Una madre, 11 hijos y la fuerza de salir adelante
Una madre, 11 hijos y la fuerza de salir adelante
Esta es la historia de Lucía, una madre mestiza- maya mam, que logró sacar adelante a sus hijos como vendedora ambulante de medicina tras el fallecimiento de su esposo. La discriminación, la violencia contra la mujer y el abandono del Estado forman parte de esta historia, que se repite en miles de mujeres guatemaltecas.
Las arrugas en sus manos y en su rostro parecidos a las veredas y caminos que le ha tocado caminar, reflejan la lucha que ha enfrentado como vendedora ambulante de medicina en el área rural más de dos décadas desde que falleció su pareja.
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Lucía tenía 39 años cuando Humberto, su conviviente, falleció en su vivienda a consecuencia del alcoholismo, fue una noche de domingo del 1 de julio de 2001, tras varios días internado en el Hospital Nacional de San Marcos. El alcoholismo es una enfermedad que ha causado terribles estragos en Guatemala, al punto que el país ocupa el tercer lugar a nivel mundial dentro de la lista de naciones con mayor número de muertes por alcoholismo, con un 10.82 por cada 100,000 habitantes, según un estudio de la Revista Adicction de abril de 2021. «Al principio él tomaba únicamente los sábados, con el tiempo se convirtió casi a diario y era violento», recuerda Lucía.
Pero la lucha de Lucía va mucho más allá, pues vivió una infancia llena de adversidades, su familia se mantenía en constante mudanza lo que impidió que lograra ingresar a la escuela, sobre todo por las pocas oportunidades de acceso a la educación que había en la década de los 60 en Guatemala, las mujeres eran las principales afectadas.
La vida de Lucía en la infancia
Cuando recién comenzaba el Conflicto Armado Interno en Guatemala nacía Lucía Velásquez, en el año 1962, en la comunidad La Provincia (ahora El Platanillo) a 32.6 kilómetros de la cabecera municipal en San Pedro Sacatepéquez, San Marcos, donde vivió hasta los siete años. En este lugar se quedaron los abuelos paternos de Lucía, Martina Orozco y Felipe Velásquez, de ascendencia Maya y hablantes del idioma mam. Sin embargo, no le transmitieron el idioma a Aparicio, el padre de Lucía, quizá influenciado por el decreto 164 del año 1866, que declaró ladinos a los indígenas de San Pedro Sacatepéquez, por un capricho del entonces gobernante Justo Rufino Barrios.
«Para los efectos legales, se declaran ladinos a los indígenas de ambos sexos del mencionado pueblo de San Pedro Sacatepéquez, quienes usarán desde el año próximo entrante el traje que corresponde a la clase ladina», con esas tres líneas le robaron la identidad a cientos de personas y a sus descendientes.
Aparicio tuvo 10 hijos, se dedicó al oficio de caballerango, persona que cuida de los caballos y ganados en las fincas. Cuando Lucía tenía siete años la familia tuvo que mudarse hacia Los Chiquirines, una comunidad en Ocós, San Marcos, dos años después se trasladaron hacia la Finca Oná en el Quetzal, San Marcos, estableciéndose en la casa labor de la finca. Entonces Lucía, con 10 años, hacía corte de chile, que vendía en el municipio de Coatepeque, Quetzaltenango. «Vendía a diez centavos las dos libras a la semana, dinero que usábamos para la compra de jabón de la familia, también recolecté café», recuerda Lucía.
La razón de las mudanzas de la familia Velásquez fue la falta de oportunidades laborales en su lugar de origen, por lo que tuvieron que dejar el poco terreno que poseían y migrar. Su tierra fue vendida años más tarde por hermanos de Aparicio para costear los gastos funerarios de los abuelos.
Después de trabajar cerca de 35 años en Finca Oná el padre de Lucia logró la indemnización y jubilación, con lo que pudo comprar dos cuerdas de terreno en Sintaná del municipio de El Quetzal, San Marcos.
