Lo que el agua no se llevó
Lo que el agua no se llevó
Jocotales, Chinautla vive entre toneles oxidados, trastes de comida china y cisternas que retumban. Una localidad donde la vida se organiza en torno a este líquido escurridizo. Estas son las historias de cómo se las arregla la gente sin agua.
En estos meses los vecinos de Chinautla viven un momento de respiro, porque la lluvia alivia la escasez, pero se acerca diciembre el mes en el que empiezan los verdaderos problemas. De diciembre a junio los vecinos pasan semanas sin recibir una gota de agua. Les toca rogar a los hombres de las cisternas para que les vendan un poco, peregrinar en oficinas de gobierno y juntar agua en todos los recipientes posibles. Hasta las tapaderas de magdalena son un tesoro aquí.
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Estas son las historias de los vecinos de Jocotales, contadas en primera persona por la periodista que también sufre de la escasez.
Los animales inocentes
Un sonido suave, casi imperceptible, vino del baño, deteniendo la ardua labor de separar mis mechones enredados. Con el peine rosado fosforescente aún sobre la cabeza, me asomé por la puerta. Era Guantecitos, inclinado sobre el inodoro, sorbiendo el agua con ansias. No era la primera vez que lo hacía, pero nunca deja de dar asco.
En otra ocasión, había sorprendido a Frida, la gata, bebiendo de los charquitos que se formaron en la tina después de que mi hermano se bañó a cubetazos. Al igual que nosotros, los animales se habían adaptado a la escasez.
Guantecitos levantó la cabeza, mirando hasta mi alma, suplicando con sus ojos amarillentos que le dejara continuar. Sabe que no debería beber esa agua, pero no tenía más opciones. Aun en estas circunstancias, él estaba viviendo mejor que los gatos callejeros.
Recipientes varios están esparcidos en las banquetas de la cuadra. Botes rosados de Sarita, trastes plásticos de comida china, tapaderas transparentes de magdalenas. Hasta la infraestructura más desastrosa se puede convertir en almacenamiento después de la tormenta de anoche.
Fue una de esas inusuales tormentas de verano. Por largos minutos observé cómo las gotas se deslizaron de las puntas del cabello cenizo de doña Marta, mientras colocaba unas bacinillas vacías sobre el bordillo de su primer piso. Su visión era limitada por toda el agua que le caía sobre el rostro. El gato Canche de la cuadra se atragantaba con uno de los botes de helado que la señora había dejado cerca de sus pies, mojándose hasta las orejas.
Al menos él fue adoptado por la anciana. El resto de los gatos no tuvo la misma suerte. Sobreviven bebiendo lo que encuentran.
A medida que se adentra en Chinautla, más lejana es la urbanización y el acceso al agua entubada. Este líquido, en el caso ideal, fluye por chorros y pozos públicos. Incluso, si la situación económica lo permite, se encuentra en pozos privados. Los censistas fueron generosos en 2018, detallando que 93.4% de la población podía acceder a alguno de estos métodos. La cifra es alentadora para un municipio marginado como este. Pero, si se retrocede un par de kilómetros, se pueden encontrar lo números de la capital: con un reluciente 97.45%. Cuatro puntos porcentuales parecen poco, pero en la práctica son cientos de hogares ingeniándoselas para sobrevivir.
El ingeniero Jorge García Chiu de AGISA (Asociación Guatemalteca de Ingeniería Sanitaria y Ambiental) detalló que la cantidad mínima de agua para una familia de cuatro personas puede depender de las facilidades existentes en el hogar y, especialmente, el clima. No obstante, explica que una persona requiere, como mínimo, 90 litros diarios para cubrir las necesidades básicas de higiene, alimentos, entre otras. Algo que en Chinautla no sucede.
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La casa de las mil devociones
El piso donde vive doña Marta está lleno hasta los topes, no de gente, sino de cosas. Mientras quitaba unos trapos del sillón opuesto a mí, observé la habitación, la primera al abrir la puerta principal. Encima de los muebles había antigüedades, como ángeles cubiertos de plástico y peluches aún empacados para regalo. Las paredes crema estaban adornadas con varias pinturas de santos y figuras católicas: no pude reconocer ni la mitad de ellas. También tiene pegados unos papelitos de colores, con notas garabateadas y mensajes impresos que ya no se pueden leer por la tinta escurrida.
Esa noche, Marta me recibió en su casa para hablar sobre el agua. Cuando al fin se sentó, bajó el volumen de la caja negra situada en la esquina, que estaba reproduciendo una de esas telenovelas turcas que pasan en los canales nacionales.
Al lado de mis pies, yacía una montaña de ropa. Antes de irme, la anciana la pateó, mientras me explicaba que tenía que llevarla a la lavandería. Encima de ese pequeño bulto, estaba un poncho azul oscuro. Era de Jorge, mejor conocido como Canche, el gato testarudo que pide comida en la cuadra.
Tenía días de no verlo. Resulta que Marta ya no pasa los días completamente sola: había adoptado al gato, y lo bautizó Jorge, en honor a su difunto marido, que era rubio.
—Le encanta subirse a la cama, pero me la deja llena de pelos—, guardó sus arrugadas manos dentro de los bolsillos de su chaleco de lana verde.
