«Arévalo puede ser el contramodelo de una Centroamérica autoritaria»
«Arévalo puede ser el contramodelo de una Centroamérica autoritaria»
De acuerdo con la investigadora en política latinoamericana, Marisa Ramos, el presidente Bernardo Arévalo no solo tiene que resguardar la democracia y elevar la calidad de vida de los guatemaltecos, sino también debe frenar el avance del autoritarismo en Centroamérica.
Marisa Ramos, profesora de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid, en España, señala que es precavida y prefiere esperar antes de pronosticar si Bernardo Arévalo conducirá a Guatemala a un período de autoritarismo consolidado o a una segunda primavera democrática.
La académica, quien suma más de 20 años de experiencia en la investigación de sistemas políticos, conoce cómo y por qué las sociedades latinoamericanas fluctúan entre regímenes que violan o respetan las reglas democráticas.
Ramos visitó Guatemala en noviembre de 2024 para participar en una conferencia internacional convocada por la Red Iniciativa Centroamérica (ICA), que aglutina universidades y centros de pensamiento para analizar los retos de la democracia en la región. Conversó con Plaza Pública acerca del auge del autoritarismo en el istmo centroamericano y el papel que podría jugar Arévalo para detenerlo.
Esta entrevista ocurrió en la segunda semana de noviembre, luego que el mandatario perdiera popularidad entre la población guatemalteca, de acuerdo con mediciones especializadas. Mientras Arévalo intenta avanzar con su plan gubernamental, el Ministerio Público de Consuelo Porras continúa con la criminalización de periodistas, operadores de justicia, miembros del Movimiento Semilla y opositores políticos.
―Cada vez menos guatemaltecos se sienten identificados con la democracia, según la organización Latinobarómetro. ¿A qué lo atribuye?
―Un factor, al que más apelamos en el ámbito académico, es que los ciudadanos no han percibido resultados de la democracia. Todo el modelo democrático que se promovió e instauró a partir de los años 80 y 90 no ha dado resultados en la calidad de vida y la reducción de problemas fundamentales, como la desigualdad, la lucha contra la pobreza o la inseguridad.
―¿Esto se traduce en más apoyo al autoritarismo? ¿Por qué se preferiría un gobierno autoritario que es abusivo y viola libertades por encima de la democracia?
―Lo que hay detrás es la indiferencia por la democracia. Eso produce apoyo a aquellos actores, líderes o grupos que muchos ciudadanos piensan que ofrecerán mejores resultados, independientemente de que sean más o menos democráticos.
Y detrás de esto también hay una lógica de actores, muchas veces muy articulados internacionalmente, que están promoviendo políticas autocráticas, de acaparación del poder y de reducción de espacios cívicos.
Ellos están sabiendo utilizar y manejar muy bien dos instrumentos. Uno es el instrumento mediático, es decir, la creación de narrativas que conectan con la ciudadanía a través de emociones. La otra vía es la instrumentalización del aparato institucional, es decir, de entidades como el Poder Judicial. Se busca cerrar esos espacios públicos y en contrapartida ofrecer resultados (o por lo menos transmitir el discurso de que se están consiguiendo estos resultados).
―¿Quiénes son estos actores en Centroamérica?
―El caso más representativo sin dudas es el presidente salvadoreño Nayib Bukele, quien tiene unos índices de apoyo altísimos y que se ha visto refrendado en las urnas. En Costa Rica, el actual presidente, Rodrigo Chaves, tiene la capacidad de transmitir una narrativa que consigue conectar con la ciudadanía a través de medios alternativos a los cauces tradicionales de representación, que son los partidos políticos.
―¿Cuál es el riesgo de que la ciudadanía acepte el autoritarismo en lugar de la democracia?
―El riesgo fundamental es que se ponen en riesgo o se violan derechos. Cuando se ceden esos espacios es muy difícil revertir el proceso.
―¿Revertir cuando estos gobiernos ya no responden a lo que en un inicio sí podían?
―Eso es. El riesgo es que cuando ya no ofrezcan resultados o cuando ya no haya esa conexión con la ciudadanía, puede ser difícil echarlos directamente. Lo hemos visto en Nicaragua.
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―¿Cuáles son los primeros síntomas de autoritarismo?
―Hay un cierto libreto de la autocracia, que empieza generalmente por desprestigiar la práctica democrática y a sus actores. El triunfo [del autoritarismo] se basa en un discurso de rechazo a la clase política tradicional, los partidos políticos tradicionales y la práctica institucional precedente. En muchos casos, tiene argumentos muy potentes porque hay corrupción, ineficacia y partidos muy desafectados y lejanos a la ciudadanía.
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A partir de ahí, suelen iniciarse procesos que pasan por controlar ciertas instituciones, como el Poder Judicial. Se utiliza como fuente de legitimación de una nueva normativa que limita el ejercicio democrático. [...] Le sigue el desprestigio de las instancias de intermediación. Por ejemplo, a veces se atacan a las oenegés y las organizaciones de sociedad civil. Se les acusa de un mal ejercicio de su acción e incluso de corrupción.
La idea es limitar los controles al ejercicio del poder. Hay que desprestigiar todo aquello que suponga un control, como la prensa. Luego se instrumentaliza, reprime y captura.
―¿Observa estas banderas rojas en Guatemala?
