La agenda en juego en aquel entonces (fundamentalmente la que le interesaba al plan geoestratégico de Washington) era limpiar la cara de la política llevando a la cárcel a impresentables personajes mafiosos (La Línea 1) y evitar a toda costa la llegada al poder de un candidato (Manuel Baldizón) que mostraba vínculos con Rusia y China (enemigos a muerte de la presencia estadounidense en su patio trasero).
Ese candidato salvador era un personaje no ligado históricamente a la clase política profesional, supuestamente limpio, entonces, del pecado de la corrupción: el comediante Jimmy Morales.
El montaje funcionó bien, y la población, mayoritariamente, creyó de buena fe el mensaje: alguien que no venía de las mafias políticas tradicionales no sería un corrupto («ni corrupto ni ladrón», fue su lema de campaña). La esperanza volvía a abrirse. El resultado de las urnas lo dejó ver. Para sorpresa de muchos, el comediante se convertía en presidente.
Podría decirse que, en los primeros tiempos de su administración, Jimmy Morales, como actor profesional que es, desempeñó el papel para el que fue elegido: presidente probo, no corrupto, transparente. Aunque, en verdad, desde el inicio abrió dudas (la conformación de su gabinete mostró irregularidades). De todos modos, como buen actor, por un tiempo pudo mantener su papel de una manera bastante decorosa.
Un dato de capital importancia, pero que quiso hacerse pasar desapercibido, fue la gente con la que se rodeaba el candidato y luego presidente. Su punto de referencia es un partido político (Frente de Convergencia Nacional —FCN-Nación—) ligado a lo más conservador del pensamiento de derecha guatemalteca: viejos mandos militares del Ejército que participaron directamente en la guerra interna, con nexos con los negocios dudosos de los que la lucha contra la corrupción pretende limpiar el terreno. Recientemente han salido a luz las fuentes financieras que utilizó la agrupación para la campaña. Y aparecen allí dineros no muy santos (provenientes de la narcoactividad).
La Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) y el Ministerio Público han llevado a cabo profundas investigaciones que comprometen al referido partido y al actual presidente. Dichas entidades encuentran peligrosos esos nexos. De ahí la reacción del Ejecutivo: la declaración de no grato contra el comisionado Iván Velásquez. Lo que continuó luego de esa movida es una profunda crisis política aún no resuelta. Y evidentemente el presidente Morales no ha actuado como supuesto representante de todos los guatemaltecos, sino que ha cuidado puros intereses sectoriales: en realidad, los propios y los de su grupo cercano. En otros términos, mostró su verdadero rostro.
Todo ello permite ver quién es en verdad el actual presidente y sacar así algunas conclusiones generales:
- Observando el accionar de Jimmy Morales como comediante (recuérdense sus programas televisivos y sus películas), puede observarse lo que luego repetirá como político profesional: su pensamiento es claramente de derecha, racista y machista, profundamente conservador y moralista.
- Su vinculación con oficiales del Ejército formados en el más profundo pensamiento anticomunista de la guerra fría deja ver que él también piensa así: la contrainsurgencia sigue estando presente. De ahí sus reacciones viscerales cuando es señalado por el Ministerio Público y la Cicig: no actuó como estadista objetivo, sino como representante de una determinada facción.
- Está a la defensiva. Como representante del poder ejecutivo, está algo desesperado, con cinco ministros y ocho viceministros que se le van del gabinete en un mes (renuncias y un despido). Su lenguaje se ha endurecido y no puede escuchar el clamor de una población que pide su renuncia, así como la de los diputados corruptos que le hacen de caja de resonancia.
- Una vez más la población de a pie fue engañada. La salida de la crisis del 2015 fue un muy bien pensado golpe de efecto en el cual el descontento popular fue burlado con un show mediático que tuvo al actor Morales como protagonista.
- Los problemas estructurales del país no dependen del presidente de turno. Más allá de la declarada corrupción como el mal que afecta a Guatemala (su superación sería la puerta de entrada a un mejor país, es el discurso dominante), la realidad evidencia que no importa el actor que se siente en la silla presidencial: los problemas son históricos y de raíz y no los arregla una persona.
- El descontento que se vive puede abrir puertas reales para un cambio estructural, pero de momento no hay proyecto político de izquierda real que pueda viabilizar ese malestar popular.
- Los reales factores de poder del país (la Embajada y el alto empresariado) probablemente le bajen el dedo al presidente, aunque eso no está muy claro: la clase dirigente no desea que la población se tome en serio esto de andar destituyendo presidentes con su movilización.
- El juego de poderes entre cúpulas (las representadas por la oligarquía tradicional contra las nuevas mafias representadas por el presidente) está abierto.
Más de este autor