Cómo una organización cambió la realidad de la desnutrición en Jocotán
Cómo una organización cambió la realidad de la desnutrición en Jocotán
- Las victorias ganadas a la desnutrición descansan sobre las precarias condiciones de vida, y su impacto en la salud.
- En 2019, según la Organización Mundial de la Salud, el 18% de los servicios de salud disponibles en Guatemala eran estatales, y con frecuencia están fuera del alcance de las familias más necesitadas.
- Los puestos de salud solo abren en horario hábil y no están equipados para atender emergencias.
- El objetivo, según oenegés como Antigua Al Rescate, son acciones progresivas en las que primero se establece el peso-talla; luego se avanza hacia la sostenibilidad, y luego, hacia la independencia.
- Los programas del Estado, debido a la burocracia, no llegan con la urgencia necesaria a las personas necesitadas, ni resuelven problemas estructurales que necesitan soluciones multisectoriales a largo plazo.
En el corredor seco, las victorias ganadas a la desnutrición descansan sobre un castillo de naipes: precarias condiciones de vida y su impacto en la salud. Para un niño, ganar peso no siempre evita que una pulmonía, o una infección estomacal sean mortales. Aun así, tres caseríos de Jocotán logran retener los avances en nutrición con trabajo hormiga.
En el corredor seco, las victorias ganadas a la desnutrición descansan sobre un castillo de naipes: precarias condiciones de vida y su impacto en la salud. Para un niño, ganar peso no siempre evita que una pulmonía, o una infección estomacal sean mortales. Aun así, tres caseríos de Jocotán logran retener los avances en nutrición con trabajo hormiga.
En octubre de 2019, cuando la oenegé Antigua al Rescate (AAR) hizo su primera jornada en La Palmilla, la noticia corrió por todo Talquezal y llegaron familias desde otros caseríos fuera de los otros dos planificados: La Ceiba y El Cedral. Así de extraordinario era que llegara alguien a repartir alimentos y medicinas.
De hecho, desde que reabrió el puesto de salud en 2017, ninguna ayuda estatal en forma de alimento llegó al mismo hasta 2021. La jornada de AAR también incluía atención médica, con el apoyo de Santiago Esquivel, enfermero del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS), en el puesto de salud en la aldea.
Entre las pacientes que no esperaban estaba Sandy Dayana Guillén. Ella y sus padres caminaron cuatro horas, cruzando una montaña, para llegar hasta La Palmilla. Sandy tenía siete años, la edad de los niños que el Estado ya no atiende por desnutrición. Sin embargo, sus padres la llevaron con la esperanza de conseguir ayuda para algo más complicado.
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En 2019, según la Organización Mundial de la Salud, solo el 18% de los servicios de salud disponibles en Guatemala eran estatales. En casos como el de Sandy, estos servicios también eran poco accesibles por la falta de recursos para llegar hasta ellos.
Mientras tanto, en esa primera jornada de AAR en La Palmilla, la fila de madres con sus niños rodeaba la malla alrededor del puesto de salud. Ese día, como desde entonces en cada jornada mensual, los miembros de AAR registraban el peso y estatura de cada niño, su edad, la edad de la madre, y el número de hermanos.
Comenzaron tratando a niños de todas las edades, incluyendo adolescentes cuyo peso estaba debajo del promedio para su edad. De hecho, ese registro podría ser el único que hay en la zona de peso y estatura en niños mayores de cinco años. Cada madre también recibió una bolsa de víveres: maíz, frijol, arroz, avena o Incaparina, azúcar, sal, pasta, y chocolate para moler y beber. La idea era comenzar a llevar un control de los casos más urgentes, conforme un listado que el Comité Comunitario de Desarrollo (Cocode) elaboró.
Sandy no estaba en la lista, pero la divisaron en la cola. Era imposible perderla de vista. Tenía la piel púrpura: el rostro, las manos, las piernas. Algo andaba mal, bastante mal. Tenía estos síntomas desde que nació, y nunca la había examinado un médico. Eso esperaba la mamá al llevarla a la jornada en La Palmilla.