Para evitar ensuciar sus sábanas, ella le coloca el poncho a Jorge, pero ahorita no se lo ha puesto porque aún no ha podido ir a la lavandería. Contó que odia lavar en la pila: tiene 83 años, su espalda ya no aguanta estar parada por largos periodos. En casa, solo lava las prendas más delicadas que se pueden arruinar dentro de una lavadora.
Con una voz baja, que casi se perdía con los ruidos de la televisión, detalló que su hija Albita le manda 1,000 quetzales mensuales y que vive de eso. Su ingreso extra viene de recoger botellas y latas de soda alrededor de la cuadra, para venderlas a los recicladores.
De todo el hogar, Marta solo paga el servicio de basura, que son 20 quetzales al mes. Otras facturas, como el cable y la luz, las pagan la «Patoja» y Andrea, que viven en el segundo piso. En el tema del agua, Marta se las arregla sola.
Me explicó que la «Patoja» paga cisterna para que llenen su depósito de arriba, pero es de ella: no comparte con Marta. Bajo la luz de una bombilla colgante, la anciana se arremangó el suéter antes de sacar los trastes que utiliza para almacenar agua. Frente al inodoro oxidado tiene un tonel mediano, de color azul rey, debajo de su regadera, guarda cubetas grandes rajadas y de todos colores: rojas, verdes, grises. Todas llenas.
Su pelo gris, en corte bob, se movía de un lado a otro mientras Marta sacaba todos sus trastecitos de la pila, para enseñármelos. Bacinillas desteñidas, cubetas volteadas, trastes de comida rápida. En medio, el depósito claro de la pila, con más cubetas flotando. Al terminar, soltó un suspiro pesado, y contó que ella solo puede llenar esos trastes y bañitos.
Héctor Espinoza, el director de la Fundación para la Conservación del Agua de la Región Metropolitana de Guatemala (Funcagua), explicó que el privilegio medioambiental sí existe: muchas personas padecen de escasez a nivel nacional, mientras algunas zonas reciben agua en abundancia a todas horas.
Espinoza explica cómo la inexistencia de condiciones para satisfacer la necesidad mínima de agua arriesga la salud y el desarrollo de las personas. No solo desde el aseo personal fundamental, sino que influye en distintas dimensiones involucradas en la supervivencia.
De vuelta en la sala de la señora mayor, confiesa que pasó días sin agua porque las pipas no le quisieron vender. Marta pasaba horas pegada a la ventana, pendiente de los camiones para detenerlos. Cuando al fin pasaba una, los hombres que la conducían respondían que solo vendían a personas que habían realizado un pedido previo.
Sus delgados brazos morenos se agitaban en el aire al recordar que le decían que no vendían por poquitos tampoco.
—Ellos querían que uno comprara al por mayor —la pila de faldas que está doblando ya le había llegado a la cintura a este punto del relato— pero yo no tengo donde meter tanta agua.
Los días que no tuvo agua, varias personas de la cuadra le regalaron un par de galones. Cuando al fin le quisieron vender los de las pipas, surgió otro problema para la pequeña mujer. Puesto que no querían entrar hasta su baño, llenaban los trastes y cubetas en su puerta. Después, Marta se partía la espalda y el cuello acarreándola sola.
Al sentarse de nuevo, me miró fijamente, recordando que, allá por 2019, cuando empezó el problema del agua, los de las pipas no tenían esas mañas. Se desconoce qué ocasionó la escasez este año en específico.
—Ni que uno les fuera a pedir regalado, usted.
Antes de irme, tuve que preguntar si, a lo largo de los cuatro años que ha durado el problema del agua, se había planteado comprar un tonel. Su rostro, cubierto de líneas de expresión, se estiró e iluminó por un segundo cuando recordó que sí tuvo uno.
—Pero ya por gusto lo llenaba, usted. Se le salía todo—, con sus manos, hizo la mímica de un traste redondo.
Recordó que, la penúltima vez que compró agua de pipa para llenarlo, se le vació en un par de horas. Al principio, Marta concluyó que la Patoja y Andrea le habían robado. Sin embargo, al palpar el tonel, se dio cuenta que estaba mojado por fuera y había dejado un círculo de agua debajo.
Tuvo que comprar uno nuevo, esta vez de metal. La primera vez que lo rellenó, Marta desconocía que debió pintarlo primero. Así que, al día siguiente, todo el líquido se había vuelto negro con óxido. Solo pudo usar esa agua para el inodoro.
Esa misma noche, después de despedirme de Marta en la puerta de su casa, me senté delante de la computadora a escuchar su historia. Su última declaración me dejó perpleja: el nuevo tonel probablemente no sirve para almacenar agua, ¿por qué desprendía óxido negro? Ningún tonel en buen estado requiere de pintura.
Es bien sabido que, en el mercado, las personas venden recipientes obtenidos de fábricas, previamente utilizados para almacenar químicos y, por lo tanto, no aptos para guardar un producto dirigido a consumo humano. Quizá este fue su caso.
La torre de trastes
En la casa de enfrente, Deisy estaba intentando juntar toda el agua enjabonada que caía de su lavadora, pero sus recipientes pequeños se llenaban más rápido de lo que ella podía cambiarlos. Le quedaba poca agua en su tinaco, no la podía desperdiciar en los inodoros. La ama de casa ya había logrado dominar el arte de usar agua con jabón para deshacerse de las heces de los baños.
