Por supuesto que las maras y el narcotráfico son causantes de hechos horrendos que rayan en la deshumanización total, pero ¿qué tan diferente es la deshumanización del empresario que paga salarios más que mínimos y explota a sus trabajadores? ¿O la del terrateniente que con la disposición de la fuerza pública, desaloja violentamente de las que reclama sus tierras, a decenas de familias sin más recursos para sobrevivir (recordando el caso de los desalojos en el Polochic)? ¿O del funcionario que vende la tierra de poblaciones indígenas donde han vivido por generaciones, a extranjeros que vienen a chupar la sangre del territorio y una vez logrado, dejarlo devastado?
Aquí hay muchos de cuello blanco que necesitan hacer negocios sucios, como quitar del camino a quien se interponga con sus intereses y proyectos. Ellos no se van a ensuciar las manos, así que necesitan quién haga el trabajo sucio por ellos y además, tener luego a quién culpar.
Eso de culpar a las maras o al narcotráfico es una salida fácil y simplista para obviar el complejo entramado de elementos que han dado vida a la dinámica de la violencia como un proceso en el transcurso de la historia de Guatemala. Un proceso que no tiene como protagonistas únicamente a “los malos” que nos muestran los medios de comunicación: jóvenes pobres, tatuados, mareros, pandilleros, etc.
Así como en los años noventa, la figura del chupacabras sirvió para explicar las muertes de animales de granja, mientras el público aclamaba más show para el entretenimiento, así los medios de comunicación reducen la autoría de los hechos de violencia a las maras y al narcotráfico. Cada día nos muestran los resultados de los hechos de violencia visibles cuantificados por número de muertes, sin buscar ni la más mínima explicación lógica detrás de cada hecho. Y no sólo de aquello que permite explicar el hecho inmediato sino el proceso de violencia que venimos arrastrando desde hace cientos de años (desde la Colonia, pasando por la guerra hasta los altos índices de violencia de la actualidad).
Para los medios de comunicación es rentable hacer así las noticias, a las autoridades les es fácil dar explicaciones y a los entes encargados de hacer investigación, les ahorra trabajo. Una muestra de ello fueron las primeras declaraciones del Ministro de Gobernación luego de la masacre del 7 de septiembre perpetrada contra la comunidad kaqchikel de San José Nacahuil de San Pedro Ayampuc, la cual le atribuyó a las maras.
A ver, aquí se están moviendo aguas turbias. Aquí y en los otros puntos donde guatemaltecos y guatemaltecas están defendiendo su vida y su territorio en contra de intereses de funcionarios y empresarios que buscan instaurar sus proyectos y chupar la mayor cantidad de sangre posible, en nombre de la productividad, la competitividad y el emprendimiento. Cueste lo que cueste; la sangre que deba correr ya está dentro de su presupuesto y estudios de impacto ambiental.
Las grandes empresas no siempre están donde están, gracias a su espíritu emprendedor. También se han valido de procesos violentos, directos o indirectos, pero eso sí: nunca veremos a estos flamantes empresarios, personajes del año, portada de revistas de negocios, con las manos sucias. Tienen quién les haga ese trabajo.
No me cabe duda que hay quienes se benefician de la violencia. Más allá de las maras y el narcotráfico, algunos que se visten de saco y corbata, poderes oscuros, que dicho sea de paso, ya va siendo hora que les dejemos de llamar oscuros y ojalá, algún día, salgan a luz.
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