Los últimos 65 años son vivísimo ejemplo de lo que sucede cuando no se invierte a tiempo. Por no aguantar a un coronel progresista que sabía que democracia significaba gobierno del pueblo y por no tolerar que otros también tuvieran razón, derecho y riqueza, la alianza de Iglesia anticomunista, oficiales pusilánimes, embajada bananera y élite cachureca mandó todo al infierno en 1954.
Mucha agua sucia ha pasado bajo el puente desde entonces, pero la constante ha sido esta: nunca invertir lo necesario. La élite no ha querido meter su plata y los aspirantes que querrían hacer negocios no encuentran espacio, mucho menos apoyo, para hacerlo. Y por eso aquí seguimos en lo mismo. En pleno 2017 hacemos fiesta porque ahora sí 10 gentes pueden volar de ida y vuelta de Quetzaltenango a Petén por casi Q1 000 cada uno. En vez de contar con un sistema de carreteras decente. Mejor aún, con un ferrocarril para comprar, vender y movernos. Apenas usamos la construcción de infraestructura vial para repartir botín y sangrar al Estado.
En vez de perseguir mercados mayores, hasta nuestros productores más grandes —esos mismos capitanes de empresa que no tienen los arrestos para admitir la justicia indígena— se conforman con producir para mercados enanos. ¿Para qué soñar con vender con marca propia en Europa o Asia, o con emplear muchos guatemaltecos y educarlos para hacer trabajo sofisticado, si cortando caña producen suficiente para los gustos de un finquero racista? Mejor que un mexicano o un estadounidense empaque los productos de nuestra economía de postre y le ponga su marca. Mejor que sigamos siendo república bananera.
Seguimos siendo incapaces de producir la energía que nos urge sin atropellar la vida y la propiedad de los ciudadanos más pobres, ¡los mismos que no tienen luz eléctrica! Porque producir electricidad con petróleo es malo para el ambiente, pero igual hay que generarla de alguna forma. Entonces, los mismos que no quieren sino guatemaltecos cortadores de caña ahora buscan apropiarse de toda la matriz energética sin dejar nada —ni tierra ni agua ni leyes ni hidroeléctricas— para nadie más. Y quieren que el escuálido Estado guatemalteco les compre toda su electricidad y persiga a los mismos ciudadanos para asentar esas hidroeléctricas donde se les venga en gana, sin compensar y sin compartir. Que alguien más, nunca ellos, asuma el costo financiero, económico, político y humano de las hidroeléctricas. No se engañe: el problema no es técnico. Porque, si fuera energía del viento, de las olas o de una mágica tecnología limpia, igual la querrían tener solo para ellos mismos, sin compensar ni compartir con nadie.
¿Qué toca hacer? Mi amigo, el joven economista, lo tiene claro: hay que reducir el riesgo. Tiene razón: entrar al mercado en Guatemala hoy es combinar gente con expectativas demasiado altas acerca de lo que deben ganar y demasiado bajas acerca de lo que deben arriesgar con una economía que es una ruleta rusa.
Abordar esto es un camino de dos vías, pues los que pueden no quiere asumir su propio riesgo y el Gobierno no alcanza a reducir el riesgo de nadie. Es empezar hoy aquí lo que tanto se ha postergado. Porque el tono conciliador de un líder de la élite empresarial suena bien y da esperanza, pero sirve de muy poco si esta no abandona el exclusivismo cobarde que ha sido su marca más distintiva. Poco sirve hablar suave si la élite empresarial no se reconcilia con la idea de que la banca no es su opaca caja chica, que el mercado no es solo de ellos, sino de cualquiera que quiera competir. Si no paga impuestos para tener un Estado que haga valer las reglas, que invierta y que sea para todos.
Y por el otro lado, sí, se necesita que ese Estado pueda hacer —¡y haga efectivamente!— las inversiones necesarias para reducir los riesgos. Que invierta en serio en infraestructura para conectarnos entre nosotros y con el mundo. Que financie las aventuras comerciales más ambiciosas y garantice los emprendimientos más riesgosos, pero no solo los de los amigos, sino los mejor pensados. Que invierta en serio en la promoción de trabajo y empleo, vivienda digna, educación y salud para que ser guatemalteco no signifique eternamente ser cortador de caña.
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