La travesía migrante de Carmen: un dedo flotando en el mar, una mamá drogada y el kotex que la salvó de la migra
La travesía migrante de Carmen: un dedo flotando en el mar, una mamá drogada y el kotex que la salvó de la migra
Carmen es una mujer de 49 años que, como muchas guatemaltecas, enfrentó la terrible ruta migratoria con el propósito de darle una mejor vida a su familia. En este relato nos lleva de la mano por todo el trayecto, desde Jalapa hasta Estados Unidos.
«Todo empezó con anuncios a través de altoparlantes en los que ofrecían llevar personas a Estados Unidos. Yo ya lo venía pensando, así que pregunté y me aceptaron en la reunión. Se llevó a cabo en un cuarto pequeño, con paredes de tierra y sin piso, en el barrio Los Izotes, en el municipio de San Luis Jilotepeque, Jalapa.
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En esa reunión nos hicieron ver que el camino era difícil, pero nos aseguraron que era posible llegar. Dijeron que eran buenos coyotes, que con ellos no regresaba la gente, que nos tratarían bien. Hoy sé que todo era mentira.
Me dieron unos días para conseguir el dinero, pregunté con varias personas, hasta que al fin di con un “contratista”, como se le llama a la persona que pone en contacto a gente que necesita dinero con un prestamista. El mero prestamista me dijo que para darme los 95,000 quetzales que costó el viaje, le tenía que pasar los papeles de mi casa a su nombre. Mi sueño era irme, así que lo hice».
La historia la cuenta Carmen Gonzales, una mujer maya poqomam, a punto de cumplir medio centenar, por su estatura le cuesta apoyarse en el mostrador de la venta de pollo en la que actualmente trabaja; de complexión delgada y piel morena, acostumbrada al sol del campo, tiene el cabello largo y negro, peinado con un fleco al frente, que enmarca un rostro con pómulos delgados, desde este nuevo empleo relata todos los trabajos que ha realizado en su vida.
Durante su juventud vendía calendarios de casa en casa y también helados. En otra etapa, intentó abrir una tienda de artesanías, pero fracasó en el intento. Más tarde, emprendió un comedor, pero un grupo de personas se fue sin pagar, llevándola a la bancarrota.
Uno de los trabajos más angustiantes fue cuidar ancianos, haciendo todo lo posible para que vivieran dignamente y el mayor tiempo posible. «Si se morían me quedaba sin empleo», dice entre risas. El oficio más duro fue en una herrería lijando puertas, ventanas y otros muebles metálicos.
«Decidí emprender la ruta migratoria en un mes de abril, porque yo trabajo mucho, y nunca hice nada, el dinero no alcanza y con deudas, mi hijo y yo, solita luché por él y pues, decidí irme». Hoy su hijo Axelito, tiene 27 años y es su mayor orgullo.
Según Cecilia Aguirre, auxiliar departamental de la Oficina del Procurador de los Derechos Humanos de Jalapa, «las causas más comunes por las que personas jalapanecas están emigrando a Estados Unidos es por reunirse con las familias, otros porque conocen el plan DACA, (Acción diferida para los llegados en la infancia). Pero el motivo principal es la delincuencia, la pobreza y la falta de trabajo. Hay oportunidades en Estados Unidos y otros países que permiten mejorar la calidad de vida de los jalapanecos, situación que no sucede lamentablemente en el departamento», explica.
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El viaje de Carmen
«Primero llegué a San Marcos, me fui en Transportes Carmencita. Me fue a traer al parque un señor que se llamaba Francisco. Me iban a llevar a una bodega, pero yo le dije que tenía miedo y entonces me llevaron a la casa de él, pues en la bodega que tenían, sólo había hombres. Estuve nueve días en su casa esperando, ayudaba a hacer oficio a la señora, íbamos al mercado... hasta que llegó el día en el que tenía que seguir el camino. El señor me quería quitar todo lo que llevaba, el teléfono y mis botas, pero no le di nada. Le dije que no porque esas botas me las habían regalado especialmente para caminar en el monte.
Fuimos a otra casa y allí nos reunimos todos los que íbamos a viajar, de mujeres íbamos cinco, hombres diez. Nos llevaron a todos juntos en carros de doble cabina. Después llegamos a la frontera del Carmen y nos fueron a amontonar en un cuarto, nos pusieron a todos juntos, había drogados, había normales y había locos ahí. Éramos bastantes porque ya se juntaron como cuatro grupos que llevaban otros coyotes. El guía de nosotros era el Chompipe.