«Por muchos siglos, como en buena parte de las regiones con población indígena, las comunidades desarrollaron un modelo de aprovechamiento de los pisos ecológicos en los que habitaban. Desde el final del siglo XIX, producto de la desarticulación de ese sistema, empezaron a emigrar a las fincas cafetaleras de la bocacosta como colonos, jornaleros estacionales en las plantaciones o para formar nuevos núcleos poblacionales, principalmente en los municipios costeros», explica el informe de Movilidad humana desde la perspectiva territorial.
«En investigaciones de los años 80, se encontró que la mayoría de los trabajadores estacionales de varias fincas de café en Chiapas provenían de Guatemala, del altiplano de San Marcos y de municipios de Quetzaltenango. Se trataba de hombres, cabezas de familia, que en sus lugares de origen eran principalmente agricultores microfundistas que no lograban cultivar el maíz y el frijol para el consumo familiar. Estos campesinos trabajaban la tierra con herramientas muy básicas, dependían del agua de lluvia, no tenían acceso a financiamiento y la cosecha del café les permitía conseguir ingresos para solventar condiciones mínimas de vida», agrega el Informe Nacional de Desarrollo Humano de Guatemala año 2022.
Lucía cuenta que no recibió herencia de terreno de sus padres. «Mis abuelos (maternos Vicenta López y Raymundo Godínez) tenían terrenos, que mi abuelo compró cuando trabajaba como policía, pero tuvieron que venderlos por el vicio del alcoholismo de mi abuelo».
Unión libre forzada en la adolescencia
En la finca de Oná, cuando Lucía tenía 14 años, conoció a Humberto, era 11 años mayor que ella, pero rápidamente la conquistó para ser su conviviente. Humberto, además de ser mayor se había separado de otra relación anterior donde no tuvo hijos. «Humberto estaba trabajando en esa finca de Oná de planillero, como él sabe de planillero solo con sexto primaria», cuenta Lucía. Humberto trabajaba por las mañanas y en la tarde estudiaba el nivel básico, ganando mensualmente aproximadamente Q80.
Para convertir a Lucía en su conviviente Humberto habló con los padres de ella, sin embargo, por la edad de Lucía, su madre estaba en desacuerdo. «Mi papá no dijo nada, la que fue a demandar fue mi mamá, fue al juzgado del Quetzal», comenta Lucía. El juez dijo «que se junten, ya que el hombre la quiere porque los patojos son como el río, lo tapa uno en un lado y sale el agua en otro lado, entonces mejor que se junten», relata. Finalmente, en 1978 a sus 17 años Lucía tuvo su primer hijo.
Lucía recuerda que en ese año las uniones con menores de edad no estaban prohibidas, aunque han pasado 46 años y en el país ya hay leyes que castigan los embarazos en menores, la realidad no es muy diferente.
«Guatemala se encuentra dentro de los países con mayor prevalencia de uniones antes de los 18 años, esto a pesar de existir un marco legal que lo prohíbe, aprobado en 2017. Este hecho requiere de la creación de espacios institucionales de discusión y análisis para la toma de decisiones, sobre el posible aumento de uniones informales a dicha edad, así como el diseño de estrategias a nivel comunitario para su prevención y atención», dice el estudio «Guatemala, un país de infinitas posibilidades» elaborado por la Secretaría de Planificación y Programación de la Presidencia (Segeplan) y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa).
Según el censo nacional del 2018 realizado por el Instituto Nacional de Estadística, en el país 82,201 mujeres respondieron que tenían menos de 15 años al nacimiento de su primer hijo.
