En la estación central del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Guatemala, al norte de la capital del país, 25 bomberos hacen guardia a la espera de un llamado. Algunos duermen. Otros ven televisión o se ejercitan. Todos saben que les espera una noche larga: es viernes y día de pago en una ciudad que supera en un 350 por ciento la tasa de homicidios promedio de América: 68 por cada 100 mil habitantes en Guatemala, enorme proporción comparada con los 15 por cada 100 mil en el continente.
A la noche se le han sumado dos periodistas, quienes acompañan durante 12 horas a las unidades de bomberos que cubren emergencias, en un país con cifras de nación en guerra, donde cada 90 minutos es asesinada una persona y el 70% de los casos nunca será resuelto.
Mientras la mayoría de los bomberos se distraen a su antojo, en una pequeña habitación cuatro teléfonos no dejan de sonar. Cada hora ingresan alrededor de 2 mil llamadas a la estación central. Las dos personas que atienden el teléfono en la cabina lo hacen casi una vez por segundo. La mayoría de las llamadas son falsas.
“Muchas son de niños o personas que creen tener una emergencia, o de otras que solo llaman por molestar”, relata Benjamín Salazar, el jefe de la cabina en esta guardia, quien explica que dicha cantidad de llamadas procede de la capital del país, aunque cuando las estaciones en la provincia no contestan, automáticamente pasan a la estación central. El benemérito Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Guatemala, una de las dos organizaciones que socorren a la población, junto a Bomberos Municipales, lleva 62 años en funcionamiento. Su estación central fue la primera en concretarse en Guatemala.
El primer llamado de la noche se hace realidad. La alarma suena por todo el lugar. Tres bomberos, encargados de salir en la primera emergencia, parten a toda prisa de la estación, en la ambulancia 934.
Segundos después de arrancar, el vehículo va a 110 kilómetros por hora con las sirenas a tope. El conductor sabe que un minuto más o uno menos es la diferencia entre salvar una vida o no poder hacerlo. Sin embargo, las reglas son claras: hay que actuar con precaución y calma, tanto en el trayecto como en la emergencia.
“Se reportan a dos heridos de bala y una joven de 15 años sin vida en la zona 21, colonia Nuevo Amanecer”, dice una voz a través de la radio de la ambulancia, que anuncia el destino de la unidad.
El feminicidio es parte del día a día en Guatemala. El delito más recurrente durante 2013 en el país centroamericano fue el de violencia contra la mujer, de acuerdo con el Ministerio Público (MP). Cada día son asesinadas dos mujeres, en la mayoría de los casos con saña.
Al llegar, la escena no asusta a los bomberos. En menos de cinco minutos ya estaban de vuelta en la ambulancia para trasladar al hospital a los dos heridos: una niña de seis años con un balazo en el glúteo y un joven de 19 totalmente ensangrentado por un tiro. La menor va en brazos de uno de los bomberos, sin familiares. Nadie sabe qué hacía en la escena y por qué está sola.
“Estaba haciendo la cena y salí a la calle a avisar a mi hijo que la comida estaba lista. Al volver a entrar escuché disparos. Salí corriendo y vi a mi hijo tendido en el suelo lleno de sangre”, balbuceó entre lágrimas, y aún en estado de trauma, la madre del joven antes de ingresar a la sala de emergencias del hospital a donde fue trasladado su hijo.
Segundos después llegan tres ambulancias más con heridos de bala de otros tiroteos en la capital del país. La violencia provocó la muerte de 6 mil personas en promedio en los últimos dos años, y a eso se le suman al menos 4 mil heridos que fueron atendidos en hospitales nacionales, según sus propios datos.
Guatemala es uno de los cinco países más violentos del mundo, según un informe divulgado en 2014 por la Organización de Naciones Unidas. Le acompañan en ese listado Venezuela, Belice, El Salvador y Honduras.
