«Consensuar antes que imponer»: así se organizan los k’iche’ occidentales
«Consensuar antes que imponer»: así se organizan los k’iche’ occidentales
Diego Vásquez Monterroso, arqueólogo e historiador, publicó este año «Heterarquía y amaq’: organización social entre los k’iche’ occidentales (siglos xv-xxi)», un libro donde analiza la región del altiplano occidental y explica por qué, en distintos momentos de la historia, esta ha mantenido una influencia indiscutible en ámbitos políticos, económicos y culturales. El ejemplo más reciente fue el rol que ejercieron organizaciones como Los 48 Cantones en 2023, logrando que la población ladina-urbana y segmentos de las élites se subordinaran a su liderazgo.
Los Kich’e’ occidentales son una de las regiones mayas más influyentes política, económica y culturalmente en Guatemala. Diego Vásquez Monterroso reflexiona en su último libro sus formas de organización durante los últimos cinco siglos y los factores que les han permitido mantener su estatus y poder en distintos momentos históricos. Desde la invasión europea, la colonización hasta el tiempo presente, la estructura continúa.
El autor centra su estudio en el área del altiplano occidental que abarca cinco centros importantes: Quetzaltenango, San Miguel Totonicapán, Momostenango, Zunil y Santa Catarina Ixtahuacán-Nahualá.
Vásquez Monterroso aclara que, para entender los tres niveles de organización social del altiplano maya en la historia, se debe tener clara una subdivisión muy específica que categoriza así:
● Calpul, chinamit, molam: Es el nivel de organización básico de las sociedades mayas occidentales del altiplano. Incluye a dos o más familias emparentadas entre sí, que comparten culto a una entidad sagrada, un territorio, una o más especializaciones laborales y poseen un origen compartido.
● Amaq’: Es el nivel intermedio y se constituye por dos o más chinamit o calpul. Tienen un origen común, un territorio particular, una o más entidades sagradas o especializaciones laborales y/o comerciales. Tiene uno o varios centros regionales. Las decisiones por lo general se toman en consenso y no por imposición o mayorías
● Winaq: Es el nivel más complejo de organización. Era una aglomeración de niveles inferiores. Se gobernaba por dos o cuatro amaq’ representativos de todos los calpul constituyentes. Este nivel de organización fue vista como un peligro y foco de rebeliones por parte de los invasores europeos por su alcance regional y fue destruida, no así los amaq’ y calpul que aún persisten con algunas modificaciones.
El autor describe a estas formas de organización como modelos «heterárquicos». Es decir, un sistema opuesto a jerarquía, donde las decisiones se toman a través de consensos y no por imposición. Se privilegia el diálogo y se da importancia al rol de cada persona en la sociedad. Y aunque siempre existen élites y grados de jerarquía a lo interno ―pues no hay modelos heterárquicos o jerárquicos puros―, siempre se está sujeto a un orden colectivo de toma de decisiones.
Además de este modelo de consensos, el académico describe a los k’iche’ occidentales como una región con notables capacidades comerciales en la historia, acceso a recursos naturales, un peso demográfico significativo y una influencia cultural, intelectual y política insoslayable, lo que les ha permitido una posición aventajada respecto a otros pueblos mayas en distintos momentos históricos.
En entrevista con Plaza Pública, el autor profundiza en estas reflexiones.
—En un espectro que va de lo jerárquico y heterárquico, ¿cómo evalúas al Estado y la manera en que se relacionan las distintas poblaciones que lo habitan?
—Los Estados nacionales en general son instituciones o estructuras jerárquicas, eso no significa que sean una jerarquía absoluta. Hay miniheterarquías o minijerarquías adentro de esta gran estructura que es el Estado nación, pero el elemento dominante es el sistema jerárquico. En eso se diferencia de las sociedades indígenas, que fundamentalmente son heterárquicas porque el sistema de pesos y contrapesos domina a todo nivel. Eso no quiere decir que no existan jerarquías adentro de ellas.
Por ejemplo, dentro de los especialistas rituales hay sistemas jerárquicos, al igual que dentro de las alcaldías indígenas. La diferencia es que esta jerarquía siempre está supeditada a un esquema heterárquico, de varios pesos y contrapesos. Eso hace que sean modificables y adaptables en el tiempo.
—Uno de los principios que cohesionan al Estado nacional es la democracia. ¿En qué se diferencia este sistema respecto a las sociedades heterárquicas de los k’iche’ occidentales?
—A las formas de organización de los pueblos indígenas muchas veces se les ha llamado también democracias radicales porque llevan a su extremo las formas en que entendemos coloquialmente la democracia.
Mientras en el Estado guatemalteco, y en la mayoría de los estados nacionales, rige un sistema donde la mayoría gana y el de más peso somete al de menos peso, en los pueblos indígenas, en cambio, tienen formas de democracia donde, más que privilegiar a las mayorías, se privilegian los consensos entre sectores.