En 1984, con una máquina de escribir y un nombramiento en la maleta, Lucía y Humberto fueron detenidos en Tejutla, San Marcos por el ejército de Guatemala, cuando se marchaban de la Finca Oná hacia Concepción Tutuapa, San Marcos. «A ver tu maleta —le dijeron a Humberto— traía su máquina de escribir, todo su nombramiento, endeyte pues le dijeron, lo patearon y le mandaron pues», relata Lucía. En ese mismo año Lucía cumplía los 22 años, y tramitó su primera cédula, en San Pedro Sacatepéquez.
En Concepción Tutuapa, Humberto tomaría posesión para trabajar como promotor en educación —en esa época el Ministerio de Educación contrataba a personas con tercero básico para trabajar como docentes—. Posteriormente logró graduarse de la carrera de magisterio en el Colegio Juan Diego, uno de los primeros establecimientos del altiplano marquense. Con esto la pareja comenzaba una nueva etapa después de haber vivido diez años juntos en la zona costera.
El analfabetismo en mujeres
Lucía, unos 35 años después de haber asistido durante un año a la alfabetización, no recuerda el abecedario, únicamente deletrea hasta la letra /k/. También puede escribir su nombre en su firma. «Allí aprendí unos números, fuimos un año, no mucho aprendí», estudiaba solo los sábados, en la Escuela Oficial Urbana Mixta Rafael Landívar de Comitancillo. «Mis padres no me dieron estudio porque eran un montón de patojos, y los lugares antes no daban permiso para que el hijo del pobre iba a la escuela, solo los hijos de los ricos iban a ir a la escuela. Si me hubieran enviado a la escuela, en oficinas de vidrio trabajara», comenta Lucía.
Según datos del Comité Nacional de Alfabetización (Conalfa), entre 2000 y 2023, la institución rectora de la alfabetización enseñó a leer y escribir a un promedio de 141,533 guatemaltecos por año.
Es destacable que el 70% de estos logros fueron alcanzados por mujeres, evidenciando un avance significativo en la equidad de género en el acceso a la educación. En el departamento de San Marcos, específicamente, se atendió a un promedio de 10,375 personas por año durante este periodo, con una participación femenina del 75.24%, lo cual refuerza la tendencia nacional.
Según el artículo Historia de la Alfabetización en Guatemala colgado en el portal del Conalfa, actualmente Guatemala tiene un índice de analfabetismo de 12.31%. «Tomando en consideración que en 1986 este índice superaba el 52%, vemos que se ha avanzado positivamente, sin embargo las causas del analfabetismo aún persisten y se pueden agrupar en sociales, económicas y de cobertura educativa de los niveles pre-primario y primario en las áreas rurales y urbanas marginales», explica.
El XII Censo Nacional de Población y VII de Vivienda de 2018 del INE indica que, en San Marcos, de las 927,949 personas mayores de cuatro años censadas el 20.16%, es decir la quinta parte de esta población, no ingresó en la escuela. Lo que provoca que estas personas busquen un medio de subsistencia, y más con diferentes dificultades económicas, generando así la economía informal. Esto sin mencionar a quienes únicamente terminaron la primaria o el nivel básico.
En Guatemala hay varias instituciones que buscan reducir el analfabetismo, por ejemplo «Care Guatemala se centra en el liderazgo y alfabetización de mujeres indígenas, este proyecto facilita el acceso a servicios de alfabetización y educación formal para mujeres indígenas analfabetas o con bajos niveles de escolaridad, en los departamentos con mayores tasas de pobreza que superan la nacional, fijada en un 53.7%. El departamento de Quiché tiene 76.9%; Totonicapán el 80.6%; Sololá un 84.5% y Chimaltenango el 78.7%. Su población es también mayoritariamente indígena y rural, donde precisamente se concentra la pobreza», según su sitio web. Actualmente el proyecto de Care Guatemala cuenta con la participación directa de 5,000 mujeres.
Factores que la convirtieron en madre numerosa
Lucía es madre de 11, y 3 que fallecieron recién nacidos. «Nacieron los tres, pero venían eclipsados, o me pegaba la gente —su conviviente— los hijos los tenía de forma seguida, a cada año y medio».