El proceso migratorio y su vivencia no es lo mismo para las mujeres que para los hombres. «Las mujeres se ven expuestas a situaciones de violencia sexual, acoso o explotación», explica Yelitza Teo, psicóloga especializada en migración en Casa del Migrante Betania, Santa Elena Petén.
«A las cuatro de la mañana nos llevaron al río —continúa Carmen con su relato— creo que era el Suchiate. Para cruzar nos subieron en unas canoas, cuatro personas íbamos en cada una. Solo cruza uno el río y ya está machucando México.
Después nos metieron en un zacatal y allí nos salieron unos enmascarados, con unas tremendas armas. Nos dijeron que si alguien se movía tronaban esas cosas.
—¡Todo el grupito de Manolo para acá!—, gritó uno de ellos y rápido se empezaron a formar grupos.
—El grupito de Chalopo por aquí, el de Chompipe va allá—, dijo y yo corrí porque era mi grupo.
Después se pusieron a contar cuántos iban con cada guía y así cobraron. Ya cuando pagó el último, nos fuimos todos», recuerda Carmen.
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Un dedo flotando en el mar
Las caminatas intensas, el dolor de los pies y la imposibilidad de descansar, es algo que Carmen jamás olvidará. «Caminamos por la orilla del río desde las cuatro hasta las seis de la mañana. Luego llegó un carro rojo con baranda y nos metieron ahí uno encima de otro, para ir a un lugar que le dicen La Perla, cerca de la playa. Ahí estuvimos como tres noches, hasta que nos fueron a sacar como a las cuatro de la mañana. Nos llevaron a unos potreros, terrenos abandonados, donde había garrapatas, pulgas ¡Qué animaleros! ¡Ay, a mí me da escalofrío recordarlo!
Luego nos llevaron a otro lugar, no sé cómo se llama, pero era como barranco, allí vivía una señora ya grande con su esposo. Yo no sé cómo es que vivía ahí, porque no era un sitio poblado, no había agua, ellos llenaban garrafones y cuando lograban pasar a un pueblo, compraban más. En esa casa en medio del bosque estuvimos dos días y una noche. Después nos llevaron, ya no me acuerdo para dónde, pero sí volvimos a caminar bastante.
Hay lugares donde ya no nos enteramos dónde era, sólo pasábamos de un carro a otro. Tres veces se nos arruinó el carro en el camino, y nos mandaban a acostarnos en el monte mientras ellos lo reparaban. Esta era una oportunidad en la que hablábamos, había partes donde no podíamos hacer bulla ni nos podíamos parar. Nos decían que si nos miraban nos iban a poner el dedo, ellos así decían. Y así nos fuimos a otra casa, pero como les digo, no son pueblos, son casas que se han construido en el monte.
Hubo un día que nos metieron al mar. Entramos como a las cuatro y media de la tarde y nos bajaron al otro día de madrugada. Al salir del mar no podíamos ni caminar por los golpes que nos dio la lancha, unos se golpearon la espalda, las piernas y la cabeza.
A un muchacho se le fue la mitad del dedo, porque cuando nos subían a la lancha él se agarró de la orilla y cuando llegó la otra lancha se mascó el dedo, se le fue el pedazo del dedo en el mar. Sólo le echaron un poco de gasolina que llevaban, nada más.
Nos habían explicado que no nos agarráramos de las orillas, porque venía la otra lancha y así, moviéndose en las olas, uno se pasaba de una lancha a la otra. Metían hasta doce personas en cada una.
No sé dónde subimos, pero fuimos a bajar a Veracruz. No podíamos caminar y nos hicieron correr. Cada paso que dábamos nos hundíamos en la arena. Al final nos llevaron a un viejo hotel a descansar, estuvimos dos días, estábamos muy adoloridos».
El informe sobre las migraciones en el mundo OIM-2024 da cuenta de que «más de medio millón de migrantes que llegaron a la frontera de los Estados Unidos en 2022 procedían de tres países del Triángulo del Norte.
La violencia criminal, la inestabilidad política y la pobreza siguen siendo algunos de los principales impulsores de la migración irregular», agrega.
