Comunidades atormentadas
Comunidades atormentadas
Vienen más tormentas. Los expertos advierten de que por cada grado celsius que suba la temperatura, las tormentas podrán aumentar hasta en un 60%. No es fatalismo, ya está ocurriendo, Margarita Alvarado y sus vecinos lo saben bien.
En la cocina de Margarita Alvarado aún cuelga en el techo un palo donde hace años un perico pequeño y verde solía pasar los días. Hasta que una tarde, el río Sis se desbordó por las fuertes lluvias y el agua inundó la casa y toda la comunidad de B4 Sis Palestina, en San José La Máquina, Suchitepéquez, el perico se cayó y se ahogó.
El palo sigue ahí, como una advertencia del riesgo inminente de las inundaciones que aquejan a muchas comunidades rurales en Guatemala y que cada invierno parecen estar más y más vigentes.
El invierno apenas comienza, pero ya causó una inundación que llevó agua hasta las rodillas de los habitantes, en su mayoría agricultores. Y la lluvia sigue amenazando cada día. Por eso Margarita no baja la guardia.
Después del desastre que causó el huracán Stan en 2005, Margarita y su esposo perdieron todos sus cultivos y sus cosas. Eso les motivó a instalar un sistema de adaptación casera contra inundaciones en su casa, un ejemplo de lo que implica vivir cerca del desastre y de un río que traiciona sus bordes.
En su cocina, un rancho abierto y separado de su casa, detrás de la vitrina fijó pitas en la pared para amarrar el mueble y asegurar que no se lo lleve el agua. Desconectó su refrigeradora y con la ayuda de su yerno, la puso encima del desayunador. El piso de cemento en su hogar luce completamente vacío. En el dormitorio, la cama cuelga desde una red extensa de lazos del techo. Metió la ropa, las sábanas, los zapatos y otras cosas sueltas sobre altillos de tablas de madera.
Hoy vive solamente con su hija más pequeña, Carla, de 17 años. Su esposo falleció hace 10 meses a causa de un fallo renal.
Margarita asegura que desde Stan, año con año el impacto del clima ha empeorado. Como el invierno arrancó con una inundación, teme que este año será difícil. Por el momento, hasta despejarse el pronóstico, ella y Carla duermen en la casa de una familiar. Queda justo al lado, pero se construyó sobre una base alta de concreto para protegerla contra las inundaciones.
"A mí me da miedo. Tal vez durmiendo estoy cuando siento que de repente el río está adentro. Así nos pasó en el Stan. El agua ya había bajado, entonces nos acostamos y despertamos en la noche con agua en la espalda”, dice angustiada la madre de 62 años.
Un mes de lluvia, en una hora
No solo la casa de Margarita quedó dañada por el agua. Cada año en la época de lluvia que históricamente se ha extendido desde mayo a octubre, miles de personas en Guatemala se ven afectadas por inundaciones causadas por ríos crecidos o la sobresaturación del suelo.
Solo entre abril y junio de 2022, las lluvias provocaron 539 incidentes que afectaron a casi un millón de personas, de ellos 168 fueron inundaciones en diferentes partes del país.
“Las inundaciones son el fenómeno que más desastres desencadena. Tanto en Guatemala como a nivel mundial”, dice Alex Guerra Noriega, director del Instituto de Cambio Climático (ICC) que investiga y desarrolla proyectos de mitigación y adaptación.
Es geógrafo especializado en riesgo relacionado al clima y eventos extremos de precipitación y ha trabajado en el tema durante más de 15 años. Explica que el cambio climático está cambiando los patrones naturales del clima que teníamos. Los eventos climáticos ahora son más intensos y aunque las inundaciones son parte de la dinámica natural de los ríos esto afecta su caudal.
“Se está observando que la lluvia se da en períodos más cortos. Aunque la cantidad es la misma, en lugar de llover 20 días, llovió 10 y cada uno de estos días con lluvia más intensa. Se nota incluso en datos por día. Ahora en el ICC estamos registrando lluvias de 100 milímetros en una hora. Es decir, estamos viendo que toda esa lluvia, que podría llover en un mes entero en algún lugar, cae en una hora”, dice Alex.
Igual que el sistema de drenaje de una ciudad que fue diseñado para cierta cantidad de agua, los ríos tienen un caudal adaptado a soportar una cantidad de lluvia. Cuando cae más lluvia en un período más corto ocurren inundaciones súbitas.