«El finado Humberto decía “esas mujeres que no están criando hijos se vuelven mañosas, se van con otros hombres”. “Es pecado, dice la Biblia que es pecado”, decía y me regañaba cuando iba al centro de salud, pero yo no entendí porque me iban a correr de la casa». Para alimentar a la familia, pedían productos al crédito y luego se pagaba al fin de mes con el sueldo de Humberto.
«Los derechos sexuales y reproductivos son parte fundamental de los derechos humanos y las limitaciones en cuanto a su pleno ejercicio impactan el bienestar de las personas, particularmente en las mujeres», refiere el análisis de situación de población 2024 «Guatemala, un país de infinitas posibilidades».
Minúsculo apoyo del Estado
El montepío es un fondo de seguridad social, que se crea con el objetivo de dar apoyo económico a las viudas y huérfanos de trabajadores públicos. Lucía tenía derecho a esta ayuda, porque Humberto trabajó en el sector público, sin embargo, Lucía no estaba casada con él, por lo que no pudo tramitar el beneficio para ella, solo para sus hijos menores de edad. Además, para la fecha en que falleció Humberto, estaba embarazada de la última hija, así que la bebé no pudo gozar de los beneficios por complicaciones en los trámites, únicamente fueron beneficiados los otros siete hijos menores de edad en ese momento.
A partir del 13 de agosto de 2001 se comenzó a efectuar este beneficio el cual cubría los gastos de alimentación, en un monto estimado de Q1.50 al día por cada hijo beneficiado, el cual no era suficiente según relata Lucía. «Gastaba un aproximado de Q5 por hijo, y de los Q1.50 que daban para mis hijos yo tenía que poner el resto (Q3.50)».
Para ganar este dinero, «tuve que agarrar mi camino, ir a trabajar allá en Cabricán, yo a la semana vendía Q700 —de medicina—, agarraba Q300 para capital, para la venta de la otra semana, y el resto era para gastos de alimentación», así también para educación de sus hijos. Sin embargo, Lucía se siente agradecida con el esfuerzo de su conviviente por los beneficios que le dejó tras su muerte.
Participación y violencia contra la mujer
Lucía sufrió de violencia contra la mujer lo que impedía su participación plena como lideresa en su comunidad. «Desde cuando estábamos en la costa me pegaba, cuando vino aquí (Comitancillo) me pegaba, porque como tomaba pues, traumado la gente, una vez fui a encontrarlo y con un machete me iba a quitar mi cabeza», cuenta. Los golpes se volvieron frecuentes, «es por la enfermedad del celo la causa por la que me pegaba», indica Lucía. «Hasta me compró ganados para cuidar».
A pesar de la violencia Lucía comenta que comenzó a involucrarse en la participación dentro de su comunidad, a sus 25 años el centro de salud la capacitaba para convertirla en promotora de salud, asistiendo a las enfermeras en las jornadas de vacunación. «Como promotora de salud me instruyeron a inyectar», recuerda. Con el tiempo también hizo trabajo atendiendo partos.
«Cuando él tomaba nos corríamos —con sus hijos— para que no les golpeara», relata. «Él decía que si yo iba a aprender a leer y escribir que yo lo iba a dejar, que yo iba ser lista y que yo lo iba a dejar con todos sus hijos», cuenta. «Buscá otro trabajo, pero de promotor no, por eso me pegó cuando yo me fui de promotor». Sin embargo, su involucramiento dentro de su comunidad contribuyó a que aprendiera trabajos que más tarde le servirían para generar ingresos y así sustentar los gastos para sacar adelante a sus hijos.
Las diferencias de desarrollo humano
Según el Informe Nacional de Desarrollo Humano del año 2022, Guatemala tiene el índice de desigualdad de género más alto de América Latina.