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Carmen continúa con su relato: «Después empezó un largo viaje de 15 horas sin bajar del bus, subían la comida para que comiéramos allí. Al final casi todos vomitaron, se orinaron. ¡Ay Dios! ¡Fue pestilencia! Gracias a Dios yo no vomité, ni me pasó nada, pero por suerte, porque la carretera estaba llena de curvas.
Cuando llegamos a Monterrey ya había otros carros esperándonos. Nos metieron en las palanganas, como que fuéramos canastas de pan. “Nadie va a levantar la cabeza”, nos gritaron. A las tres de la madrugada salimos, pero el carro no caminó mucho, le explotó una llanta. Como íbamos amarrados y el lazo cruzado en la palangana, nadie se quedó tirado, pero todos nos golpeamos. A las ocho y media, lograron arreglar el carro y subimos otra vez».
La bestia, niños angustiados y una madre drogada
Carmen también experimentó viajar en La Bestia, como se conoce al tren al que se aferran cientos de migrantes día con día, este realiza el recorrido a través de tres rutas: Sureste (Tapachula a Ciudad de México), ruta del Pacífico (Oaxaca a Sonora) y la ruta del Golfo (Veracruz a Tamaulipas).
Se estima que entre 400,000 y 500,000 migrantes viajan subidos en estos trenes cada año. «Según el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), una gran parte de los accidentes que resultan en mutilaciones ocurren en el estado de Veracruz».
Carmen logró subir mientras el tren estaba en movimiento, temía caer, pero en ese momento no pensaba en nada más que en llegar.
«Como había sol yo pensé que era temprano, pero eran las 7:30 de la noche —cuenta— como a las 8:00 subimos al tren y bajamos como a las seis de la mañana.
Una mujer que llevaba a su niño se voló el brazo, no sé exactamente cómo, pero ni sangre le salió, fue como un mascón, lo que hizo que el brazo le quedara bailando adentro del pellejo. Partimos un suéter, le volamos las mangas y se lo amarramos. Los guías lo que hicieron fue llamar a los hermanos que la iban a recibir en Estados Unidos. Los familiares dijeron que siguieran, que como ya estábamos en la frontera que no se regresara, que le hiciera frente así con el brazo quebrado.
También iba otra mujer que saber cómo hizo allá en México, pero consiguió droga. Se drogó, y a mí me tocó que cargar y cuidar a su muchachito, él tenía tres años. Caminamos unas grandes carreteras, y yo con el niño. La mamá bien drogada.
Al subir no nos metieron ahí arriba, nos fuimos en medio de los vagones. Según decían que los zetas apartaron el espacio y que ellos nos llevaron cobijas y nos dieron cena ahí en el tren. Pero no dentro de los vagones, sino metidos así en las esquinas, en la orilla. Una muchacha estaba vomitando, la otra llevaba tos, una llevaba fiebre. Todos iban enfermos. Yo de dicha no me enfermé de nada. El del tren ni se dio cuenta que nosotros íbamos ahí.
Bajamos y nos metieron a unos zanjones, eran unas faldas bien resbaladizas. Nos metimos como a las nueve de la mañana y salimos a las tres de la tarde. Todos alegaban por el cansancio. Íbamos un paso para adelante y dos para atrás. El sol calientísimo, pues era verano y no podíamos llevar agua, porque nos cansábamos llevando peso. La tierra era roja y suelta. Por ratitos nos hacían tirarnos al suelo, pues se miraban a lo lejos los policías de tránsito.
Luego nos escondimos en medio de unas como torres de la luz eléctrica, allí nos dividieron en parejas. Nos dejaron dos por aquí, dos por allá, todos regados hasta que el bus pasó recogiéndonos.
De ahí llegamos a Monterrey: allí fue donde agarraron a todos. ¡Ay Dios! eso sí fue triste porque yo los engañé».
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Un kótex, la mejor arma para intimidar
Carmen cuenta esto con una mezcla de tristeza y heroísmo, sus labios delgados suelen curvarse en una expresión de buen humor. Sus manos pequeñas y delgadas, con algunas cicatrices y un poco ásperas, revelan su vida de trabajo como empleada doméstica. Narra su viaje con la emoción a flor de piel, estamos en su lugar de trabajo y aunque han pasado varios años los recuerdos se aglutinan en su mente sin descanso.
