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Griselda no existe: los niños sin registro de Purulhá

«En muchos casos la madre no inscribe al niño porque no tiene al padre presente o ni siquiera ella está registrada»: Noé Alarcón, encargado de sistemas del Renap.
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Griselda no existe: los niños sin registro de Purulhá

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En las aldeas de Purulhá, Alta Verapaz, registrar a un recién nacido se convierte en una verdadera odisea. Viajar al Renap más cercano implica un gasto de cerca de 300 quetzales que las familias, en extrema pobreza, no pueden costear. El problema es tan grave que, según un profesor de la localidad, impide que cerca del 45% de los niños puedan asistir a la escuela.  

Había pasado ya un tiempo, pero el profesor Rubén Díaz, recordaba perfectamente aquel día. Eran dos motos. La suya, una moto vieja, azul, llena de polvo y siempre con algún traqueteo que amenazaba con dejarlo tirado en medio del camino. En la otra moto iba su colega, llevaba a la madre de la niña que necesitaban inscribir en el Renap de Purulhá. La niña iba con él, sentada en medio, aferrándose a su cintura como si la moto fuera la única cosa segura en todo el trayecto.

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Salieron desde San Marcos, Saxamaní, en el municipio de Purulhá, una comunidad lejana, donde las casas se escondían entre las lomas, y los caminos, más que eso, eran senderos de polvo. «La madre no tenía cómo ir, no tenían para el pasaje», contó Rubén, mirando al suelo como si todavía viera el polvo de aquel día. Rubén es profesor en la escuela rural y constantemente se enfrenta al mismo problema, alumnos sin papeles porque sus padres no pudieron registrarlos en el Renap. Antes de negarle la educación a la niña, decidió hacer el esfuerzo de llevarla. «Así que nosotros, decidimos ayudarlos. Trajimos a la niña y a la mamá hasta Purulhá para que podamos inscribirla», cuenta.

El camino era largo, Rubén sintió el traqueteo constante de la moto en su espalda, mientras el viento seco les golpeaba la cara y el polvo se levantaba con cada curva. La niña, de apenas cuatro años, iba callada, mirando a su alrededor sin entender bien lo que pasaba. No sabía que ese viaje era crucial para su futuro. «Esa niña, hasta ese día, no existía para el Estado», decía Rubén. «Sin estar inscrita, no tenía nombre, no podía ir a la escuela, no podía recibir nada».

Rubén contó que no era la primera vez que hacía esto. Ya había llevado a otros niños en su moto, porque los padres, por más que quisieran, no podían. «Había un niño en otra comunidad, igual, sin inscripción. No podía seguir en la escuela porque no tenía papeles. Tuvimos que traerlo también para inscribirlo», recordó, como si cada uno de esos viajes le dejara una huella profunda.

El viaje no fue fácil. Las motos se tambaleaban en los baches, y el sol, alto en el cielo, parecía no dar tregua. La madre, en la otra moto, se agarraba con fuerza al conductor, su pelo revuelto por el viento y la cara endurecida por el sol.

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Al llegar a Purulhá, finalmente pudieron hacer el trámite en el Renap. No fue rápido, pero lo lograron. Al final del día, la niña quedó inscrita. Ya no era invisible para el sistema. Tendría acceso a la escuela, a la salud, a todo lo que hasta entonces le había sido negado. «Nosotros los llevamos porque si no, no venían», repitió Rubén, que sabe que el viaje puede costarles a las familias hasta 300 quetzaqles, en transporte y alimentación.

En muchos casos deben asistir los dos padres para la inscripción, ya que el Renap solo acepta que lo inscriba uno de los padres cuando estos están casados. Esto implica doble gasto, para familias que viven con el día a día.

El viaje desde San Marcos, Saxamaní hasta Purulhá no fue solo un recorrido físico, sino una travesía hacia el futuro de esa niña. Los maestros como Rubén Díaz no solo enseñan en el aula; muchas veces, también se convierten en el puente entre los niños y el sistema, asegurándose de que esos pequeños, nacidos en los rincones más lejanos, tengan al menos una oportunidad de existir en el papel y en la vida.

En las comunidades rurales de Purulhá, en el departamento de Baja Verapaz, el simple acto de registrar a un recién nacido se convierte en una odisea para muchas familias. Los desafíos van desde la pobreza extrema hasta la lejanía de los centros de registro. Sin embargo, el problema va más allá de una barrera burocrática: los niños que no son inscritos en el Renap quedan invisibles ante el Estado, privados de acceso a derechos esenciales como la educación y la salud.