En cuanto al tema de empleo y remuneraciones, la participación de las mujeres en el mercado de trabajo es del 39.9%, en comparación con el 86.3% de los varones. El Ingreso Nacional Bruto per cápita de las Mujeres es de US$5,451 mientras que el de los varones es de US$11,629. Según datos del Programa de EuroSociAL+, Proceso de transversalidad de género.
A Lucía su pareja le impedía trabajar, eso ocurrió hace más de dos décadas, sin embargo, muchas mujeres siguen sufriendo lo mismo en la actualidad. El estudio sobre Productividad, Salario y Competencia en Guatemala 2024, realizado por Oxfam, encuentra que «la baja participación de mujeres en el mercado de trabajo está relacionada con su estatus civil, en el sentido de que las mujeres casadas —más que las madres— tienen menor participación laboral que las solteras, reflejo de prácticas discriminatorias de sus maridos. La menor cobertura educativa de las mujeres indígenas (Fuentes Knight, 2022b) significaría que ellas estarían entre las principales víctimas de esta situación».
Cuidar del hogar sigue siendo un impedimento para que muchas mujeres trabajen en Guatemala. La encuesta Nacional de la Juventud 2023 mostró que, mientras el 4.3% de las mujeres dijo que no buscaba trabajo porque tiene que hacerse cargo de los quehaceres, un 0% de hombres dijo lo mismo. Ningún hombre respondió que debía ocuparse del hogar.
Su vida como vendedora ambulante para generar ingresos
Con una caja de cartón salía los lunes y regresaba los fines de semana, hizo esto todas las semanas por más de 20 años. Caminaba aproximadamente dos horas para encontrar las primeras casas de las aldeas lejanas de los municipios de Quetzaltenango, San Marcos y Huehuetenango, la mayoría colindantes con México. Relata que en las comunidades encontraba a personas en pobreza extrema, a quienes les regalaba medicamentos, «yo les regalaba sus vitaminas, me daban lástima, también se sentían muy felices y le daban bendición a uno».
«Los primeros años invertía para llenar la caja con medicina unos Q300 y luego hasta Q3,000», comenta Lucía. Además, cuenta que se agenció créditos cuando se quedaba sin capital. «Los préstamos me ayudaron para mi capital».
Antes de dedicarse a la venta de medicina de forma ambulante se dedicaba a vacunar aves domésticas, oficio que aprendió gracias a capacitaciones de Cáritas Diocesanas, junto a otras 99 personas. «Solo fuimos tres personas que logramos terminar la capacitación», cuenta Lucía, el resto de las participantes desertaron por falta de permiso por parte de sus parejas y por compromiso por ser madres numerosas.
Helicobacter pylori, es la enfermedad más común que padece la gente en las comunidades, según la experiencia de Lucía, «es un parásito que por eso da la gastritis», esa es la enfermedad que curamos. «La gente decía tengo el brinco» cuando se referían a una úlcera gástrica o algún cólico.
El huracán Stan
Cuenta la anécdota que, durante el huracán Stan, algunas personas pudieron predecir lo que ocurriría. «Pasaban dos viejitos, que le brillaban los pelos y uñas, prepárense que va a ver una fiesta decían, la gente le regalaban gallinas, donde no regalaban entonces allí el huracán destruyó casas y hasta el rebaño de ovejas se lo cargó el agua. Los cerros reventaron agua, yo pensé que solo en el mar nacía agua», recuerda Lucía. La venta bajó hace ocho años, luego de que comenzaron a surgir más vendedores ambulantes de medicina.
Años antes de enviudar comenzó a trabajar, pero era dentro del municipio, pero al quedar viuda tuvo que salir del municipio. «Como mi marido ganaba alrededor de Q1,000 mensuales, pensé que me iban a dar la misma cantidad. Solo me dieron Q375 mensuales, yo lo iba a romper, pero mejor agarré mi camino».