La idea funcionó. Después de algunas llamadas, se decidió que una parte del equipo de AAR llevaría a Sandy al hospital de Zacapa, mientras que el resto continuaría con la jornada. Una vez en el hospital, el diagnóstico fue fatal. Un médico le dio un máximo de dos semanas de vida. Sandy tenía cardiopatía congénita: fallas en su corazón que provocan alteraciones en su circulación sanguínea y causaba el color púrpura en su piel. Según esta oenegé, era un milagro que estuviera viva porque los niños con esta afección por lo general no viven más de dos años.
Entonces, con el apoyo de la periodista Michelle Mendoza (corresponsal de CNN en Español, que cubría la jornada), AAR coordinó el traslado de la niña hacia el Hospital Roosevelt en la capital. Querían hacer lo imposible contra ese primer diagnóstico.
Los médicos del Roosevelt determinaron que solo funcionaba la mitad del corazón de Sandy, y su hígado y pulmones se habían deteriorado, pero la estabilizaron. Le recetaron un tratamiento y AAR le consiguió los medicamentos. Eso le permitió a Sandy vivir casi dos años más. El 11 de julio pasado, murió en su casa. Su familia no logró llevarla a tiempo a un hospital cuando necesitó atención de emergencia.
Limitado acceso a salud
En 2017, Esquivel trabajaba como enfermero en la emergencia del centro de salud en Jocotán, en Chiquimula, cuando lo trasladaron al puesto de salud en La Palmilla. Es un caserío de la aldea Talquezal, a 16 kilómetros de la cabecera de Jocotán. El puesto de salud había permanecido cerrado seis meses. Antes de eso, los enfermeros del puesto en Talquezal Centro hacían una jornada de salud al mes en La Palmilla.
El director del centro de salud en Jocotán, Luis Velarde Chacón, envió a Esquivel a reabrir el puesto después que ese año murieron dos niños por diarrea y vómitos en el caserío. Los caseríos están en el corredor seco, donde hay precarias condiciones de vida, higiene y salud, y un antojadizo patrón de lluvia impide que la agricultura de subsistencia de las familias provea suficientes alimentos.
Ese año, en todo el país murieron 148 niños por desnutrición aguda, según la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Sesan). Otro reporte del Sistema de Información Municipal de Seguridad Alimentaria y Nutricional (SIMSAN) revela que en todo Jocotán murieron 26 niños menores de cinco años, 13 de ellos tenían menos de un año.
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En 2017, Esquivel llegó al puesto de salud en La Palmilla con la experiencia de haber atendido heridos, niños con neumonía, y partos con regularidad en Jocotán, pero se encontró con un puesto de salud vacío. Él llevó medicamentos para resfriados, gripe y malestares estomacales leves, termómetro y vacunas; lo que le daba el MSPAS. Luego, por donaciones y solicitudes adicionales al ministerio, fue consiguiendo sueros, hilo, anestesia. Ese año, el presupuesto de Salud había aumentado en al menos 872 millones de quetzales para la compra de insumos y medicamentos, según un informe del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi).
El puesto de salud en La Palmilla es aún el servicio de salud más cercano para vecinos de ese y otros caseríos aledaños, donde el Estado solo ofrece cobertura en casos de desnutrición para niños menores de cinco años —la edad de vacunación—. Después, el sistema los deja a su suerte. Tampoco existen en las estadísticas oficiales de desnutrición. Y es que el problema va más allá de la falta de alimentos.
«La desnutrición no es un factor solamente de alimentación», dice Sofía Letona, directora de AAR, quien también coordina atención médica en casos de emergencia, cuando el acceso a un médico y a un hospital es difícil en la zona.
Para Letona, la desnutrición es un síntoma de la ausencia del Estado y de apoyo con una visión integral. «No se va a curar completamente un niño que está desnutrido si en su casa el piso sigue siendo de tierra, si pasa sucio todo el día, está lleno de parásitos, y no tiene acceso a salud», agrega.
Mortal ausencia del Estado
«Cuando se me muere Sandy, porque al fin cedió su corazón, te das cuenta de que sí hay cardiopatías congénitas que, si se detectan temprano, son curables», dice Letona.
Para entonces, la familia de Sandy vivía en Talquezal Centro, una de cuatro aldeas —junto a Agua Fría, El Filo, y Barbasco— que dos enfermeros atienden en un puesto de salud local. Esquivel y otro enfermero atienden el puesto en La Palmilla, que también cubre La Ceiba y El Cedral.
