso disuasor. Si denuncia, ella y sus seres queridos querrán juicio y castigo para el culpable, alguna forma de resarcimiento. Nadie dirá que se trata de venganza. La violación tendrá costos para esa mujer, que deberá encontrar una ruta para borrar las pesadillas, la paranoia, la vergüenza y la culpa injustificadas, que le devuelva la confianza, la autoestima. Si a algún hombre todavía le está costando identificarse, imagínese víctima de una agresión sexual. Piense qué tan fácil sería admitirlo, denunciarlo, pasar por un juicio, y luego pregúntese por qué. Todos estamos de acuerdo en que ella merece justicia, ¿no? ¿Cuántos de nosotros nos la imaginamos blanca? Si ahora la transformamos en una mujer indígena, ¿nuestro sentir permanece idéntico? ¿Y si movemos esto al contexto de la guerra?
Habiendo crecido en un país machista, racista y que ha preferido ocultar lo que ocurrió en la guerra en cuestión, entiendo cómo se nos mueve la brújula de la justicia cuando vamos cambiando los rostros nuestros por los del otro. Que tenga explicación no lo justifica. Por muy avanzada que me sienta, todos los días debo pelear con los vestigios de racismo y machismo que todavía viven ocultos e incrustados en algún lugar del cerebro. Hay que revisar cada cosa que se asume, cada prejuicio. Es lo que toca si queremos un país más humano y mejor para todos. Entonces, reconozcamos a esas mujeres como personas, como si fuéramos nosotros, y preguntémonos, guerra o no guerra, ¿merecen justicia? Entonces, decir «todas somos Sepur Zarco» cobra sentido, ya que esto no debería pasarle a nadie nunca y, sea quien sea la víctima, estos crímenes no pueden quedar impunes. Culpables significa justicia para estas víctimas y esperanza para cualesquiera otras.
Cuando se dice que estas son cosas que pasan en las guerras, que así ha ocurrido en otros lugares del mundo, que los civiles son daño colateral y que por eso había que dejar el asunto de lado, me pregunto cómo se supera esta desconexión con la humanidad de las víctimas. Salen a defender a los acusados como héroes salvadores de la patria. Que me explique alguien cuál patriotismo, defensa del país o heroísmo requiere de la tropa bajarse los pantalones para violar repetidamente a las mujeres de una comunidad, individualmente o en grupo, a solas o frente a sus hijos, en sus casas o en un destacamento o al lado de un río, luego de haberlas despojado de sus esposos, de sus fuentes de alimentación, de sus lazos con su comunidad, con la tierra, con su espiritualidad, y encima forzarlas a hacerles de comer y lavarles la ropa.
Esto me lleva de vuelta a las toneladas de vergüenza y de miedo. Cuánta fuerza y valor tuvieron que amasar estas mujeres para atreverse a denunciar y afrontar un juicio. Si para cualquier víctima es duro, piense en estas personas que encarnan la intersección de tantas formas de vulnerabilidad: mujeres, indígenas, pobres, viudas. Dele otra vuelta a la tuerca y agregue el rechazo de la comunidad por haber sido violadas y estar solas. Otra vuelta: sus agresores pertenecen a una institución que, además de representar al mismo Estado obligado a protegerlas, aún ostenta mucho poder y tiene fuertes vínculos con un partido que fue recientemente a reclutar gente a su comunidad. Por último, aplástelas con el peso del repudio de quienes defienden lo indefendible llamándolas mentirosas, actrices, prostitutas.
Estas mujeres hilaron de nuevo sus vidas. Se reconstruyeron a sí mismas. Transformaron sus cuerpos y memorias marcados por la violencia en vehículos de justicia. Sus perrajes de colores, como flores hermosas, las acompañaron para exigir que se admitiera que esto no debió pasarle a nadie nunca, para asegurarse de que estos crímenes no quedaran impunes. Ellas son las fuertes, y nosotros, la Guatemala rota y frágil que todavía no encuentra cómo mirarse a sí misma y reconocerse, aceptarse y comenzar a sanar. Ellas son esas flores que resisten, que sobreviven lo impensable, que esparcen sus semillas y surgen de las más improbables grietas en el concreto. Ellas nos heredaron dignidad en lugar de silencio. Por eso, más que tumbas, sus flores lo cubrirán todo. Yo les agradezco.
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* The Flowers of Guatemala, canción de la banda R.E.M., del álbum Lifes Rich Pageant (1986).
Beatriz Cosenza
Autor
Beatriz Cosenza
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Soy física guatemalteca especializada en geofísica. Me gasto los días entre enseñar a nivel medio y universitario y jugar con el equivalente a radiografías del subsuelo en consultorías privadas. Invierto cantidades ingentes de tiempo en intoxicarme con sonidos, imágenes y palabras, de donde me viene una concepción cambiante y retorcida de la belleza y la claridad de que, tal como dice Soda Stereo, «lo que seduce nunca suele estar donde se piensa».
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Beatriz Cosenza
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Soy física guatemalteca especializada en geofísica. Me gasto los días entre enseñar a nivel medio y universitario y jugar con el equivalente a radiografías del subsuelo en consultorías privadas. Invierto cantidades ingentes de tiempo en intoxicarme con sonidos, imágenes y palabras, de donde me viene una concepción cambiante y retorcida de la belleza y la claridad de que, tal como dice Soda Stereo, «lo que seduce nunca suele estar donde se piensa».
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