A mí sólo tienen que decirme cine o cena con los amigos –ya no digamos viajes– para que mi celular marque en automático el número de la querida Chiquis, cuya función a estas alturas es garantizar que mis chamacas no incendien el departamento. ¿Ya vieron Her? Pues a Siri sólo le falta leerme el pensamiento para organizarme la agenda.
Estas escapadas me han permitido en los últimos 15 años dar un respiro a mi maternidad, sin ahorcar a las escuinclas ni sacrificar mi relación de pareja. A tal grado, que se volvió obsesión de una amiga achacarle a estas salidas los problemas de casa. ¿Que la hija menor se sonajeó a un compañerito en la escuela? Pues es que vas muy seguido al cine sin ellas. ¿Que a la grande le hacen bullying dos mocosas? Pues a ver si le bajas a tus cenitas. ¿Que pelean mucho entre ellas? Pues a quién se le ocurre irse de viaje 20 días estando las criaturas tan pequeñas entonces, tan adolescentes ahora. Que sólo salgamos cuando están dormidas y que las hormonas y el proceso de crecimiento tengan más que ver con los dilemas cotidianos que nuestras escapadas, es apenas un detalle. Quién se fija, pues.
En una ocasión que se quedaron de pijamada en su casa, mi hija la chiquita regresó convencida de que las abandonábamos cada vez que su papá y yo nos escapábamos por nuestra cuenta. Nunca lo hubiera dicho. Creo que la venció el sueño mientras escuchaba mi perorata con el recuento de los 9 mil 831 infinitamente-aburridas-para-los-adultos fiestas infantiles a las que las habíamos llevado hasta ese momento, de las 2 mil 427 pijamadas que habíamos organizado con sus amigas, de las 21 mil 956 actividades extraescolares, de las chorrocientas mil horas invertidas para jugar con ellas, cantarles y dormirlas en la mecedora cuando eran bebés, y de los mil ocho mil inacabables fines de semana organizando el itinerario en función a sus intereses. Más lo que se acumule, que esto todavía no acaba. Nunca como en ese momento apliqué mejor la expresión escucha mijita, si mamá y papá nos escapamos sin ustedes, es por el bien de la humanidad de ambas dos.
En esta etapa de su adolescencia estamos entrando a ese hoyo negro donde –ahora sí– lo que menos quieren es estar con sus padres. Y ahora somos nosotros los que no queremos que ellas salgan de noche. ¿Ya ven? No hay forma de que estemos todos contentos. No obstante, a estas alturas como que me late que mis hijas ya entendieron por dónde va el asunto porque el otro día la mayor me soltó que a su padre y a mí ya nos hacía falta escaparnos al cine y que no era necesario que le habláramos a la nana. Que si queríamos una función doble, no se molestaban, pero que avisáramos antes de regresar. Ay, mis niñas lindas que se preocupan por nosotros en lugar de andar pensando en parrandear con sus amigas… A ver, esperen.
En el recuento de los daños, me gusta creer que ahí la llevo. Tal vez a mi amiga y a su marido le funcione hacer todo con y por sus hijas, sin darse un tiempo fuera como pareja o como individuos, pero para mí es tan vital como el aire que respiro. A mis hijas las adoro hasta que dejan sus trastes sin lavar, su ropa sin levantar, una materia sin estudiar. Porque los límites de mi abnegación terminan donde la rezongadera empieza, que mi maternidad no está para recibir consideraciones sólo una vez al año.
Por supuesto, me encanta que la peque me prepare el desayuno en mi cumple y el 10 de mayo, pero yo lo quiero todo, todos los días del año: hijas amorosas disfrutando su vida conmigo y permitiéndome disfrutar la mía con ellas. Hoy agradezco que sean mis niñas, justamente, quienes me hayan permitido retomar mi carrera periodística mejor que como la dejé temporalmente cuando nacieron. Porque justo lo que he aprendido de ellas me ha permitido independizarme de mi maternidad para reconocerme como persona, como pareja, como amiga, como periodista. Y a ello le apuesto para estar preparada cuando las hijas vuelen –o las corra de casa, que ya no se sabe con estas generaciones.
Así que vengan las licuadoras el 10 de mayo o el 20 de abril, que yo festejo mi maternidad cada vez que recibo un beso de mis hijas, me escapo con el marido, comparto con mis amigas y sujeto con más fuerza la sartén por el mango de mi individualidad.
* Publicado en Animal Político, 13 de mayo de 2014.
Más de este autor