Aquella tarde, debajo de la luz amarillenta del garaje, Deisy mostró todos sus trastos. Después de esquivar las llantas de la camioneta estacionada, justo delante de la puerta metálica, señaló su tesoro: varias cubetas blancas de pintura, mínimo diez, algunas con las agarraderas hacia arriba, listas para ser tomadas. Es probable que a uno de sus hijos le faltara su traste del almuerzo, Deisy los tenía justo encima de una de las cubetas. Además, había palanganas verdes y azules, acumulando polvo. En medio de ese campo de plástico, yacía el tonel azul rey.
El tonel le llegaba justo debajo del hombro. Encima había colocado una gruesa plancha de duroport y apilados sobre ella tenía tres ollas de metal brillante y tres picheles de plástico. Es una maravilla cómo esta risueña mujer se las arregla para cocinar todos los días, cuando seguramente la mayoría de sus utensilios de cocina están allí, incluso había una olla de presión blanca.
Después de consultar la hora en su celular, prosiguió explicándome que aún guarda otros trastes sobre su techo, en el tercer piso de la casa. Entre carcajadas, confirmó que, además, mantiene un sistema de captación de agua de lluvia, que funciona por gravedad.
Noches de cemento
En una resolución la Unidad de Información de la Municipalidad de Guatemala clasificó los datos de consumo de agua potable por mes y año. Específicamente, entre junio 2010 hasta enero 2024. Empagua utiliza el sistema comercial STC, implementado en junio 2010, sin datos previo a esa fecha.
Dato importante: no tienen información exclusiva para el municipio de Chinautla. El sistema STC brinda la información de consumo agrupada por zonas. Aunque, dentro de estos datos, se incluye el conteo de las áreas de influencia y de otros municipios cercanos a la ciudad. Acorde a la entidad, el dato de la zona 6 capitalina refleja los consumos del municipio mencionado.
No hace falta ser un analista para concluir que, a lo largo del tiempo, la zona 6 capitalina ha experimentado una reducción gradual en su servicio de agua potable.
La caída más notable fue el año pasado, en 2023, donde se alcanzan solo 4,588,947 metros cúbicos. Es importante recalcar que los datos para Chinautla nadan entre esos cuatro millones de metros cúbicos. Es imposible descifrar, solo con ese número, cuánta agua se dirige a este municipio.
La respuesta de las autoridades ante la escasez de agua es insuficiente. Hace unos días, esperé en la terraza por la cisterna de Empagua que, de vez en cuando, abastece a los vecinos. El sol ya había salido de detrás de la casa de Loida, gateando lentamente hacia lo alto del cielo, cuando vi al camión acercarse. Los empleados llenaron con rapidez los contenedores de la casa de la esquina y se movieron hacia el siguiente hogar, donde don Hugo estaba hincado sobre el techo.
Por un segundo me pregunté si la rodilla que tenía doblada, y que topaba con su estómago, le lastimaba la operación que había tenido hace un par de meses. Por lo que descifré de los susurros de mis papás, estaba relacionada con el páncreas, o algo parecido, deduje que fue grave por los meses que pasó en el hospital.
Aunque eran las seis de la mañana, la mezclilla de sus jeans ya estaba manchada de una sustancia negra y sus botas estaban desatadas. Era fácil saber quién de los dos no se iba a mojar los pies cuando los empleados de Empagua llegaran; yo, en cambio, llevaba unas chancletas blancas desgastadas y con hoyos en la suela.
Don Hugo y sus manos callosas hacían que pareciera fácil tirar de la gruesa manguera de la cisterna. No sé cuál es su edad, pero, si no fuera por sus canas, su pierna que cojeaba y sus arrugas, podría haber sido confundido con un cuarentón dada su fuerza y rapidez.
Creo que también se debe a su experiencia en todo tipo de trabajos manuales, todos los días puedo encontrar su taller iluminado. Mi mamá me contó todos los esfuerzos que hizo él para construir un tanque de agua subterráneo para su casa, bastante parecido al nuestro. Aunque ya está en la tercera edad, don Hugo cavó el pozo, lo selló, instaló la bomba, construyó todas las tuberías, y se conectó a la línea municipal de agua.
También visité a don Hugo para hablar del agua. Lo encontré sentado en una diminuta habitación junto a su cocina, chopeando un pan dulce en su café negro, la humeante taza dejando unja marca en la roída mesa de madera. Entre bocado y bocado, me explicó que tenían tinacos en la casa, pero, debido a la escasez, decidieron construir la cisterna para almacenar agua durante más tiempo.
Primero, decidieron con su hija Nidia, mover el tinaco a terreno alto, para que la gravedad obligara al agua a bajar. Pero eso los obligaba a comprar agua de las pipas a cada poco, no tenían suficiente almacenamiento. Padre e hija decidieron entonces construir juntos una cisterna, a mano, con piocha y taladro. Un mes de largas noches de desvelo surtió efecto.
Nidia me explicó que, al principio, solo eran ellos dos. Pero durante la construcción, dos chicos se unieron al equipo. Ayudaron al dúo dinámico a romper el suelo y cavar el pozo.
Don Hugo miró al cielo, tratando de traer a su mente cuánto les pagó por deshacerse de las bolsas de tierra que extraerían. Nidia acudió al rescate de su memoria, diciéndome que les pagaban 5 quetzales por bolsa. Solo en sacar tierra, gastaron 4,000.
Pregunté cuánto costó el proyecto completo. Después de enumerar con sus dedos todas las fases, concluyó don Hugo que gastaron 18,000 quetzales.