―Guatemala está en un proceso muy interesante. El freno al control que se ejercía hasta las elecciones del año pasado venía fundamentalmente por el lado de la ciudadanía. De ahí nació un partido que ganó las elecciones y que rompió con una inercia, marcada por esos gobiernos precedentes y ese entramado de poder que venía desde hace tiempo.
No es fácil romper la dinámica de ese entramado de poder, de esos poderes fácticos que están muy representados por el sistema de justicia, en particular de la Fiscalía. Probablemente, se está en un proceso de reconfiguración de los entramados que hace que sea muy difícil saber hacia dónde se va y cuál va a ser la nueva configuración que va a surgir de aquí.
―Usted percibe al Gobierno como un actor que no es parte de esos poderes.
―Desde luego.
―Organizaciones académicas y de derechos humanos ven a este gobierno como el más democrático de Centro América. ¿Usted cómo lo evalúa?
―Sí, igual. Su origen y las elecciones del año pasado ponen de manifiesto que este es un gobierno que recoge el sentir de una ciudadanía crítica y activa que desde 2015 ha estado actuando como contrapeso a ese a ese poder fáctico. Lo que pasa es que ese poder fáctico está muy enraizado en Guatemala y no es fácil reacomodarlo.
¿Qué puede hacer un gobierno contra todo ese poder tan enraizado y en un tiempo corto con recursos limitados? Uno de los problemas que tiene el actual Gobierno es el manejo de expectativas a nivel de la ciudadanía. Hay muchas ganas por parte de la ciudadanía de cambiar. Las transformaciones que reclama el país son estructurales y de enorme envergadura. El Gobierno se ve maniatado por lo que puede hacer y por los propios recursos. El principal es el factor tiempo: en cuatro años no se puede transformar el país.
―Y entonces podríamos caer en lo que hablamos al inicio: gobiernos que finalmente no responden a la población y terminan siendo impopulares. Luego, la ciudadanía prefiere el autoritarismo.
―Sí.
―¿Qué tendría que hacer el gobierno de Bernardo Arévalo para evitar que Guatemala caiga en ese ciclo en el que parece que muchos de sus vecinos ya están?
―Hay un componente de política mediática que no todo el mundo maneja igual. Probablemente ahí tiene márgenes de mejora, en términos de manejo comunicacional. Por otro lado, tiene la enorme dificultad de cómo encontrar espacios en este contexto de poderes. [...] ¿Qué capacidad tiene tejer alianzas en el Congreso?
―Parte de la ciudadanía percibe que el Gobierno no hace lo suficiente para responder a problemas cotidianos y también preservar la democracia. Por ejemplo, sigue la persecución contra el periodista Jose Rubén Zamora y políticos cercanos al oficialismo. ¿Cómo el Gobierno puede proteger la democracia sin violar la separación de poderes?
―Es que la paradoja es esa. Cumplir las reglas del juego democrático implica cierta inacción para no intervenir en un poder. Por otro lado, en un contexto en el que otros no están cumpliendo las reglas del juego, también resulta comprensible la demanda de los ciudadanos. ¿Por qué estar maniatado por esas mismas reglas del juego?
Yo creo que el manejo tiene que ser fundamentalmente político, de ir encontrando alianzas y pactos, pero creo que un gobierno democrático no debe caer en la tentación de romper esa misma reglas del juego que defienden y que dan la base a la democracia. [...] Romper con eso es caer en la misma trampa.
Hay que ir encontrando acuerdos para romper ese muro y, a partir de ahí, modificar las reglas del juego. Por ejemplo, una manera distinta de configurar los poderes políticos, como en la forma de designación para ciertos cargos públicos.
―Con la actitud del gobierno y las limitaciones que afronta, ¿ve un riesgo considerable de que Guatemala vuelva a la autoritarismo en la próxima elección?
―Hay que dar un margen de confianza, tenemos todavía tres años y pico, entonces queda tiempo para que pasen muchas cosas. El manejo de las expectativas es muy importante. Porque si no el riesgo es importante: las personas pueden pensar que se nos agotó la vía que creíamos que nos iba a dar resultados, por tanto que venga alguno a hacernos un milagro.
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―¿Cómo se manejan mejor las expectativas en términos mediáticos y comunicacionales?
―Explicando con transparencia. [...] Y sobre todo hacer políticas, tampoco pongamos el peso solo en la comunicación. La gente quiere resultados, así sea que el tráfico mejore o se mejoren las escuelas. Que eso se comunique adecuadamente. Que se hagan políticas, no solo política. Esa sería la vía.
―En un contexto regional con gobiernos autoritarios, ¿qué tan importante se vuelve para Guatemala la tarea de preservar la democracia y al mismo tiempo atender los problemas ciudadanos?
―Es muy importante porque puede servir de contramodelo a lo que estábamos hablando. El gobierno de Bukele, por ejemplo, se ha convertido en un referente para muchos. En países de América Latina y Europa se considera un referente en términos de políticas contra la inseguridad.
Hay que trasladar que hay otros posibles modelos. Hablo de modelos que reduzcan la inseguridad, por ejemplo, pero desde el respeto a los derechos y a las reglas del juego. Esto también podría ser un referente. Es un reto más y una expectativa mayor para el gobierno de Bernardo Arévalo.
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