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Jesús Viveros, un ciudadano estadounidense nacido en Sinaloa, México, explica porque dará su voto al candidato republicano Donald Trump, mientras camina por las instalaciones de la Universidad Estatal de Arizona. Foto/Plaza Pública

Latinos votaron entre el miedo a una crisis económica y a Trump

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Latinos votaron entre el miedo a una crisis económica y a Trump

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Desde Phoenix, Arizona, el testimonio de familias migrantes guatemaltecas, explica los temores de la población latina ante la llegada del líder republicano a la presidencia y las razones por las que, a pesar de eso, el voto latino impulsó el triunfo del republicano, Donald Trump. Les da más miedo el alza en los precios de consumo diario que las políticas anti inmigrantes y extremistas que advierte.

Se fue a la cama con la imagen de un tablero casi rojo que anticipaba la ventaja para el candidato republicano. La mañana del 6 de noviembre despertó con la confirmación del resultado: Donald Trump ganó las elecciones. Entonces Katerin Ixtabalan lloró, sintió que todo había sido en vano.

Por «todo» se refiere al tiempo dedicado a convencer ciudadanos para ir a votar, algo que ella no puede. Nació en La Esperanza, Quetzaltenango, Guatemala, un lugar ajeno sin recuerdo. De donde su madre se la llevó en brazos para llegar a suelo estadounidense de manera irregular y reunirse con su padre que las esperaba. Él también migró en condición irregular.

El sábado antes de las elecciones, Katerin, 21 años, pasó ocho horas de puerta en puerta en Sungold, Phoenix, Arizona, un vecindario a 15 minutos de su casa. Desde Aliento ―organización que se presenta como apartidista― recorre las calles en un último intento por persuadir a los indecisos para votar teniendo en mente a la población migrante.

El mensaje más directo era el de votar en contra de la iniciativa 314, una reforma para endurecer las leyes migratorias en Arizona. Convierte en delito menor que una persona extranjera permanezca de manera irregular en el territorio, también le da la potestad a la policía para arrestarla si no porta documentos. Obtuvo los votos, se aprobó, antes debe lograr el visto bueno de la Corte Suprema en Estados Unidos.

La tarea de salir a convencer tenía sus dificultades. «Si un votante tiene un tono racista, a esa persona no le vas a cambiar su forma de pensar, no vale la pena, nuestros recursos son limitados», dijo Saul Rascón, con un español fluido y el acento de quien tiene el inglés como lengua materna. Es un «dreamer» de 23 años, originario de Sonora, México. Uno de los jóvenes que se acogió al programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA en inglés).

«Hemos escuchado retóricas (…) de que va haber deportaciones masivas y eso no es sólo un mensaje antinmigrante, sino es un daño permanente y grande para la cultura, para la economía que compone a los Estados Unidos. Ese caminito al que vamos puede resultar en la destrucción de la democracia, es algo que estudié en la Universidad», añade Saúl, graduado de Relaciones Internacionales en la Universidad Loyola Marymount, en California.

Katerin aplicó a los 14 años para ser una de los 24 mil «dreamers» en Arizona. Nunca recibió respuesta. Gracias a una beca se prepara para ser abogada de migración, lo hace contra todo pronóstico, en Arizona no podrá ejercer la profesión bajo un estatus irregular. «Tendré que irme a California o Nevada para poder trabajar», planea.

Un estado con antecedentes radicales

El cabello de Mayali Ixtabalan se mantiene negro y lacio como el día que salió de La Esperanza con Katerin en brazos. Sus cortes y huipiles los guardó en algún lugar de la casa que ya no recuerda. Se resignó a no volver a ver a sus padres ni a sus 7 hermanos. Todos siguen en Quetzaltenango.

No se arrepiente de ese viaje, para nada, porque dejar Guatemala fue el primer paso para tener «una vida mejor», la describe. Viven bien, reconoce.

Durante la contienda electoral el miedo fue la constante de las familias migrantes y de ciudadanos empáticos con la situación de las familias mixtas ―con miembros de distinto estatus migratorio―, como la de Katerin. Sus padres y ella en condición irregular, sus dos hermanas nacieron en Estados Unidos.

Ahora es un hecho que el 20 de enero de 2025, Trump volverá a la Casa Blanca, ahora con la mayoría en el Senado y la Cámara de Representantes. La acusación de abuso sexual y ser declarado culpable de más de 30 delitos no tuvieron efecto. Como presidente electo ya nombró a un «zar de la frontera» que se hará cargo de ejecutar una de sus promesas de campaña: realizar deportaciones masivas. El designado es Thomas Homan, exdirector interino del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE en inglés) y que durante el gobierno de Barack Obama rompió un récord en deportaciones.

En el pasado, Arizona ya implementó medidas radicales contra migrantes. En 2010 salió a luz la Ley de Arizona SB1070, mejor conocida por sus oponentes como Ley del Odio, que criminalizaba a personas sin documentos y consideraba sospechosos a todos aquellos que por su razgos «parecieran inmigrantes». Por esos días las familias trazaban «estrategias» para poder ir de compras o recoger a sus hijos de la escuela. Estuvo vigente por algunos meses hasta que un tribunal dejó sin efecto las cláusulas más controversiales.