Se pondrá peor
Una de las causas detrás de los eventos actuales es el fenómeno de La Niña, un extremo de dos que oscilan entre sí en un sistema climático complejo en el océano pacifico tropical durante períodos cortos o largos. La Niña se caracteriza por temperaturas bajas y su contraparte, El Niño, se caracteriza por temperaturas cálidas, y ambos pueden causar eventos climáticos extremos como sequías y tormentas en todo el mundo.
La Niña actual inició en septiembre de 2020, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Combinado con otro fenómeno, la oscilación multidecadal del Atlántico que dura entre 20 y 40 años y se encuentra en su fase cálida, en 2020 surgieron las condiciones climáticas ideales para eventos extremos: 30 tormentas tropicales fueron registradas en el Atlántico este año. La mayor cantidad jamás registrada en una temporada de huracanes y 18 más que el promedio histórico.
Fue también en 2020, en noviembre, que las tormentas Eta y Iota afectaron a Centroamérica y dejaron a más de 1.7 millones de personas damnificadas en Guatemala.
A partir de 2021, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (ONAOA), entidad científico del gobierno de Estados Unidos, actualizó el promedio de tormentas de cada temporada de huracanes del Atlántico al cumplir otro período de monitoreo de 30 años con un aumento de registros. El promedio anterior de 12 tormentas por temporada se basaba en los registros de 1981 a 2019, mientras el actual de 14 refleja el promedio entre 1991 y 2020.
La OMM prevé que el fenómeno de La Niña continuará hasta agosto de 2022, incluso podría seguir hasta 2023. Eso hizo que la ONAOA alertara que de nuevo se espera que la cantidad de tormentas superará el promedio. Sería el séptimo año consecutivo.
Es probable que este tipo de condiciones climáticas empeorarán en el futuro. Según Ana González, ingeniera ambiental de la Sección de Cambio Climático del Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (Insivumeh).
“Con el cambio climático se espera que esta variabilidad que existe de manera natural aumente y que haya un aumento del acumulado de lluvia y de eventos extremos como las sequías. En Guatemala vemos ambos extremos”, explica.
Ana menciona como ejemplo, las lluvias que se presentaron durante la segunda semana de junio de este año. Un patrón impredecible de precipitación intensa seguida por varios días secos, y luego lluvias torrenciales de nuevo.
“En un día llovió todo lo que tenía que llover en todo el mes, por lo menos aquí en la capital. Y luego dejó de llover durante varios días. Eso es el cambio climático. El cambio en el comportamiento tanto espacial y temporal de la precipitación”, aclara la experta.
Las lluvias erráticas causaron varios desastres. Un agujero enorme de 16x25 metros, acompañado de fisuras, que se abrió en la carretera Interamericana en el municipio de Villa Nueva. En la zona 5 de la Ciudad de Guatemala un deslizamiento soterró dos viviendas. 14 puentes fueron destruidos total o parcialmente en Suchitepéquez, Chiquimula, Jutiapa, Jalapa, El Progreso y Quiché.
Del 17 hasta el 19 de junio, la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) registró un total de 72 incidentes. Un desastre cada hora.
Según el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), esa crisis de eventos climáticos cada vez más extremos se relaciona con el calentamiento global que generan las emisiones de gases de efecto invernadero.
Maíz bajo agua
“El maíz se chonetea, se pone negro, mire”, dice María Eugenia García quien también vive B4 Sis Palestina, solo al otro lado de la carretea que divide la aldea en dos. Con las uñas saca un par de granos blancos de una de las mazorcas que quedaron tiradas en el lodo para enseñar un punto oscuro que los manchó. En vez del familiar olor dulce a maíz al quitar la tuza, su olor es ácido y desagradable.
Descoloridos y secos por arriba, negros y podrídos por abajo. Tres manzanas de milpa muerta se extienden alrededor de la señora de 61 años y sus vecinos de la aldea. Caminan con mucha atención. Pasaron ya dos semanas desde la última inundación y aún quedan charcos grandes de agua que el suelo sobresaturado no logra absorber. Donde ya no hay agua, el lodo está tan flojo que se traga media pierna.
“Todo esto se pudrió”, explica María Eugenia, “se arruina. Cuando agarra mal olor ya no se puede ni vender o comer. A veces ni los animales las quieren así”.
La manía que sembraron hace poco para sacar semillas y sembrar más adelante, también se echó a perder. La escena trágica se repite por todos lados. Charcos, profundidad de lodo, filas de milpa derrotada.
En tan solo seis semanas, desde el principio de mayo, 3,263 hectáreas de cultivos fueron dañadas por exceso de lluvias, según datos del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (Maga). Principalmente maíz, pero también café, pasto, papa, tomate y maní fueron afectados.