La Encuesta Nacional de Empleo e Ingresos 2022 (ENEI) revela que, en Guatemala, el 71.1% de la población ocupada se encuentra en el sector informal y el 28.9% labora en el sector formal.
El sector informal a nivel nacional es predominado por hombres distribuido de la siguiente manera: con 14.7% en el resto urbano, 39.6% en el área rural y 6.6% en el área urbana metropolitana.
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El informe Diagnóstico del Sector Privado: Creando Mercados en Guatemala del Banco Mundial expone que en el país existe un alto nivel de informalidad y el autoempleo y la informalidad siguen aumentando, 2014-19, «Desde 2014, las oportunidades de empleo en el sector formal se han estancado, y la fuerza laboral creciente del país ha recurrido cada vez más al autoempleo y a la informalidad, lo que ha provocado un descenso del ingreso promedio. El número de empleos basados en contratos (empleo formal) aumentó de alrededor de 0.9 millones en 2010 a 1.45 millones en 2014 (Eberhard-Ruiz, 2021). Desde entonces, el empleo contractual se ha mantenido prácticamente sin cambios, mientras que la fuerza laboral ha aumentado de 3.8 a 4.5 millones de trabajadores. Como resultado, el sector informal ha crecido considerablemente, con casi todos los nuevos trabajadores netos incorporándose al sector informal, y cerca de la mitad de ellos entrando en la fuerza laboral como autoempleados. El amplio sector informal de Guatemala representa un promedio del 46 al 48 por ciento del PIB y proporciona el 80 por ciento del empleo total (Ulku y Zaourak, 2021)». Entre otras capacitaciones que recibió fue envasar fruta y la elaboración de pan. La Asociación Maya Mam de Investigación y Desarrollo (Ammid), que funciona en el municipio, capacitó a grupos de mujeres para inyectar aves de corral. «Vacunaba ganados a Q20 cada uno, y había días que vacunaba hasta 20 —ejemplares—», dice Lucía.
Desde el año 1972, en el cual se fundó el Instituto Técnico de Capacitación y Productividad (Intecap), a diciembre de 2023, se han atendido a 3,730,046 mujeres con servicios de capacitación y formación ocupacional.
Rubén Feliciano, coordinador de Ammid, una oenegé que surge en los años 90 con intervención en el municipio de Comitancillo, y que ha acompañado a varios grupos de mujeres para la implementación de sus emprendimientos, opina que «son varios retos los que enfrentan las mujeres, ahora por el cambio climático, el cual está afectando el sistema de producción, hay una proliferación de plagas y enfermedades», como también «la violencia intrafamiliar y social es un problema realmente que aqueja a las mujeres, también la migración, a los Estados Unidos, la desintegración familiar, al mismo tiempo el tema del alcoholismo es un problema muy complicado que día a día está creciendo, una de las razones de la violencia intrafamiliar y también de muerte».
Además, «los efectos que dejó el COVID19, están repercutiendo en la economía familiar, ahora el alto costo de la canasta básica, pero principalmente la cultura de machismo y la cultura patriarcal siguen siendo un gran desafío para la participación de las mujeres, para que se puedan involucrar en las estructuras de toma de decisiones», esos son los grandes desafíos que continúan enfrentando las mujeres en el municipio.
Lucía laboraba entre 8:00 y 16:00 horas, cuenta que caminaba al día aproximadamente cuatro horas y las otras cuatro horas era para atender a los pacientes. «Bienvenida decía la gente, porque no había muchas farmacias en aquel tiempo».