Ninguno tiene médicos, ni está equipado para atender emergencias, pero además solo abren en horario hábil, según Ana Lucía Juárez, coordinadora de comunicación de la oenegé Acción Contra el Hambre (ACH), que trabaja desde 2015 en los siete caseríos de Talquezal.
Juárez explicó que ACH comenzó a monitorear mensualmente a todos los niños y niñas menores de cinco años en conjunto con los enfermeros, además de dar capacitación en salud, higiene y agricultura. Sin embargo, Johana Chacón de ACH afirma que no tienen datos de Sandy, quien en ese entonces tenía tres años. «Tal vez porque no asistía a monitoreos de peso con nosotros», dice Chacón.
Para muchas familias es difícil llegar hasta un puesto de salud, peor aún hasta un hospital en Jocotán o Chiquimula cabecera. Los residentes en algunos caseríos deben caminar al menos una hora, o más. En época de lluvia, los senderos de terracería son aún más intransitables.
Por esa razón, Juárez explica que un enfermero atiende a pacientes en los puestos de salud de Talquezal, mientras que otro hace visitas a pie o en moto en los caseríos más lejanos.
La idea de las visitas de casa en casa era identificar a los pacientes que no pueden llegar al puesto, especialmente pacientes como Sandy. No obstante, la cobertura abarca comunidades que suman unos 3,000 habitantes, según Esquivel. Si alguien reparó en Sandy, no buscó ayuda, ni pensó en cómo encontrar a alguien que pudiera ayudarla.
Letona reclama que, como consecuencia, se desperdiciaron cinco años de la vida de la niña. Chacón dice que ACH supo de Sandy cuando «su familia la llevó a una jornada médica en otra comunidad, buscando ayuda». Se refiere a esa primera jornada de Antigua al Rescate en La Palmilla, a la que llegaron después de caminar cuatro horas.
ACH dice que cuando identifica a un niño con enfermedades que no pueden ser tratadas en la comunidad lo reporta al centro de salud de la cabecera municipal. «Si se conoce alguna organización o institución que trata la enfermedad, se pasa la información del caso», añade Chacón. ¿Y si no?
El desplazamiento entre los caseríos y Jocotán es complicado. El viaje, en la palangana de un picop cuesta 20 quetzales, para quien puede pagarlo, y el vehículo no está disponible a toda hora. Además, una cuarta parte del camino es demasiado empinada y agreste para caminar cargando a un enfermo a cuestas, aún si es un niño. Son unos cinco kilómetros de terracería, y otros 16 de sinuosa cinta asfáltica.
En 2020, el Icefi estimó que la pobreza alcanzaba el 80% en Jocotán, pero que en 2021 podría llegar al 100%, como un efecto del impacto económico de la pandemia del COVID19. Esquivel dice que puede solicitar una ambulancia al hospital de Jocotán para traslados urgentes, pero pueden enfrentar el problema de que la ambulancia no tenga combustible.
«La gasolina [asignada] no se da abasto porque la ambulancia cubre todo el municipio de Jocotán», explica el enfermero. Así que cobra 50 quetzales por el traslado. Él lo recuerda porque la gente se molestaba con él por eso, cuando todavía trabajaba en la cabecera de Jocotán. «Incluso con otra compañera hacíamos coperacha, 25 y 25 quetzales, para la gasolina», recuerda.
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En La Palmilla también deben improvisar. Si en la aldea está uno de los maestros que llega en automóvil, puede llevar al paciente al hospital. Entre todos (maestros, enfermero y miembros de la comunidad) reúnen el dinero para la gasolina. El representante de la aldea ante el Cocode también coordina la ayuda.
No siempre funciona así, como en el caso de Sandy, si la emergencia ocurre fuera del horario de atención del puesto de salud, porque los enfermeros no viven en la aldea, y la irregular señal de telefonía celular desde Talquezal no siempre permite ubicarles con rapidez.
La dificultad para llegar al puesto de salud, o para conseguir los medicamentos que necesitan, hace que las personas desistan de ir al puesto, y opten por medicina tradicional, aunque no sea la más adecuada, según Juárez. En ocasiones es un asunto de adecuada coordinación. AAR suplió a Sandy de medicamentos durante casi dos años. Lo ha hecho con otros pacientes cuando Esquivel le alerta de los casos, y la oenegé coordina el traslado al centro de salud o un hospital. «Hace poco, había una señora con neumonía, que reportó el Cocode», relata el enfermero. «La fui a visitar, hice el diagnóstico, y los medicamentos los proporcionó AAR». Ofrecen apoyo en emergencias similares con pacientes de todas las edades.
