En Italia gana las elecciones como primera ministra alguien que reivindica el lema «dios, patria y familia», como hacía Mussolini casi un siglo atrás. Fascismo puro y duro. En muchos países europeos los planteamientos abiertamente de ultraderecha, ultranacionalistas, homofóbicos, antiinmigrantes, evidenciando un acendrado odio contra minorías étnicas, y visceralmente anticomunistas, ganan espacios. En casi todos, cuentan con no menos de un 20 a 25 % de opción de voto. Aunque no de modo orgánico y oficial, su base de apoyo son grupos neonazis que crecen imparables. En Estados Unidos el discurso antiinmigrantes y supremacista blanco se evidencia con fuerza, con grupos civiles de «cow boys» modernos que cazan «ilegales» en las fronteras con México, siempre con la aquiescencia del gobierno.
Como dice Juan J. Paz y Miño-Cepeda: «Las nuevas derechas cuestionan la democracia liberal, arremeten contra las instituciones del Estado, rechazan el pluralismo político y a los movimientos sociales, reivindican el autoritarismo de clase. Si un fantasma recorría Europa a mediados del siglo XIX, según decían Marx y Engels, «el fantasma del comunismo», hoy, un siglo y medio después, en el mundo recorre otro fantasma: el de la derechización creciente. El fascismo está de vuelta.
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«La ideología dominante es siempre la ideología de la clase dominante», decían Marx y Engels en 1845. Los poderosos se imponen (política, económica o militarmente) e imponen sus ideas, sus formas de pensar, de ver las cosas. Dada la dependencia que sigue manteniendo Latinoamérica en infinidad de facetas en relación a los centros imperiales (hoy básicamente Estados Unidos), también en las formas políticas eso se hace evidente. Para inicios del siglo XIX, la prácticamente totalidad de países de la región copiaron las constituciones liberales del norte para encauzar sus procesos de «independencia». Por supuesto que no hubo ninguna real independencia de las metrópolis coloniales: solo ascenso de las oligarquías vernáculas. Ahora se copian las formas de la derecha troglodita que marca el ritmo en el norte, por eso tenemos ofertas como la arriba citada.
Luego del auge de las luchas populares en buena parte del siglo XX, con su pico máximo en los 60 y 70 (avance sindical, movimientos campesinos, guerrillas revolucionarias, explosión hippie llamando al no-consumo, liberación sexual, Teología de la Liberación de la iglesia católica, mística guevarista y mayo francés como íconos revolucionarios que inspiraban las luchas) el sistema capitalista reaccionó en su conjunto. El credo neoliberal -privatizando todo dejándolo a merced de la «mano invisible» del mercado, articuladamente con las más sangrientas represiones que se vivieron en toda Latinoamérica, fueron la respuesta. La consecuencia: un enorme reflujo en las reivindicaciones populares, una despolitización creciente, un «sálvese quien pueda» obligado.
En estos últimos años, esa derecha cada vez más ensoberbecida sigue avanzando, y ahora genera propuestas ya más cercanas al fascismo, el que se creía superado después de la Segunda Guerra Mundial. Aparecen planteamientos de superioridad premiando el elitismo, se reivindica el autoritarismo de clase, se criminaliza en forma violenta cualquier forma de protesta social. Planteamientos neofascistas recorren Europa –en algunos casos ocupando presidencias– y Estados Unidos –ahí está Donald Trump como posible futuro presidente–. Eso repercute en tierras latinoamericanas que, si bien hoy presentan gobiernos relativamente progresistas en muchos países –pero que no pueden pasar de «capitalismos con rostro humano»–, son ganadas en forma creciente por esos discursos visceralmente anticomunistas, con profundo odio de clase, que hacen lo imposible por quitar esas administraciones con preocupación social. Los tiempos actuales no marcan un avance popular. ¿Será hora de proponerlo?
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