Hay días en los que cuesta mucho ver la vida. Lo vital, sin duda, pero la vida así a secas, digamos los pequeños gestos. Personalmente no me considero un pesimista pero tampoco hay que serlo para ver que en cuanto a lo que tiene que ver con los humanos el barco echa agua. En los días que se acumulan como piedras que un día serán montañas, se deja ver una sombra inmensa sobre la humanidad y está bien interiorizarla, eso somos, eso hemos hecho, no me queda la menor duda que somos una especie mierda que cuenta con una innumerable población de excepciones. Bien sabemos por conocimiento colectivo que hemos dedicado largos milenios a perfeccionar la máquina destructiva que somos, y es interesante si lo pensamos, la máquina del horror de la humanidad ha perfeccionado la técnica, mientras que el fluir creador de la vida, ha seguido su camino, muy a pesar de nuestro necio intento. A qué voy, pues a lo evidente: la vida se impone y urge quitarse del centro, no, nosotros no somos la vida, somos parte, íntegra, fundamental como todas las demás partes, pero ya está claro que lo nuestro es nada más un colazo.
La agenda coyuntural se debate siempre entre diversos -y oscuramente creativos- actos de destrucción, no pasa un día sin que un tren de desastres se siga acumulando en esa parte de la montaña: el barranco. Ahí van a parar nuestros cuerpos, con todos los sueños que caben en cada uno de nosotros. Todos los días muchas nuevas razones ya no para luchar, sino para tirarlo todo al carajo. Y por eso admiro tanto a los que se atreven a enarbolar la bandera de la esperanza en medio de este tiempo que vivimos, son verdes y frondosos esos corazones, son piedras partidas por raíces, aves que se paran en los cables de los postes de luz y cantan, ya no por necedad, sino porque su naturaleza es ser aves que se paran en los cables y cantan.
Cuesta.
Y por asombrosa y mágica que sea la vida que nace en el estercolero, quizá sea fundamental, siempre y con enjundia, buscar la vida donde está la vida, ahí donde está evidente, sea donde sea que esté, buscarla. Sentir el latido del corazón, no es poca cosa. Un querido amigo científico me decía "cada vez que alguien le dispara a una persona no tiene ni puta idea de la cantidad de maravillas de la vida que se está quebrando", y claro, empezando por ese sujeto que está cayendo acurrucado en el piso, cada vez que que la maldita máquina del horror desaparece a una de nosotras, nos secuestra, cada vez que uno, quien fuera, es arrebatado, arrancado, sometido, desdibujado, toda la vida se para un poco, entera, por ese cuerpo nuestro que fue lanzado infructuosamente al olvido.
Hoy me enteré que uno de mis mejores amigos va a ser papá. Y se me vinieron en fila todas las infancias del planeta, como si uno abriera los ojos y se diera cuenta que la montaña de horror, es decir, el barranco, está ahí y siempre ha estado, como la montaña inmensa, la cadena montañosa, el cinturón de fuego siempre ha estado ahí, imponente, radical.
Un día todo se va a acabar, y el ciclo inmenso de la vida seguirá su ruta en las partículas y en el fuego. Pero ya lo sugería Quevedo, no dejaremos la memoria del otro lado del río
"Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado"
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