Sin embargo, necesitan saber que el caso existe y, pese a las visitas de casa en casa, a veces se enteran tarde. Entre las tres aldeas suman 1,153 habitantes que el puesto de salud en La Palmilla debe cubrir.
En 2020, murió una niña que Esquivel había visto un día antes. «Empezó con vómitos como a las seis de la tarde; como a la media noche empezó con diarrea, y así amaneció», relata el enfermero y añade: «Cuando me llamaron el sábado, me dijeron que la niña había fallecido a las siete de la mañana. Lo tomaron como desnutrición, pero no fue así. Y según los documentos, no. Tuvo que ser algún parásito, amebiasis, que le causó ese problema.
Después de conocer a Sandy en 2019, además de hacer las jornadas en el puesto de salud, AAR también comenzó a visitar casas. En una ocasión, encontraron a un niño postrado en la cama con una infección severa en la pierna. Llevaba meses sin caminar. La infección era tan grave que corría peligro de morir. Guiados por el enfermero, le administraron una carga fuerte de antibióticos.
En un par de semanas, el niño ya caminaba. «Se curó con una medicina que no costaba más de Q5 el sobre», dice Fernando Barillas, también miembro de la oenegé.
Trabajo hormiga
En La Palmilla, El Cedral y La Ceiba, el puesto de salud registraba un promedio de cinco casos de desnutrición grave por mes en 2019. ACH ya tenía cuatro años de trabajo en Talquezal, pero según Esquivel, además de tomar medidas y peso, le entregaban cuatro bolsas de Incaparina al mes, a cada familia.
Para junio de 2021, cumplidos casi dos años después de la llegada de AAR, el promedio mensual de casos de desnutrición había bajado a uno, según Esquivel.
Dos meses antes de llegar, Barillas llegó a La Palmilla y le solicitó al enfermero elaborar una lista de las enfermedades más comunes en los caseríos de cobertura, incluyendo el tipo de riesgos que corrían las mujeres embarazadas y los niños, así como los medicamentos que más necesitaban. Esquivel dice que nunca habían tenido ayuda así. «Al mes vinieron ellos, y fue una bendición para la gente», afirma.
AAR dona medicinas al puesto de salud que no le da Salud Pública, como inyecciones para bajar la fiebre. El ministerio le suministra acetaminofén que no siempre actúa con la rapidez requerida en casos graves. Tampoco tenían suficiente medicamento para tratar los casos de diarrea y vómitos.
Otra enfermedad en la lista que Esquivel trasladó a la oenegé era neumonía. «No tenía nebulizador ni medicamentos para nebulizar, pero gracias a seño Sofi (Letona), le solicité uno y me lo trajo», dice el enfermero. «También tengo otro, que el Ministerio dio (este año), hasta los cuatro años de estar aquí».
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Según Esquivel, una de las tres muertes de 2019 a la fecha fue de un bebé que nació con bajo peso porque la madre estaba desnutrida durante el embarazo. Sin embargo, agosto pasado fue el primer mes, desde hace dos años, que ningún niño atendido por AAR bajó de peso.
Letona lo atribuye a que las madres embarazadas o lactantes reciben vitaminas y nutrientes para mejorar su estado de salud, para que su bebé nazca con peso normal y reciba los beneficios de la lactancia materna.
Algunas abuelas que rondan los 60 años de edad y quedaron a cargo del cuidado de sus nietas, niñas menores de diez años, y muestran síntomas de desnutrición, reciben latas de Ensure. «Son casos en los que las mamás solteras consiguen pareja que solo las recibe con niños, porque ellos pueden ayudar en el trabajo de campo», explica Letona. «Las madres aceptan esas condiciones por dependencia económica y dejan a sus hijas con las abuelas». En estos casos, AAR procura fortalecer la salud de las abuelas porque son la única opción para que las niñas crezcan con un familiar.
