Detesto la palabra femenino. Cada vez que la escucho o leo me hierve la sangre. Quizá mi odio tiene que ver con que lo femenino ha sido históricamente la mirada masculina acerca de lo que las mujeres deberíamos ser y hacer. Y en general se trata de un estereotipo reductivo que nos coloca como seres ultrasensibles, en tacones y con maquillaje.
¿Hacemos las mujeres el mismo tipo de cine que los hombres?
Sí y no.
Sí, porque las herramientas son las mismas. De hecho, esas herramientas fueron creadas por varones, y nuestra supuesta mirada femenina está colonizada por la visión masculina de la feminidad.
No, porque las mujeres no estamos para dar un enfoque íntimo y emocional al cine. Lo que sucede es que la cotidianidad de las mujeres son, en general, reclusorios como la casa, la cama y los pañales, mientras que el día a día de los hombres está en espacios públicos como la portada de la prensa, el almuerzo de gerentes o el partido de futbol. Tenemos cotidianidades diferentes porque nosotras hacemos el trabajo del cuidado y los varones toman las decisiones.
Sí, porque casi todos los comerciales de toallas higiénicas, productos de bebé y productos de limpieza son dirigidos por mujeres, Es decir, estos contenidos son casi automáticamente asignados y mirados desde el estereotipo femenino que se nos asigna culturalmente. En cambio, los comerciales de automóviles, licores o deportes son, en su mayoría, de directores varones.
No, las mujeres no hacemos crítica social porque somos más sensibles. Sucede que, al ser colocadas como ciudadanas de segunda categoría, siempre como oprimidas, seremos más críticas del entorno que los privilegiados. Tampoco rodamos historias diferentes por ser mujeres. Rodamos los contenidos que rodamos porque estamos subordinadas, jodidas, ninguneadas por un sistema autoritario y machista que nos es vendido como natural.
Sí, porque, por ahora y salvo en contadas ocasiones, el cine hecho por mujeres replica exactamente los mismos estereotipos machistas, solo que rodados por mujeres igualmente machistas, blancas y con acceso a la educación privada. Porque hay que admitir que, entre más blancas y privilegiadas somos las mujeres, más padecemos de una mirada colonizada por la masculinidad (male gaze).
No, hacer cine no cuesta por igual a hombres y a mujeres. Nada en absoluto que incluya a hombres y a mujeres es por igual. Nada. Y no se trata de que el cine sea especialmente misógino. Se trata de que el planeta en general es una pesadilla constante a la que las mujeres tenemos que habituarnos. Por eso son aún fundamentales los ejercicios de discriminación positiva y las cuotas de género.
Sí, porque, por ejemplo, mis películas son sumamente violentas en lo emocional y exponen a sus personajes a mucho dolor. No tengo sangre y balas quizá porque precisamente soy una mujer blanca y privilegiada que no se ha visto expuesta a eso. Pero el deseo de contar historias con altas dosis de violencia no me falta. Y eso me sucede teniendo vulva y sin demasiada testosterona en el cuerpo.
No, el cine de mujeres no hace que se cuenten las historias desde ambos lados. Pasarán decenios antes de averiguar qué queremos contar realmente las mujeres. Y si todo sale bien, cuando yo esté muerta, el binarismo que nombra a mujeres y hombres como opuestos también estará muerto.
Virginie Despentes, la directora de Fóllame, dice lo siguiente:
La feminidad es el arte de ser servil. Podemos llamarlo seducción y hacer de ello un asunto de glamur. Pero en pocos casos se trata de un deporte de alto nivel. En general, se trata simplemente de acostumbrarse a comportarse como alguien inferior.
Yo me sumo.
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