Con la temporada de lluvias en su apogeo, ya no tienen que encender la bomba, para evitar que se arruine por desuso, la encienden un minuto cada tres días.
—Cuéntele lo de la lluvia—, la mujer palmeó el antebrazo derecho de su padre.
Don Hugo diseñó un sistema de captación de lluvia. Gracias a la temporada, han acumulado toneles de aguas pluviales, con tubos conectados al techo de lámina que caen directamente a los recipientes. Siempre que recogen lluvia la utilizan de primero porque tiende a formar nido de zancudo.
Héctor Espinoza señaló que el agua de lluvia, después de un proceso de tratamiento, es una excelente fuente de abastecimiento, pero solo un 0.12% de la población recurre a esta. Contrario a la creencia, cualquiera puede tratar su propia agua para satisfacer las necesidades secundarias del hogar, lo cual, como declaró Héctor, reduciría la presión sobre el recurso.
El experto detalla que hay que prestar atención al término «aguas no contabilizadas»: todas aquellas que se pierden por fugas y conexiones ilegales en los sistemas de distribución. Espinoza cree que un 40% de las pérdidas hídricas se debe a esta causa. Las plantas tratan el agua, pero nunca llegan a su destino. Pero, como explicó el ingeniero Raúl Maas, del Iarna, todos pueden cosechar el agua de lluvia, y así evitar que se desperdicie en ríos que corren por las calles.
La bióloga Sharon van Tuylen, vicepresidenta de la Asociación Guatemalteca de Limnología y Gestión de Lagos, detalló que el proceso de evaporación y condensación de este líquido sirve para remover impurezas. No obstante, sí resaltó que existen otros agentes que contaminan el agua al caer, como el dióxido de carbono, monóxido de carbono y azufre. Es aquí donde surge la lluvia ácida, donde el pH del agua incrementa hasta 4. Sharon recalca que, especialmente este líquido debe atravesar un proceso de tratamiento antes de consumirse.
La calidad del agua es un tema pendiente. Pedí a la Municipalidad de Guatemala, mediante la ley de acceso a la información pública, que me enviaran datos de sus estudios de calidad del agua en los últimos años. Sin embargo, respondieron solicitando que pagara 1,960 quetzales por las fotocopias de los informes. Suponiendo que pudiera gastar esa cantidad de dinero en fotocopias, estudiarlas y analizarlas en papel tomaría meses.
Así que, de momento hablamos de escasez, no de calidad.
Un árbol de higos
—En diciembre nos va a tocar la misma cosa. Empezamos el año aguantando agua—, doña Fide se anticipa a lo que vendrá, es la costumbre de todos los años.
El esposo de doña Fide formaba parte del comité del agua, un grupo de vecinos que buscaba una solución y responsabilizar a las autoridades. Sin embargo, se agotó tanto que terminó saliendo del grupo, al igual que muchos otros.
Hablamos un par de minutos dentro de su sala amarilla y llena de cuadros. Luego, trasladamos la conversación afuera, a su pequeño patio de concreto, al que solo se podía acceder saltando por el hueco de una ventana. Mientras señalaba su tinaco negro, posicionado en el techo, detalló que lo compró porque la pila ya no era suficiente. La capacidad del tinaco de su casa es de cinco toneles.
La pipa cobra 15 quetzales por tonel, así que cada vez tiene que desembolsar 75 para el agua de una semana. Como si el costo no fuera suficiente problema, ella explicó que sólo podía comprar agua cuando una pipa accedía a llegar. Su casa está situada en lo alto de un callejón, muy estrecho y con poco espacio, incluso a los carros pequeños les costaba maniobrar.
Cuando ella les pedía que le vendieran solían negarse por el poco espacio, aunque otras veces le mentían en la cara, diciendo que ya no les quedaba agua. Doña Fide baja la voz para explicar su teoría, la verdadera razón de porqué no le venden: es culpa de sus vecinos, dice, mientras señala la otra casa. Al parecer a ellos no les gustaba que ella o su esposo tomaran agua de la misma pipa. O al menos eso es lo que ella piensa.
Porque el problema del agua genera conflictos no sólo a nivel de los hogares, sino también entre vecinos.
La pareja observaba desde sus ventas cómo la cisterna se tambaleaba de tanta agua que cargaba, pero que no querían vender.
—La gente es egoísta y envidiosa—dice—, también los de la cisterna que se dejan llevar por la gente. Si negocio es negocio, ni que uno pidiera regalado–, esa misma frase se escucha en bocas de muchos vecinos.
El ingeniero Raúl Maas, declaró que los espacios de corrupción en el tema del agua se agrandan conforme el bien se vuelve más escaso. Por supuesto que la constitución y los informes ambientales promueven una idea sobre este recurso, pero la realidad es otra.
Desde un cuarto de conferencias en el Iarna, explicó que la carente planificación de las instituciones promueve vacíos para que agentes continúen chupando agua sin medida. El experto teme que llegará un punto donde solo las personas con gran poder económico y capacidad tecnológica podrán perseguir este líquido hasta el centro de la tierra, perforando todo a su paso.
De vuelta en casa de doña Fide, la señora apagó su televisor, que estaba reproduciendo una vieja edición de aquel programa de una jueza cubana. Ante la falta de agua, se la tiene que ingeniar. A veces van al puesto de su esposo en el mercado, donde sí hay agua en tubería o a la casa de su hermana, que les deja lavar la ropa.
