Con todos los ministros debidamente alineados y sonrientes cuando hacía gala de alguna ocurrencia, acompañados en el estrado de otras comparsas, indicadas a dedo para supuestamente representar a la sociedad, Jimmy Morales nos ofreció, posiblemente, una de sus mejores alocuciones político-religiosas. En esta ocasión se presentaba el compromiso del Estado de Guatemala de adecuar la política pública nacional a la agenda de desarrollo mundialmente conocida como los objetivos de desarrollo sostenible (ODS). No era un día cualquiera. Finalmente se asumía, al menos de palabra, que «luchar contra la pobreza, el hambre, las desigualdades, la corrupción, la inobservancia de los derechos humanos y el deterioro de nuestros recursos» era una cuestión de Estado y que, junto con los distintos sectores de la sociedad, se crearán las condiciones para «acelerar el crecimiento económico en un entorno que sea ambiental y socialmente responsable».
Públicamente se acordaba que las intervenciones (de política pública y de acción productiva) estarán focalizadas en los sectores excluidos y vulnerables. Que las políticas, la planificación y el presupuesto estarán alineados «de conformidad con las prioridades establecidas en este compromiso de Estado». También se acordaba «promover un sector empresarial ético, transparente, dinámico, eficiente, social y ambientalmente responsable», aunque es de resaltar que la alta dirigencia empresarial, el Cacif, no es firmante de esta trascendente declaración.
Palabras hermosas. Compromisos claros y concretos. Era en realidad un día histórico. Finalmente Guatemala parecía tomar el rumbo de los países civilizados y dejar de lado la improvisación, el bisne y la corrupción para enfocarse en hacer de un país bello pero repleto de hambrientos uno hermoso, sano, con la mayoría de su población reconocida en su dignidad.
Pero el presidente Morales optó por convertir el evento en una gran comedia y dejó claro, ante propios y extraños, que para él todo esto es solo papel impreso (o tal vez ni eso), pues sus preocupaciones y prioridades son otras. Berrinches muy bien escenificados, veladas amenazas, gestos autoritarios y falsedades se sobrepusieron en improvisaciones sueltas al discurso original que sus asesores cuidadosamente le habían redactado. Tal vez por ello esa declaración no se encuentra accesible en ningún sitio virtual del Gobierno.
Si los técnicos de la Segeplán se han esforzado en producir documentos relativamente realistas y coherentes, aunque aún marcados por la resistencia, la anarquía y la incapacidad de las dependencias ejecutoras, el profesional de la comedia y del chiste fácil decidió que esa era la oportunidad adecuada para mostrarse tal cual es y, de paso, dejar en ridículo a todos los que en menor o mayor grado consideraban, hasta ese momento, que Guatemala ahora sí tomaría el rumbo de focalizar la política pública en lo que hace más de 20 años se ha evadido.
Así, inició su discurso enfatizando el individualismo. Cual tradicional demagogo, dispuso insistir en que tiene un programa y un plan, ya que los proyectos aprobados tienen que ver con salud, agua potable y educación, como si eso fuera ya el gran logro de una programación ordenada y coherente. Falaz, improvisó porcentajes de anteriores cumplimientos de los ODS, cuando estos apenas han sido puestos en la agenda mundial y aún no se han evaluado. Aceptó que Guatemala (el Gobierno) firma, pero no cumple, y con sus palabras y hechos nos anuncia desde ya que él también, con todos sus altos funcionarios, presentará informes falsos y abultados como, según un técnico de alto nivel consultado en aquel entonces, sucedió en el gobierno de Pérez Molina.
Disperso como toda su gestión pública, el presidente Morales optó por pelearse con la Corte de Constitucionalidad, a la cual acusó de no respetar la Constitución. Todo, porque él, necio y pertinaz, ha nombrado gobernadores sin cumplir con los requisitos que impone la ley. Protestó contra los controles, las normas presupuestarias y la Ley de Compras, con lo cual invitó a sus ministros y funcionarios a delinquir gastando los recursos «aunque los lleven presos». Autoritario, perdió la oportunidad de exigirles cumplir irrestrictamente la ley y prever el gasto con seriedad, responsabilidad y debida antelación, en lugar de esconderse acusando a los otros de obstrucción. Lamentablemente, dejó claro que en sus ministerios no hay un programa de ejecución seriamente definido al afirmar que el «dinero está allí», pero que supuestamente no lo dejan gastarlo.
Confundiendo el estrado presidencial con un púlpito religioso, se declaró salvo y se asumió representante de la gran mayoría de los cristianos, a quienes recriminó no amar al prójimo. No les exigió a sus correligionarios cumplimiento de responsabilidades ciudadanas, en una confusión de las creencias religiosas con las responsabilidades públicas. Encarrilado en la manifestación de su ideología, leyó lo que le habían escrito y dijo visualizar una Guatemala «que desarrolla y articula sus procesos productivos garantizando la sostenibilidad ambiental», pero de inmediato improvisó su defensa de las empresas mineras depredadoras y, negándose a aceptar la independencia de poderes, recriminó que supuestamente no existiera certeza legal para las inversiones, cuando lo que hizo la Corte Suprema de Justicia fue precisamente aplicar la ley a las mineras.
Con sus improvisaciones dejó patente que lo firmado no va con él, pues piensa totalmente lo contrario, en especial en lo que se refiere a la defensa del medio ambiente y a la transparencia y focalización del gasto.
Los funcionarios de la Segeplán han logrado, de nuevo en el papel, reformar la agenda 20-30 y así alinearla con los ODS. Ahora hay coincidencia en ambas propuestas, aunque, si se da una mirada rápida al documento Objetivos de desarrollo sostenible: metas priorizadas, se notará que en muchos casos hay un simple copiar y pegar las metas declaradas a nivel mundial, sin que tengan mayor referencia a la realidad nacional y, en otros casos, como sucede con el objetivo 4, relativo a educación, dejando las metas en un simple «velar», y no en un estricto lograr, como debería ser con las metas de salud.
Largo camino nos espera aún para, efectivamente, convertir los ODS en nuestro horizonte. Mientras las autoridades y las élites económicas digan que los aceptan para luego cuestionar su validez, todo será simple papel impreso. El gobierno de Morales definitivamente no será su entusiasta promotor.
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