Niños invisibles para el Estado

Juana Asij Caal tiene 23 años y vive en San Antonio La Pinada, comunidad de Purulhá junto a su esposo Mauricio y su cuñada. Su hija más pequeña nació el 17 de noviembre de 2023 y, hasta hoy, no tiene un nombre oficial. En casa la llaman Griselda, pero no existe ningún documento que lo acredite. Juana no ha podido inscribir a su hija, hacerlo implica dinero y tiempo que ella no tiene. Ahora, el puesto de salud le niega la medicina porque no puede presentar una partida de nacimiento. «Esperamos poder reunir el dinero para viajar hasta Purulhá y registrarla formalmente», explica Juana, con una mezcla de preocupación y resignación.

En ocasiones, Juana ha tenido que usar el nombre de su otro hijo, el que sí está inscrito, para obtener el medicamento que necesita Griselda. «Le dieron un carnet provisional, pero ya empezaron a preguntar por qué no la he inscrito. “Necesitamos sus papeles”, dice el enfermero», cuenta. Y aunque trata de hacer lo mejor para su pequeña, el sistema la ha puesto en una situación imposible. No puede permitir que su hija se quede sin tratamiento, pero tampoco puede reunir el dinero necesario para ir hasta Purulhá y formalizar su existencia.

Juana se pregunta si valdrá la pena todo el sacrificio. La respuesta no es sencilla, las decisiones que enfrenta son duras: ¿Alimenta a sus hijos o gasta lo poco que tiene en un viaje para inscribirlos? En San Antonio La Pinada, la distancia no se mide en kilómetros, sino en sacrificios. El Renap más cercano para estas familias es el que está en el municipio de Purulhá, que, para algunos caseríos, significa un viaje de cuatro horas de ida y otras cuatro de vuelta.

En ocasiones el Renap se acerca a las comunidades con unidades móviles o jornadas de sensibilización, pero no siempre son suficientes. Durante 2022 y 2024 no se realizó ninguna, en 2023, sin embargo, se realizaron cuatro. A través de esas jornadas de inscripción extemporánea, se revisaron 100 expedientes y se lograron inscribir a 80 personas que se encontraban en subregistro, informa el Renap.

En una jornada de sensibilización realizada en febrero de 2023, se logró informar a 226 personas sobre los requisitos para la inscripción extemporánea de nacimientos. Sin embargo, el desconocimiento sigue siendo una barrera, de acuerdo con autoridades locales, muchos padres aún no saben cómo hacer el trámite. «Realizamos capacitaciones y reuniones con los padres, pero es difícil cuando las instituciones no llegan», menciona el profesor Díaz. Los esfuerzos de las escuelas por apoyar a las familias no son suficientes si los padres no tienen el dinero para viajar.

«Tendría que haber un lugar más cercano para inscribir a los niños, así gastaríamos menos. Es una lástima que no nos permitan hacer el trámite en municipios cercanos, como Santa Catalina La Tinta. Allí sólo se puede si el bebé nació en el hospital, pero en nuestro caso fue con la comadrona. Aunque ella entregue un informe para el Renap, no es válido», opina Rubén Octaviano Pichic Ja’ quien inscribió a su hijo Ramón Efraín Pichic de 3 años de edad en 2023. La falta de presencia del Renap en las comunidades rurales y la ausencia de jornadas móviles regulares obstaculizan aún más el acceso a los derechos fundamentales de estos niños.

Cuando la madre no está inscrita

La falta de registro de niños no es algo nuevo en los caseríos de Purulhá, es un problema que viene de generaciones atrás y que hace que muchas mujeres adultas tampoco estén inscritas. Esto complica la situación, porque para registrar a sus hijos, primero deben registrarse ellas.

Noe Alarcón, encargado de sistemas en el Renap, comenta que «uno de los mayores problemas que enfrentamos es la falta de documentos. Muchas madres no cuentan con el informe de nacimiento adecuado y, si no tienen DPI, todo el proceso se detiene».

Cuando la madre no está registrada, el ciclo del subregistro se perpetúa, y los hijos quedan atrapados en una realidad en la que ni siquiera sus madres existen para el Estado. La pobreza extrema crea un ambiente donde la falta de documentos es la norma, y no la excepción.

Si una madre no está registrada en el Renap, el primer paso para formalizar su inscripción es solicitar una «negativa de nacimiento», un documento que certifica que no hay registro previo de su nacimiento. Con esta negativa se puede iniciar el proceso de inscripción extemporánea. Para ello, se requiere presentar varios documentos, entre los cuales se incluyen: el testimonio de la escritura pública que contiene los datos del nacimiento a inscribir, un formulario específico que Renap proporciona para este tipo de trámite, y el comprobante de pago por la inscripción extemporánea.

Solo después de que la madre haya sido registrada y obtenga su Documento Personal de Identificación (DPI), es posible proceder a la inscripción de sus hijos. Este proceso, que podría parecer sencillo, se vuelve extremadamente difícil para las familias en situación de pobreza, ya que los costos y la logística implicada dificultan el acceso a este derecho básico.