Doña Fide tiene varias plantas en su jardín, una pequeña jungla en un mundo de cemento. Durante largos meses no pudo regarlas. Pero, al comenzar la temporada de lluvias, en junio, aprovecha para mantenerlas verdes.
La ingeniera María José Lazo, del CEA de la Universidad del Valle, se dedica a comprender el comportamiento del agua, desde Sololá. Destacó que la deforestación en zonas de recarga hídrica ha influido en la cantidad de agua disponible en el país. Estas regiones resaltan por estar elevadas y montañosas, donde captan la lluvia, como si fueran esponjas, y crean un manto freático.
María José explica que este es «todo el sistema de nervios y de venas que proporciona agua a todos. Al no haber tantos puntos, las áreas de conservación, tenemos muy pocas “esponjas” para aumentar esta cantidad de agua».
También detalla que el cambio climático ha influido. La utilización de combustibles fósiles que aumentan las temperaturas, los gases invernadero resultantes de actividades industriales, y la producción agrícola y de ganado acrecientan el impacto de este fenómeno. Todas estas variables combinadas forman la tormenta perfecta para limitar el suministro de agua potable.
Otra limitante son los macro y micronutrientes en el agua, que pueden ser dañinos en altas o pequeñas concentraciones, dependiendo el elemento. Igualmente, presentó a los Silenciosos, donde se engloban: los pesticidas, fármacos, agroquímicos, jabones, micro plásticos y otros elementos industriales que no se pueden distinguir a primera vista.
Ella concluye que, de todo el suministro disponible que aún no está contaminado, estas variables reducen aún más la cantidad de agua apta para el consumo.
Doña Fide está orgullosa de su árbol de higo, que ya tiene un par de frutos aferrados a sus ramas, unos ya maduros. Pero, la mayoría de las esferitas, retoñaron diminutas.
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Un comité sediento
Nunca vi a Bruno, pero sí lo escuché todo el tiempo que estuve en casa de Sandra, ladrando desde algún lugar cercano a la sala. Desde la puerta principal se extendía un pasillo estrecho que terminaba en un pequeño espacio, donde un sofá marrón estaba reclinado contra una pared verde fosforescente.
Sandra se sentó a mi lado en el sofá, dispuesta a soltarme toda la sopa del Comité de Agua. No se involucró desde un principio, pero una vez que ella y su esposo Armando se enteraron, comenzaron a participar en sus actividades, como la colecta de firmas para presentar a Empagua.
Cuenta que el problema comenzó antes de la pandemia, pero se hizo más evidente entonces, porque la gente no tenía con qué lavarse las manos ni desinfectar los alimentos.
Allá por 2020, toda su cuadra compró una pipa para limpiar las banquetas. Algunos vecinos organizaron la iniciativa, pidiendo dinero para agua y cloro. El sobrante se devolvió en partes iguales a las personas.
—Hubo cartas a Empagua y manifestaciones. Una de esas fue enfrente de la casa —extendió uno de sus brazos sobre el respaldo del asiento — hasta llamaron a los medios de comunicación, porque ya la gente ni sabía cómo ser escuchados. Es que la verdad era desesperante el no tener agua.
Sandra confirmó que en diciembre comienza a escasear el agua. Aunque, añadió que, durante el verano es peor. Su casa, situada frente a la calle principal, siempre retumbaba con los escandalosos sonidos de las pipas que subían y bajaban, abasteciendo la localidad.
La Municipalidad de Chinautla vino en una ocasión a darles agua. Sandra dejó un momento su tienda de ropa desatendida para ir a llenar un tonel. En su calle solo visitaron una vez, y vaya fiasco que fue: el agua era básicamente verde. Solo les fue útil para tirar en el inodoro.
—Fue una humillación lo que nos hicieron esa vez—, se queja.
Al momento del cierre de este reportaje no había recibido una respuesta de la Municipalidad de Chinautla, a pesar de que les contacté en varias ocasiones y envié correos electrónicos solicitando una entrevista.
El río de Las Vacas atraviesa el municipio de Chinautla. Su nivel de contaminación es tan elevado que se requiere de un financiamiento extenso para asegurar su tratamiento. No obstante, las comunidades no cuentan con la capacidad técnica ni económica para lanzar un proyecto tan amplio.
En los discursos de candidatos municipales, se menciona esta problemática. Raúl Maas opina que, dentro del imaginario social, está arraigada la percepción de que el tema del agua solo lo pueden atender las alcaldías. Pero un proyecto de esta envergadura, requiere de participación también del gobierno central.
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Por más de una década, la Ley de Aguas ha permanecido abandonada en un cajón polvoriento y olvidado, escondido en alguna esquina del Congreso. Pocas veces se ha debatido. El ingeniero Maas afirma que esta iniciativa es crucial porque, hasta la actualidad, aún no hay una institución reguladora del agua. Por lo tanto, las fuerzas políticas y económicas siguen impulsando sus intereses mientras limitan la intervención del resto de la población.
Sandra recordó que su hijo, Ánder, incluso le regaló un tanque como regalo de cumpleaños. Estaba preocupado por su padre, que se quedaba despierto hasta que cantaba el gallo, intentando ver si caía alguna gotita de los chorros. Con ese tanque regalado y tres tinacos, el matrimonio sobrevivía la escasez.
