Durante más de una década, varias veces les propuso a los antigüeños su nombre para asumir el cargo. Lo hizo como un proyecto personal e individual, pues en todas las ocasiones se hizo acompañar de personas y grupos diferentes, comportamiento político lamentable al no aportar a la construcción de un proyecto colectivo en el cual sustentar ahora sus actuaciones. Renunció a construir democracia y, como los demás candidatos, usó partidos y comités cívicos como simples instrumentos para promover su proyecto personal. En 2015 obtuvo el apoyo del 28 % de los electores, suficiente para imponerse a sus contrincantes, pero más que limitado para contar con el grueso de la población en apoyo a sus acciones, que todos esperábamos que fueran serias y de envergadura, capaces de marcar un antes y un después en la historia moderna de la ciudad.
Los problemas de la ciudad que en su primer intento electoral propuso resolver se han amplificado en más de una década. Pasados más de 12 meses en el cargo, muy poco ha sido resuelto. Dejemos de lado el caos vehicular que en los días festivos sufre la ciudad y que es cada vez mayor, ya que, con la contratación de alguien que mínimamente conozca el asunto, diseñe operativos coherentes y organice debidamente la Policía de Tránsito, el asunto podrá resolverse en el futuro inmediato, pues en esta Semana Santa vecinos y visitantes rodaron por calles y avenidas enmarañadas en un desgastante y absurdo embotellamiento interno, igual o peor que el sufrido en la última década.
El carácter monumental de la ciudad exige que su atención y la del concejo municipal se centren cuanto antes no solo en salvar los monumentos, sino en ponerlos en función de la cultura y al servicio de esta, y no al de francachelas familiares. La Antigua debe dejar de ser cuanto antes el bar y centro de jolgorio de vecinos de otras ciudades. Para ello es indispensable que el arte y la cultura sean su signo. El turismo bullicioso abarrota lugares, pero poco o casi nada deja a la ciudad y a sus vecinos. Aún estamos a tiempo de decidir si queremos una ciudad abierta al mundo de la cultura y el arte, con un turismo que valore esas características, o si nos conformamos con un amontonado de piedras que sirvan de fondo a festines y caminatas bulliciosas en 300 metros.
Cierto. Convertir la Antigua en destino cultural implica ir contra corriente, contra lo que el Instituto Guatemalteco de Turismo y el gobierno actual promueven, pero dará certeza a la infinidad de operadores turísticos que sobreviven a costa de la ciudad. Usted puede hacer que ese remedo de escuela de arte, dirigido desde hace años por alguien que de ello sabe tanto como de chino o sánscrito, se convierta en el semillero de los futuros artistas nacionales. Formar artistas locales y promover el desarrollo del arte nacional dejarían frutos no solo culturales, sino también económicos, y el brillar de monedas seguro le permitiría encontrar valiosos aliados.
De usted depende que la ciudad deje de ser un permanente basurero y un lugar bullicioso, lo cual conseguirá ordenando el pequeño territorio para que los vecinos vivan tranquilos y los visitantes disfruten su estancia. El plan de desarrollo territorial es indispensable y la participación de los vecinos en su diseño fundamental. Un plan conocido y compartido comprometería seriamente a todos los actores locales.
Si la proliferación de pseudocuidadores de carros debería ser sustituida cuanto antes por una Policía de Tránsito y de Turismo presente, activa y amigable, la peatonización permanente de las calles y avenidas principales permitirá mayor protección a comerciantes y consumidores. Una ciudad monumento no puede ser un caos, con apenas una plaza para el esparcimiento y encuentro de personas. No puede ser un damero de calles expuesto al hacer y querer de supuestos lavacarros que bien podrían ser estimulados a encontrar ocupaciones productivas.
Usted puede conseguir que los fondos propios aumenten significativamente si cuanto antes inicia una revisión profesional y objetiva del impuesto único sobre inmuebles (IUSI) y además legaliza y tecnifica el pago por el uso de suelo público para el estacionamiento de vehículos. Las obras de envergadura para el ordenamiento, el saneamiento y el agua potable que la ciudad urgentemente necesita requieren de fuertes inversiones, por lo que el endeudamiento público debe ir acompañado de un claro programa de sostenibilidad.
Las plazas, las escuelas, las calles y las avenidas de las aldeas exigen inmediato remozamiento, y esos recursos resultan indispensables. Los más de cien millones de quetzales de presupuesto que la corporación municipal maneja no pueden diluirse en salarios y dietas para las autoridades municipales. Deben notarse en inversión pública para beneficio de todos.
Cierto. Muchos de los problemas de un municipio tan pequeño como el nuestro no pueden resolverse aisladamente. La mancomunidad municipal es ya la obligación que permitirá que, antes que las ciudades se hagan inviables, cuestiones como transporte urbano público, mercadeo de perecederos y recolección y procesamiento de desechos sólidos sean resueltas conjuntamente. Usted tendrá que liderar ese esfuerzo. Y en este asunto, como en todos los demás, el tiempo corre en su contra.
Arquitecta, la ciudad requiere de soluciones inmediatas y de gran calado, y los tres años que le restan en el cargo no puede desperdiciarlos. Los vecinos aún la aprecian y estiman, y de usted dependerá que la ciudad se salve o se convierta en otro lago de Amatitlán sin esperanzas.
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