Tras el final del conflicto armado interno (1960-1996), que dejó saldo de casi 250 mil muertos y desaparecidos, la paz aún no ha llegado a este país centroamericano, abrumado por las pandillas y el narcotráfico y conformado por una sociedad carente de oportunidades para salir de la pobreza: uno de cada dos guatemaltecos no puede comprar los requerimientos básicos para siquiera sobrevivir.
La labor de los bomberos apenas empieza. Después de trasladar a los heridos, la unidad vuelve a la escena del crimen para documentar y archivar lo sucedido. El cuerpo de la adolescente de 15 años aún permanece en el lugar del crimen, una pequeña vivienda. La menor tiene un balazo en el cuello y otro en el pómulo. Su madre es quien la reconoce.
De regreso a la estación, uno de los portavoces de la institución, William González, recorre sus 26 años de experiencia como bombero con una memoria impresionante. Una de sus anécdotas favoritas es aquella de una pareja que nombró William a su hijo en su honor, después de que el bombero la atendió en el parto. “La última vez que vi al niño tenía 14 años. Ahora vive en Estados Unidos”, recuerda.
González confiesa que pese a los riesgos en las calles, el área más agotadora de la estación central es la cabina de llamadas. El ahora portavoz contestó llamadas durante siete años, muchas veces hasta en turnos de 24 horas seguidas por la falta de personal. Ahora son turnos de 12 horas.
En un país donde las víctimas de un accidente de tránsito muchas veces sufren el robo de sus pertenencias en la misma escena del suceso, la solidaridad se agradece. “Recuerdo que para darnos ánimo, muchos restaurantes nos enviaban comida a domicilio”, afirma González.
Guatemala cuenta con 131 estaciones de Bomberos Voluntarios, que alojan en total a 5,700 elementos. De ellos, solo 360 tienen un salario fijo, de aproximadamente 1,300 quetzales en promedio. El resto lo hace por amor al prójimo y voluntad propia.
“Ni por tener 30 años de servicio te dan retribución económica por jubilación”, añade González, quien señala la falta de presupuesto para cubrir los salarios de los bomberos como un grave problema para mantener el sistema.
La alarma vuelve a sonar, esta vez una hora antes de la medianoche. Ahora, la emergencia proviene de una de las zonas más peligrosas de la Ciudad de Guatemala, conocida como El Gallito y donde reinan las pandillas y el tráfico de narcóticos.
Todos los vehículos que ingresan a El Gallito son controlados, incluso cuando parezca que no. Hay que entrar con mucho cuidado. En el pasado, algunos bomberos fueron amenazados de muerte en el lugar, debido a que mientras trasladaban a algún pandillero herido a un hospital, otro rival ingresaba a la ambulancia para rematarlo. La ecuación se repitió más de una vez.
“Esta es una zona donde se esconden diferentes pandillas. No es bueno quedarse mucho tiempo”, advirtió durante el trayecto Sergio Vásquez, otro portavoz de la entidad.
Tras dar varias vueltas en busca de un cadáver que finalmente está claro que no existe, los bomberos saben que es una falsa alarma. Es hora de salir rápidamente del barrio. El regreso parece eterno ante la amenaza de barrio.
De vuelta en la estación, cerca de la 1 de la madrugada, ya el cansancio se hace más evidente en el grupo de bomberos, quienes pueden llegar a registrar hasta 17 salidas en un día como este viernes.
“Ya estamos acostumbrados a que la mayoría de las llamadas sean por muerte violenta. Sin embargo, siempre se aprende algo en cada nueva experiencia”, comenta Luis Sica, otro miembro del Cuerpo de Bomberos.
El resto del viernes y la madrugada del sábado incluyen el deceso de un hombre de 65 años en un hotel a causa de un paro cardíaco, una anciana atropellada y cuatro pandilleros heridos de bala, aparentemente de grupos rivales.
“Pandillero o no, se le debe salvar su vida. Dios se encarga del resto”, dice González.
Fotografías: Esteban Biba
Texto: Amanda Montenegro