Durante el primer semestre de 2023, se registraron 37,011 personas guatemaltecas deportadas, mientras que en el mismo periodo de este año se contabilizaron 45,823, lo que representa un incremento del 24 por ciento. La mayoría de estas personas provienen de Estados Unidos, según datos del Instituto Guatemalteco de Migración. La deportación desde México fue el destino de los compañeros de viaje de Carmen, pero no de ella. Siempre ha sido astuta, y aunque resulte increíble logró jugarle la vuelta a los oficiales.
La policía estaba esperando el bus en la estación, alguien los había delatado. Los guías desaparecieron como por arte de magia.
«En realidad la policía ya me había agarrado —cuenta Carmen—, pero yo me escapé. Pedí permiso para ir al baño. La primera vez me acompañaron dos agentes, pero la segunda vez solo agarré una toalla sanitaria y dejé todo en el bus, mi mochila, mi ropa, mi dinero, todo. Le dije que iba a ir otra vez al baño a cambiarme la toalla, y como vieron que solo eso llevaba me dejaron ir sola.
Logré encerrarme en el baño. Me escondí en la taza. Aunque llegó varias veces la policía yo puse pasador por dentro; miraban por abajo, pero no me vieron. Lucharon para encontrarme, pero yo pura gata me colgué en la puerta, pensé si abren, no me miran. Estuve casi medio día escondida allí. Salí porque oí unas cadenas y pensé que ya iban a cerrar. Me encontró el encargado de esa oficina de transporte, un señor bajito delgado, algo morenito.
—¿Y usted qué hace aquí?—, me preguntó.
—Es que yo me escapé—, respondí.
—Mija, yo voy a cerrar y mañana entra otro de turno, ese sí la va a entregar con migración.
El señor me dijo que me quedara a dormir allí en la oficina, porque salir a esa hora ya era peligroso.
—Mi esposa ya me vino a dejar cena, si me hubiera dado cuenta que usted estaba ahí, le hubiera preparado algo de comer, solo tengo aquí un pepino—, me hizo rodajas el pepino y me apoyó para hacer una llamada.
Llamé al coyote, me prometió que se iba a comunicar con un coyote de Monterrey para que me ayudara, me aseguró que yo iba a pasar. “¿Y cómo hizo para escaparse?”, me preguntó. “Ni quiero hablar de eso”, le respondí.
Esa noche también pude llamar a mi hijo y a mi prima que me iba a recibir en Estados Unidos. Este señor, que fue tan bueno conmigo, me mandó en el bus de las ocho de la mañana para la frontera de Miguel Alemán.
¡Ay Dios mío lindo! Eso sí fue un momento triste para mí, porque ya iba sola, como me escapé ya no podía viajar en grupo. No sabía para dónde agarrar, pensaba ¿Qué voy a hacer? El chofer del bus solo me miraba y decía “no se preocupe, no tenga pena, yo sé para dónde la llevo”.
El chofer se dio cuenta de lo mal que yo estaba, porque a cada rato me decía, “no mi hija, no se ponga así, ¡tranquila!, ¡tranquila!”. En todo el camino había personas uniformadas con luces fluorescentes en la ruta. A mí me entraba pánico cada vez que los veía. El señor me decía “ese no es policía, él solo está señalando que bajemos velocidad”. De ahí el bus se quedó sin gente. Solo quedamos el chofer y yo. Pero seguía diciendo que no tuviera pena.
Al llegar a la frontera de Miguel Alemán, el chofer me dijo ‘métase en ese callejón, donde escuche que están hablando, ahí entre usted’. ¡Padre bendito! decía en mi mente. Pero oí el relajo y ahí fui.
Era como una casa sucia, parecía un local, pero sin puerta de frente, para entrar era necesario caminar hacia adentro y dar la vuelta. Cuando entré, se me amontonaron unos hombres sin camisa, en chancletas, tatuados, desnudos. Unos locos, sinceramente, completamente locos. Me habían dicho que al entrar me iban a preguntar por una clave, yo les dije “Perico”, esa era la clave. Pero ellos esperaban que yo llevara algo.
—¿No lleva cinta o algo, algún color que le hayan dado?
—No, a mí solo me dieron la clave
—Vos, ella es la que se escapó ayer—, le dijo uno de los hombres a otro. Me preguntaron si escaparon más personas, pero yo les dije que no sabía, porque yo me escapé sola.
—Se va a ir con nosotros, no tenga miedo, aquí no le va a pasar nada—, me respondió.