Suchitepéquez y el municipio de San José la Máquina, donde María Eugenia García y sus vecinos ahora están rodeados de milpa muerta, fue de las áreas más afectadas por las primeras lluvias del año.
Es una catástrofe. La mayoría de las familias son pequeños productores que se sustentan con sus cosechas para consumo propio y una parte menor para vender, y ahora se enfrentan a una crisis alimentaria y económica. No solo perdieron las cosechas. Las familias no son propietarias de los terrenos donde siembran y perdieron también el alquiler que invirtieron para poder sembrar.
En B4 Sis Palestina el precio para arrendar una manzana por un ciclo es de Q1,400. A eso hay que añadir los gastos de las semillas, el abono, los insecticidas y los sueldos para la mano de obra que algunas familias contratan para avanzar con la siembra.
Para resistir la crisis, algunas familias se endeudan para comprar alimentos y cubrir sus gastos, otras se vieron forzadas a abandonar sus casas y parcelas. También hay personas de la comunidad que optaron por irse a Estados Unidos con la esperanza de conseguir trabajo, porque en San Miguel la Máquina no encuentran. Como el hijo de Margarita.
Los ojos de Elba Tupul, nuera de Margarita, aún se mojan cuando narra que ha pasado dos meses sin ver a su esposo. Él sí encontraba trabajos en la agricultura. Pero mientras los precios subieron cada año, el sueldo como jornalero se mantenía.
“El dinero no rendía. Antes con Q100 o Q200 uno compraba bastante, pero ahora no se consigue casi nada”, lamenta con su hija de 2 años entre sus brazos.
Las aldeas ubicadas cerca de los ríos Sis e Ican están rodeadas de plantaciones de dos monocultivos: banano y caña. La producción de caña, que durante décadas ocupaba una gran parte de la población en las comunidades, hoy ha sustituido a las y los trabajadores de las comunidades con maquinaria para la mayor parte de su producción. Y en las bananeras la oferta de trabajo no corresponde a la necesidad.
“Son pocos los que van a trabajar a las fincas de caña porque la maquinaría hace todo el trabajo. Corte, abonado, fumigaciones. Desde hace unos 8 años es poco la mano de obra. Muchos se han ido, van a la capital a trabajar, muchos se van a Estados Unidos. Porque uno se está aventurando con el río, uno invierte solo para perder. No se puede”, dice Andrés García, otro vecino de la aldea B4 Sis Palestina.
Es imposible separar los impactos climáticos de la cadena de impactos sociales que los sigue. Especialmente en un país aquejado por la desigualdad como Guatemala.
“Todos sabemos que Guatemala es uno de los países más vulnerables ante el cambio climático por la posición geográfica. Pero también por las condiciones sociales, todo está relacionado. Somos vulnerables porque somos pobres”, dice la ingeniera de Insivumeh.
Los impactos del cambio climático y su interacción con las condiciones locales sociales, políticas y económicas también son un factor señalado por el IPCC. Indica que los países del norte de Centroamérica, están entre los más vulnerables ante la migración y el desplazamiento motivado por eventos climáticos, y que esta condición ha empeorado desde 2014 cuando publicó el último diagnóstico sobre el cambio climático. Según el IPCC especialmente las tormentas tropicales, las lluvias torrenciales, las inundaciones y las sequías causan migración.
“Es importante compartir esa información, que es algo que sí va a pasar, y ya está pasando, para que la gente por lo menos esté lista. Más que todo las autoridades porque muchas personas no pueden hacer nada. Tiene que haber un plan integral para amortiguar lo que pasa. Sacar a la gente de la pobreza, mejorar la infraestructura y el ordenamiento territorial, reforestar, fortalecer las capacidades de los gobiernos locales”, propone Ana González.
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Suelos mal tratados
A lo lejos un fuerte trueno amenaza con otro aguacero. El señor delgado de 58 años, levanta la mirada desde abajo de su gorra azul del equipo de fútbol de San José la Máquina. Una alfombra de nubes negras levita río arriba.
“El río está creciendo, viene con ganas”, comenta un vecino que se acerca.
Hubieran preferido que cayera el cielo sobre B4 Sis Palestina y no río arriba que es cuando el río Sis se desborda y rara vez les deja suficiente tiempo para actuar.
“La última vez de un solo vino”, dice María Eugenia preocupada.
“Sí, en menos de media hora ya estaba afuera. Fue fuerte”, le responde Andrés. Agarra un jalón del cigarro colgando desde la orilla de su boca. Continúa: “lo que pasa es que si es aquí la lluvia, casi no nos afecta. Pero cuando llueve allí arriba, aquí nos viene a inundar”.
Asegura que antes no era así. El río crecía pero llegaba hasta la orilla nada más.