En un costado del puesto de salud cuelga un afiche del MSPAS, que enumera los grupos básicos de alimentos recomendados para una buena nutrición: verduras, huevos, leche, queso, y carnes. Muchos en la aldea —especialmente los niños— jamás los han probado. Si a veces no pueden comprar maíz ni frijol, que es lo único que comen, según Eduardo Roque, representante de los caseríos ante el Cocode, menos pueden comprar lo demás.
Los alimentos que provee AAR salvan algunas distancias cuando las cosechas se arruinan por falta o exceso de lluvia.
Otra cadena de desafíos
Algunas de las cosechas arruinadas están sobre cuerdas de terreno alquiladas.
Para pagar deudas y comprar maíz y frijol, si la cosecha se arruina, las únicas alternativas son los trabajos agrícolas en las fincas de café en Jocotán (fuera de Talquezal) o en otros municipios de Chiquimula.
El plan B para los hombres es emigrar hacia trabajos agrícolas en Honduras, El Salvador o México. Empleos para las mujeres no hay. La mayoría se ocupa en cuidar a los hijos y, las adolescentes, en ayudar a la madre con las tareas de la casa. Viajar a Jocotán, cabecera, para trabajar les haría gastar más de lo que ganarían en cualquier empleo, según Roque.
Las opciones de empleos también son reducidas debido al bajo grado de escolaridad en la aldea. Talquezal está en el 85% del área rural donde no hay cobertura de educación básica. La escuela para La Palmilla, La Ceiba y El Cedral solo tiene primaria. Los niños asisten al cumplir 7 años.
Los adolescentes no pueden viajar a otras aldeas para cursar educación básica. Tampoco pueden pagar el transporte. Algunas adolescentes resultan embarazadas tan jóvenes como a los 14 años.
Todo suma
El desafío es atender a los niños mucho antes de que lleguen al punto en que estaba Sandy, o Yesmin Pérez Hernández, quien murió en enero pasado por una neumonía, en un cuerpo que pesaba 16 libras, casi la mitad del peso promedio para sus dos años. Su vivienda resultó partida en dos por las tormentas del año pasado; estar expuesta a las lluvias y el frío empeoraron su salud, aunque había comenzado a subir de peso.
Las viviendas de los residentes en las aldeas de Talquezal todavía son de adobe y zacate prensado, con techo de palma o láminas. Para eso todavía no hay alternativas, pero mejoras en los hábitos de higiene mitigan enfermedades y ayudan a sostener los incrementos en peso.
«Hay agua entubada, pero como hubo verano fuerte, las fuentes se secaron, y como es un área muy alta, tienen que bajar a traer agua al nacimiento Las Quebradas, en La Ceiba», dice Esquivel. «Caminan una hora de ida y una de vuelta, cada uno con sus niños y cada uno lleva su tambito».
Muchos bebés y niños padecen alergias o enfermedades de la piel por la escasez de agua. Por lo general, usan el agua para cocinar y un baño semanal. Cuando los niños se quitan las botas de hule para que los pesen, se pueden observar sus dedos y uñas con costras de lodo seco. Otros, por falta de higiene, o consumo de agua sin hervir, o también por falta de agua, tienen infecciones estomacales con fiebres y diarrea.
Letona les recuerda la importancia de hervir el agua, de la limpieza personal; entrega paquetes de toallas húmedas (por si falta el agua) para limpiar a los bebés, medicamentos para la diarrea, sueros bebibles, y desparasitantes, si falta bastante tiempo para la jornada de desparasitación en el puesto de salud.
Según Esquivel, con la donación de láminas y cemento, ACH introdujo la construcción de letrinas hace dos años en algunas casas después de observar, durante sus visitas a los caseríos, que las familias hacían sus necesidades en cualquier parte, afuera o adentro de las casas, incluso cerca de donde preparaban sus alimentos.
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Eso explicaba que la contaminación, las enfermedades infecciosas por las bacterias, y las infecciones y hongos en la piel eran comunes. También les donaron cal para repellar las paredes. Desde entonces, el enfermero sostiene que los casos de infecciones se redujeron de diez a dos por mes, en promedio, por la mejoría en la higiene, la disponibilidad de medicamentos, y las letrinas.