Me fueron a meter a un taxi y me llevaron a la casa del mero coyote. Rapidito me dieron suero, comida, agua pura. Allí había ropa de los que han pasado y han dejado, me puse a buscar qué me quedaba, porque yo no llevaba nada. Estuve once días encerrada con ellos, porque no podíamos salir, pues el río estaba convulsionando, además que había muchos policías en la frontera. Como a los nueve días intentamos irnos, pero no nos pasaron, porque avisaron que estaba la policía. Así que esperamos más días.
Finalmente, nos pasaron como a las ocho de la mañana, cuando hubo cambio de turno de policías. Cruzamos el Río Bravo en una como lancha que ellos mismos inflaron en ese momento, era como un salvavidas grande, al cruzar el río ya estábamos en Estados Unidos. Pasamos cuatro días caminando, llegamos a un lugar llamado El Levantón. Después nos llevaron a una casa humilde, allí estuvimos, nos metieron a las ocho de la mañana y nos sacaron a las tres de la tarde. Yo me sentía bien porque yo dije ya llegué. Yo me sentía contenta… Pero pasó lo peor».
Volver sin nada
De enero a junio del 2024 han sido deportados 1,603 personas procedentes del departamento de Jalapa, 118 del municipio de San Luis Jilotepeque, de acuerdo con datos del Instituto Guatemalteco de Migración (IGM).
Ese fue el destino de Carmen: la patrulla fronteriza la detectó.
«Cuando me agarraron en la frontera un policía que estaba como de particular pidió que me dejaran ir, pero le respondieron que no porque yo no sabía hablar inglés. Había tres personas a mi favor, pero no pude quedarme. No sé por qué caí, cuando estaba allá en la primera declaración me dijo el que me atendió “¿Y usted por qué no corrió más? Hubiera corrido más, no se hubiera dejado agarrar”.
Luego nos llevaron a la detención, era un lugar frío. Pedazos de aluminio nos dieron para cubrirnos, ¡Eso no ayuda nada! No había comida, no había agua para tomar. Pasamos dos días con la misma ropa con la que nos agarraron. Allí nos ofrecieron hablar con abogados para pelear casos. Yo hablé con el abogado de inmigración, él llamó a mi prima, pero mi prima dijo “que la deporten”. No quiso luchar por mí.
El abogado me decía “mi hija, pelee este caso”. ¿Pero cómo? ¿Quién? No tenía dinero y no llevaba los números de todos mis conocidos, alguien que hubiera luchado por mí. Yo solo llevaba el de mi prima y nada más. El abogado me insistía “usted ya vino aquí, ya vino, está en Estados Unidos. ¿Para qué se va a ir de regreso? Puede luchar”.
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Ocho días estuve en el espacio frío y después tres días donde había camas, comida. Cuando salimos nos fueron a levantar como a las cinco de la mañana. Nos empezaron a encadenar y nos sacaron de allá como a las ocho tal vez. No me acuerdo bien».
Frecuentemente los migrantes denuncian que reciben malos tratos durante las detenciones. «La forma en la que se verifica el trato que Estados Unidos y México brinda a los guatemaltecos que forman parte de un proceso de deportación, es por pasos, los cónsules verifican que tengan la documentación y que efectivamente puedan ser subidos a los aviones o a los buses. Y los propios países también tienen sus mecanismos y protocolos que garantizan el traslado digno de las personas. Por ejemplo, sí es importante decir que una de las reglas en el caso de las personas retornadas es que les quitan las correas de los zapatos, porque han sido utilizadas en el pasado para generarse daño o generar daño a otros y poner en peligro los vuelos», explica Danilo Rivera, director del IGM.
Carmen pasó varias horas con grilletes, no recuerda cuánto, pues en ese momento el paso del tiempo parece irreal. Un minuto se siente como un día entero. «En algunas ocasiones, sí venían con grilletes o atados. Pero sí hubo avances por parte de los gobiernos de Centroamérica para poder exigir que quitaran esa restricción. Lo de las correas sí se mantiene, pero que no vengan engrilletados se logró porque ponen en riesgo al vuelo en sí mismo y en cualquier emergencia, pues seguramente las personas podrían no hacer absolutamente nada y fallecer si hubiera un percance aéreo», explica Rivera.