Su legado perdura en sus hijas
Tras el fallecimiento de Humberto, uno de sus hijos mayores estaba cerrando la carrera de maestro de Educación Primaria. Lucía comenta que varios electrodomésticos fueron vendidos para pagar los gastos que generaba el último año de estudio de su hijo. También debía apoyar a sus demás hijos, pero ya no contaba con el aporte económico de su conviviente. «Yo hablé con ellas (sus hijas) que si querían estudiar y dijeron que sí, pero van a ayudar les dije yo, van a ir a cargar leña, lavar ropa, porque saldré a trabajar si quieren estudiar». Comenta Lucía que los hijos se comisionaron para los quehaceres en la casa, «Lucky lavaba la ropa, Reyna hacia la comida». Para Lucía era más preocupante salir a trabajar que estar al lado de sus hijos. «Ni porque extrañaba a mis hijos cuando salía a trabajar, no había de otra, porque de dónde va a venir el pisto», comenta.
A pesar de las adversidades logró apoyar económicamente a todos sus hijos para lograr graduarse, destaca el apoyo brindado a las primeras tres hijas quienes estudiaron dos carreras en el diversificado: Comunicación y Enfermería en San Marcos y en la ciudad de Quetzaltenango. «Tenía que conseguir mensualmente Q1,400, durante tres años», recuerda. «La tercera hija estudió también dos carreras», relata, también menciona que tenía que conseguir dinero simultáneamente para las contribuciones, útiles escolares, ropa, y demás necesidades de sus hijos pequeños.
Actualmente tiene dos hijas licenciadas en Enfermería que trabajan en el renglón 011 para el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social, quienes son las que la apoyan. «Valió la pena haber apoyado a mis hijos porque ahora tienen otras oportunidades que yo no tuve», cuenta Lucía, quien actualmente se dedica a cuidar animales de granja para seguir generando ingresos.
Su legado continúa en las comunidades a través del trabajo comunitario que hacen sus hijas como enfermeras profesionales.
Lucía nunca estuvo casada, pero sufrió matrimonio forzado. La RAE define conviviente a cada una de las personas con quienes comúnmente se vive. Mientras esposo es la persona casada, con relación a su cónyuge. Existe una diferencia entre matrimonio temprano o matrimonio forzado, sin embargo, ¿cómo llamar a la circunstancia de una menor que vive como una esposa?.
Gloria Lucía Velásquez Godínez, hoy es una mujer de la tercera edad, le tocó enfrentar lo que afecta el día a día de muchas mujeres en el país, desde no asistir a la escuela, el embarazo siendo adolescente, alcoholismo del esposo, el analfabetismo, el empleo informal, familias numerosas, violencia contra la mujer y desde luego la pobreza. Sin embargo, con su esfuerzo y perseverancia logró graduar en el nivel diversificado a sus 10 hijos.
Reyna, hija de Lucía y miembro de la humanitaria Organización del Mar en Estados Unidos, encontró en la lucha incansable de su madre la inspiración para escribirle un conmovedor poema titulado «Alma Viajera; mamá, amor original».
En sus versos, Reyna expresa la profunda admiración que siente por su madre, quien «ha caminado las veredas más escabrosas de la vida con la noción de ver a sus hijos en la cima». Este poema es un hermoso tributo al amor incondicional de una madre y un reflejo del legado que Lucía ha dejado en su hija.
«Dios se me reveló en la montaña, en la neblina, en sueño me vino a decir mi finada suegra “échale agua”, era una filona a la orilla de la carretera. Cuando me desperté pensé ¿dónde estarán esos palitos? que les voy a echar agua, pero no hay. Después me senté y me di cuenta ¡son mis hijos!», recuerda Lucía.
Datos
El registro de nacimientos en madres adolescentes, del Observatorio en Salud Reproductiva (OSAR), indica que de enero a agosto del año 2024 se registraron 38,488 casos en adolescentes en edades de 10 a 19 años y en 2023 fueron 62,306.
En el departamento de San Marcos se censaron a 341,864 mujeres de 15 años y más, de las cuales 5,048 declararon que tuvieron a su primer hijo o hija antes de los 15 años. Y 64,803 mujeres entre los 15 y 17 años.
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Este texto fue elaborado como parte del Programa de Formación Dual de Plaza Pública dirigido a jóvenes periodistas.
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