Además de las dificultades burocráticas, Alarcón también menciona que la pobreza y la ausencia de los padres son factores recurrentes que agravan el subregistro. «En muchos casos la madre no inscribe al niño porque no tiene al padre presente o ni siquiera ella está registrada», añade.

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El Renap ha identificado varias causas detrás de este problema, siendo la migración una de las más relevantes. En muchos casos, el padre ha emigrado, dejando a las madres sin los recursos ni la información necesaria para completar el proceso de inscripción.

Según estadísticas del Renap, entre 2019 y 2024 se registraron un total de 9,178 nacimientos en Purulhá, con una distribución casi paritaria entre niños y niñas.

En las comunidades de Purulhá como Esquipulas y San Antonio, la inscripción de un niño en el Renap implica hasta dos días de trayecto. Guillermo Jaa, presidente del Cocode de Esquipulas, explicó que «el viaje hacia el centro de inscripción en Purulhá no es accesible para todos. Aquí, muchas familias no pueden costear el viaje. Las comunidades están muy alejadas, y el transporte es un lujo que la mayoría no puede permitirse», enfatizó.

Pedro Juc Coc, un vecino de la localidad, cuenta el caso de una familia que logró conseguir el dinero y viajar para inscribir a su hijo. Los dos padres eran analfabetas, por eso, al volver constataron que el registro quedó con el nombre de María Antonia, en lugar de Mario Antonio, como llamaron a su hijo varón. «No sé de quién fue el error, pero creo que es de los que están trabajando en Renap», piensa. Enmendar ese error es imposible para una familia de campesinos que no puede viajar constantemente.

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Testimonio desde el aula: el caso de Panimá

El impacto del subregistro también es evidente en el sistema educativo. Rubén Díaz, un maestro de la comunidad de Panimá, comparte su experiencia sobre cómo la falta de documentos afecta directamente a sus estudiantes.

«Hay padres de familia que no tienen estudios o experiencia para inscribir a sus hijos. Algunos niños ni siquiera pueden asistir a la escuela porque no tienen certificado de nacimiento», señala Díaz.

El subregistro tiene consecuencias profundas en el futuro de los niños. Según Díaz, «aproximadamente el 45% de los niños o jóvenes en Purulhá dejan de estudiar porque no tienen su certificado de nacimiento». Sin este documento, los niños no pueden inscribirse en la escuela formal ni acceder a los programas educativos gubernamentales, lo que perpetúa el ciclo de pobreza en sus comunidades.

En Purulhá, el problema no es la falta de voluntad para inscribir a los niños, sino la geografía y la pobreza extrema.

Santiago Juc Juc , vecino del sector San Antonio, relató cómo la falta de recursos económicos limita el traslado para el proceso de inscripción, «nosotros no tenemos muchas siembras para ir y viajar, está lejos y el pasaje es caro, porque si viajo, tengo sed y hambre no es nomás de viajar», explicó.

Don Santiago hizo el sacrificio de viajar para inscribir a su hija Concepción, sin embargo registraron el año de nacimiento como 2024, cuando la niña nació en 2021. Fue preciso volver y hacer otro trámite para enmendar el error.

Iniciativas digitales con limitaciones

El Renap ha implementado servicios en línea a través de su portal electrónico, lo que permite a las familias obtener certificaciones de nacimiento sin tener que viajar a los centros de registro. Sin embargo, estas herramientas no son accesibles para muchas familias rurales debido a la falta de conectividad. «En las zonas rurales, la señal de internet es tan mala que ni siquiera podemos usar las plataformas en línea», explica Noe Alarcón.

Además, los registros de nacimiento no pueden hacerse en línea, es necesario que se presenten a las oficinas del registro. Por eso en Purulhá, las familias aún dependen de jornadas presenciales o visitas a los centros digitales municipales de registro para inscribir a sus hijos.

El subregistro en Purulhá no es solo un problema administrativo; es una cuestión de derechos fundamentales. Los niños que no están inscritos ante el Renap quedan marginados del sistema, sin acceso a educación, salud y otros servicios básicos.

«El subregistro no es solo una cuestión de papeleo, es una barrera que les niega a los niños el acceso a sus derechos más básicos», concluye Díaz.

Crónica del camino a La Pinada

El recorrido que hizo Plaza Pública fue de 268 kilómetros, dos días para poder llegar al destino. Durante el primer día de viaje, tuvimos que pernoctar en el municipio de Santa Catalina La Tinta, del departamento de Alta Verapaz, ya que, aunque la comunidad de La Pinada es de Purulhá, Baja Verapaz, su colindancia es con el departamento de Alta Verapaz.

