Se pueden engendrar infinidad de hijos –como de hecho eso sucede muchas veces– sin por eso asumirse plenamente la paternidad. Además, se puede devenir padre por la adopción legal (o no legal) de un menor. Esto muestra que la paternidad, como todas las conductas humanas, es una construcción social, simbólica, por tanto histórica. Lo que significa que no es fija, inamovible; es decir: puede cambiar a través del tiempo. Si hay que «asumirla» no es entonces algo dado de antemano, natural. Secunda...
Se pueden engendrar infinidad de hijos –como de hecho eso sucede muchas veces– sin por eso asumirse plenamente la paternidad. Además, se puede devenir padre por la adopción legal (o no legal) de un menor. Esto muestra que la paternidad, como todas las conductas humanas, es una construcción social, simbólica, por tanto histórica. Lo que significa que no es fija, inamovible; es decir: puede cambiar a través del tiempo. Si hay que «asumirla» no es entonces algo dado de antemano, natural. Secundariamente podríamos preguntarnos si acaso la maternidad lo es, aunque eso excede nuestra presente reflexión. Pero no podemos menos de dejar indicado que la forma en que ahora conocemos lo humano abre interrogantes a futuro: ¿qué nos podrá deparar la clonación, o lo del género fluido? ¿Cómo será la familia en el mañana? Por lo pronto sabemos que la paternidad es algo que «debe aceptarse», que no adviene espontáneamente. ¿Qué significa ser padre entonces? Es más que participar en el acto de la concepción; implica lazos afectivos, y además posicionamientos jurídicos. La noción de padre no es la de semental. El afecto hacia un hijo es algo que une de por vida, superando razones lógicas. Pero este tipo de vínculos no está asegurado por mecanismos puramente instintivos. No todos los varones «asumen» la paternidad. Al contrario, la forma que la misma adopta está profundamente marcada por circunstancias histórico-culturales. Una concepción machista-patriarcal del mundo, donde el varón adulto es centro de los poderes y sus decisiones resultan inapelables, hace de la paternidad una cuestión del orden de la propiedad privada. Ser padre es ser dueño de los hijos y la crianza de los mismos, dada la división social del trabajo, no es asunto varonil («un macho que se precia de tal no cambia pañales», se puede escuchar por ahí). Esta visión, hoy permeada por cuestionamientos alternativos, sigue siendo dominante en buena medida respecto a cómo se entiende y vive la paternidad. Desde ya no pretendemos establecer, vía manual, qué es ser un «buen» padre, y mucho menos cómo conseguirlo. Esa tarea es imposible: nadie se «gradúa» de buen papá. Simplemente podemos adelantar que la dificultad en juego en este tema no es sino una patencia más de la finitud de nuestra humana condición. No somos simplemente padrillos, machos sementales; llegar a ser un padre conlleva un esfuerzo cuyo resultado final es siempre incierto, no exento de tropiezos. ¿Cuándo somos buenos padres? Para un varón machista ¿qué significa esto? Ser machista –esto es, no aceptar una autocrítica de los privilegios de género que tienen los varones y ejercerlos sin la menor consideración– es algo reprochable; pero sigue siendo el modelo social dominante, no solo en Guatemala. Aunque esta visión actualmente esté comenzando a resquebrajarse (lentamente aún, pero como proceso ya indetenible), la idea de padre como centro familiar, no comprometido en la crianza doméstica de los hijos y proveedor material por excelencia, sigue siendo una realidad. Educar a los hijos en este modelo ¿es «bueno»? Así planteada la pregunta no ofrece salida. Por ser machista ningún padre es «malo», como si eso se tratara de una cuestión de orden moral. Es machista simplemente. Repite los modelos ideológico-culturales vigentes, de los que es muy difícil escapar, y a los que también alimentan las mujeres, que igualmente repiten esos patrones dominantes. A lo que se puede aspirar es a un ideal no machista, a forjar hijos no machistas. Un padre, para ser tal, no necesariamente tiene que ser fuerte, viril y estricto. Ser buen padre es, en síntesis, tener una actitud de preocupación hacia el hijo. Hay padres homosexuales. ¿Son«malos» padres entonces? La paternidad, finalmente, es en síntesis una cuestión de actitud; lo bueno es si existe autocrítica genuina y productiva respecto a cómo se la asume.
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