«… y pronto necesitarás un hombre», dice la canción. Así se ve el panorama para muchas mujeres criadas para ver como condición necesaria y suficiente de su satisfacción el conseguir un marido que las mantenga y a quien darle hijos. Poco a poco esto se ha ido convirtiendo en un asunto de elección libre, pero ese no es el caso para un gran número de niñas en Guatemala.
¿Qué tan niña es la que pronto será una mujer y qué tan pronto necesitará un hombre? Por estas latitudes, puede tener 10 años, edad a la cual ya es apetecible para algún hombre que le dobla o triplica la edad, abusa de ella y la deja embarazada. Si tiene 14 años cumplidos —o si tiene menos, pero está embarazada—, puede ser casada con el consentimiento de ambos p...
¿Qué tan niña es la que pronto será una mujer y qué tan pronto necesitará un hombre? Por estas latitudes, puede tener 10 años, edad a la cual ya es apetecible para algún hombre que le dobla o triplica la edad, abusa de ella y la deja embarazada. Si tiene 14 años cumplidos —o si tiene menos, pero está embarazada—, puede ser casada con el consentimiento de ambos padres o el de una autoridad competente. No es delito tener relaciones sexuales con la chiquilla pasados los 14 si ella consiente (¿no puede comprar alcohol ni cigarrillos, pero sí consentir?), y luego, si la casan, será víctima para siempre, entregada a una vida conyugal que no eligió en libertad, con posibles abusos y agresiones, esclavizada por el esposo, los hijos, la familia política. ¿Se aplica esto de igual manera a los varones? No, la niñez a ellos les puede durar dos años más. De todos modos, lo más común es que el tipo que se casa con la niña sea mucho mayor, un adulto.
El 14 de febrero leí que, en noviembre, la Comisión de Legislación y Puntos Constitucionales dio dictamen favorable a la iniciativa de ley 4746, conocida por el pleno en enero del año pasado, que pretende, entre otras cosas, elevar la edad mínima para contraer matrimonio. ¡Al fin! Pero no cantemos victoria. Falta que la sancione el Ejecutivo, que se promulgue, que se publique y que finalmente entre en vigor.
Parece una cuestión de lo más obvia. ¿Qué tanta vuelta había que darle? Hurgando en la página del Congreso encontré la iniciativa y el dictamen. La primera se justificaba con estadísticas de matrimonio infantil, embarazo adolescente y mortalidad materna; con la diversidad de instrumentos internacionales que protegen a las mujeres, a los niños y a las niñas que Guatemala ha ratificado y para lo cual se ha comprometido a hacer los ajustes necesarios en su legislación; con las implicaciones que estas uniones tienen para los menores —particularmente las niñas, que son las más afectadas— en términos de salud, educación y oportunidades; y con el principio de igualdad.
Así me enteré de que antes hubo otros intentos y de que un argumento repetido para no hacerlo dice: «Aunque la ley diferencia la edad de los contrayentes menores para contraer matrimonio, resulta obvio que esa diferencia de edad no significa discriminación, pues la ley establece la edad mínima en que considera que, por sus propias características, tanto el hombre como la mujer se encuentran en igualdad de aptitud para contraer matrimonio, entendida esta como la capacidad fisiológica, biológico-sexual, hormonal y psíquica en tanto se es mujer o varón. La ley puede variar esa edad, pero en cualquier circunstancia tiene una base científica que debe ser determinada […] el Estado, al regular el matrimonio, en el caso de los menores, ha aplicado el principio de igualdad, considerando que los catorce años de la mujer y los dieciséis del varón los pone a ambos en un plano de igualdad en cuanto a las aptitudes para realizar los actos y fines del matrimonio». Sin comentarios.
Algún progreso se ha logrado. Esta vez el dictamen fue favorable con modificaciones. No se elevará la edad a 18 años, que era la propuesta original, sino a 16. Lo mismo va para la unión de hecho y los delitos de violación y agresión sexual. Supuestamente, las modificaciones responden a cuestiones de tradición, entre otras. Se me retuercen las tripas al ver que nos parece bien negociar con la tradición en prácticas que vulneran los derechos fundamentales de la persona: prácticas que obligan a las niñas a abandonar para siempre la escuela y a perpetuar el círculo de la pobreza manteniendo niñas sin las posibilidades de un ingreso digno, poniendo en grave peligro su salud y la de sus hijos una y otra vez, expuestas al maltrato, a la servidumbre, al abuso sexual, al abandono.
Jamás sabrán que podían decidir sobre sus cuerpos, sobre unir o no sus vidas a las de otras personas y cuándo, sobre tener hijos o no y sobre cuándo y con quién tenerlos. Jamás sabrán que tenían derecho a ser niñas, a educarse, a crecer a su tiempo, a realizarse. Jamás sabrán que una niña no es el objeto sexual de otro y que fabricar hijos no es su obligación. Que no necesitaban pronto a un hombre, que no es ese su fin último. Que, de hecho, no lo necesitan nunca, que desde su ser completas podían elegir a la persona apropiada y compartirse, en amor e igualdad, si ese fuera su deseo.
Estamos tan lejos de eso que seguiremos mirando niñas que necesitan pronto un hombre para aliviar la economía de sus familias y formar nuevas familias aún más pobres. Así lo enseñarán a sus hijas.
* Girl, You’ll Be a Woman Soon, canción de Neil Diamond, del álbum Just for You (1967).
Beatriz Cosenza
Autor
Beatriz Cosenza
/ Autor
Soy física guatemalteca especializada en geofísica. Me gasto los días entre enseñar a nivel medio y universitario y jugar con el equivalente a radiografías del subsuelo en consultorías privadas. Invierto cantidades ingentes de tiempo en intoxicarme con sonidos, imágenes y palabras, de donde me viene una concepción cambiante y retorcida de la belleza y la claridad de que, tal como dice Soda Stereo, «lo que seduce nunca suele estar donde se piensa».
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Soy física guatemalteca especializada en geofísica. Me gasto los días entre enseñar a nivel medio y universitario y jugar con el equivalente a radiografías del subsuelo en consultorías privadas. Invierto cantidades ingentes de tiempo en intoxicarme con sonidos, imágenes y palabras, de donde me viene una concepción cambiante y retorcida de la belleza y la claridad de que, tal como dice Soda Stereo, «lo que seduce nunca suele estar donde se piensa».
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