Probablemente esto proviene de la larga tradición cultural de las sociedades mayas y xinkas que tienen, literalmente, milenios de estar viviendo en esta región, en un contexto territorialmente pequeño, pero muy diverso. Entonces desarrollaron sistemas sociales que buscaban negociar con toda esa diversidad y no la imposición de una mayoría.
—En el libro mencionas que las estructuras heterárquicas de los k’iche’ occidentales han tenido una facilidad para integrar elementos foráneos. Durante la colonia los antiguos amaq’, por ejemplo, subsistieron adaptando algunos elementos y manteniendo otros antiguos. En ese sentido, hay prácticas como la corrupción y el clientelismo que caracterizan el ejercicio del poder en el Estado, ¿crees que estas prácticas obstruyen o dificultan la continuidad de las formas de organización heterárquicas actualmente?
—Sí, probablemente desde el siglo XVI con la con la llegada de los europeos esto comenzó a cambiar. Algo que favorece a las sociedades maya, xinka y mesoamericanas en general es la relación que han tenido entre diversos grupos por muchos siglos y su carácter cosmopolita. Ese carácter se mantuvo en los siglos coloniales y republicanos y les ayudó a adoptar formas propias a estos nuevos sistemas.
El winaq, como Estado o confederación, sí era un peligro para los españoles por su tamaño, complejidad y porque era foco de rebeliones, entonces buscaron eliminarlo. Pero los niveles de amaq’ o calpul/chinamit les pareció más funcional (a los colonizadores) porque les recordaba la forma de organizarse en familias extendidas que había en Europa. Las sociedades indígenas entendieron esto y tomaron préstamos de ciertas partes de estructuras institucionales y terminologías, y las adaptaron, aunque los siglos posteriores demuestran que la adaptación no fue tan profunda como los españoles hubieran querido y surgieron nuevas formas.
Los amaq’ modernos, que menciono en el libro, ya no son el modelo prehispánico, que tenía una nobleza en un sustrato superior. Esa nobleza desapareció en el siglo XVIII y fue sustituida por formas más modernas, por élites basadas en su poder político, comercial, militar o espiritual, y no tanto en la ascendencia o herencia familiar. Mientras hacían esas adaptaciones, perdieron márgenes de acción. En general, todas las sociedades mayas y xincas perdieron influencia que tenían del siglo XVI para acá.
Esto último es variable. Los q’eqchi’ y poqomchi’, por ejemplo, tenían un gran margen de acción en los siglos coloniales, pero con la reforma liberal de los cafetaleros perdieron muchísima influencia. Mientras que otros, como los k’iche’ occidentales, desde un principio supieron negociar y usaron sus ventajas regionales para mantenerse.
—Llama la atención que, en algunos casos como Quetzaltenango y Totonicapán, donde hay fuerte presencia de k’iche’ occidentales con formas heterárquicas de organizarse, los partidos políticos que tienen mayor influencia y representación se caracterizan por ejercer el poder de manera corrupta, con prácticas que más bien se asemejan a un modelo jerárquico. ¿Cómo se explica esa disyuntiva?
—Creo que es un problema que no es moderno u occidental. Por ejemplo, en el centro de México los mexicas tenían formas de castigar la corrupción, incluso, con sentencias de muerte en algunos casos. Este problema del clientelismo, de la corrupción y de la impunidad siempre ha existido.
El punto es cómo median las sociedades con esto. En el caso de los de los k’iche’ occidentales lo que vemos ahorita es la materialización de procesos de larga data. La revolución liberal de 1871 tuvo su núcleo Los Altos. Se dio un crecimiento del poder ladino ahí y propició este surgimiento de poderes clientelares. Esto aumentó más con el hecho que esta región es el segundo núcleo urbano más importante de Guatemala, después del área metropolitana de la capital. Entonces es un caldo de cultivo que atrae a buscadores de oportunidades y provoca estos procesos.
Obviamente en las sociedades indígenas probablemente también haya esto. El punto es cómo lo resuelven. Se sabe que en Los 48 cantones en los últimos años ha habido casos en los que hay desacuerdos con algunos líderes, ya sea de cantones o de la junta directiva, y son marginados; no son anulados ni encarcelados, pero les quitan su poder. Y en aras de mantener la estructura general, no se vuelve un gran problema. Esta es una discusión que se da a nivel interno y nosotros desde afuera no nos enteramos.
También hay otros poderes. En Totonicapán está el clan de los Arévalo, que no son indígenas, pero han creado lazos con ciertos líderes indígenas y eso les ha ayudado a mantener posiciones de poder que han sido cuestionadas por la comunidad cuando dejan de responder.
Hay que tener claro que estas sociedades son pragmáticas y no van a pelear si no lo consideran necesario. Algo que me llamó la atención cuando empecé a estudiar a los K’iche’ occidentales es que esta región de mayas ricos y políticamente muy influyente es vista por la progresía de Guatemala de una forma muy conservadora porque se dice que velan por sus cosas y ya. Pero hay que considerar que llevan siglos haciendo eso, respondiendo por ellos mismos porque se ven a sí mismos como una región.