También fue el estado que sobrevivió al «alguacil más duro de la historia», Joe Arpaio, quien sigue siendo recordado por liderar la peor «cacería» contra migrantes irregulares en Estados Unidos.

Katerin recuerda esos días, por eso caminó durante horas y tocó puertas de desconocidos. Su preocupación a que los separen la movió a unirse a Aliento y caminar durante horas. «Si mi mamá ya no estuviera con nosotros, si yo ya no estuviera con mis hermanas… Para mi una vida mejor será crecer con ellas», anhela.

Los latinos que votaron por Trump

Al oeste de Phoenix, cada domingo una iglesia cristiana protestante es punto de reunión para familias hispanas migrantes. Katerin y su familia se congregan en ese lugar, en parte por devoción y otra para coincidir con paisanos de Guatemala. El pastor es Migdol Lobos, originario de Catarina, San Marcos.

Hoy está cerca de ser ciudadano, pero años atrás vivió el temor de ser perseguido y señalado por ser inmigrante. «¿Ilegal o legal?», le dijo un policía local que lo detuvo en una calle mientras conducía. Lo bajó del carro y lo esposó, algo fuera de lo legal. «Me estás tratando como criminal», le decía Migdol, mientras Annie, su hija, lloraba en el vehículo. Hoy Annie Lobos tiene 21 años.

Con la aprobación de la 314 tal como está escrita, es posible que este tipo de escenas vuelvan a ocurrir.

Según Edison Research, una empresa dedicada al análisis de datos, el 45% de votos latinos fueron para Trump, el candidato que llama «criminales» a los migrantes, promete deportaciones masivas y el cierre de programas que buscan regularizar su situación migratoria. La preocupación por los altos precios de los productos de consumo diario y la gasolina quizá pueda explicar estos números. También el hecho de que Kamala Harris se posicionó a favor del aborto y de la población LGBTIQ. Para Mayali, la madre de Katerin, estas posturas «van en contra de la ley de Dios».

Uno de los pilares de la campaña de Trump fue la economía. Criticó la gestión de Obama y Joe Biden, les atribuyó problemas económicos tales como el aumento en los costos y el desempleo. Trump prometió reducir la inflación controlando el gasto público y disminuir la deuda nacional. Según un análisis realizado por la BBC, con datos de la Oficina de Análisis Económico y de Estadísticas Laborales de EE.UU., el crecimiento económico del país se ha mantenido favorable, pero la inflación ha sido un punto débil en la gestión de Biden.

Leonel Oroxom y Mellisa García, casados y con hijos, viven en el vecindario Northern Village. Conforman un hogar mixto. Él nació en Quetzaltenango, Guatemala, es tío de Katerin. Ella nació en California pero creció en Oaxaca, México hasta los 13 años. Es ciudadana americana, puede votar, él aún no tiene estatus regular. En ninguna elección le había tomado tanto tiempo definir su voto.

Mellisa cree que el fin de Trump es infundir miedo con sus promesas y amenazas, pero que hay una brecha entre lo que dice y lo que podrá hacer, según las normativas vigentes. «No puede quitar la ciudadanía a los que ya la tienen, ni puede deportar a los DACA, no puede deportar de una vez a todos», está segura.

La comunidad latina teme a las amenazas de Trump, pero cree que su trayectoria como empresario puede empujar la economía de la clase media. «Gane quien gane nosotros tenemos que seguir trabajando», coinciden la pareja. Ella y los hijos de ambos son ciudadanos, él no.

Aunque Melisa dudó, al salir de su centro de votación dijo: «al final voté por mi familia».

Los resultados están, la vida sigue

Al día siguiente de las elecciones era un hecho consumado la derrota de Harris, la candidata demócrata reconoció los resultados y felicitó a su contrincante. En el parqueo de un Home Depot, la tienda con productos para construcción, un grupo de migrantes originarios de Venezuela, México y Ecuador esperaban oportunidades de trabajo.

Un día cualquiera para ellos.

De hecho, José Antonio, un venezolano de 34 años, se mostró indiferente a los resultados electorales. Después de tardar cuatro meses en llegar a Estados Unidos, cruzar la selva del Darién y ver morir en la ruta a connacionales, las promesas de Trump no le quitaron el sueño. Quizá no todo sea malo y mejoren las condiciones económicas, se aventuró a decir. «Ojalá no nos saquen porque aquí en Arizona muchos dependen de los latinos, tú no ves a un gringo echando pico y pala, no lo has visto, no lo vas a ver».

Algunos están dispuestos a tolerar a Trump con tal de ver mejoras. Por ejemplo, Jesús Viveros, estudiante de la Arizona State University, hijo de padres mexicanos, nacido en Sonora, votó por Trump y anticipó la victoria del candidato. La economía no fue un factor decisivo, le preocupa más la seguridad «la frontera ya está muy mal, está fuera de control», justificó su apoyo.

Katerin no entiende a esos latinos, por mucho que lo intente. Desde el 6 de noviembre, cuando despertó y sintió que su trabajo fue en vano, Katerin presiente que vienen cambios, que debe trazar un plan, una «estrategia» junto a su familia. «Siento que un día voy a meterme al teléfono y voy a ver personas a las que están deportando y es algo que no quiero ver», anticipa. Por eso lloró el día después de las elecciones.

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