Salir a las calles, socializar con el prójimo, sentirse cerca de los demás siempre ha sido difícil, aunque cuando han surgido algunas oportunidades nos lanzamos a bailar y a gritar con entusiasmo. Recuerdo, por ejemplo, el festival Octubre Azul, en el que durante un mes se tuvo la oportunidad de lanzarse a la esperanza a través de propuestas artísticas urbanas en espacios públicos.
Y eso es precisamente lo que nos han dado las manifestaciones ciudadanas de las últimas semanas. Aunque l...
Salir a las calles, socializar con el prójimo, sentirse cerca de los demás siempre ha sido difícil, aunque cuando han surgido algunas oportunidades nos lanzamos a bailar y a gritar con entusiasmo. Recuerdo, por ejemplo, el festival Octubre Azul, en el que durante un mes se tuvo la oportunidad de lanzarse a la esperanza a través de propuestas artísticas urbanas en espacios públicos.
Y eso es precisamente lo que nos han dado las manifestaciones ciudadanas de las últimas semanas. Aunque lo que las mueve es un profundo cansancio por las estructuras políticas y económicas que mueven el país a través de la corrupción, el nepotismo, la mediocridad y un nulo sentido del bien público, nos han dado la oportunidad de empezar a vernos a los ojos de una manera solidaria y ¿alegre? Sí. Lo que en un inicio tuvo mucho de catarsis y nos permitió gritar juntos, cantar juntos, caminar lado a lado con energía, poco a poco también se está convirtiendo en la oportunidad de recuperar un sentido de la alegría que parecía perdido. El humor aflora, y repentinamente lo que queremos es bailar juntos mientras pedimos que se juzgue y castigue a los corruptos, que haya leyes que permitan renovar las estructuras políticas, que se nos permita vivir una democracia real. No obstante, como dice esa consigna que hemos repetido hasta el cansancio, «¡esto apenas empieza!». Y para algunos, este sentido de la alegría vinculada a la participación ciudadana todavía es demasiado nuevo.
Cuesta dejar que la alegría se instale en nuestras vidas cuando hay tanta frustración y rabia. Y, claro, allí están los monstruos de siempre recordándonos que siguen estando al acecho. La semana pasada, por ejemplo, cuando la PNC retuvo el bus de San Juan Sacatepéquez, el mensaje resultaba claro. Sin embargo, allí estuvieron también los abrazos solidarios, la inmediata reacción en las redes sociales, la indignación. De pronto se nos da la oportunidad de ser solidarios, de unirnos y de resistir juntos, y me gustaría pensar que esto también podría traer un nuevo sentido de la alegría por reconocernos de manera diferente y darnos la posibilidad de recuperar el sentido de comunidad que muchos de nosotros hemos perdido.
Ojo. Lo anterior, sin dejar de lado la indignación por cada río contaminado, por cada mujer asesinada, por cada niña violada, por cada quetzal robado por funcionarios, por cada territorio usurpado. Una indignación que tiene que tomar formas concretas de acción, sin dejar de lado la formación y el análisis que haga que estas acciones respondan a principios claros y a planes bien definidos. Hay mucho camino que recorrer, pero, si recuperamos el entusiasmo y la alegría por un futuro posible, podremos rescatarnos como personas también.
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