—Quiere decir que lo que ocurrió el año pasado, cuando una buena parte de los k’iche’ occidentales dirigieron y coordinaron a una población heterogénea ―incluyendo a élites y población ladina urbana― para movilizarse en favor de la democracia, supuso una ruptura de esas demandas que usualmente se limitaban a tener un carácter regional.
—Uno puede ver algo muy similar en La Rebelión de la Montaña de los xinkas; la destrucción del Estado de Los Altos, que era un proyecto ladino; y la destrucción de la República Federal de Centroamérica con Rafael Carrera. Ahí se ve un símil de lo que pasó ahorita, obviamente con otros matices.
Fue una guerra que surgió en la montaña de los xinkas, que es otra región, aunque más multicultural, parecida a los k’iche’ occidentales, tan rica como ellos, pero con otras dinámicas. Lo que sucedió el año pasado en realidad es una forma diferente de algo que había sucedido hace que 180 años. Un modelo de democracia o de movimiento social surgido desde abajo, liderado por las comunidades.
La diferencia quizás ahora es que sí hay un liderazgo claro de las autoridades indígenas dirigiendo esta movilización. Es interesante porque después de 180 años en que los ladinos se aliaron e hicieron suyo el proyecto de Estado nación guatemalteco liberal, ahora vemos la concreción de ese quiebre que han anunciado desde hace 20 años diferentes analistas; un quiebre hegemónico. Vemos a gente de clase media y media alta con carteles de apoyo a Los 48 Cantones. O a los líderes de la Colonia Bethania llegando al Ministerio Público con las autoridades indígenas diciendo: «nosotros nos subordinamos a la autoridad de ustedes», siendo ellos ladinos urbanos de la capital. Eso sí es un quiebre histórico.
—En el libro se caracteriza a los k’iche’ de occidente como un pueblo históricamente poderoso debido a sus capacidades comerciales, acceso a recursos naturales, peso demográfico y facilidad para tejer alianzas, lo cual se reflejó desde antes de la colonia en su capacidad para organizarse en amaq’ y constituir winaq. ¿Puede concebirse el liderazgo que demostraron en las calles el año pasado como un producto histórico de esos factores?
—Sí, es el producto histórico, sin duda.
Es una consecuencia de esas ventajas reconocidas y aprovechadas desde mucho tiempo atrás. Como mencionaba, por lo general (los k’iche’ del altiplano occidental) no realizan este tipo de acciones masivas nacionales. Ahorita lo que vimos fue un salto a lo nacional, porque (sus demandas) siempre tenían carácter regional o panregional ―que abarca varias regiones―, pero ahora fue todo el país. El momento lo demandaba e hicieron lecturas adecuadas.
—¿Qué lecciones históricas nos deja el estudio?
—Quizá la lección más importante es no luchar contra la diversidad y las contradicciones ya existentes, sino tratar de construir lo nuevo a partir de ahí.
La diversidad y las contradicciones no van a desaparecer nunca. Incluso, si nos volvieran a todos ladinos de clase media siempre van a haber diferencias de algo, eso no se puede eliminar. Creo que estas sociedades mayas, en particular los k’iche’ occidentales que son tal vez el ejemplo más exitoso, nos enseñan que más que pelear con eso, hay que ser más creativos. Sus instituciones lo que demuestran es eficiencia, pero no una eficiencia de triunfos y de imposición, sino de ceder y negociar.
—Gran parte de las discusiones a menudo giran en torno a lograr la «unidad nacional», un concepto que incluso se encuentra dentro de la Constitución. ¿Es hacia ahí donde deben dirigirse los esfuerzos?
—Habría que definir qué se entiende por unidad nacional. Si se concibe como un proyecto liberal de ladinización, no solo étnico, sino de subordinación de los indígenas y sometimiento de grandes grupos de la población, no estaría de acuerdo. Al final, todo esto son construcciones sociales y son modificables. Habría que modificar la idea de unidad para que signifique «el modo de cada quien» de organizarse. Esa es una forma de unidad, una forma de respeto.
—Es decir, no imponerse a otras formas de organización preexistentes…
—Sí, habría que reorganizar los pesos y contrapesos. Ahorita, por ejemplo, a la Corte de Constitucionalidad no se le puede cuestionar ni para bien ni para mal y no parece lógico que cinco o diez personas que, además, son abogados decidan el futuro de todo un país. Eso es absurdo. Tiene que haber contrapesos. En las comunidades indígenas incluso los principales son cuestionados y por eso su trabajo tiene que ser correcto porque, si no, los pueden destituir y no hay ley que se imponga.
No quiere decir que todo esté lleno de contrapesos infinitos, que se sepa que toda institución y segmento de la sociedad, así como puede proponer, puede perder. Eso hace uno no trabaje solo para uno mismo, sino siempre se busca el consenso.
Más de este autor