«A Guatemala llegamos como a la una o dos de la tarde —recuerda Carmen— No nos bajaron luego del avión porque estaba lloviendo, lo hicieron hasta que se quitó la lluvia. Aquí en Guatemala no nos trataron mal. Nos dieron refacción, pan con picado y un refresco. De ahí nos fueron a dejar en buses a cada uno a sus pueblos o departamentos, ellos pagaban el pasaje, pero en mi caso cuando llegamos ya se había ido la Sanluiseña; así que pedí que llamaran a un amigo quien me apoyó».
Los deportados vuelven a la dura realidad que les hizo abandonar el país. Sin ayuda del Estado para que puedan restablecerse, encontrar empleos y prosperar en su país. Les toca afrontar las deudas, el sentimiento de fracaso, la pobreza y la falta de oportunidades.
«No estamos dando ningún seguimiento a los deportados. Los únicos que dan seguimiento es la Secretaría de Bienestar Social y sus entidades a nivel departamental, que atienden a menores. El Consejo Nacional de Atención al Migrante de Guatemala (Conamigua) podrá apoyar con llevarlos a las terminales de buses para que puedan irse a sus lugares de origen, pero no hay ningún seguimiento por ninguna de las instituciones. Como instituto sí proveemos información, atención psicosocial inmediata y el control migratorio», informa Rivera.
Rivera explica que está en proyecto la construcción de un modelo de protocolo de atención y reintegración para población retornada. «Va más allá del sujeto, queremos empezar a generar una discusión centrada en el desarrollo de las comunidades para poder ampliar los planes de vida comunitarios, ya que las familias y las comunidades son los que contienen a las familias cuando se van y también contienen a los retornados cuando regresan, entonces en ese marco poder vincular con las acciones de cooperación internacional y de la institucionalidad del Estado para poder avanzar en una reintegración sostenible».
Un estudio realizado por OIM Guatemala en 2019 indica que «la criminalización de su condición de migrante deportado es un sentimiento fuerte y que no se atiende. En el caso de los retornados por vía aérea, son enviados desde Estados Unidos y generalmente, han pasado meses en centros de detención y donde la tensión por tratar de resolver su situación migratoria, el temor, al enfrentarse a una condena pesan fuertemente en su ánimo. El sentimiento de frustración crece y añade la humillación del viaje encadenado de retorno».
«El día que volví a San Luis, creo que caí con depresión —confiesa Carmen—, vine un 12 de mayo del 2017, al día siguiente celebraron el día de la madre, mi hijo participó en esa actividad. Yo no quería ir, pero me fui con él. Sentía qué me iban a ver mal, qué iban a decir “ya se fue y regresó”, ¿Cómo me iba a sentir bien si con la gran deuda que me había quedado? Me sentía mal por todo. Por lo que la gente podía decir y por lo de la deuda, por haber perdido mi casa. Yo me encerré, me quedé ahí. Fue bien triste».
La psicóloga Yelitza Teo explica que algunas de las secuelas psicosociales que sufren las mujeres deportadas son la baja autoestima, frustración y desesperanza, lo que puede llevar al desarrollo de cuadros depresivos. Además, están en riesgo de sufrir discriminación de su mismo entorno por la etiqueta de deportadas. «También estrés y ansiedad, porque adquieren una deuda para poder salir y al retornar a todo lo antes mencionado, sumémosle el estrés de tener que iniciar de nuevo. Sufren lesiones en sus sueños, en las metas, dificultad para poder imaginar un futuro nuevamente, lo que a largo plazo puede llevar a daños en su funcionalidad en general. Tanto en el área personal, familiar, laboral, social y espiritual».
«Al día de hoy ninguna autoridad me ha llamado para ofrecerme apoyo o algo así, yo solita estoy luchando para pasar los días. Casi siempre tengo en mente mi casa. Yo tenía esperanza de salir un poco, pero no se puede, aquí todo está muy caro. A mí no me alcanza lo que gano, compro mi comida, pago cuarto, nada más. Yo no entiendo por qué los que matan se van huyendo y logran llegar. Y allá trabajan sin pena, aquí viviendo bien la familia. Y uno que lucha por lo que más quiere no puede. Hay gente que ha matado y están en Estados Unidos, ahí anda la familia presumiendo que tienen pisto. No voy a decir que no he hecho nada porque gracias a Dios logré un poco de lo que tengo. Pero por hacer un poco mejor, me fui a joder».
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Este texto fue elaborado como parte del Programa de Formación Dual de Plaza Pública dirigido a jóvenes periodistas.
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