A la mañana siguiente, nos levantamos muy temprano para poder estar a tiempo en la comunidad. Tuvimos que usar Google Maps para poder ubicar la ruta correcta; como los caminos no están señalizados, teníamos dudas de si el mapa nos estaba indicando la entrada correcta, por lo que tuvimos que confirmar la información con unos señores que estaban en el camino, pues la supuesta «entrada» tenía un río que lo atravesaba. Cuando nos dijeron que eso que mirábamos era la ruta, procedimos a entrar en aquel camino irregular. Bueno, si a eso se le llama camino, ya que se asemeja más a una competencia de motocross: parte barranco, parte regadío, parte parcela y parte río.

No dudamos en entrarle al camino, con la frase «peores caminos hemos pasado». ¡Qué equivocados estábamos! Cuando pasamos el río, tuvimos nuestro primer percance; una piedra hizo que la llanta delantera de la moto se ladeara y nos botara en las frías aguas del río. El ruido de las piedras y la velocidad del agua formaban un sonido como de carcajadas, como si el río se estuviera burlando de nuestra caída. Al salir del chapuzón solo quedaba reírnos y seguir.

Nos topamos con un puente muy angosto en el que solo un carro a la vez podía pasar. Cuando cruzamos el puente de madera —un puente de tablas dividido en tres secciones—, nos dimos cuenta de que ya estábamos en Baja Verapaz, en la comunidad de Matucuy, para ser más precisos.

Lo primero que hicimos fue pedir direcciones y orientación. Me llamó la atención que al referirse a La Pinada decían «sí, queda allá arriba», cosa extraña al principio ya que el camino se veía plano. Después de serpentear un par de veces empezamos a bajar; creímos estar perdidos, ya que cada vez nos decían «sí, siga, queda allá arriba».

Dentro de todo ese monte, lodo y barro, llegó un momento en que no vimos señales de personas, como la noche anterior había llovido, las rutas estaban complicadas.

Finalmente encontramos una cuesta, pero en plena subida la moto quiso tomar un descanso, dijo «acá no más» y se apagó. Para nuestra mala suerte venían bajando dos carros cargados de personas y nosotros interrumpiamos el paso. Traté de jalar la moto con todas mis fuerzas para sacarla del camino y que pudieran pasar los carros. Digo traté porque la condenada ni se inmutó. Ahora me río, en su momento no me hizo ni un poco de gracia.

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Google Maps dejó de ser útil, ya que estas comunidades ni siquiera estaban registradas. Llegamos a Esquipulas La Pinada, donde hablamos con un representante del Cocode. Después, fuimos a San Antonio.

Las personas nos preguntaban si éramos del Mides, esperanzados esperando ayuda del gobierno. En sus ojos se pudo ver cómo se rompían sus esperanzas cuando les explicamos que no, que sólo estábamos haciendo un trabajo periodístico.

Al bajar un poco, encontramos unas casas donde se veían un par de milpas que tenían unos elotes con el famoso hongo, el cuitlacoche, por la humedad. Pedimos referencias y una última vez nos dijeron «agarren el camino que va para arriba». Nosotros, en nuestros pensamientos, decíamos ¡¿Más arriba?!

Eran ya como las 10:30 am y no habíamos avanzado como pensábamos. Por suerte, en una tienda/caseta hecha de lámina, pasamos a comprar unas galletas, unos jugos y ricitos para desayunar. La muchacha que atendía, muy amable, nos dio referencia del Cocode del lugar. Le dijo a unos niños que iban pasando que nos guiaran; por cierto, llevaban cada quien una carga de leña, la cual les hacía sudar a chorros, niños entre seis a ocho años.

Les dijimos que se adelantaran para poder alcanzarlos, ya que llevábamos moto. Pensamos que no se iban a adelantar mucho. Todo lo contrario, nos dimos la vuelta y ya no estaban; cuando los alcanzamos llevaban como cuatro cuadras de ventaja... Era una subida respetuosa, llevaban leña a perchada en la espalda y, lo último, ¡eran niños!

El camino de tierra, serpenteando entre los árboles, indica la forma en que la comunidad se adapta al terreno. Las casas se disponen sin seguir un trazado urbanístico formal, sino más bien respondiendo a la topografía y necesidades prácticas, lo cual sugiere un estilo de vida donde la naturaleza impone sus reglas y el ser humano se adapta a ella.

La vegetación circundante es rica, con árboles de diferentes tamaños y plataneras, reflejando la autosuficiencia de la comunidad y su conexión directa con la tierra. Llegamos por fin, a la última comunidad rural y entonces comprendimos lo difícil que es llegar al Renap más cercano.

***
Este texto fue elaborado como parte del Programa de Formación Dual de Plaza Pública dirigido a jóvenes periodistas.

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