De acuerdo con Sandra, Empagua se comportó distinto, puesto que sí vinieron en varias ocasiones a repartirles agua mucho más transparente.
—Cuando regresó el agua, yo ya me ponía a darle gracias a Dios porque ni me acordaba cómo caía el agua del chorro—, la alegría sin embargo es efímera, porque ya teme que en diciembre volverá a cerrar el grifo.
Sandra explicó que varios miembros abandonaron su puesto en el comité. Soltó un profundo suspiro, para después decirme que todos estaban cansados. Su esposo y otras personas recopilaban firmas, pero requerían del DPI para confirmar la identificación. Debido a esto, la gente estaba reacia a dar su nombre.
También recaudaban dinero para financiar los viajes de los miembros y la presidenta del grupo, Silvia, hacia la muni, en el centro, que se la pasaban en un ping pong, visitando todos los departamentos posibles de la entidad. Entre transmetros, taxis y gasolina, se iba todo el dinero.
A raíz de esas gestiones, en una ocasión empleados de Empagua llegaron a interrogar a los vecinos, para levantar una investigación sobre la situación. Este año, Empagua comenzó a abrir zanjas, como el gran hoyo mal tapado frente a la parroquia de San Jerónimo. Nadie de la zona ha podido confirmar el motivo de estas actividades.
Romeo León, vocero de Empagua, informó que este año han realizado muchos trabajos en Chinautla con el fin de resolver el problema, «nuevas líneas de conducción, habilitación de un pozo en Santa Faz e interconexiones para independizar al servicio de Chinautla y zona 6», dijo en un mensaje de WhatsApp, no logramos coordinar una entrevista con los directivos.
María José Lazo incentiva a las comunidades a empoderarse en el manejo del agua, para evitar la dependencia a los políticos. Pero, siempre recalca la necesidad de leyes y normas que otorguen a la sociedad civil el poder de exigir una mejor repartición del agua.
Además, opina que la escasez hídrica en la ciudad se debe a que el recurso se privatizó. Por lo tanto, se manejan los intereses ulteriores de las empresas además de los comunitarios. Un ejemplo son los pozos de las urbanizaciones, que chupan el agua subterránea de las comunidades circundantes.
Dado que la población está muy dispersa y es complicado transportar agua potable a todas las localidades, Héctor Espinoza recomienda que los pueblos gestionen su propio recurso y le den tratamiento, después de encontrar fuentes de agua alrededor de las cuales organizarse. De esta manera, en un período corto, pueden acceder a este derecho.
Raúl Maas añadió que la autogestión de recursos hídricos es una respuesta colectiva ante la limitada capacidad del gobierno municipal y el gobierno central para suplir la necesidad.
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El guardián del expediente
A sus setenta y pico años, don Tono sigue siendo un hombre que nunca descansa, aun cuando su cuerpo se lo exige, su vida de guardia retirado y pequeño empresario lo ha llevado a distintos lugares fuera del callejón donde vive: Santa Teresa.
Su participación en la lucha por el agua demostró que no le da pena hablar por sus derechos. Tomó el cargo de vicepresidente en el comité de agua, también conocido como Vecinos Unidos Jocotales, una iniciativa que surgió en la casa de don Gustavo en ese mismo callejón.
Sharon van Tuylen resalta la importancia de los movimientos sociales donde se exige a las autoridades. Durante su entrevista, destacó que los guatemaltecos deben luchar por el acceso a tuberías y un ambiente sano, que permita mantener los ríos limpios. Raúl Maas reitera la importancia de la Ley de Aguas. Aunque, añadió que no solo se necesita este documento. La situación hídrica de Guatemala requiere de cambios sociales, económicos y políticos para asegurar el bienestar de las personas. El agua no se puede relegar para dentro de un par de años.
Por su parte, el ingeniero Wener Ochoa de la Universidad San Carlos de Guatemala, resaltó que la participación de las comunidades es crucial en la mesa de decisiones, puesto que garantiza que sus necesidades y derechos sean considerados.
De acuerdo con Ochoa, es imperativo que estén presentes en estas reuniones, puesto que el contexto sociopolítico ha propiciado la desigualdad en el acceso al agua potable. El «Informe Ambiental del Estado de Guatemala, 2022» resalta una notable desigualdad hídrica, donde el sector agrícola consume 77% del agua potable nacional, mientras que las municipalidades solo 16%.
A este dato, el ingeniero Wener destacó que las industrias de monocultivos en Guatemala son las mayores contaminantes de agua. También nombró a la industria minera.
La agricultura intensiva, con su uso de pesticidas y fertilizantes para banano, caña de azúcar, café y palma africana, contaminan con nutrientes y químicos. Esto afecta la calidad del agua superficial, al igual que la subterránea. Un caso notorio de esto son las plantaciones de palma africana en Petén.
También nombró a la industria textil, donde consumen grandes cantidades de agua y, además, producen efluentes contaminados con tintes, productos químicos y otros residuos. Por último, se refirió a los procesadores de alimentos, especialmente las plantas de productos cárnicos y lácteos del Altiplano Occidental, donde generan residuos líquidos de alta carga orgánica y química.
Agrupaciones como Vecinos Unidos Jocotales están haciendo oír su voz. El rol de don Tono dentro del comité era presentar las hojas de reclamo o las constancias de la situación del municipio a Empagua, recopilando cartas para entregar a las entidades.
