Como convocatoria, el paro fue un éxito. Incluso visto como el indigno Hernández, que afirmó que la iniciativa era de «20 tuiteros». ¡Cada tuitero convocó a entre 7 500 y 10 000 seguidores!
Claro, dirá usted. Pero de las tres demandas —renuncia del presidente, depuración del Congreso y una nueva Ley Electoral y de Partidos Políticos— no se ha conseguido ninguna. Pero ¿quién le dijo a usted que esto era asunto de soplar y hacer botellas?
Hagamos memoria. Aprendamos. La primera lección es de complejidad. El antecedente inmediato, la renuncia de Pérez Molina y de Baldetti, muestra que los cambios no resultan de llaves mágicas, de acciones únicas con resultados contundentes. Vienen de constelaciones amplias de acciones coordinadas. Ese par de corruptos se largó porque, mientras la plaza atronaba, redes de activistas insistieron en todas direcciones, la embajada de los Estados Unidos presionó a la élite empresarial, el Ministerio Público y la Cicig continuaron destapando entuertos cada mes, algunos jueces y magistrados mostraron inusitada dignidad, el Ejército hizo mutis y la prensa reportó insistentemente. Todo, apenas para que renunciaran dos mañosos. Así que entendamos: cada paso del cambio exige múltiples intervenciones que resuenan unas con otras.
La segunda lección es de paciencia. Gana el que insiste. A la Gran Bretaña, ejemplar de monarquía constitucional, le tomó desde 1603, cuando asciende al trono Jacobo I, hasta 1688, con la Revolución Gloriosa —guerra civil incluida—, apenas para estabilizar su parlamentarismo. Los Estados Unidos se debatieron desde el Compromiso de Misuri en 1820 hasta la Ley del Derecho al Voto en 1965 —guerra civil incluida— apenas para erradicar de la ley la discriminación racial. Y en la práctica aún no la elimina.
Igual aquí en traducción perversa. Morales y su confraternidad corrupta navegan sobre una ola de larga data. Desde torcer las reformas constitucionales en 1993, pasando por tomar las facultades de derecho y el colegio de abogados, aquí van décadas de múltiples intervenciones para concretar la narcojusticia elitista que usted y yo padecemos y aborrecemos.
Entendamos: la plaza es apenas tambor batiente —literalmente, pulso que aúna y mantiene— para los múltiples esfuerzos por hacer. La plaza es escuela de unidad para dos generaciones que no aprendimos a trabajar juntos. Muestra deplorable ingenuidad (o mala intención) quien no reconoce en ella un engranaje necesario y eficaz de cambio.
Entendamos: el asunto no es Jimmy versus Iván. Eso apenas es frente de choque entre narco-Estado elitista y modernización. Muestra pocas luces (o mala intención) quien se pierde en estupideces —como clamar «injerencia extranjera»— cuando lo importante es afianzar la cabeza de playa de una justicia independiente y funcional.
Entendamos: la clave para el largo plazo es sacar la política de los cenáculos oscuros donde sucede entre poca gente con intereses particulares y ponerla nuevamente dentro del Legislativo, a la luz y entre representantes decentes. En el largo plazo, lo importante es atar la correa al cuello del político para que responda a sus votantes. Por eso se pierde en cobardía (o con mala intención busca conservar su privilegio) quien eleva una tabla con clavos al nivel de crimen contra el Estado en vez de concentrarse en juntar gente para empujar las reformas a la Ley Electoral.
¿Quiere justicia contra alguien que robó electricidad? Pues bien, él la quiere contra alguien que robó agua. Ambos conseguirán lo que necesitan —ser escuchados en juicio, que un juez falle con independencia, que el veredicto se haga eficaz— si trabajan juntos. No cuesta entender que esta es la partida de largo plazo.
Algunos —los más privilegiados de la élite, los más corruptos del Ejército y de la clase política— abdicaron ya de un futuro mejor y apuestan por un eterno presente maligno. Y por eso ahora quedaron fuera por propia voluntad. Pero los demás —usted, yo, los campesinos, los indígenas, los estudiantes, los clasemedieros oficinistas y el empresario de élite que salió a la plaza, ¡precisamente porque salió a la plaza!— tenemos una tarea inmediata y una tarea larga.
La tarea inmediata es resistir, protestar, denunciar, demandar.
La tarea de largo plazo es dialogar entre nosotros. No el falso diálogo que convocan los de siempre con un gobierno ilegítimo. Dialogar entre nosotros para encontrar la zona mínima de traslape y así votar juntos, cambiar leyes y reconstruir Guatemala como espacio democrático y de justicia. Luego habrá mucho tiempo, muchas razones y muchas formas para discrepar, pero dentro de nuestra democracia justa.
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