Iluminada por la blancura de las paredes que ahora reúnen la energía para conjurar el olvido, en Kaji Tulam hay espacio para encontrar la vida. De la mano del trabajo de quienes unieron pieza a pieza el tejido de la historia es posible recorrer, en los salones de la casa, los más de 500 años de exclusión, explotación y violencia que encierra nuestra historia.
El recorrido abre con la posibilidad de encontrar la energía del nahual del calendario maya que rige la fecha de nacimiento. A partir de allí, con la energía encontrada y la convocatoria a indicar qué haremos individualmente por la paz, se abre el camino hacia la verdad y la memoria.
De pronto se abre el telón al período de la Conquista y al encuentro inicial con el fuego y la espada. Y con ello, también los relatos de las primeras acciones de resistencia, que, con el esfuerzo y la tenacidad de las organizadoras, nos permiten encontrarnos con relatos de las primeras mujeres en resistencia a la imposición.
A estos relatos, para encontrarlos, hay que adentrarse en su entorno. De esa suerte, en una especie de cilindro narrativo aparece la relación de cómo el chile fue usado como herramienta de tortura. Un dato que curiosamente hace recordar el momento en el cual la esposa y la hija del general procesado (condenado ya una vez) por genocidio se valieron de esa especie para torturar los ojos de dos constitucionalistas que fundamentaban el artículo en la Carta Magna que prohíbe su participación en elecciones.
En el camino de la memoria, la primavera democrática, esa década de luz que precedió a la oscuridad de la represión, es traída a la memoria con el recuerdo de los logros que representó para la sociedad y la explicación de que el término banana republic surge de una referencia a Guatemala. No precisamente como una denominación positiva, sino como ilustradora de la dependencia estatal de capitales transnacionales que hacen de esta tierra su finca.
La brutal represión contrainsurgente queda plasmada en el encuentro con la tierra arrasada en un ejemplo concreto. Sin palabras, porque sobran en la ilustración de las imágenes, quien recorre la casa siente en la epidermis el frío del recuerdo del sufrimiento comunitario. La escena de una sala es la muestra de la vivencia de miles de familias en las más de 400 aldeas que fueron destruidas. Las velas, en representación de las vidas arrancadas, iluminan el esfuerzo en la búsqueda de justicia.
El espejo muestra quién se es y cómo ese ser puede ser odiado por alguien por el solo hecho de ser o de pensar, un odio que en la estructura de la maquinaria del terror justificó la muerte y la barbarie. En el túnel de los nombres aparece una lista de víctimas de genocidio hasta que, paulatinamente, se sale a la luz.
La memoria, entonces, lleva al encuentro con las vidas de Myrna Mack, Juan Gerardi y Oliverio Castañeda de León, entre otras que reflejan también el camino de la verdad por la justicia y son el preámbulo para el mural de la esperanza que se construye con las palabras de quien ha hecho el recorrido. El cierre para meditar lo ofrece la sala que abriga la manta gigantesca del recuerdo de las víctimas desde las manos creativas de sus familiares. Con la Casa de la Memoria, el Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos (CALDH) nos ofrece la oportunidad de crecer como sociedad y como pueblos conociendo y reconociendo. Larga vida a la casa Kaji Tulam.
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