“Desde que fue el Stan en 2005 para estas fechas nos ha dado batalla. Ha estado duro. Antes no, uno vivía tranquilo y feliz”, dice Andrés.
Suchitepéquez se caracteriza por tener una ocupación extensa de superficie para monocultivos como la caña de azúcar, hule, banano, plátano, y palma de aceite. El cambio del uso del suelo aumenta la vulnerabilidad de la población ante los eventos climáticos extremos, explica Alex Guerra.
“El uso del suelo es relevante en inundaciones. Una cuenca con más bosque ayuda a que las inundaciones no sean tan repentinas. Si hay mucha área de cultivos en una cuenca, el agua llega más rápido a los cauces y es peor la inundación. Además que arrastra más sedimentos. Peor todavía si hay mucha área urbanizada, el efecto es mayor por la impermeabilización”, aclara el geógrafo.
Tanto Ana González del Insivumeh, como Alez Guerra del ICC, advierten que los fenómenos climáticos sobre la precipitación representan un reto particular para las y los profesionales que estudian el cambio climático en Guatemala porque hace falta más datos actualizados.
“Se tiene que tomar en cuenta por lo menos 30 años de datos y sacar el promedio para poder decir si algo de verdad está cambiando. Sin estos datos no podemos comprobar científicamente los eventos que estamos observando y que la lluvia es más intensa”, dice Alex.
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Existen estaciones de lluvia que miden la acumulación en Guatemala por día, pero no por hora, como sería necesario. El ICC tiene estaciones en varias partes del país que miden datos cada 15 minutos, pero es un registro todavía reciente que les permite hacer conclusiones sobre el cambio climático.
“Una de las cosas que más necesita Guatemala es investigación científica, aplicarla en términos sociales. Es muy poco lo que hay. Desconocemos el comportamiento que está teniendo la región hoy en día y esto nos hace que seamos aún más vulnerables como país”, concluye Ana González.
Tormentas que atormentan
Stan y Agatha. Los nombres se repiten una y otra vez entre las familias que viven en B4 Sis Palestina y la aldea vecina Línea B-20, en la encrucijada de los ríos Sis e Incan. Ha pasado más de una década, casi dos en el caso de Stan, pero ambas tormentas aún atormentan y roban la paz.
Un perro delgado y juguetón molesta a un marrano inmenso y somnífero en el jardín de Aleida González. Los colores son intensos, casi fluorescentes. En la grama, entre las flores de pascua blancas y los árboles frutales corren un sinfín de gallinas, pollitos y gatitas. Dos troncos altos abrazados por plantas trepadoras crean una puerta natural de entrada al terreno enmarcado por filas de milpas tan altas que sobrepasan la cabeza de la señora de 48 años.
Pero Aleida se mueve en la parcela idílica con ansiedad constante. Igual que Margarita todas sus cosas permanecen guardadas bajo el techo de la casa. Su esposo, a propósito, solo hizo poca leña, para no perderla si llega el río. Además, Aleida se alió con un conocido que vive río arriba que, si comienza a llover fuerte, la avisa.
“Cuando oigo que está lloviendo recio allá arriba me da miedo, más este año le dije a mi esposo, porque ya hace ratos que el río no nos ha sacado”, dice estresada.
Después de la tormenta Agatha en 2010, Aleida y su esposo tuvieron que comenzar desde cero. Perdieron todo.
“Yo lloré. Dormimos durante días encima del lodo en un nylon que consiguió mi esposo. 18 días después regresamos a la casa y no había nada. Ni leña, los graneros de maíz estaban reventados. Todo estaba desolado”, recuerda.
Aleida estira el brazo sobre su cabeza hasta el contador de luz instalado al exterior de su casa. La pared tiene tres tonos de color diferentes, hasta abajo donde llegó el agua por Agatha, a nivel del hombro de Aleida donde llegó el agua durante Stan y hasta arriba el color original de la madera. La inundación más reciente, a finales de mayo, llegó hasta la altura de sus rodillas y se llevó sus siembras.
Su esposo salió a buscar trabajo. Cuando encuentra, le pagan Q60 por día en la agricultura. A cambio, el granero de la familia está vacío. Lo subieron al techo para no perder, en caso que venga otra inundación. Decidieron no volver a sembrar. No confían en los ríos.
“Aquí es un lugar hermoso para vivir. Yo no quiero irme. En verano uno no tiene que comprar casi nada en el mercado porque todo abunda. Hay hierbas, hay maíz, pescado en el río, tomates. Hasta trabajo hay. Pero en invierno es el problema”, reitera Aleida.
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