Estoy pensando en el silencio. En cómo afuera de este planeta, el sol se quema con la fuerza de millones de bombas atómicas sin emitir un solo sonido. Un cometa arde alrededor de la supernova.
Un cometa muere en silencio. Estoy pensando en ese silencio como un mar viscoso por donde flotamos esperando hacer algo de ruido.
Ahora mismo voy por una carretera hacia la nada, entre la neblina y bosques insondables. Colocados contra las puertas, van los chalecos anti balas previendo lo peor. Espero que encuentre un hotel decente donde pasar las próximas cinco horas de sueño, antes de salir a encontrarme con mis nuevos amigos.
Habrá una fiesta. Habrá una fiesta de plomo y metal derritiéndose en la música de la pólvora. Habrá mucho ruido y el sol no se enterará de nada, como tampoco se entera que está quemando un cometa que suelta su hielo por el espacio.
Tomo las curvas lo más rápido que puedo. Es una de esas noches salvajes. El otro día vi en la televisión un programa de los cazadores nocturnos: los animales más feroces del planeta. Quizá no eran los más sangrientos, pero los leones me impactaron. La manera en que tomaban del cuello a los búfalos, mientras con las garras le daban un giro para que cayera al suelo. Otros abrían las fauces y con ellas tapaban la nariz del búfalo, para que se ahogara.
A veces intento razonar lo que hago para ganarme la vida. Nunca tengo mucho éxito. Digamos que ahora mismo voy a cazar un león. Por eso voy por una carretera desolada, a la mitad de la noche, con los chalecos anti bala en las puertas.
El león mató muchos animales. ¿Quién soy yo en la escena? Algunos podrían decir que soy una hiena, esperando los restos. No es cierto. Soy una sombra agazapada en la estepa, listo para cazar al león, para detenerlo en su insaciable gana de llenarse los dientes con sangre.
Acá todo es salvaje y el sol no se entera.
Acá todo es una guerra y nadie se entera. Pienso en el silencio y en las palabras que lo irrumpen como espejos rompiéndose. Hace poco me puse a leer los mensajes que se escriben en el tuiter acerca del tráfico. Uno encuentra lo que sea.
Amílcar Montejo, el jefe de la Policía de Tránsito, alerta sobre un hombre que lanzó dos granadas en la avenida Roosevelt.
Otras personas alertan sobre un cadáver en la mitad del asfalto.
Algunos mencionan hombres armados viajando en una motocicleta.
Nadie habla sobre la guerra, hablan sobre el tráfico. Lo que la gente dice es que si sales a la calle, esquives las granadas, el cadáver en la mitad del asfalto y los hombres armados viajando en motocicleta. Pero nadie habla de la guerra.
También pienso en escribir. ¿De qué sirve en esta barbarie, retratar infructuosamente la escena de los leones dándose un festín?
No lo hago porque me indigne. Conozco el bien y el mal y sé que a veces son lo mismo. Lo conozco porque todos los días transito en esa línea. Yo trabajo con los que secuestraron, extorsionaron, violaron, mataron, vendieron, robaron. Yo trabajo con el margen. Doy saltos a diario entre los dos lados. Los conozco y no me indigna. Así somos y el mal no tendrá fin nunca.
No escribo porque crea inocentemente que con eso cambiaré el mundo. O que el sol escuchará mi voz eufórica leyendo versos feroces.
Escribo porque quiero dejar claro que no estuve de acuerdo con la guerra. Que la sangre no me toca. Que vi el fuego de frente y no le tuve miedo y en vez de correr, grité Hoka Hey y me lancé hacia él. Hoy es un buen día para morir, siempre lo es.
Escribo porque es una manera de registrar mi caída hacia el silencio.
O quizá la cosa sea más simple. Quizá, como muchas otras cosas en mi vida, yo escribo por joder.
Más de este autor