El discurso antiinmigrante y la polarización social

El discurso antiinmigrante es un fenómeno palpable, una realidad latente en las contiendas políticas de países cuyas fronteras ven pasar miles de personas al día en busca de una oportunidad en otros territorios. Un ejemplo evidente son las fronteras de Estados Unidos, un espacio geográfico que observa miles de vidas que anhelan una mejor calidad de vida. En el imaginario de muchas personas aún persiste la idea del «sueño americano».

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El uso de la migración irregular como botín de campaña genera secuelas graves en el imaginario social. El discurso xenofóbico invade los medios de comunicación, ya sean radiales, escritos, digitales o televisivos. Esta idea radical conmociona, activa el miedo, el odio y el rechazo a lo «otro», lo «diferente» y lo «indigno». En este contexto, las migraciones y, en particular, las personas que las experimentan son posicionadas como algo negativo, ignorando que esta movilización refleja, en el fondo, una búsqueda de oportunidades en otros espacios geográficos, cargando consigo todo lo que implica la difícil decisión de estar fuera de su territorio nacional.

La realidad de muchos países es compleja, al igual que sus sistemas de gobierno. La situación de Nicaragua, Venezuela, Honduras, Guatemala, México e incluso de países de otros continentes invita a la reflexión: ¿Cuál es la causa de fondo detrás de las masivas movilizaciones migratorias? Diversos factores emergen en este análisis, entre los cuales la economía, la seguridad y los conflictos bélicos no pueden ser dejados de lado.

El discurso de odio hacia quienes buscan una vida digna no debería reproducirse como parte de las estrategias políticas, esa desinformación tan irracional sobre la población migrante es inhumana.

Las sociedades no deben ver al inmigrante como el enemigo; es fundamental analizar qué tipo de responsabilidades existen en este sistema global con relación a las situaciones históricas que han generado y continúan provocando esas movilizaciones masivas. Una de las ironías de la migración es que el propio país que acusa, persigue y expulsa a los migrantes también tiene responsabilidad hacia este fenómeno social.

La migración no es un delito; el verdadero delito radica en crear condiciones inhumanas que obligan a las personas a considerar como una alternativa dejar atrás su territorio de origen, su familia, sus pertenencias y el proyecto de vida que habían construido en su tierra natal.