Muchos están sumidos en el sopor y la negación ante el hecho de que Trump se haya reelegido. Evidencia la desagradable realidad de que a alrededor de la mitad de la población estadounidense poco le importó el discurso insolente de Trump, descaradamente misógino, homofóbico y xenófobo.
Entristece pensar que para muchos latinoamericanos viviendo en Estados Unidos, prevaleció el egoísmo. Ya ciudadanos de ese país, habilitados para votar, antepusieron la preocupación por los precios que deben pagar en el supermercado y la expectativa de que Trump maneje mejor la economía que Kamala Harris, por encima de la solidaridad con sus hermanos migrantes. La comodidad económica personal e individual por encima de los derechos humanos como baluarte universal y de la solidaridad con los paisanos en necesidad, la misma por la que ellos mismos, o sus padres y abuelos, pasaron y sufrieron.
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Curiosamente, la amargura colectiva que muchos sienten por la reelección de Trump me recuerda cuando en la plaza muchos guatemaltecos gritaron, ilusionados, la consigna que sentenciaba «¡Guatemala ya cambió!». Gritarla a todo pulmón en el parque central evidenciaba un valiosísimo anhelo de cambio para mejorar, pero no era más que eso, una ilusión. Que el electorado guatemalteco haya optado por Jimmy Morales en 2015, y luego, peor aún, por Alejandro Giammattei en 2019, fue un golpe durísimo de realidad. No solo no revirtieron la vergonzosa corrupción del régimen de Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti, sino que la empeoraron de manera creciente.
Así que, no, no solo Guatemala no cambió en 2015, sino que, luego de un maligno golpe político pendular, de hecho, empeoró. Una sentencia dolorosa y fea, pero es la realidad.
Es importantísimo apegarse a la realidad, por fea y desagradable que sea. Se vale soñar, tener anhelos y aspiraciones altas, pero la ruta para alcanzarlas exige tener los pies bien puestos sobre la tierra, y saber cuáles son los desafíos y retos por superar. Quizá el más difícil de esos desafíos y retos primero es entender y, luego, cambiar la visión y los intereses de las grandes mayorías.
Por más verdadero, correcto y legítimo que hoy nos parezcan objetivos como que las sociedades deben ser más justas, solidarias, libres de formas de discriminación, las grandes mayorías siguen aceptando y votando por ese tipo de regímenes. En el caso estadounidense, nos estamos tragando la cucharada amarga de esa realidad.
En el caso guatemalteco, debemos tener mucho cuidado de pasarnos de socráticos, en el sentido que basta con saber cómo actuar bien, para, en la práctica, actuar bien. En nuestro día a día político, cuidado con pensar que es suficiente tener un gobernante honesto y bien intencionado. Cada vez está más claro que la mayoría en Guatemala entiende la honestidad como condición necesaria para un gobierno, pero no suficiente. Hoy, para la gran mayoría, remover del Ministerio Público a la nefasta Consuelo Porras y su pandilla es mucho menos importante que, por ejemplo, arreglar las carreteras.
La realidad de hoy en Guatemala es que, por feo y políticamente incorrecto que suene, la masa mayoritaria preferiría a un corrupto efectivo para reparar la red vial, que un honesto que se niega a pagar sobornos y respeta las leyes, pero no logra ejecutar las obras. Si no sabemos leer esta realidad, la mayoría terminará votando pragmáticamente por un corrupto con pinta de efectividad, para volver al consuetudinario «que robe, pero que deje obra».
Que la tragedia de la reelección de Trump nos deje esta sacudida aleccionadora: cuidado con no ver la realidad.
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