Sin fiebre ni diarrea, el niño no pierde el apetito y retiene el peso. No obstante, Juárez dijo que la mayoría de los hogares aún no tiene letrinas, no existe tren de aseo, ni drenajes. Tampoco hay un manejo adecuado de la basura. «Los cambios de comportamiento son los que llevan más tiempo en darse», señala, aunque afirma que ACH también ofrece capacitación en saneamiento.
No es alentador que el proyecto de presupuesto de la nación 2022, bajo «seguridad alimentaria y combate a la desnutrición», asignó 47 millones de quetzales al Ministerio de Comunicaciones para caminos rurales, y 16 millones de quetzales al Ministerio de Trabajo para inspección laboral. No se explica cuál es la relación con la desnutrición.
Del presupuesto de 2021, el Icefi ya había dicho: «El gasto público prioriza carreteras, pero descuida a las personas». Eso implicaba un incremento de 5 millardos de quetzales al Ministerio de Comunicaciones e Infraestructura, y un recorte para Salud de 68.8 millones de quetzales. El presupuesto da prioridad a la construcción de hospitales. Esto, en un año cuando Sandy murió sin tener acceso a servicios hospitalarios de emergencia.
El presupuesto actual también redujo en un 55.1% los fondos para la atención por desastres naturales y calamidades públicas, en un año cuando una vivienda adecuada podría haber salvado la vida de Yesmin.
Síntoma de un mal mayor
Este octubre de 2021, la Organización de Naciones Unidas anunció que Guatemala tiene el índice más alto en desnutrición crónica de Latinoamérica en niños menores de cinco años, el 50%. Según Lucrecia Hernández Mack, exministra de Salud y diputada del partido Semilla, la desnutrición aguda y crónica refleja la desigualdad en los procesos económicos, sociopolíticos y culturales de una población. Coincide con Letona en que el tema requiere una solución multisectorial. Hernández señala que solo el Estado puede lograr un abordaje así, a largo plazo.
«Las oenegés tienen impacto, pero no son sostenibles; los avances se caen en cuanto se terminan los proyectos», dice la exministra, quien aboga por que ellas transfieran capacidades al Estado. Letona cree que las capacidades se deben transferir, en cambio, a las comunidades. Para eso, AAR ha empleado un abordaje diferente: los donativos son en un 100% para las comunidades.
La oenegé no tiene oficinas, y nadie gana un salario. Ninguno de sus miembros vive de esa organización: Letona es psicóloga clínica, y trabaja en diversos proyectos; Barillas es periodista y escritor; Héctor Ángeles es barista, Kenneth Garnaat trabaja en un call center, y Marcos Duarte trabaja en mecánica automotriz.
Todos donan su tiempo, tres días al mes, para viajar hasta La Palmilla, un trayecto casi de siete horas desde la capital. Durante la jornada, pernoctan en el puesto de salud, sobre colchones inflables y sacos de dormir, y conviven con la comunidad prácticamente 72 horas.
La diputada Hernández concede que, ante la ausencia del Estado, las oenegés salvan vidas. Para Letona, la meta va más allá de procurar supervivencia: es generar sostenibilidad, para que la comunidad gestione mejoras en sus condiciones de vida.
«Ya logramos la primera entrega de alimentos por trabajo del gobierno (el 4 de octubre), entonces, los Cocodes ya saben cómo gestionarlo», dice Letona. Se trataba del programa acciones por alimentos, como la limpieza de cuencas de agua, vía el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (MAGA). El trámite debía durar dos semanas, pero se extendió tres meses, aún con la ayuda de AAR y del Frente Parlamentario Contra el Hambre. Fue engorroso, pero fue un comienzo.
Por aparte, hay una nueva fábrica de cerámica en Jocotán, que una cooperativa administrará, que podría ser otra fuente de empleo para que las personas de las comunidades no dependan solo de empleos agrícolas, o de la agricultura de subsistencia. El gran desafío sigue siendo ganarle el pulso a la precaria oferta de servicios de salud, y las condiciones de vida en la zona.
«Todas estas acciones son progresivas, porque ya establece el peso-talla y luego te mueves a la sostenibilidad, y luego te mueves a la independencia», dice Letona. «Si no vas a entender ese mundo como tal, a sentarte con la gente, escucharlos y encontrar soluciones que respeten su cultura y sus creencias, que los ayuden de una forma armoniosa a moverse hacia adelante, tu trabajo está a medias»
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