La multiforme historia del único salvadoreño de su especie
La multiforme historia del único salvadoreño de su especie
“Este es el relato de la parte más oscura de un país, y del guía que nos la muestra”, reza la portada de ‘El criminalista del país de las últimas cosas’. Carlos Martínez siguió a ese guía, Israel Ticas, y fue su sombra por El Salvador durante seis meses para contar la historia de los muertos y las otras víctimas, los vivos que los siguen buscando.
Israel Ticas es el único criminalista en la fiscalía de El Salvador, un país en el que en ese entonces, el 2010, ocurrían 70 homicidios por cada 100mil habitantes. Un país en el que mientras se busca el cuerpo de una víctima, se encuentra por casualidad el cuerpo de otra. Y en el que los fiscales que hallan un cuerpo que no estaban buscando, lo vuelven a enterrar, porque no se dan abasto para investigar tantas muertes.
Carlos Martínez explica cómo una mujer solía llamar al criminalista cada día, preguntando por su hijo. Ella se colaba en las excavaciones para estar presente, por si acaso ese día se convertiría en el día en que llamaría hijo a un esqueleto y encontraría la paz. Martínez estuvo allí el día en que la mujer repartió comida a Ticas y a los que lo asistían en una excavación. Uno de esos asistentes, un pandillero encubierto, era el posible asesino de su hijo. Y él también comió lo que había preparado la desesperada madre de una de quien quizás era una de sus víctimas.
Los cimientos del relato de Martínez son los cadáveres y la violencia, y el criminalista es el que traza la ruta por el averno. Las historias del desenterrador y de las familias que buscan desconsoladas son muchas y el lector se encuentra con ellas en cada una de las tres ranuras para atisbar el retrato que es El criminalista en el país de las últimas cosas: a través de un texto, a través de una revista o a través de un híbrido audiovisual. Los aloja El Faro, el primer periódico digital de Latinoamérica.
El periodista salvadoreño explica en seis capítulos cómo la muerte se ha convertido en un asunto cotidiano. La milpa se nutre con el abono de los muertos escondidos en la tierra. Con rigor, Israel Ticas busca sacarlos de sus escondites -un trabajo que roza con el arte-. Martínez narra una escena que se repite: se va formando una pequeña fila con personas que se acercan silenciosas. “Hacen preguntas como si hacerlo fuera malo, como si ellos estuvieran cometiendo un delito. En voz baja, viendo al piso, temiendo ser escuchados, cagados de miedo y de tristeza...”, preguntan por sus muertos.
Carlos Martínez forma parte del equipo de Sala Negra de El Faro y sus textos aparecen también en Antología de la crónica latinoamericana y en el muy reciente Crónicas Negras.
El periodista tomó la pala y, junto al fotógrafo Bernat Camps, ayudó a Ticas a excavar. El autor se permite el uso de la primera persona para contar el olor de los muertos. A través del diálogo les va cediendo la voz al protagonista y a todos los actores secundarios que también toman la pala, insisten, y no olvidan a sus muertos.
Cuando para el lector resulta casi imposible soportar las descripciones más vívidas del cadáver de la vendedora de dulces, entra el trabajo de Bernat Camps para terminar de fulminar al lector.
Dividida en cuatro capítulos, la versión multimedia -producida por Bernat Camps y Óscar Luna- permite al espectador acercarse aún más al protagonista. A Ticas se le puede oír y ver. Su voz dice: “mis muertitos van a tener que esperar”, el único criminalista en el país de las últimas cosas no puede atenderlos a todos. Pero a los que atiende les muestra un cariño que en otro escenario, ¿en otro país?, parecería inconcebible.
Una vista de 360 grados del hábitat de éste salvadoreño único, el científico, el criminalista, muestra lo que para la gran mayoría resulta una de las más conflictivas relaciones del ser humano, la relación con la muerte. Como dice Martínez: “primero creía que este señor era un loco clínico. Ahora estoy confundido. La mayor parte del tiempo más bien creo que no está tan loco como debería, o al menos como lo estaría yo con su trabajo”.
Desde este museo de los horrores, su despacho, se le lee, se le escucha, hablar de la muerte. Según Ticas, cualquier persona lo consideraría el cuarto del terror, «pero yo no lo veo así. No me asusta en ningún momento ni me hace sentir triste verle los ojos a una cabeza decapitada (… los muertos) me dicen cosas. Veo el cadáver de la madre con sus dos hijos encima y me dice: “Yo he muerto con honor, porque defendí a mis hijos hasta la muerte”».
Desde su publicación, en diciembre del 2010, El criminalista del país de las últimas cosas se ha convertido en un referente para el periodismo, y por periodismo escrito, el fotoperiodismo y el periodismo audiovisual. Por este trabajo Carlos Martínez ganó el premio Ortega y Gasset 2011 en la categoría de periodismo digital.
Y es que sin que importe el formato en el que se lea -texto limpio, la revista, el multimedia-, siempre está latente el cuestionamiento a la violencia sorda, a la cotidianeidad de ésta. Permanece la idea de que estos suelos llenos de muertos susurran. Un susurro que pareciera que sólo Israel Ticas está dispuesto a escuchar... Y unos periodistas que se interesaron por escucharlo a él, y contarlo.
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