Concretamente, mientras Rajoy enumeraba, con los aplausos de sus compañeros de partido de fondo, los importantes recortes referidos a las prestaciones por desempleo, la parlamentaria popular Andrea Fabra fue grabada por una indiscreta cámara de televisión diciendo, literalmente, "que se jodan".
Obviamente, una vez aireado el asunto en todos los medios de comunicación y filtrada la indignación a la calle y las redes sociales, Fabra no tuvo más remedio que salir a la palestra. Pero lejos de admitir su enorme error, intentó echar balones fuera afirmando que en realidad, su exabrupto iba dirigido a los que estaban sentados en la bancada socialista y no a los desempleados.
Lejos de aumentar el desatino con semejante forma de maquillar la evidencia, esta absurda y pueril manera de desviar la responsabilidad y quitarle hierro al asunto fue respaldada por su partido y por la presidencia del parlamento. Salvo por contadísimas excepciones discordantes, y dejando a un lado la habitual vacua palabrería, ni una ni otra institución pasó de la simple reprimenda verbal, siempre en privado, sin ningún otro tipo de sanción ejemplarizante. Además, la disculpa oficial manifestada a través de una carta llegó casi una semana después del incidente. Es decir, mal y muy tarde, como siempre.
Pero, incluso de haber sido así, de haber mostrado Andrea Fabra tan burdo y censurable desprecio por los socialistas, la cuestión ya sería suficientemente grave. Porque no se puede dirigir un parlamentario a sus oponentes políticos en esos términos bajo ninguna circunstancia. Mucho menos hacia las personas paradas, que constituyen en este país un colectivo deprimido y desprotegido de más de cinco millones de personas.
En definitiva, los ciudadanos contemplamos con desidia y hartazgo que una vez más no solo estamos indefensos ante la desfachatez y la arrogancia de los políticos, que viven lejos de la adversa realidad de la calle y las dificultades de la gente corriente, sino que ninguna de estas dos tiene consecuencias para quien las manifiesta sin pudor.
Sin duda, actitudes como las que nos ocupan son reprobables en sí mismas. Pero más que el hecho de que se produzcan, que ya de por sí es algo sumamente desagradable y triste, a mí me aturde lo que simbolizan. No puedo llegar a entender cómo una persona que trabaja en el estamento de representación popular más importante del Estado puede sentir y o pensar para que desprecie de una forma tan denigrante a los parados.
Tampoco puedo llegar a comprender qué tipo de sociedad estamos construyendo entre todos para que los políticos piensen de esta manera y lo puedan manifestar sin que nada o casi nada cambie.
También me pregunto que en qué tipo de país creen que viven nuestros dirigentes, si estiman que pueden insultarnos a la cara y posteriormente hacer como que no lo han hecho en absoluto, y que piensen que nos lo podemos llegar a creer.
Al menos, concluyamos que el perdón pedido por Andrea Fabra es lo mínimo que podía hacer. Y pongamos que aunque lo pide por algo que no ha hecho y no lo pide por algo que sí ha hecho, le perdonamos. El problema es que ella se ha quitado la careta con su comentario. Y eso no se puede ni obviar ni olvidar. Y, sobre todo, la desautoriza como representante del pueblo.
Luego se preguntan por las causas de la desafección de la sociedad por la política...
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