En muchos Estados europeos ganan espacios los planteos de ultraderecha, ultranacionalistas, homofóbicos, antiinmigrantes, evidenciando un acendrado odio contra minorías étnicas y visceralmente anticomunistas. En casi todos, cuentan con no menos de un 20/25 % de opción de voto. Aunque no de modo orgánico y oficial, su base de apoyo son grupos neonazis que crecen imparables. Sucede en Francia, donde la ultraderechista Marie Le Pen en dos elecciones obtuvo casi la mitad del electorado. Sucede en Suecia, en Polonia, en Hungría, en Grecia, donde gobiernan coaliciones de ultraderecha. En Italia gana las elecciones alguien que reivindica el «dios, patria y familia», lema del fascismo. En Alemania un partido de ultraderecha crece imparable, reivindicando el nazismo de otrora, al igual que en España, donde la derecha dura marca el ritmo político. En Ucrania, en una guerra que puede decidir la futura arquitectura global, grupos abiertamente nazis funcionan de modo orgánico con el gobierno central, apoyados por los euros, los dólares y las armas de la OTAN. Al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, el discurso antiinmigrantes y supremacista blanco se evidencia con fuerza con mensajes xenófobos. Y un neonazi como Donald Trump puede volver a la Casa Blanca en las próximas elecciones.
En Latinoamérica las oligarquías repiten machaconamente el credo neoliberal dominante en el mundo en estas últimas décadas, «religión» económica surgida con los capitales anglosajones: primacía absoluta de la empresa privada sobre el Estado, al que se ve como corrupto e ineficiente, y que por tanto debe privatizarse; precarización esclavizante del trabajo asalariado; entronización del individualismo llevado a su máxima expresión con apología del consumismo; olvido de la solidaridad; total oposición a planes estatales de redistribución de la riqueza social; premio al «espíritu emprendedor»; negativa a pagar impuestos; glorificación de la libertad entendida fundamentalmente como libertad empresarial con la «mano invisible» del mercado como garante último.
[frasepzp1]
Ahora, cuando pareciera que la idea de lucha de clases ha desaparecido, se da una vuelta de tuerca más a la represión ideológico-cultural. Se habla de posmodernismo, de luchas parciales desconectadas unas de otras, de búsqueda del hedonismo individual, de Estados fallidos. Es decir: se intenta mandar el ideario socialista al museo, al basurero. Las fábricas ideológicas del Norte generan todas esas ideas y el Sur, siempre dependiente, las repite.
En estos últimos años, esa derecha cada vez más ensoberbecida sigue avanzando, y ahora genera propuestas ya más cercanas al fascismo, el que se creía superado después de la Segunda Guerra Mundial. Aparecen planteamientos de superioridad premiando el elitismo, se reivindica el autoritarismo de clase, se criminaliza en forma violenta cualquier forma de protesta social. Planteamientos neofascistas recorren el mundo, y en nuestros países eso se materializa en algunas figuras emblemáticas que alcanzan la presidencia: Bolsonaro en Brasil, Duque en Colombia, Piñera en Chile, Lasso en Ecuador. En versión corregida y aumentada, nuevos planteos neofascistas recorren la zona: ahí está Milei en Argentina, el golpe de Estado en Perú contra un gobierno popular colocando a la dictadora Boluarte, la avanzada de la derecha en Bolivia, que logró un golpe de Estado contra Evo Morales, o en Colombia intentando remover a Gustavo Petro. En Chile, que no abandona el pinochetismo, esa derecha troglodita impidió el avance de una nueva Constitución. Los gobiernos progresistas que existen hoy en el continente están todos bajo la mira de esas fuerzas conservadoras que no esconden la cara para reprimir. ¿Y en Guatemala?
Más de este autor