Sin embargo, desacuerdos en el comité lo llevaron a renunciar. A pesar de soltar el cargo, don Tono aún conserva cada documento y carta firmada, como si fueran sus trofeos, de una batalla ganada.
Don Tono, con un poco de tartamudeo, detalló que el comité surgió cuatro años atrás, cuando la situación del agua se convirtió crítica durante la pandemia. Recopilaba firmas, se reunía con empleados de las instituciones, tomaba transporte y se iba por horas. Don Tono es dueño de un negocio de variadas reparaciones: sombrillas, estufas, planchas, licuadoras, entre muchas cosas. Su tiendita quedaba abandonada cada que debía viajar a la ciudad.
Bajó un poco la voz al reconocer que, aunque es un hombre disciplinado, llegó un punto donde hasta él se cansó. A pesar de que fue una experiencia negativa, en la mayor parte, don Tono sonríe al recordar todo lo que aportó a la comunidad. Sus ojos se iluminaron con reflejos blancos esa noche, mientras relataba anécdotas sobre sus viajes al centro. Aunque nunca lo dijo, el agarre que tenía de aquel folder manila, arrugado y roto en los bordes por estar rebosante, confirmaba que seguía sintiéndose involucrado con este grupo.
Si el incesante saltadito de su pierna izquierda decía algo de don Tono, era que no llevaba bien la quietud. El silencio de los cables, engranajes y repuestos era, probablemente, chocante para él tras años de andar rodeado del ruido de transmetros y de la ciudad. No obstante, su mente siempre sigue ocupada en encontrar maneras nuevas de reparar sombrillas y licuadoras con cualquier desecho.
Los últimos minutos de nuestra conversación, don Tono permaneció sentado en el largo sofá rojo mientras yo tomaba fotos de su expediente. Habló sobre su época de guardia en la San Carlos, donde conoció estudiantes quienes, durante los tiempos de la guerra, le recitaban sobre leyes y derechos mientras él vigilaba aulas. A pesar de llevar años jubilado, la firmeza y disciplina están impregnadas en su personalidad.
El agua no llega sola
Doña Rosa es una sempiterna, aunque el paso del tiempo, en los años más recientes, se ha hecho más evidente: líneas de expresión cubren todo su rostro moreno manchado de blanco, bolsas bajo los ojos que se aferran a sus pómulos, y unas gafas que hacen que sus ojos negros parezcan más grandes. Ella siempre ha estado en Jocotales, y sabe todo lo que hay que saber de la cuadra.
Al igual que su hija Deisy, la anciana tenía que comprar toda el agua para llenar sus distintos recipientes en la puerta de su casa. Y luego, con cubetas, toneles y trastes de comida rápida, llenaba su pila. Dando tumbos hacia el fondo de la casa, el líquido siempre se derramaba por los bordes de los cubos de plástico mientras ella reunía la fuerza suficiente para moverlos. Otras veces no se dirigía a la pila, sino que iba al baño a desaguar el inodoro.
En la sala, había una telenovela sonando desde la televisión. Me paré allí, en el centro del cuarto, justo al lado de la mesa del comedor, cubierta con un mantel rojo y blanco. Interrumpiendo a su esposo que intentaba dormir, doña Rosa entró a su habitación a buscar la única prueba física que le quedó de sus varios viajes a la muni para pedir un descuento en la factura dado que el agua ni siquiera salía de las tuberías, así qué, ¿por qué les cobrarían 70 quetzales por un servicio que no tienen?
Cruzó sus brazos morenos y detalló que sí recibió una reducción de 30 en su factura mensual. Pero, para lograrlo, tenía que realizar largos viajes en Transmetro para llegar a la muni del centro. Ahí le darían un papelito que debía presentar en el Banrural de la sucursal.
Aunque tenía que viajar y caminar por varias horas cada mes, los descuentos fueron una victoria para toda la casa, ya que pasaron por un largo proceso.
Me habló de las varias cartas que enviaron a Empagua, mientras esparcía diversas hojas encima de su mesa de comedor. Todas ellas incluían fotos de su contador y los datos de conteo requeridos, solicitando una factura más justa dada la situación.
En junio de este año dejó de ir, porque, este mes, el agua comenzó a fluir de nuevo a través de las tuberías de Empagua, por lo que no tenían razón para solicitar una reducción de la factura.
—Pero en diciembre es que comienza a escasear otra vez—, frotó su entrecejo, probablemente preparándose mentalmente desde ya para realizar estos viajes otra vez.
Una madre en equilibrio
Debajo de una lámina, yacía la pila de Patricia, cubierta de pintura amarilla que ya se está descascarando, dejando a la vista el rojo que había debajo. En medio, tiene un depósito de agua que podría derramarse ante un mínimo movimiento de la tierra. En la pared, hay un tubo grueso de PVC, como si estuviera pegado con goma. Si se sigue con la vista, resulta evidente que proviene de encima de la lámina, utilizada para recoger la lluvia. Tiene una abertura al final, de donde fluye el agua. Si Patricia no coloca nada debajo, como un tonelito, todo se derrama por el suelo.
Para la época seca, tenían que llamar a una pipa. Patricia se subía a la baranda para agarrar la manguera del camión y llenar el tinaco que tiene en el techo. Para junio de este año ya dominaba el arte de atar la manguera con un grueso lazo y tirar de ella hacia arriba, balanceándose en la endeble baranda. Pero, la presión del agua la volvía pesada, lo cual la obligaba a estirar sus músculos fuera de sus límites. Una vez arriba, dirigían la manguera al tinaco y lo llenaba.
