Desde luego, explicar qué nos ha llevado por esos caminos implica analizar el sistema de partidos políticos, caracterizados por su fragmentación y su falta de institucionalidad. Y sí: todos estos factores inciden y son cruciales para entender el sistema político guatemalteco, pero no son suficientes. Parte del problema son nuestras expectativas.
La democracia es un sistema falible en su diseño. Winston Churchill acertó al decir: «La democracia es la peor forma de gobierno, a excepción de todas las demás formas de gobierno que se han probado». La célebre frase es reconocida por su aproximación realista, que, más allá de ser fatalista, refleja cierto grado de utilitarismo.
Esta perspectiva crítica ha sido medular para el estudio de la ciencia política. Sin embargo, parece un atrevimiento cuestionar la democracia. Pese a ello, entre los grandes pensadores sobre la democracia, como Robert Dahl, se reconoce que «ningún Estado ha poseído un gobierno que esté completamente a la altura de los criterios de un proceso democrático […] De hecho, es probable que ninguno lo esté».
El entusiasmo ciego por la democracia ha dado lugar a la «teoría popular» (folk theory), que, según los autores Achen y Bartels, consiste en «el conjunto de ideas que les generan certeza a los ciudadanos de que viven en una forma de gobierno éticamente defendible, que toma en consideración sus intereses». El ideal de la teoría popular tiene su fundamento en el modelo del ciudadano comprometido. Tal premisa se escapa de la realidad, como lo establece Lowell: «Todas las teorías democráticas se basan en el supuesto de que la multitud es omnisciente y de que todas las reformas presuponen un cambio radical en la naturaleza humana».
Aun cuando en la época de Dahl y Lowell existían poco estudios empíricos sobre las preferencias políticas de ciudadanos en democracias, en sus teorías se vislumbraban necesarios cuestionamientos del comportamiento político de dichos ciudadanos. Con la llegada de los estudios de opinión pública se lograron evidenciar estas inquietudes. La obra El votante estadounidense, de Campbell, Converse y Miller, mostró las inconsistencias en las preferencias del votante, tanto que los autores llegaron a afirmar que el individuo parecía responder a temas relacionados con la política casi como si fuera al azar.
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Mucho se ha dicho desde entonces. Sin embargo, más o menos existe consenso en la literatura al respecto. Se ha demostrado que la mayoría de los ciudadanos prestan poca atención a la política. No aparece en ningún sistema democrático el prototipo del ciudadano modelo que mantenga su atención en la política, ya que las preocupaciones inmediatas de la persona tienen preeminencia en su día a día.
Ahora, si pensamos en nuestro contexto, en una sociedad altamente desigual, debemos entender que la política es un ejercicio elitista de una pequeña minoría. De tal forma, la identidad tiene un peso mayor para determinar lealtades políticas.
Esto no quiere decir que no existan alternativas de participación que tengan efectos inmediatos en las comunidades. Al contrario: quiere decir que la teoría popular que glorifica al votante y percibe el cambio desde la representación del proceso electoral probablemente no está a la altura de nuestras expectativas.
La visión romántica de la teoría popular ha generado dudas y malestares que conducen a la inacción y a la resignación. Es el caso de nuestra presente encrucijada. Sin embargo, creer que el problema es particular a nuestro contexto es obviar la realidad de otras democracias occidentales que ahora se enfrentan a la ola de líderes populistas con posturas antidemocráticas. Véase a Trump.
Por otro lado, el paradigma de la democracia realista de Achen y Bartels nos ofrece una oportunidad para abrirle la puerta a la crítica, siempre y cuando construya, y así reflexionar sobre nuestras aspiraciones en sociedades democráticas. Reconocer que el sistema democrático no dará la talla, que quizá jamás lo hará, puede ayudarnos a ver los criterios de un proceso democrático como guías, capaces de ser mejorables y discutibles. Así, nada está perdido.
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