Pero, si quería llenar sus toneles y cubetas, tenía que jalar para extender más la manguera sobre su techo y alcanzar los demás botes. Dirigiendo sus grandes ojos negros a los toneles azules alineados contra una pared, señalándolos con la boca, explicó que siempre era un desperdicio de agua, los de la pipa no cerraban la llave cuando se movía la manguera, entonces derramaban agua por todos lados, incluso sobre su ropa.
Al menos las plantas de Patricia se regaban indirectamente.
—Me da lástima. Si no había, y encima la estaban botando.
La muni llegó en dos ocasiones, el resto de las veces, la familia compraba agua una vez por semana.
Hubo ocasiones donde toda la familia tenía que bajar por el callejón y llegar hasta el portón de entrada para recoger agua. Los niños, los abuelos y Patricia bajaban con cubetas y volvían caminando, todos trabajando como una máquina bien engrasada.
—¡Ah! La vez que rompieron algo—, mientras bajábamos las gradas, la mujer recordó la ocasión en la que los empleados estaban reparando algo y golpearon una tubería con las herramientas pesadas.
Una especie de geiser apareció entre el cemento, derramando agua por todas partes. Como ya se estaba desperdiciando, los empleados decidieron repartir a todos los vecinos. Así que, toda la familia bajó corriendo con todas las cubetas que estaban a la mano.
Esta madre soltera se convirtió en líder de las travesías de agua, recurriendo incluso a retorcer su pelo castaño y coquetear con los chicos de la pipa, con el fin de convencerlos de que le vendieran agua a su familia.
La topografía, la trampa letal de Chinautla
Cuando se habla de escasez, Sharon van Tuylen defiende que este es un término relativo: el problema no se remonta en la disponibilidad, sino en su gestión. Para encontrar agua se deben considerar varios factores: tipo de suelo, lejanía de agua superficial, cantidad de lluvias, y cambios en la temporalidad del cambio climático.
Y, a pesar de que Guatemala es un país montañoso, lo cual ayuda a la producción de agua, no todo el líquido es apto para consumo humano. Esto debido a los variados contaminantes en el suelo, aire y análisis de coliformes (estudiar si las aguas residuales han estado en contacto con el líquido limpio).
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Por años, los vecinos de Chinautla han preguntado: ¿dónde está mi agua? La mayoría de ellos, hasta el día de hoy, culpa a las instituciones gubernamentales. Sin embargo, en el tema del agua en este municipio, no pueden absorber toda la responsabilidad. Si de enemigos se trata, la topografía es el villano imposible de derrotar.
El ingeniero García Chiu destaca que esta zona presenta el problema de la geología. Diversas formaciones rocosas, como el granito, y rocas intrusivas, como filitas y esquistos, causan impermeabilidad, promoviendo acuíferos más pobres. En otras palabras, las condiciones del suelo complican la perforación de pozos mecánicos para transportar agua.
Incluso si los pozos pudieran construirse, estos conllevan varios problemas subyacentes. Raúl Maas explica que, para transportar el líquido desde depósitos subterráneos, se necesita mucha energía, lo que aumenta la tarifa. A esta cifra se añaden los costos de construcción, mantenimiento y equipo para el pozo. Una situación costosa.
Sharon van Tuylen, por su parte, destaca que esta zona es abastecida por una distinta al centro de la metrópoli, lo cual también explica el desabastecimiento.
Las zonas 6 y 18 de la ciudad, junto con el municipio de Chinautla, son zonas densamente pobladas, pero con gran dispersión poblacional, lo cual influye en cuánta agua se necesita. Estas tres localidades son abastecidas por la Planta de las Ilusiones, una fuente lejana. Por lo tanto, para distribuir el agua a estas regiones, se requiere de demasiada fuerza y energía. Cabe destacar que Las Ilusiones no cuenta con un gran caudal para cumplir con las necesidades de abastecimiento de todas las personas.
En este caso, la alternativa lógica son los pozos, pero, cómo mencionó García Chiu, estos también son afectados por varias problemáticas. En caso de estas zonas, se las categoriza como regiones kársticas, donde el suelo es piedra caliza, parecido al yeso.
Sharon otorgó un tajante ultimátum: encontrar agua subterránea es un juego de azar. Los expertos no pueden confirmar por dónde corre el líquido o si se va a mantener por el mismo curso. No se puede controlar ya que depende de los patrones, flujo y dinámicas del agua subterránea. La bióloga detalla que, aunque se encuentre líquido, la corriente puede cambiar, y el recurso desaparece.
¿Y los acuíferos? Pues, la bióloga argumenta que estos también son propensos a la contaminación natural de metales pesados, como el arsénico, lo cual convierte el agua no apta para el consumo humano. Y, remover estos metales para convertirla en apta, es costoso.
Estamos aquí, en la Tierra, por el agua. Todos los días necesitamos de ella: nosotros, las plantas, y toda la vida. Como humanos, tenemos una conexión profunda con el agua y la naturaleza. Sin ella, no somos nada.
A pesar de esto, los vecinos de Jocotales sufren por cada gota, aferrados a la promesa de las instituciones, sentenciados al olvido. Esto es lo que el agua no se llevó.
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Este texto fue elaborado como parte del Programa de Formación Dual de Plaza Pública dirigido a jóvenes periodistas.
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